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¿Salir a perder? Ser proactivos ante lo adverso, no reactivos

Hay dinámicas difíciles de resumir, pero perfectamente detectables, que recuerdan a esos equipos que salen a perder (ni si quiera a empatar, sino a perder de la manera menos humillante posible). Es la diferencia entre una estrategia «proactiva» ante la pandemia (Alemania) y otra «reactiva» (o correr a apagar fuegos, tarde y mal).

Me había resistido a escribir esta columna, pero una entrada de Martín Varsavsky en su bitácora personal me ha empujado a hacerlo. La entrada es dolorosa y provocadora, pues nos recuerda por qué Alemania ha vuelto a la normalidad mientras en países como Francia o España vuelve la carrera tras el virus.

Alemania habría logrado aplicar una estrategia «proactiva» desde el inicio, mientras otros se limitan a correr tras los problemas al hacer las cosas tarde y a medias, al haberse conformado, de manera consciente, con aplicar una estrategia «reactiva». Italia, ejemplo de «reactividad» y gestión caótica en la primera ola de la pandemia, parece haberse sumado a la proactividad de Alemania.

Un análisis en primera persona

¿Tiene razón el empresario e inversor hispano-argentino? Varsavsky conoce bien la realidad en Norteamérica, Europa y el Cono Sur (recordemos, Argentina padece una preocupante escalada de la pandemia, con 145.794 contagios y 4.261 fallecimientos anotados en las dos últimas semanas).

La entrada tiene el tono personal acostumbrado, si bien el análisis atina y la lectura de la realidad procede de la experiencia de primera mano. Como el propio Martín Varsavsky, yo mismo podría hablar de las impresiones personales, contrastadas con datos de la pandemia, sobre la situación de Estados Unidos, España y Francia, al haber estado en los tres lugares desde julio.

El contraste entre los países mencionados y lo que Varsavsky describe de Alemania debería hacernos reflexionar, sobre todo a quienes, en Madrid, creen que no hay que responsabilizar a nadie de que la ciudad vuelva a ser una vez más epicentro europeo de la pandemia.

Una vez los países europeos más afectados por la primera ola de infecciones y muertes de la pandemia de Covid-19 lograron controlar su expansión, las hospitalizaciones se redujeron, las camas de cuidados intensivos volvieron a ritmos pre-pandémicos y las muertes empezaron a contabilizarse por semanas y quincenas, tal era su reducción. Lo peor parecía haber pasado.

Qué ocurre (de nuevo) en Madrid

En este estado de cosas, en Europa occidental se actuó de dos maneras diferenciadas. Las administraciones locales y centrales, así como los responsables de la gestión sanitaria y de la pandemia, optaron por dos estrategias o, mejor dicho, por tener o no una estrategia, pues hay países —como España— que han desaprovechado el trabajo hecho antes del verano.

Los países que optaron por seguir con una estrategia fructífera, como Alemania, continuaron aplicándola. Consistía en aprovechar la tregua de infecciones para analizar qué había fallado en marzo y abril, de manera que la plausible segunda ola tuviera una evolución muy distinta, al aplacar las infecciones en origen gracias a pruebas masivas PCR con resultados en 24 horas y rastreo (real, no de nota de prensa o de comparecencia televisiva) de contactos. Italia se sumó a la estrategia de Alemania, como muestra la evolución de las infecciones hasta el momento.

Otros países, como España, Francia y Reino Unido, se han resistido a aprender sobre lo ocurrido en la primera ola de la pandemia, y han sido incapaces de trazar y contener infecciones en sus respectivos territorios, que vuelven a adquirir un carácter exponencial en lugares ya castigados en la primavera.

El caso de Madrid es especialmente descorazonador: a diferencia de Milán, la región española ha sido incapaz de aplicar una estrategia de prevención que evitara, de nuevo, el aumento exponencial de las infecciones y las restricciones de movimientos que afectan a más de un millón de personas, si bien el ritmo de contagio en la comunidad madrileña demandaría un estricto confinamiento si se siguieran las indicaciones de la OMS.

