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Ruido y señal en ambiente e información: evitar redundancias

A la hora de reconocer la señal entre el ruido, no nos diferenciamos tanto como desearíamos de cualquier vertebrado y el evolucionismo explica estrategias de supervivencia y aprendizaje que nos preceden. En la era de Internet, la memética no es más que «evolucionismo cultural», tal y como ha reconocido el propio Richard Dawkins, autor de El gen egoísta.

Señal y ruido. La resiliencia de los ecosistemas depende no sólo de de lo que Schopenhauer llamó «voluntad de vivir», o interés evolutivo a una escala esencial, las proteínas complejas y los genes (en el caso de la memética, las unidades básicas de información, o memes), y no en niveles superiores como el animal y la especie.

El expresionista abstracto Jackson Pollock

Dawkins recurría en su ensayo de 1976 a la metáfora del «egoísmo» de los genes, para explicar que lo que determina la prevalencia de un rasgo genético es su capacidad de adecuación al medio. Los europeos conservamos genes de neandertal que habrían reforzado nuestro sistema inmune, mientras la población asiática actual comparte una herencia denisovana con resultados similares (de manera local, los tibetanos heredaron rasgos de adecuación a la altitud de la población denisovana que se habían adaptado a la vida en el Himalaya).

En busca de la información en nuestro entorno

Seis años después de publicar El gen egoísta, Dawkins completaba el grueso de su aportación a la revisión de las hipótesis de Darwin con El fenotipo extendido, que amplía la metáfora del «egoísmo» de las unidades mínimas de replicación a la estrategia de un organismo para ampliar al máximo su atractivo y posibilidades de expandir sus rasgos.

El físico Carlo Rovelli explica cómo, en términos físicos, el universo depende de la interacción entre eventos con información. La interacción entre estos eventos es local, pero tiene implicaciones superiores. La «información relativa» intercambiada de manera continua entre distintos sistemas y eventos (entre objetos, entre objetos y seres vivos, etc.) constituye lo que nuestra especie interpreta como realidad.

Los sopladores y aspiradores de hojas se han convertido en un ruidoso incordio en zonas urbanas y periurbanas: contribuyen a la polución sonora y apenas suponen una mejora con respecto a métodos manuales (sobre todo en superficies mojadas o húmedas)

El fenotipo extendido expone cómo el comportamiento de un organismo puede a menudo trazarse hasta una estrategia instintiva que beneficia un determinado tipo de interacción entre este organismo y el medio donde vive, lo que explica que haya criaturas que protegen genes de otros seres, en una simbiosis que aumenta sus posibilidades de éxito evolutivo.

No somos, en definitiva, fruto inequívoco de la herencia genética o del ambiente donde somos concebidos, nacemos y crecemos, sino una combinación activa y cambiante de genes y circunstancias.

Interpretar qué es señal y qué es ruido

Y lo que sirve para la vida sirve también para la información: la información que se replica con más éxito lo hace por su capacidad para convertirse en irresistible a los huéspedes que la difunden. Una unidad de información se servirá de unidades previas para, mediante su refuerzo, incrementar sus propias posibilidades de éxito y replicación.

Ello explica por qué lo que algunas especies considerarán como «ruido» o «desechos», será «señal» («información» relevante) y «alimento» para otros organismos. La propia salud de los ecosistemas depende de esta diferencia de percepción e interpretación de interacciones con el medio: la «señal» y el «ruido» son distintos en cada organismo, y a menudo tanto señal como ruido incluyen información relevante, cuya recuperación se convierte en una estrategia esencial de supervivencia y «replicación».

Al caer en el suelo, el fruto podrido de un árbol alimentará el humus. Lo que para los vertebrados no es más que un desecho («ruido»), logra activar los microorganismos, micelios y raíces del suelo, para los cuales el fruto podrido es alimento («información»).

La evocación del supuesto «egoísmo» y estrategia de contexto («fenotipo extendido») de las unidades mínimas de replicación en la teoría evolutiva, que propulsa el éxito de unos memes sobre otros, prepara el contexto para apreciar un salto narrativo.

