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Sobre el hombre más feliz del mundo y su filosofía de vida

El hombre más feliz del mundo según la neurociencia no es un superhéroe, ni la persona más rica del mundo, ni la más afortunada, sino un inquieto científico francés que ha practicado una filosofía de vida durante décadas, usando técnicas como la meditación.

El resultado: su cerebro emite las señales relacionadas con el bienestar más intensas jamás registradas en un cerebro. Su bienestar, medido en felicidad en términos neurológicos, sugiere la existencia de una relación todavía más estrecha de lo esperado entre nuestra actitud vital.

Trucos del hombre más feliz del mundo: aprendizaje continuo y filosofía de vida

El hombre más feliz del mundo -que conozcamos- se llama Matthieu Ricard, tiene 66 años, el hijo de un intelectual libertario francés y una pintora abstracta, y coautor del libro The Monk and the Philosopher (2000). En su biografía, destacan dos acontecimientos:

  • es un científico especializado en genética molecular;
  • ha practicado durante las 3 últimas décadas, la mitad de su vida, una filosofía de vida exigente que aboga por la meditación: el budismo zen.

Poco después de obtener su doctorado en genética molecular en el Instituto Pasteur de París en 1972, se mudó a la India a estudiar budismo, donde se convirtió en monje; desde entonces, su formación científica y relación íntima con la meditación le situaron en una posición de privilegio para ayudar, como investigador y a la vez como objeto de estudio, en los efectos de la meditación a largo plazo.

Meditación y bienestar

Como científico dedicado al cultivo introspectivo, Matthieu Ricard participó, conjuntamente con centenares de personas, en un estudio de la Universidad de Wisconsin sobre la incidencia de la meditación en nuestro devenir.

Como parte del estudio, el neurocientífico Richard Davidson colocó 256 sensores en el cráneo de Ricard para registrar distintos indicadores; los resultados sorprendieron a los conductores de la investigación.

Los escáneres mostraron que, cuando medita, el cerebro de Matthieu Ricard procuce un nivel de ondas gamma (no confundir con rayos gamma) -relacionadas con la conciencia, atención, aprendizaje y memoria- nunca antes registrado por la literatura neurocientífica, según Davidson.

Se registró, asimismo, una actividad desmesurada en el córtex prefrontal izquierdo, en comparación con su homólogo derecho, lo que otorgaría a Ricard una capacidad desproporcionada al bienestar y una reducida propensión a la negatividad.

Un entorno estimulante y un aprendizaje introspectivo

Matthieu Ricard es, de momento, el hombre más feliz del mundo que se haya prestado a realizarse un exhaustivo escáner cerebral.

El estudio de la Universidad de Wisconsin demuestra que, incluso al ser comparado con otras personas que meditan, la actividad cerebral de Ricard sigue sobresaliendo por sus indicadores sobre capacidad de raciocinio y pensamiento positivo.

Ricard creció en un entorno estimulante, asistiendo a veladas que le exponían a ideas y retos intelectuales constantes; todavía en su juventud no se conformó con una educación reglada, sino que indagó en busca de una filosofía de vida coherente con su idiosincrasia; desde entonces, ha meditado a diario.

Conocernos más y apreciar lo que tenemos

La historia de Matthieu Ricard sugiere que tener una filosofía de vida coherente, tal y como era entendida por la sociedad clásica o religiones orientales como el budismo y el taoísmo, puede hacernos más felices.

La idea, planteada por las distintas escuelas filosóficas, consistía en perfeccionar el arte de vivir usando la introspección y apreciando lo que uno tiene.

Las filosofías de vida clásicas occidentales más interesadas con enseñar un “arte de vivir” coinciden, en esencia, con sus equivalentes orientales: en esencia, el estoicismo, por ejemplo, define el bienestar duradero y describe cómo obtenerlo de un modo muy similar al budismo zen, como sostiene William B. Irvine en A Guide to the Good Life.