Sacar pecho sin conocer dinámicas complejas

Hace apenas dos semanas, abundaban los artículos condescendientes en la prensa española, que parecían congratularse de que, en esta ocasión, el elevado número de contagios no se estuviera traduciendo en niveles de hospitalizaciones y muertes similares a los de marzo.

Las extrapolaciones entre la primera y la segunda ola son engañosas y complejas, pues la ausencia de cualquier preparación y la situación sanitaria de marzo y abril impidió realizar pruebas a la mayoría de casos sospechosos o sintomáticos, como sí ocurre desde el verano.

Se la lleva George Best

Asimismo, factores diversos (eso que Johan Cruyff habría llamado «el entorno», el contexto que afecta cualquier situación compleja), desde la edad de los primeros infectados en la segunda ola a la existencia de una cierta inmunidad, pasando por una mayor preparación de las administraciones, la concienciación de la población de riesgo o el uso de métodos de prevención como mascarillas (entre otros supuestos), habrían incidido con el posible descenso de la gravedad de los casos, que debe tomarse con un grano de sal debido a la incapacidad para leer en el presente lo que puede ocurrir en apenas un par de semanas.

Sea como fuere, han pasado tres semanas desde que se prodigaran esos artículos que mostraban la diferencia de hospitalizaciones y muertes en relación con los casos registrados (medidas todas imperfectas, debido al muy analizado problema de la veracidad de muestras que no podrán extrapolarse con exactitud a toda la población), artículos a menudo congratulatorios. Algo parecía estar haciéndose bien en España, Madrid inclusive (donde las infecciones eran ya exponenciales, tal y como advertía la OMS).

La estrategia de Alemania no ha cambiado desde febrero

Acabamos septiembre con 1 millón de muertes por coronavirus en el mundo, con Francia y, sobre todo, España (de nuevo, con Madrid en cabeza) por una aceleración de los contagios, que superan los 10.000 diarios en ambos países. En las dos últimas semanas, España (algo menos de 47 millones de habitantes) ha registrado 1.407 fallecimientos asignados a la pandemia, por 711 de Francia y 337 en el Reino Unido.

Por el contrario, Alemania (83 millones de habitantes, más de 15 millones que Francia y Reino Unido, ambas con 66 millones de habitantes) registró 101 fallecimientos en el mismo período, mientras Italia (60 millones) logró contener el ascenso de contagios y muertes en septiembre y registró 218 muertes en las dos últimas semanas.

¿Cuál es la diferencia estratégica entre Alemania (e Italia), por un lado, y España, Francia y Reino Unido, por otro? La diferencia en los mayores países por población de Europa occidental, los cuales se asemejan en patrones de desarrollo y movimientos de personas y mercancías, parte de una actitud ante la pandemia. Factores como la edad de la población o la covivencia intergeneracional jugarán un rol, como lo hace la movilidad, pero los países mencionados son suficientemente similares como para obviar estas diferencias entre ellos.

Alemania optó por tener una estrategia proactiva (por prepararse y no bajar la guardia desde el inicio, al fin y al cabo), e Italia se sumó a esta misma estrategia tras aprender la dura lección de la primera ola de Covid-19 en el continente, que convirtió al país transalpino en símbolo de las limitaciones europeas en gestión sanitaria a gran escala.

En cambio, España, Francia y el Reino Unido mantienen una ausencia de estrategia o, en el mejor de los casos, se conformar con la estrategia del equipo de bomberos que, mejor equipado, preparado y concienciado que en la última ocasión, se conforma con acudir antes y con más medios al mayor número de incendios posible.

Ser proactivo vs. ser reactivo

Esta estrategia es «reactiva» y corre tras el problema una vez lo que podría haber sido prevención se ha transformado en caos. Y qué puede haber más caótico que una transmisión viral comunitaria que no ha sido controlada de origen.

