Se suceden los artículos apocalípticos sobre por qué “el software está devorando al mundo”, o por qué “la rebelión de los robots” y de los algoritmos acabarán con los trabajos más cualificados, de manera similar a los efectos de la robotización y la deslocalización sobre la industria a finales del siglo pasado.
Por ejemplo, en la crítica del ensayo Rise of the Robots de Martin Ford, Marguerite McNeal titula: “Rebelión de las máquinas: el futuro tiene un montón de robots, y pocos trabajos para humanos”. El artículo no dice mucho más, pero qué más da: semejante titular habrá provocado los clicks deseados.
El estreno de películas que reviven la fórmula de Frankenstein o el moderno Prometeo muestra el interés y preocupación por el impacto de robots y algoritmos en los próximos años: Ex Machina y Chappie son la versión robotizada de Her, una puesta a punto con la tecnología actual de Terminator.
Un androide es algo más complejo que un iPhone
John Markoff sugiere en The New York Times que nos relajemos, pues “Terminator está muy lejos”. La llamada singularidad tecnológica (una inteligencia artificial que superara a la humana) en sentido estricto no ocurrirá en los próximos años y difícilmente una superestructura tecnológica podría alcanzar un nivel de complejidad que le permitiera tener y mantener conciencia propia, cuanto más reproducirse sin ayuda humana.
Otra temática relacionada y recurrente: con singularidad tecnológica o sin ella, el mundo digital nos ha transformado y ello no siempre es mejor.
Mensajes y contenido digital compiten por nuestra atención con tanto éxito que nuestra capacidad de atención en una tarea que demande concentración prolongada (por ejemplo, una lectura larga y exigente, o resolver un problema complejo, etc.), se estaría reduciendo.
Automatización y sobrecarga informativa
Combinando ambas hipótesis, recurrentes en prensa y estudios sociológicos de los últimos años:
- la aceleración tecnológica (mejores algoritmos y robots) reduciría el número de empleos cualificados (cuello blanco), después de que el mismo fenómeno causara la crisis industrial de finales del siglo XX (empleos de cuello azul);
- y el acceso a más y mejor información no sólo estaría transformando el trabajo, sino nuestro comportamiento.
¿Qué tiene de análisis sosegado y qué de apocalíptico el mensaje recurrente de que “el software se está comiendo el mundo”? Y, de ser cierto, ¿ello sería bueno, o contraproducente?
Nadie, ni siquiera expertos en el movimiento contracultural “back to the land”, cree que la respuesta a los efectos de la tecnología sobre empleo, sociedad y comportamiento individual sea una regresión masiva hacia momentos anteriores, en tecnología y mentalidad, a la Ilustración: el neomalthusianismo alberga tantas contradicciones como el concepto o algunos de sus defensores más articulados, tales como Ted Kaczynski, sugieren.
Pulsa aquí si quieres “arreglar” tu existencia
No obstante, algunas de las hipótesis que sugieren que la profunda transformación laboral, económica y social que producen las tecnologías de la información lograrán un futuro brillante para toda la humanidad, imaginando un futuro de abundancia en que los individuos no tengan que trabajar y todo llegue a ellos a través de la tecnología, comparten el carácter trasnochado de las peores deformaciones del neomalthusianismo.
No es sólo que la filosofía y humanidades hayan relacionado desde la Época Clásica una existencia plena y examinada con el cultivo de un propósito vital racional, a menudo relacionado con un trabajo o interés vocacional; de momento, ninguna sociedad ha logrado desde la Ilustración una prosperidad transversal sin que una mayoría suficiente de su población trabaje de un modo u otro.
El ensayista Evgeny Morozov argumenta que la insistencia de Silicon Valley por encontrar el servicio o aplicación que “arregle” la educación”, que arregle el trabajo, que “revolucione” esto o lo otro, es puro “solucionismo”.
Silicon Valley insiste en vender el sueño del “pulse aquí y solucione el mundo con un click” y, pese a los avances tecnológicos, la realidad es más compleja.
Entre el “solucionismo” y el neomalthusianismo
Según pensadores como Evgeny Morozov o Farhad Manjoo, entre otros, el “solucionismo” extremo de personajes y empresas influyentes de Silicon Valley es tan trasnochado como culpar a los avances en tecnologías de la información durante las últimas décadas de todos los retos y problemas no resueltos del mundo, abogando por una regresión tecnológica similar a las tesis del neomalthusianismo que propugnaba Ted Kaczynski, más conocido como Unabomber.
