Hace un año y medio, recuerdo haber vuelto en un instante a mi infancia, cuando hacer cabañas, ver a Félix Rodríguez de la Fuente y leer cómics y libros de mi hermano mayor, mantenían en mi imaginación viva la llama de que el mundo continuaba siendo un universo plagado de tierras incógnitas por explorar.
Por supuesto que existían pueblos humanos que nunca habían sido contactados, y quizá hubiera espacio en algún remoto desfiladero de la Patagonia, Kamchatka, Siberia, Alaska, la Amazonia o el África tropical para que megafauna hasta entonces desconocida por la ciencia habitara, sin ser molestada por la civilización o por los directores de documentales, dibujantes de cómics y otros representantes del mundo civilizado capaces de mediar con un pre-púber ávido de aventuras.
Huevos de dinosaurio
Recuerdo también mi decepción al leer que el legado genético de los dinosaurios en la Tierra había ido a parar a las aves actuales, cuyo tamaño, por alguna razón, no impresiona a un niño humano.
No es para nada duro que tu hermano mayor te explique que los reyes son los padres, ya que siempre lo habías intuido, pero resulta traumático averiguar que las gallinas de tu abuelo son descendentes remotos del Archaeopterix; por no mencionar a su majestad el Rex, en paz descanse.
La pasión por conocer datos concisos sobre los dinosaurios -hay niños que discuten más apasionadamente que muchos paleontólogos sobre la posibilidad que los dinosaurios hubieran tenido la sangre caliente, a diferencia de otros reptiles- desciende a medida que la edad va creando esa película, primero fina, luego más dura que el ámbar prehistórico, de desafección por los sueños primigenios que el joven corazón infantil persigue con hambre verdadera.
Decía haber vuelto a entender la metáfora que García Márquez deja en la primera página de Cien años de soledad, cuando compara las piedras del río con huevos de dinosaurio (algo que sólo se puede evocar si se ha sido primero un niño aventurero), al leer una mención en Slashdot, que me teletransportó a los años de credulidad, cuando el mundo albergaba tierra incógnita.
Los últimos no contactados
Decía así: “una tribu de gente aborigen del territorio fronterizo entre Perú y Brasil ha sido fotografiada por primera vez desde el helicóptero. Las imágenes muestran chozas en un pequeño pueblo y gente pintada con motivos rojos y mostrando sus lanzas al helicóptero.
El equipo que publicó las fotos, de Survival International, trabaja para acabar con la tala ilegal, con el fin de proteger a los pueblos indígenas no contactados que viven allí. La organización estima la existencia de 100 grupos no contactados en todo el mundo, aproximadamente la mitad de los cuales vive en la cuenca del Amazonas”.
Recordar que existen pueblos humanos que todavía no han sido contactados por la sociedad de la información resulta, como poco, sorprendente. En la era de Google Maps y Google Earth, organizaciones como Survival International intentar evitar lo que parece inevitable: que las estimadas 100 tribus “no contactadas” permanezcan ajenas a la tala ilegal, la minería, la prospección petrolífera, la construcción de infraestructuras, las grandes explotaciones agrarias o, también, el turismo.
La maquinaria evangelizadora
Tras leer el breve de Slashdot y estudiar las fotografías de la tribu publicadas en The Guardian (merece la pena echarles un vistazo), me invadió el mismo resquemor que un niño percibe al comprender que sus padres son falibles, o que los dinosaurios nunca volverán: ¿cuánto tiempo pasaría hasta que intereses de algún tipo procedentes de la “civilización” (incluido el turismo) contactaran con este y otro pueblo? ¿Ha cambiado nuestra actitud, pensaba en aquel momento -como dejé constancia en unas notas-, desde los tiempos de la evangelización de “salvajes”?
¿Tenemos el derecho a “despertar” a estas tribus? ¿Qué dice la Declaración Universal de los Derechos Humanos al respecto? Nada concreto, pese a que sus artículos universales pueden adaptarse en esencia a un problema como el de las tribus aborígenes no contactadas. Y, si lo dijera -pensé-, estamos acostumbrados a saltarnos esta y otras normas según nos interese.