Podemos establecer dos analogías en las dos estrategias que analizamos —o, si queremos, en la estrategia de Alemania, en comparación con la ausencia de estrategia en los otros países grandes de Europa occidental—:

  • Alemania e Italia se habrían concienciado para, sin bajar la guardia en ningún momento pero sin obsesionarse, detectar los casos de contagio y aplicar un protocolo de manera expeditiva a continuación, consistente en hacer pruebas PCR (con resultados en 24 horas) a toda la comunidad donde se han registrado casos y aislar a los casos sospechosos y positivos;
  • los otros países analizados, poseedores de las mismas pruebas PCR y de similares capacidades administrativas y de capacidad organizativa, habrían optado por relajar las recomendaciones de la OMS y, en lugar de optar por la estrategia machacona de las pruebas y el seguimiento reales, habrían preferido dejar que la transmisión de unos casos se convirtiera en transmisión comunitaria.

Y, una vez se produce la transmisión comunitaria, las acciones recomendables para evitar la catástrofe (aumento exponencial de contagios, con el consiguiente aumento de hospitalizaciones, colapso de UCIs y fallecimientos que podrían haberse evitado) tienen mayores consecuencias sobre la vida cotidiana de la población afectada y sobre la economía, pues sólo los confinamientos pueden lograr un efecto real y cuantificable que evite la dispersión de los focos de contagios.

Durante el verano, perdimos la oportunidad de abandonar una cultura «reactiva» (correr tras los problemas una vez es demasiado tarde, tal y como ocurre con la gestión de fuegos descontrolados si no se ha rozado el exceso de combustible durante el invierno) y sumarnos a la cultura «proactiva»: avanzarnos al problema.

La nueva normalidad puede ser normal

Aprender a pescar en lugar de perder los nervios apagando fuegos tiene, asimismo, sus dolorosas paradojas. Tal y como han constatado las autoridades alemanas, desde la canciller hasta el último responsable sanitario de sector, el éxito en el combate de una pandemia lleva a una fracción de la población a considerar que, como no ha ocurrido nada grave, los gestores de la pandemia habrían «sobreactuado».

El éxito se convierte en crítica cínica y no en reconocimiento, aunque da la sensación de que los gestores serios no lo son para recibir loanzas y reconocimientos de hooligans en redes sociales. Ni Angela Merkel ni Christian Drosten, una de las caras públicas de la lucha contra la pandemia en Alemania, basan sus decisiones sobre virología y crisis sanitarias en las teorías conspirativas más populares de cada momento en las redes sociales.

En su entrada (en inglés), Varsavsky narra las sensaciones de un periplo familiar desde Baleares hasta Alemania. Su mujer es alemana, explica, y la familia ha decidido pasar una temporada en este país como oportunidad y experiencia educativa para todos:

«Dejamos Menorca llorando y afectados por tener que dejar nuestra propiedad en una isla que tanto amamos. Viajamos en barco y coche para que la transición no fuera tan repentina, sino más bien la terapia de una semana; queríamos emular los tiempos en que la gente se concedía tiempo para viajar. Pero ahora estamos aquí [en Alemania] y el estado de ánimo ha pasado de sombrío a emocionado.

«Si vives en Estados Unidos, España, Francia o Reino Unido, no creerías lo que se siente en una Alemania apenas golpeada por la Covid. Estar aquí es lo más parecido a residir en el mundo post-pandémico que uno espera ver algún día en otros países. Hoy sábado, los restaurantes y los parques están llenos, todo el mundo socializa y casi nadie lleva mascarillas en el exterior (si bien lo hace al entrar en una tienda o en el transporte público). Además, a nadie parece importarle la transmisión de Covid en superficies (…)».