La estrategia del ruido

Nos encontramos en Nueva York, en el marco de una de las polémicas en torno al presidente de Estados Unidos y sus colaboradores, cuya gravedad, regularidad y virulencia las ha convertido al final en información irrelevante («ruido») para observadores hastiados de la actualidad que nos ha tocado (y que contribuimos a fabricar y ampliar, cada uno desde su rincón de un enmarañado e inabarcable fenotipo de fenotipos, el colmo del gigantismo memético). En esta realidad global e histérica, repleta de ruido y pose, lo percibido como relevante no es siempre lo intrínsecamente importante.

El instinto de supervivencia de Donald Trump y su entorno pasa por que el Congreso de Estados Unidos, el público que acudirá a votar en las próximas elecciones y, sobre todo, el votante convencido del personaje, perciban las acusaciones sobre Trump que podrían iniciar un proceso de destitución (por presionar a representantes de otros gobiernos en beneficio propio), como «ruido». Una información más y, por tanto, indistinguible de la retahíla de salidas de tono del personaje.

Cuando el medio es el ruido: un texto satírico sobre Comic Sans

Ken Stern adelanta en Vanity Fair que, en «territorio Trump», a la gente «le importa un bledo» cualquier acusación contra «su» presidente y candidato a un segundo término en las presidenciales de 2020. Es otra acusación más que pierde credibilidad, al percibirse como una más. Con la dieta diaria de salidas de todo y la información mediática sobre los escándalos en torno al presidente, lo que debería ser una «señal» crucial para iniciar una destitución corre el riesgo de acabar en «parte del ruido».

La posición de la presidenta de la Cámara de Representantes de Estados Unidos es igual de compleja que la de la prensa y los ciudadanos que asumen la responsabilidad de, al menos, tratar de comprender la gravedad de la situación y las acusaciones. El entorno de Donald Trump había logrado el objetivo en su aparentemente caótica estrategia de relaciones públicas: tal cantidad de escándalos, acusaciones y salidas de tono se han convertido en parte del ruido ambiental de la conversación pública.

El lobo de Esopo

La dificultad para expresar la gravedad de las acusaciones en el Congreso y legitimar el proceso de destitución en el Congreso estadounidense (o, en el caso de la población, conocer e interesarse por ellas), muestra hasta qué punto las circunstancias en que nos encontramos (contexto histórico o zeitgeist, coyuntura local, regional y global, intereses a pequeña y a gran escala, eventos aleatorios, etc.) trastocan nuestra propia percepción de lo que es ruido y lo que es señal.

El relativo desinterés o escepticismo ante el proceso de destitución de Trump evoca viejas fábulas todavía vigentes y apreciadas, milenios después de ser formuladas, lo que demuestra su capacidad para trascender épocas y coyunturas debido a su naturaleza parabólica o arquetípica. Estas fábulas son, en esencia, metacuentos, o historias arquetípicas a las que la humanidad puede asomarse con el celo con que narciso busca su rostro en el reflejo del instante.

El fenotipo extendido de estas fábulas es resiliente y universal y, cuando observamos el agotamiento de la opinión pública estadounidense por saturación de escándalos, reivindicamos al pastor mentiroso de la historia de Esopo. Avisar falsamente y con reiteración de que viene el lobo mina la credibilidad del pastor de la fábula hasta el punto de no ser creído cuando el lobo se presenta al fin.

Cualquier narrador de historias orales, productor de vídeo, escritor, dramaturgo, cineasta o compositor musical, evitará el uso indiscriminado de una melodía, pues la propia existencia de un estribillo o momento narrativo elocuente depende del contraste entre altibajos, entre partes que invitan al descanso o la distensión y momentos álgidos.

Cuando el medio es el ruido

El Renacimiento y el barroco recurrirán al equivalente pictórico de la dialéctica entre «silencios» (o secciones monótonas) y «melodías» que rompen el equilibrio, como el claroscuro (sin lo oscuro, la claridad carece de medición y misterio) o el escorzo (basta con situar a un objeto al borde de una mesa o superficie para crear un efecto volumétrico).

Agustín de Hipona tomó del maniqueísmo el gusto oriental de esta doctrina para encontrar significado entre dos extremos, y argumentó que el mal (o la mezquindad, la ignorancia, etc.) es indispensable para que podamos reconocer el bien (o la bondad, el conocimiento lúcido, etc.).

