Realizar un largo viaje en avión con dos niños pequeño convierte lo que para muchos es un mero trámite en una aventura, especialmente si, como en nuestro caso, uno tiene dos años y medio y el otro apenas un mes. Si el viaje ha durado más de un día entre retrasos y cambio de vuelo, la experiencia se acumula en la dureza del jet lag.
Sea como fuere, me levanto de la cama el segundo día de mi estancia en San Francisco, a nueve horas de Barcelona, a las 3:41. Me dispongo ahora a escribir la entrada que intenté empezar ayer, sin demasiado éxito.
Por circunstancias familiares, atendemos a dos bodas durante este verano; una de ellas tiene lugar en Kauai, Hawaii, mientras que la segunda boda tendrá lugar ya en septiembre, en Chapel Hill, Carolina del Norte, un pequeño enclave universitario con tintes progresistas en uno de los Estados sureños más dinámicos.
El espíritu del Elvis surfero
Kauai es la isla de Hawaii donde Elvis Presley rodó la primera de sus tres películas ambientadas en el archipiélago, Blue Hawaii (1961), nunca considerada una gran película, aunque algunas de sus imágenes forman parte en el imaginario de la cultura pop (Elvis sobre una tabla de surf, o cantando al aire rodeado de chicas).
Además de cantar y posar con bañador y camisa hawaiana, un joven Elvis, recién llegado de su publicitado servicio militar en Alemania, interpreta a un guía turístico que acompaña a un grupo de chicas (cómo no) en una excursión a lo largo del río Wailua.
En Kauai también se rodaron los exteriores de El Mundo Perdido, debido a su espectacular orografía; o donde calles y accidentes geográficos hacen mención a Kamehameha (hasta hace poco, para mí sólo una reminiscencia a una conocida serie de animación japonesa), el Napoleón del Pacífico (1758-1819), quien invadió Maui en 1790 y 20 años más tarde subyugó al resto de islas de Hawaii.
Dos referencias que retrotraen a uno a la curiosidad de todo niño y adolescente siente por los dinosaurios, o a algunos momentos perdidos junto al televisor viendo series de dibujos animados con una dudosa moralina ética.
Viaje a Kauai desde San Francisco
Al encontrarme a cerca de dos horas al norte de San Francisco, partiremos en unas horas con una cierta antelación a la hora prevista del vuelo hacia el aeropuerto de la ciudad californiana, donde tomaremos un vuelo a Kauai, en el extremo occidental hawaiano, cuya forma se acerca a la de una verde -y volcánica- isla circular, de no ser por las pequeñas bahías y remansos que la hacen irregular.
Nos instalaremos al norte de la isla, en Hanalei Bay, una pequeña bahía que alberga la playa con el mismo nombre, para muchos una de las más espectaculares del mundo: desde ella se divisa una espectacular cornisa montañosa que se eleva hasta los 1.000 metros muy cerca del mar. Una localización selecta que, de encontrarse más cerca de Estados Unidos o Japón, sufriría las consecuencias más perversas del turismo masivo.
El haber nacido a la orilla del Mediterráneo, junto a Barcelona, y haber vivido durante los meses de verano de mi infancia las caravanas que se conformaban al sur de la capital catalana para acceder a las playas de Gavà y Castelldefels (chiringuitos donde se conocía al camarero, colillas de cigarrillos Ducados en la arena, al rico helado-helado y tantas reminiscencias veranoazulianas), mi idea de lugar idílico nunca estará relacionado con una playa desierta, lejana o exótica. La playa es una realidad metropolitana, caótica y domingueril, aunque tierna y llena de buenos recuerdos, con la que uno convivió durante los fines de semana de su infancia.
No obstante, visitar Kauai es una experiencia extraordinaria que quizá no se vuelva a presentar: el homo mediterraneus siempre volverá a la sopa del Mare Nostrum si lo que se quiere son unos días de playa, y no todos los días se presenta la necesidad de visitar un lugar tan alejado por un compromiso familiar.
Tan cerca, tan lejos
Pocos lugares aparecen tan remotos como los archipiélagos del Pacífico. No obstante, ni siquiera el atolón más recóndito de este océano está libre de experimentos, productos, restos de productos o directamente presencia humana.
El movimiento ecologista moderno tiene su origen en la creación de los primeros parques nacionales de Estados Unidos, aunque se consolida con las protestas que, a partir de los 60 realizan estudiantes e investigadores al comprobar el deterioramiento de enclaves hasta ese momento libres de contaminación, o carentes de fenómenos como la pesca abusiva, la realización de pruebas nucleares o la presencia de miles de toneladas de basura.
El mayor vertedero del mundo se encuentra en el mar, es ilegal y ha sido bautizado como Great Pacific Garbage Patch. Como una gigantesca sopa de plástico, millones de botellas, bolsas y otros restos plásticos flotan a la deriva al norte del Pacífico, en un área que ahora comprende el equivalente a dos veces el tamaño de Estados Unidos. Otros estudios hablan de una zona de basura flotante especialmente densa que cuenta con dos veces el tamaño de Francia.
La vasta extensión de basura flotante, una especie de séptimo continente de plástico, flota siguiendo la corriente en forma de gigantesco remolino, el North Pacific Gyre. Su extremo oriental se encuentra a 500 millas náuticas de la costa californiana y se extiende más allá de Hawaii, hasta prácticamente la costa japonesa, según los últimos datos obtenidos.
Botellas sin manuscritos
Durante los habituales episodios de tormentas y, sobre todo, cuando éstas se convierten en ciclones, las remotas y paradisíacas playas de un lugar tan alejado para nuestro imaginario de los aspectos más negativos de la civilización como Kauai, aparecen repletas de objetos plásticos. Y encontrar una botella de plástico en una hermosa playa del Pacífico carece del romanticismo de hallar un manuscrito en una botella.
Acaso sea un burdo recordatorio de que los “efectos colaterales” de nuestra civilización, como la creación de productos con materiales no biodegradables que no son convenientemente desechados y llegan a conformar un continente flotante en medio del Pacífico, deben ser afrontados por todos, desde el consumidor de todo ese plástico hasta las empresas, la clase política mundial y los legisladores.
Cuando Elvis rodaba Blue Hawaii a principios de los 60, la zona de convergencia subtropical del Pacífico Norte, área corrientes que repercute sobre la vida marina y el clima de todo el planeta en cuyo centro se encuentra este archipiélago, carecía la epidermis de plástico que ha convertido los mares de Kamehameha, Magallanes o Cook en un ponzoñoso lugar donde encontramos los residuos se acumulan en los estuarios más sucios de algunas megaciudades de países desarrollos.
Al lado de los millones de toneladas de plástico del Pacífico encontrados por el oceanógrafo Charles Moore y la agencia de estudios oceánicos y atmosféricos de Estados Unidos (NOAA) en los 80, las colillas Ducados que recuerdo poblaban la arena de algunas playas de la Barcelona metropolitana constituyen un mero anécdota del pasado.
Me dispongo a publicar esta entrada y a prepararme para el viaje a Kauai. Un lejano paraíso que nos recuerda que la basura que generamos no desaparece por arte de magia, con la facilidad con la que Elvis parece surfear en su escenario de cartón piedra.