Interiorizar una mentalidad

Imaginamos, o incluso hemos visto imágenes parecidas (que no conducen al peligroso aumento del contagio comunitario, se entiende) en otros lugares. En nuestro caso, al retornar de Estados Unidos a inicios de agosto, dejamos un aeropuerto JFK de Nueva York totalmente cerrado y afectado por el miedo de la transmisión comunitaria (y, antes una escena similar en San Francisco) para aterrizar en Ámsterdam, donde tiendas, bares, restaurantes y actitud de la gente habían vuelto a niveles de normalidad previos a la pandemia.

Leer estas líneas de Varsavsky no nos hace reflexionar más de la cuenta ni nos acongoja. Pero no podemos restar impasibles cuando, una vez más, asistimos a la evidencia, al porqué de la diferencia actual de la vida cotidiana en Alemania y en otros países europeos.

La mentalidad «proactiva» se ha instalado en unos lugares, mientras en otros lugares preferimos encomendarnos a los dioses y, erre que erre con la estrategia «reactiva», prepararnos para apagar los incendios una vez los focos sean demasiado grandes como para seguir con la inercia pre-pandémica:

«¿Cuál es el secreto del éxito alemán contra la Covid? No es que los alemanes mantengan su distancia, o al menos este no es el caso en el bullicioso Berlín. En efecto, se besa y se abraza menos que en la Europa latina, pero en mi opinión esto no es lo más decisivo a la hora de parar la pandemia.

«Lo que veo que contrasta con muchos otros países son dos líneas de defensa contra el Sars-CoV-2. La primera tiene lugar en la frontera: pruebas PRC rápidas y gratuitas para todos los que entran en el país, con resultados en 24 horas. La segunda es que, cuando encuentran un caso positivo, tienen listo un batallón de rastreadores preparado para hacer pruebas a todos los contactos y detener la propagación. No permiten que se produzca el crecimiento exponencial que tiene lugar en tantos otros países».

Analogías

En definitiva: Alemania, con 83 millones de habitantes, aplica desde febrero de 2020 el mismo protocolo que tan buenos resultados ha dado en varios países asiáticos… y africanos. Porque, recordemos: el África subsahariana está evitando el crecimiento exponencial de la pandemia en la región. ¿Suerte? ¿Medios? Más bien resiliencia. Proactividad. Experiencia. Evitar jugar a la defensiva. Tanto que agrada el fútbol en Europa y las Américas y, en ocasiones, nos cuesta tanto construir e imaginar analogías…

Podemos tener la tentación de eludir el peso de las reflexiones del empresario hispano-argentino, que inciden sobre la información que muchos hemos analizado en las últimas semanas.

Lo duro no es constatar lo fácil que resulta caer en una estrategia reactiva, sino observar que, como en las parábolas de la literatura desde Hesíodo hasta nuestros días, hay quienes confunden la incapacidad para aprender de errores pretéritos (incluso cuando existen todos los incentivos para ello) con un fatalismo antiguo tan próximo a la superstición (la maldición de los dioses) que roza lo cómico o lo conspirativo.

Mentalidad y entropía

En una crisis sanitaria, hay que demandar gestión y compromiso entre la población, pero también entre los responsables de transformar viejas inercias «reactivas» en los métodos «proactivos» que varios países asiáticos, Canadá o países europeos como Alemania o Grecia (o, en la segunda ola de la pandemia, Italia hasta el momento), han logrado implantar.

Parece que cueste entender que es la incertidumbre causada por el virus y el aumento de la posibilidad de contagio lo que realmente afecta la economía y el consumo, y no las medidas severas que hay que aplicar a regañadientes una vez no se han realizado como se debieran las tareas de prevención, detección de casos positivos y rastreo de posibles contagios.

Cuando la política se impone a la (buena, proactiva) gestión sanitaria, el desastre está servido, como se observa en España, Francia, Reino Unido y Estados Unidos.

En una pandemia, como en una ola de incendios que se repite anualmente, no se puede salir a perder. Tomar la iniciativa es la única oportunidad para no abandonarse al agotamiento derivado de correr detrás de un fantasma revestido de entropía y complejidad.