Sócrates, o posteriormente Aristóteles y quienes destilaron o simplificaron su ideal de felicidad a través del cultivo interior o eudemonía (Zenón de Citio, Séneca, Epicteto o Marco Aurelio, entre otros), buscaban lo mismo que budismo, taoísmo y confucianismo, usando herramientas similares.

Actualizando la liturgia de las filosofías de vida

Socráticos, eudemonistas o estoicos (además de otras corrientes más radicales, como los cínicos), enseñaban a sus discípulos a alcanzar la “felicidad” (unos la llamaban bienestar; otros, tranquilidad; otros autorrealización) usando un único método: el cultivo interior perseverante.

A través del cultivo interior, visto como virtud (sólo el conocimiento acercaba a la autorrealización, sostenía Sócrates), el individuo puede analizar la realidad usando la razón. Los impulsos, tan humanos, respondían según los filósofos clásicos a motivos simbólicos, una explicación metafísica que, en la actualidad, puede sustituirse por conocimientos científicos.

Si estoicos, o budistas zen, achacan nuestros comportamientos impulsivos a mitos procedentes del momento histórico en que se forjaron, ello no desmerece los mecanismos racionales que usan para su corpus.

Guía de la buena vida

Estas y otras filosofías de vida ofrecen una guía de la buena vida introspectiva, que no promete más que el conocimiento interior de uno mismo y, a través de éste, una mayor autosuficiencia y, por ende, un bienestar prolongado, no dependiente de condiciones externas cambiantes y a prueba de altibajos.

Se ha especulado acerca del intercambio de ideas, a través de culturas intermediarias y de las rutas que conformaron el Camino de la Seda, entre las grandes religiones orientales, el zoroastrismo persa y tanto las filosofías de vida grecorromanas como ideas expuestas también por las religiones abrahámicas y sus corrientes más introspectivas, a menudo heréticas, como el gnosticismo.

Por ejemplo, el concepto de bienestar duradero o “tranquilidad”, objetivo del individuo mencionado por los estoicos de la época romana, como el esclavo de origen griego Epicteto, el notable cordobés Séneca o el emperador Marco Aurelio, logrado a través del conocimiento interior, la práctica de la virtud (usar la razón y evitar el impulso, apreciar lo que uno ya tiene) y la vida de acuerdo con la naturaleza, inspiró a los teólogos cristianos, que consideraron muchas de las ideas estoicas “suyas”.

Los primeros tratados de autoayuda

Tertuliano, por ejemplo, cita a Séneca como “saepe noster” (“a menudo, uno de los nuestros”), lo mismo que San Agustín; ambos tomaron obras de Séneca como Cartas a Lucilio y las usaron como base de sus tratados y disquisiciones.

Cartas a Lucilio se convirtió, desde antes de que el cristianismo arrinconara al estoicismo como filosofía de vida predominante entre las clases educadas romanas, en un una especie de libro de autoayuda. Su estructura expositiva, sencilla y efectiva, similar a la de un ensayo o tesis actuales, sería usada por teólogos y filósofos del Renacimiento y la Ilustración para exponer de un modo racional y convincente, pero también inteligible, grandes ideas y tratados. Es el caso de los ensayos del humanista Montaigne.

La principal diferencia formal entre la tradición oriental y la occidental es, explica William B. Irvine, el envoltorio: el socratismo y sus derivados, como el eudemonismo y el estoicismo, aportan una explicación racional para el cultivo de la virtud y evitan el corsé metafísico y las formalidades que conlleva la práctica de ritos; budismo zen, taoísmo, hinduismo o confucianismo, por el contrario, obligan a una práctica concreta, una “creencia” con una base irracional.

La elección de un profesor de filosofía

Es precisamente la vocación racional de las filosofías de vida que parten de la idea socrática de la autorrealización a partir de la introspección, el trabajo perseverante y el control de los impulsos, lo que llevó al profesor de filosofía y ensayista William B. Irvine a decantarse por el estoicismo y descartar el budismo zen.