Volviendo al revuelo en torno a los contactos de Trump con el gobierno ucraniano, por teléfono y a través de intermediarios: a través de su bufete, el abogado de Donald Trump, un esperpéntico Rudolph Giuliani (que debería escribir unas memorias sobre cómo deshacerse de cualquier ápice de prestigio político en un tiempo récord y sin oportunidad de redención), enviaba hace unos días una carta y correo electrónico al Congreso estadounidense para informar que sus clientes (entre ellos, el presidente) no responderían a las demandas de información preliminares sobre el posible «impeachment».

La carta remitida estaba impresa en una tipografía que causa controversia desde su creación, en la década de los 90, por el tipógrafo de Microsoft Robert «Bob» Norton: Comic Sans. Norton había recibido el encargo de crear un tipo de letra informal y juvenil, que pudiera usarse en contextos distendidos y textos gráficos, si bien el cometido inicial de Comic Sans se circunscribía al infame programa de edición Microsoft Bob.

Comic Sans entró en el grupo de fuentes instaladas por defecto en Windows 95 y esta decisión de Microsoft inició las andanzas de la tipografía más vilipendiada por profesionales y aficionados de letras más proporcionadas, elegantes y cómodas para la lectura.

Sobre tipografías-fenotipo y otros especímenes

Desde mediados de los 90, Comic Sans entró en el arsenal de composición de adolescentes y adultos que, convencidos de que la tipografía reforzaría sus textos y mensajes, no dudarían en usarla como estilo por defecto en correo electrónico, documentos, imagen corporativa… e incluso rótulos de establecimientos comerciales. Más de dos décadas después, la animadversión a Comic Sans animó a diseñadores y usuarios «sensibles» a ventear la según ellos desagradable falta de proporcionalidad e informalidad artificial de esta «anti-helvética».

Foros y artículos exponen desde entonces enunciados tales como «por qué odias Comic Sans» (David Kadavy, Design for Hackers) o, recientemente, «odiar Comic Sans no es una personalidad» (Emma Goldberg, New Tork Times). La infame tipografía de Bob Norton habría logrado lo inaudito que habría interesado al mismísimo McLuhan: convertir el medio en parte del mensaje.

El arte de odiar la tipografía Comic Sans

Un correo electrónico enviado con Comic Sans no tiene el mismo significado que el mismo texto enviado con una tipografía predefinida por la aplicación de correo o el sistema operativo de emisor y receptor del mensaje. Y qué decir de una carta formal enviada en Comic Sans, como la remitida por Rudy Giuliani al Congreso estadounidense.

Extendiendo el sarcasmo en torno a esta tipografía-fenotipo, capaz de propagarse debido al rechazo que logra en cualquier espectador con cierto sentido de la sobriedad tipográfica, Emma Goldberg expone por qué el uso de Comic Sans invierte el principio tradicional de la tipografía («desaparecer» a ojos del espectador, que se centra en el mensaje y no el formato, tal y como aprendió el joven Steve Jobs en las clases de tipografía de Reed College):

«A ojo de los tradicionalistas de la tipografía, el uso de esta fuente puede significar frivolidad o incluso falta de respeto. El sitio web Comic Sans Criminal permite a la gente denunciar su uso inapropiado (por ejemplo: un registro de criminales sexuales, una diagnosis clínica). En 2010, un empleado de Twitter compartía que las dos fuentes de tráfico más estables del sitio son quejas sobre líneas aéreas y sobre [la tipografía] Comic Sans».

Ni más ni menos.

El oído de los adultos

Comic Sans es el meme de las tipografías, a la vez señal y ruido, en función del receptor. Un acto de consideración pseudo-adolescente, una declaración ingenua de mal gusto, un troleo en toda regla y, en ocasiones, una mofa administrativa, como enviar una carta formal en Comic Sans a la presidencia del Congreso de Estados Unidos. O quizá Rudolph Giuliani y sus colaboradores consideren el uso de esta tipografía una acción acorde con sus valores e imagen corporativa. O todo a la vez…

Cartel de «Helvética», el documental de Gary Hustwit sobre tipografía

Giuliani no es el único sacrílego. Emma Goldberg cuenta que los científicos del CERN usaron Comic Sans en su presentación sobre el descubrimiento del bosón de Higgs, la partícula elemental, mientras la Asociación Británica de Dislexia recomienda su uso porque ayudaría a lectores con dificultades: la ausencia de proporcionalidad entre sus letras contribuiría a diferenciar cada carácter.