Desde distintos ámbitos, tales como el académico y el político (y, por supuesto, la prensa electrónica de la era Buzzfeed y Vice, atenta a apuntarse a ésta o aquélla idea siempre y cuando dé para un titular resultón sobre el que la amígdala cerebral caiga sin pensarlo), ya se insiste en el viejo sueño del cobrar sin hacer nada.
Algo así como el “trabajar 4 horas a la semana” de Tim Ferriss, pero ahorrando el quebradero de cabeza de ser especialmente bueno en hacer algo que requiera poco tiempo y que compre mucha gente (Tim Ferriss, por ejemplo, vende libros como churros, además de trabajar y ejercitarse más de lo que los títulos de sus libros sugerirían).
Riesgos de olvidar que cultivar una vocación requiere esfuerzo
Por ejemplo, David R. Wheeler pregunta en un artículo para The Atlantic: “¿Y si nadie tuviera que trabajar para cobrar?”. Nada, en definitiva, que no forme parte de los programas políticos menos realistas.
La era de la ubicuidad informativa se ha adaptado a las demandas informativas de millones de personas que prefieren escuchar mensajes poco realistas a bañarse demasiado en realidad.
Cuando el campo de distorsión de la realidad no funciona del todo
El supuesto “solucionismo” de Silicon Valley, insistiendo en que sus soluciones tecnológicas nos harán más eficientes y felices, sólo rivaliza en su poco realismo con el “solucionismo” de quienes creen realista un retorno de la civilización mundial a una era pre-ilustrada, en la que no haya que pegar ni sello para recibir un buen salario.
Pero el mundo es más complejo que su caricatura. Pocos, a excepción quizá de titulares llamativos de informaciones diseñadas para suscitar la atención del lector potencial y provocar tanto visita como diseminación por redes sociales, abogan por el “solucionismo” puro de Silicon Valley, o por el neomalthusianismo.
En efecto, personajes muy influyentes en el mundo tecnológico se han labrado el prestigio de desafiar la convención o incluso la realidad; la imagen de Steve Jobs, sin ir más lejos, así como la que él mismo concibió para Apple, se basaba en el espíritu irredento de los “inadaptados”.
La biografía escrita por Walter Isaacson repasa la capacidad de Jobs para moldear la realidad de su entorno para que ésta se acercara a su exigente visión. Sus allegados llamaban al fenómeno “campo de distorsión de la realidad”.
La caricaturización del mundo tecnológico
Marc Andreessen, co-creador del navegador de Internet e inversor de capital riesgo, se crió en un apartado y deprimido pueblo del Medio Oeste habitado por viejos inmigrantes noruegos; para él, la venta por catálogo y la informática supusieron abandonar el ostracismo de una anodina vida de provincias y conocer, indagar, preguntarse por el mundo.
Ahora, Andreessen co-dirige uno de los fondos de capital riesgo más prestigiosos de Silicon Valley y cree como el que más en la capacidad del mundo tecnológico para mejorar la humanidad.
Cuando Tad Friend preguntaba a Andreessen en un reciente artículo para The New Yorker si no le preocupaban los posibles efectos negativos que la capacidad transformadora de los servicios tecnológicos, Andreessen se defendió de las acusaciones que muchos arrojan sobre personajes influyentes de Silicon Valley.
“La gente normal está encantada con el iPhone, Facebook, Google Search, Airbnb, y Lyft. Son sólo los intelectuales quienes se preocupan”. Para Andreessen, los “intelectuales” son quienes cocinan esos artículos y ensayos apocalípticos sobre la robotización del mundo y la llegada de una realidad distópica controlada por una élite hipertecnológica, o acaso por las propias máquinas.
La tierra baldía: qué viene después de las grandes crisis
Andreessen forma parte de la generación de grandes empresarios tecnológicos que cree honestamente que la tecnología resolverá los grandes retos de la humanidad: Andreessen imita a los críticos de esta imagen: “‘Tú, imperialista estadounidense gilipollas, no todo el mundo quiere toda esa tecnología’… Bien, ¡y una mierda! Ves a una aldea china y pregúntales”.
Según esta visión, la tecnología nos concede algo así como superpoderes, nos hace más inteligentes, más poderosos, más felices. “El pesimismo siempre suena más sofisticado que el optimismo -es el mito del colapso del Edén una y otra vez-, y luego uno mira la renta per cápita mundial, y va hacia arriba incontestablemente. Si esto es un colapso, ¡tengamos más de él!”.
Andreessen es consciente, como otros personajes influyentes de Silicon Valley (es el caso de Peter Thiel, autor del ensayo Zero to One sobre el valor de la auténtica innovación), de que el desempleo crece en términos absolutos, tanto en el mundo desarrollado como en el mundo en su conjunto: la primera Revolución Industrial que destruye más empleo del que crea.