Durante su investigación para escribir el ensayo Guía de la buena vida, William B. Irvine estudió lo que las principales religiones decían sobre el deseo: cómo controlar -o poner de nuestro favor- nuestra tendencia a obtener una gratificación instantánea con el menor esfuerzo posible.

Cristianismo, hinduismo, taoísmo, sufismo y budismo (sobre todo el budismo zen) fueron las religiones estudiadas. Algunas de ellas, como el cristianismo y las otras dos grandes religiones abrahámicas, optan por esconder, explicar a medias, tamizar, reprimir el deseo, que se convierte en pecado punible, pero no ofrecen mecanismos para aprender a controlarlo y, por tanto, disfrutar de los pequeños placeres sin obsesión ni pérdida de los grandes objetivos vitales.

Impermanencia

Los consejos de las filosofías de vida clásicas para dominar el deseo y entender su funcionamiento, así como los de varias religiones -el budismo zen descartado por Irvine, por ejemplo- son coherentes con los hallazgos neurocientíficos de las últimas décadas.

Estoicismo y budismo (o taoísmo y confucianismo) exhortan al individuo sobre la importancia de la naturaleza transitoria del mundo que nos rodea, una impermanencia que nos hace frágiles y mortales, pero también nos ayuda a apreciar los pequeños placeres de cada instante, y aleja al individuo de lo que la filosofía moderna ha llamado adaptación hedónica (también rueda hedónica o “hedonic treadmill“): una carrera adictiva por la obtención de cosas externas que dejamos de desear una vez las hemos alcanzado, sustituyendo este anhelo por uno nuevo.

Tanto las filosofías de vida clásicas como las orientales se conforman con sintetizar la intuición de Sócrates y Lao-Tsé, ideas de dos personajes introspectivos, proto-libertarios que expusieron hace 2500 maneras para, a través del cultivo interior, sin el uso de fortunas ni poderosas herramientas ajenas al cuerpo y la mente de uno mismo, lograr la autorrealización (o felicidad, o tranquilidad, o bienestar duradero).

Las fuentes: Sócrates y Lao-Tsé

Del pensamiento socrático surgen las filosofías de vida clásicas, mientras que Lao-Tsé, con su obra Tao Te Ching, es su equivalente en la cultura oriental.

El truco del bienestar duradero consistía, dicen estas distintas tradiciones en ser conscientes de las emociones negativas y, a través del pensamiento racional y la fuerza de voluntad, contrarrestarlas o “anularlas” con emociones positivas.

Para ello, es necesario avanzar a cada instante en la introspección: aprender sobre uno mismo y sobre lo externo (vivir acorde con la naturaleza, decían los estoicos), para, contentos con la vida que se vive, evitar los cantos de sirena de la gratificación instantánea, optando por los resultados a largo plazo (gratificación aplazada).

¿Cómo se logra, como pretenden estoicos y budistas zen, entre otros, estar satisfecho con la persona que somos, vivamos la existencia que vivamos? No consiste en comprarse -ni en vender- un Ferrari, ni tiene que ver más que con un conjunto de técnicas o herramientas.

Configurar una caja de herramientas propia

Epicteto habla sobre la naturaleza de la caja de herramientas de los estoicos, al alcance de cualquiera y, según William B. Irvine, tan útil ahora como hace 2000 años:

“La filosofía no promete asegurar nada externo al hombre: en otro caso supondría admitir algo que se encuentra más allá de su verdadero objeto de estudio y materia. Pues del mismo modo en que el material del carpintero es la madera, y el del escultor, bronce, el objeto del arte de vivir es la propia vida de cada cual”.

Sócrates creía que el cultivo introspectivo (el conocimiento, aprender con mayúsculas, mantener la curiosidad durante toda la vida) es la condición suficiente para la “buena vida”.