¿Y qué hay del «ruido» real, el sensorial? Hace unas semanas, Kirsten y yo no salíamos de nuestro asombro cuando decidimos investigar un pequeño hilo de comentarios en un vídeo recién publicado en el canal y el sitio: varias personas se quejaban de un sonido de «alta frecuencia».

Al principio, creímos que se trataba de una broma, o de algún fenómeno de troleo coordinado. Sin embargo, decidimos investigar y llegamos a una documentación asombrosa en la Red, que tuvimos que contrastar (para no caer, faltaría más, en teorías conspirativas): a medida que envejecemos, perdemos la capacidad para escuchar un rango de sonidos de alta frecuencia que es claramente audible en niños, adolescentes y la mayoría de los jóvenes adultos.

Una historia cotidiana de ultrasonidos

En el vídeo en cuestión, habíamos olvidado sintonizar los canales de audio inalámbrico del modo requerido por la cámara y el equipo de audio, lo que creó un bucle de interferencia en alta frecuencia inaudible para nosotros. Tras debatir esta posibilidad, decidimos probar la hipótesis con nuestros hijos y… bingo. Nuestros tres hijos confirmaron oír las interferencias, que describieron como un sonido «agudo y desagradable», como el de un avión despegando. Todavía escépticos, anotamos el lugar del vídeo donde ocurría el fenómeno auditivo ajeno a nuestra capacidad —en calidad de adultos sanos—, y reproducimos de nuevo el vídeo, en esta ocasión a unos sobrinos, que confirmaron el sonido y el lugar donde tenía lugar.

Fue así como nos interesamos en esta oscura literatura, también relacionada con las sutilezas perceptivas de lo que es ruido y lo que es señal. En este caso, un fenómeno inexistente para los adultos sanos, capaces de visionar el vídeo sin problemas, se convierte en un efecto desagradable en jóvenes y niños, que evitan reproducciones en las que el fenómeno tiene lugar.

Microsoft Bob y Comic Sans

Una frecuencia de sonido representada en hercios (Hz) hace referencia a los ciclos por segundo en que las ondas producidas por un sonido se propagan en el ambiente. Un kHz equivale a 1.000 Hz, y los adultos sin problemas auditivos perciben sin problemas entre 0,02 y 16 kHz. Algunos sonidos, como el revoloteo de un mosquito, pueden producirse a una frecuencia demasiado alta para la mayoría de los adultos (a partir de 17,4 kHz —la onda de sonido comprime y expande el aire a una frecuencia de 17.400 veces, o ciclos, por segundo), pero adultos jóvenes y niños todavía oyen sonidos de una frecuencia muy superior al límite adulto.

Existe, por tanto, una hermandad humana que pasa desapercibida al escrutinio de los adultos, relacionada no ya con la agudeza para distinguir más información entre el ruido, sino con la capacidad para escuchar desagradables sonidos de alta frecuencia. El fenómeno nos recuerda, aunque a otra escala, al silbato de Galton, cuyo sonido ultrasónico es captado por nuestros animales domésticos.

Ruido y señal en contextos de polución ambiental

La analogía queda ahí, pues el límite superior del rango de audición de un niño se sitúa en torno a los 20 kHz, mientras la audición canina se expande hasta captar sonidos ultrasónicos a 45 kHz.

Poca señal hay en el ruido ambiental, fenómeno al que The Atlantic dedica un reportaje… con mención especial a tecnologías que se han convertido en poco menos que el equivalente auditivo a lo que Comic Sans representa en la tipografía: los sopladores y aspiradores de hojas, tanto a combustible como eléctricos, añaden a su dudosa eficacia —sobre todo, cuando son usados después de una lluvia copiosa, como observo a menudo— el engorro del ruido generado.

Al inicio del otoño, consistorios y propietarios particulares deciden retirar las hojas que se acumulan en el suelo en esta época con aparatos que no sólo son dudosamente más eficientes que técnicas más tradicionales como el rastrillo, sino que impregnan el ambiente de combustible y de un ruido mucho más prolongado que el producido por el tráfico, la recogida de basura —a menudo, a deshoras— o el tráfico en arterias urbanas con pendiente y semáforos, que obligan a vehículos colectivos y privados a aumentar las revoluciones.