El economista Richard Florida, no obstante, cree que el momento actual no es tan excepcional si es puesto en perspectiva: los grandes avances tecnológicos y de prosperidad llegaron tras grandes colapsos: 1880, los años 30 del siglo XX y, quizá, los próximos años, después de que la Gran Recesión aumentara la precariedad y el descontento de las clases medias en muchos países.
Un individuo es mucho más que una “unidad de mano de obra”
Florida cree que la humanidad deberá centrarse en tareas creativas, hasta ahora difíciles de automatizar. Pero ya hay expertos que predicen que, por ejemplo, vídeos y artículos compuestos por algoritmos serán algo normal en unos años.
Cuando Andreessen es preguntado sobre el riesgo de automatización de millones de puestos de trabajo, contesta que el aumento de la desigualdad es un fenómeno coyuntural y relacionado con las habilidades útiles para el futuro.
A medida que robots y algoritmos acaparen puestos de trabajo con escaso valor añadido, la humanidad simplemente debería pasar página y actualizarse.
“Mi respuesta a Larry Summers, cuando dice que la gente es como caballos, al tener sólo su trabajo manual para ofrecer”, comenta Andreessen bajando las manos con expresividad, “esa es una visión tan oscura, mediocre y distópica de la humanidad que casi no puedo soportarlo”.
Era de los robots
Peter Thiel coincide con Andreessen en que hay empresas de Silicon Valley que inventan sectores enteros donde antes otros no veían siquiera un pequeño nicho de mercado.
Thiel cree que el principal problema al que se enfrenta el mundo es falta de innovación real, lo que habría impedido el crecimiento real de los salarios de las clases medias en las últimas décadas, debido a un relativo estancamiento de la productividad en mercados ajenos al tecnológico.
Pese a su visión más completa de la realidad, Peter Thiel coincide con Andreessen en que Silicon Valley es la solución y no el problema.
Otros expertos son más críticos con el papel de la automatización y la robotización en el futuro de la humanidad. En su ensayo Rise of the Robots and Shadow Work, el empresario de software en Silicon Valley Martin Ford argumenta que una sociedad basada en el consumo de bienes de lujo por una pequeña élite no es económicamente viable.
“El software devora el mundo” vs. crecimiento exponencial
Ford va más allá en su ensayo explicando por qué una sociedad desigual y desprovista de la fuente de prosperidad para la mayoría de la población (un trabajo viable y bien remunerado) tampoco es “biológicamente viable”.
Los humanos, a diferencia de los robots, necesitan alimentos, servicios sanitarios y saberse útiles, algo aportado a menudo por empleos u otros modos de trabajo (remunerado o no, pero relacionado con un propósito vital cuantificable al fin y al cabo).
Rise of the Robots and Shadow Work es un ensayo más pesimista que el trabajo sobre la misma temática de Andrew McAfee y Erik Brynjolfsson, The Second Machine Age: Work Progress, and Prosperity in a Time of Brilliant Technologies.
El ensayo, en buena medida la segunda parte del más escéptico “Race Against the Machine”, firmado por los mismos autores, argumenta que la automatización es una oportunidad para acelerar una revolución tecnológica que transforme industrias relativamente estancadas, cree otras nuevas y genere prosperidad.
McAfee y Brynjolfsson creen que el fenómeno del “crecimiento exponencial”, propulsado por innovaciones cada vez más radicales y asumidas con mayor eficiencia, propulsarán el bienestar de la población gracias a un acceso sin precedentes a medicina, alimentos, información o dispositivos más baratos que nunca antes.
Apreciaciones de una misma realidad
Ni Martin Ford, ni McAfee y Brynjolfsson explican ninguna barbaridad. Los fenómenos a los que asistimos y que se producirán en los próximos años se manifestarán de manera similar a la prevista en estos y otros ensayos… aunque desconocemos gran parte de la historia.
Peter Thiel recuerda que nadie puede predecir las innovaciones antes de que ocurran, ni cómo millones de personas acabarán usando una u otra tecnología. Asimismo, el Google del futuro no será un motor de búsqueda, y el Facebook del futuro no tendrá nada que ver con lo que conocemos como red social, una idea cuya forma presente tiene menos de una década de vida.
Las auténticas innovaciones serán rompedoras, según Thiel, porque serán una aportación radical, la plasmación de una lectura fresca de la realidad.
Andreessen y Thiel también coinciden en las posibilidades de un futuro en que el ser humano viva más años, sea más inteligente y tenga acceso a tecnologías que “aumenten” sus capacidades.