Para Sócrates, el conocimiento equivalía a virtud y, por tanto, la virtud puede ser enseñada; y aprendida. El eudemonismo, o el uso de la razón, conducían a la vida virtuosa. Posteriormente, corrientes como el cinismo y el más moderado estoicismo propondrían técnicas concretas para autorrealizarse.

Manual de sentido común intemporal

Entre las propuestas por el estoicismo para aprender a vivir:

  • practicar la visualización negativa (ser conscientes de que lo que tenemos es transitorio y debemos apreciarlo);
  • cultivar nuestros pensamientos y vida interior (introspección) para no depender de lo externo (ir de compras, conseguir éste o aquél antojo o achaque impulsivo);
  • conocer el fatalismo de la existencia: no podemos cambiar el pasado; avanzamos con el universo y no podemos cambiar lo acaecido, sino lograr que nuestros deseos se ajusten a los eventos y, dentro de lo posible, afectar el resultado de los eventos futuros (ir contra la naturaleza o el “tao”, en terminología oriental, es contraproductivo);
  • aceptar, y dominar el placer, ya que de su control cotidiano dependerá nuestro bienestar duradero;
  • reflexionar a diario sobre nuestra existencia (“meditar”, dirían las religiones orientales);
  • escoger a buenos compañeros de travesía vital para evitar las malas influencias;
  • aprender a relacionarnos con otros manteniendo la “tranquilidad”, optando por comportamientos racionales en lugar de instintivos;
  • aprender a reaccionar ante situaciones explosivas (insultos, dolor, rabia) con indolencia e incluso compasión;
  • evitar espejismos y superficialidades como la vanidad o la “fama”;
  • no perseguir la vida lujosa como un fin en sí mismo, ni perseguir la ortodoxia cínica, contrarios a cualquier comodidad;
  • aprender a diario a envejecer (y a morir, ya que no es una enfermedad, sino el fin de nuestra vida).

Hay estoicos que no saben que lo son

Echando un vistazo a este listado resumido de prácticas estoicas, en las que profundizaron Zenón de Citio, Musonio, Epicteto, Séneca y Marco Aurelio, entre otros, muchos conocemos a personas, en ocasiones poco duchas o viajadas en apariencia, cuya rica experiencia y actitud vitales les han convertido en estoicos practicantes sin siquiera saberlo.

El budismo zen y el resto de la tradición oriental aboga por la meditación, así como por una liturgia en ocasiones compleja, que a menudo no aguanta el análisis racional y el del sentido común de cualquier individuo contemporáneo con la naturalidad que lo hacen filosofías de vida como el estoicismo.

Pensadores como John Cowper Powys en plena Gran Depresión, cuando escribía en su ensayo A Philosophy of Solitude, entre otros, han invitado a sus coetáneos a cultivar una filosofía de vida, combatiendo así el fantasma del gregarismo con la práctica de la introspección.

Las filosofías de vida aportan consistencia, sosiego, bienestar

Sea usando las técnicas poco litúrgicas y racionales, plagadas de sentido común, por que aboga el estoicismo, o a través de la meditación y los hábitos del budismo zen (ver sección de comentarios para participar en una pequeña controversia sobre esta aseveración) o el taoísmo, las filosofías de vida, aplicadas con serenidad y consistencia, nos hacen más felices.

Quienes esperaban un veredicto científico más concluyente, que fuera más allá de las reacciones químicas producidas por prácticas relacionadas con las filosofías de vida como la meditación y el ejercicio periódico, pueden incluir en la literatura sobre la temática la felicidad, cuantificada en ondas gamma, del neurólogo budista Matthieu Ricard, el hombre más feliz del mundo que sepamos hasta ahora.

Un consejo de Sócrates para cultivarse a diario: “Emplea tu tiempo en la mejora de ti mismo a través de los escritos de otros, para dilucidar con facilidad lo que otros han trabajado duro para obtener”.

Al fin y al cabo, como dice la neurociencia, experimentamos lo acaecido en los libros.