Recurrir al escándalo continuo contribuye a la normalización de lo anormal

La versión eléctrica de estas y otras tecnologías reducirá la saturación ambiental, que en muchos lugares llega a niveles de epidemia, tal y como explica Bianca Bosker en The Atlantic. En ocasiones, el ruido ambiental que satura el entorno lo hace en forma de rumor monótono y persistente, capaz de afectar la vida de quienes deben convivir con el fenómeno. La molestia deriva a menudo en riesgo psicológico y está detrás de muchas mudanzas en Estados Unidos.

Generadores industriales, aparatos de aire acondicionado, tráfico aéreo incesante en las proximidades de un aeropuerto… Hay ruido ambiental que, simplemente, carece de más información o señal que el propio daño producido. Según el New Yorker, el ruido ambiental es uno de los mayores riesgos de salud pública en los próximos años.

Ruido de fondo de los nuevos Leviatán

El lejano pero persistente runrún que Karthic Thallikar, vecino de Chandler, Arizona, empezó a notar hace unos años, empezó a afectar su descanso. No importaba el lugar de la vivienda elegido para tratar de dormir; el sonido de fondo parecía traspasar cualquier barrera, como si el éter, ese elemento misterioso desmentido por la ciencia, hubiera reaparecido en forma de ruido de fondo.

Finalmente —explica Bianca Bosker— Thallikar y sus vecinos de Chandler lograron trazar la fuente de ese sonido: un centro de datos de la compañía CyrusOne, que aloja en numerosas de sus instalaciones servidores de firmas como Microsoft. En el centro de datos que afectaba a Thallikar, el ruido no estaba relacionado con la construcción, sino que procedía de las máquinas frigoríficas que evitan el recalentamiento de los equipos.

Muchos de los Estados que ofrecen más facilidades para instalar este tipo de infraestructuras experimentan veranos largos y calurosos, cada vez más extremos en lugares como Chandler (Arizona es un Estado con clima árido y semiárido, con vegetación desértica).

Otra polución relacionada con la analogía sobre la dialéctica entre ruido y señal, la contaminación lumínica, presenta también una proporción controvertida entre lo percibido como información y lo que es derroche: por un lado, los espacios urbanos, más iluminados que hace décadas, facilitan o incrementan la «señal» inteligible a cualquier hora; por otro, iluminar grandes áreas urbanas, zonas industriales e infraestructuras contribuye al derroche energético, afecta la salud humana e interrumpe el desarrollo de los ecosistemas nocturnos.

Aislar el ruido para apreciar la señal

Siguiendo las reflexiones de San Agustín sobre la relación de dependencia entre luz y oscuridad, entre iluminación y maldad, un modo de conocer hasta qué punto el runrún del tráfico, el aire acondicionado o —comprueban quienes residen cerca de centros de datos— nuevas instalaciones cuyo nuevo ruido zumbido sustituye al de las viejas industrias, perturban nuestra percepción, consiste en evadirse a lugares alojados de la contaminación sonora y lumínica.

En verano, visitamos el lago Saint Jean, situado 5 horas al noreste de Montreal, en Quebec. De origen glacial, el lago Saint Jean destaca por su extensión y por la miríada de pequeñas bahías e islotes que permiten a quienes lo recorren en canoa abstraerse de la civilización de nuestro siglo. Allí, nos desplazamos en canoa durante casi una hora para alcanzar iLoft, una cabaña moderna sobre un pequeño pontón con habitación solar y los utensilios esenciales para pasar un par de jornadas.

El mundo de noche (imagen de 1995, cuando Windows 95 y Microsoft Bob hacían irrupción)

En el vídeo realizado sobre la pequeña aventura familiar, se observa hasta qué punto acercarse hasta un lugar silencioso y ajeno a la luz artificial nos transporta a un mundo ya extraño para nosotros, donde domina el sonido de aves e insectos, y el agua parece mecer las reflexiones de una conversación que transcurre sin prisa, ajena al mandato de relojes y falsas eficiencias.