Utopías y distopías
Según Andy Weissman, socio de la firma de capital riesgo neoyorquina Union Square Ventures, los inversores de Silicon Valley creen en una dinámica optimista conocida como “destrucción creativa”.
Según Weissman, todos en el Valle “creen que uno puede una geografía y eliminar todas las obstrucciones para tener nada menos que la libre circulación de capitales e ideas, y que destruir creativamente todo lo que había antes es bueno, es muy bueno”.
Cuando se recuerda a personajes influyentes en el mundo tecnológico como el propio Marc Andreessen cuál es el rol de la nueva economía en un mercado laboral que no crece como había ocurrido en el pasado, su respuesta es que muchas empresas de Internet facilitan y mejoran la vida de millones de personas, incluyendo a las poblaciones más remotas y aisladas.
Entre las empresas que su firma de capital riesgo financia, se encuentran Udacity (que enseña a programar a bajo coste) y Honor (esquema P2P de cuidados para la tercera edad), lo que nos acercaría a un futuro en que todo el mundo estaría:
- o desempeñando un trabajo más interesante y adecuado a su formación y expectativas;
- o relajándose pintando atardeceres.
El reto de evitar la interrupción constante
Según los críticos del “solucionismo” de Silicon Valley, difícilmente un puñado de empresas conseguirán suplir de manera global y descentralizada el papel del tejido industrial y empresarial especializado surgido en entornos locales.
Sea como fuere, el impacto -a menudo muy positivo- de las tecnologías que nos rodean a diario es tan real que el debate acerca de cómo gestionar la sobrecarga de información es tan recurrente como el referido al impacto de algoritmos y robots sobre el empleo.
Expertos en gestión de datos como Alistair Croll recuerdan que nos hemos preocupado de la saturación informativa durante décadas, cuando no siglos.
Muchos de los miedos expresados hoy en día con la Internet ubicua y la automatización estuvieron presentes a inicios de la Ilustración (del telégrafo al teléfono, este último el equivalente a picar en una puerta remota sin haber sido invitados), así como durante el auge de los medios de comunicación de masas.
Gestionar mejor (no renunciar)
Eso sí, expone Alistair Croll, “como especie, somos bastante buenos inventando nuevas herramientas para ocuparnos de los problemas de la información creciente”. Un estilo de vida digital y siempre conectado “presenta nuevos retos, pero estamos creando con rapidez filtros” para que desaparezca la sensación de saturación.
Con la nueva generación de herramientas para gestionar eventos personales, que trasciende el teléfono para trasladarse incluso al reloj o compartirse en todos los dispositivos que uno usa, los expertos debaten acerca de “cuál es el mejor modo de interrumpirnos como es debido”.
Alistair Croll nos recuerda que solucionar la interrupción constante a la que nos someterían tecnologías como la mensajería, las redes sociales o el correo electrónico si no reguláramos su uso, no implica renunciar a las ventajas de estas y otras tecnologías.
El efecto novedad de las nuevas tecnologías explica parte del abuso que se efectúa de ellas en un primer momento, hasta que la novedad cede paso a un uso más racional y amoldado al resto de actividades y usos sociales.
La falsa promesa de un mundo sin tecnología
Hemos gestionado la interrupción desde que el teléfono se hizo ubicuo y, según el fundador de Whole Earth Catalog y The Long Now Foundation, Stewart Brand, la “interrupción inteligente” es útil: la información adecuada en el momento preciso puede mejorar nuestra vida, siguiendo el espíritu del eslogan contracultural y hacker “la información quiere ser libre”.
La interfaz perfecta, según Croll, sería una que permaneciera invisible hasta que se necesitara, un concepto que empresas como Google o Apple tratan de integrar en sus servicios, no siempre con el éxito deseado.
En cualquier caso, y volviendo al encuentro de Marc Andreessen con el periodista de The New Yorker, “un mundo de sólo ordenadores no funcionaría”. Andreessen concluye: “Pero un mundo de sólo gente sería ciertamente mejorable”.
Homo habilis
Al fin y al cabo, lo que nos diferenció como especie fue nuestra habilidad para crear herramientas y mejorarlas.
La Grecia clásica fue posible cuando la población de la Ática tomó conciencia de esta capacidad intrínsecamente humana. Las polis griegas, al fin y al cabo, carecían de grandes valles regados por ríos que favorecieran una civilización fuerte y centralizada como las del delta del Nilo o el Creciente Fértil, entre el Tigris y el Eúfrates.
Una capacidad tan humana como la lucha encarnizada y eterna entre statu quo y quienes promueven nuevos modos de organizarse y comunicarse.
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