Aún me puse de peor humor al no tener una respuesta clara ante este y otros retos que nos han estallado a los jóvenes adultos del mundo, los que andaremos por aquí en plenas facultades durante las 3 próximas décadas.
Pensé en lo patético que resulta que sólo sea algún artista concienciado de turno, como Sting, el que de vez en cuando se fotografíe en Londres o en cualquier otra capital civilizada con la presencia de representantes de pueblos aborígenes de la Amazonia o cualquier otro lugar.
Esa rueda de prensa da lugar a una reseña en Reuters. Vagos, periodistas durmientes, becarios, blogueros y otras criaturas que han hecho del cortar y pegar un arte copian la reseña de Reuters o la agencia de turno. Con un poco de suerte, la reseña foto o noticia provocará algún sentimiento de ternura en el consumidor de la información. Poco más.
De modo que aquellas notas dieron como fruto un correo electrónico que envié a un grupo de personas -ninguna pareció interesada en seguir la conversación- y la más que borrosa intención de escribir algo al respecto. Hasta hoy.
Según las mismas notas, ahora recuperadas, pensaba en mayo de 2008 sobre este tipo de campañas de concienciación y sobre su utilidad real.
Por un lado, dar a conocer un grupo de aborígenes que nunca ha sido contactado a la opinión pública mundial difunde los riesgos, no sólo naturales, que actividades como la tala ilegal o la prospección minera y petrolífera pueden suponer para pueblos humanos remotos.
Por el otro, abre la veda pública a un nuevo fenómeno global: el turismo “ecológico”, a menudo relacionado con el turismo de aventura.
En el siglo XXI, un creciente número de turistas no se conforma con visitas culturales o avistamientos de animales en parques naturales. Las nuevas fronteras se parecen a las de los legendarios exploradores: visitar la Antártida, realizar recorridos por Groenlandia, escalar el Everest, visitar la Amazonia o… Visitar zonas que hasta ahora habían permanecido ajenas al imaginario colectivo global.
El turismo como avanzadilla de la “civilización”
El despertar global de las conciencias acerca de la fragilidad del mundo tiene mucho que ver con la personalización de las amenazas: ahora un creciente grupo de habitantes del planeta ha oído hablar al menos de la acelerada extinción de especies a la que asistimos, o de la deforestación, la contaminación, el fenómeno del cambio climático provocado por el hombre, la disminución de la capa de ozono y otros fenómenos que ponen en riesgo el mundo tal y como lo conocemos y que dejaremos como legado a nuestros descendientes.
Entre los principales factores que han causado los mencionados cambios casi nunca aparece listado un fenómeno global: el turismo. Si hace décadas viajar por todo el mundo estaba al alcance de una pequeña élite cosmopolita compuesta a lo sumo por cientos de miles de personas, el turismo se consolida en los últimos años como una fuente de ocio al alcance de las clases medias no sólo de los países ricos, sino de las economías emergentes. Ya no se trata de centenares de miles, sino de centenares de millones de personas en todo el mundo.
Vivimos en el centro de Barcelona y, por este motivo, *faircompanies es sensible al fenómeno del turismo. Las grandes metrópolis turísticas europeas, como las del resto del mundo, han visto cómo el turismo aportaba riqueza, intercambios culturales y de ideas -en ocasiones disruptoras-, y convertía barrios degradados en imanes de cosmopolitismo.
El turismo, cuando se convierte en un fenómeno masivo, no obstante, puede transformar un lugar para siempre, a veces difícilmente para mejor. Si, como dice un amigo, es tan difícil comer una pasta decente, de trattoria de toda la vida, en toda la ciudad de Florencia, es precisamente porque la urbe toscana se ha adaptado tanto a los gustos de sus visitantes que quizá haya perdido parte de su carácter local primigenio.
Nada más peligroso que la homogeneización provocada por el turismo masivo. Algo que Carlo Petrini y el movimiento al que dio nombre anglosajón, Slow Food, somatizaron con un intento de conservación de sabores gastronómicos primero, todo tipo de experiencias después, que se estaban desvaneciendo para siempre.
¿Puede el turismo ser “eco”? Peligros y esperanzas del ecoturismo
El ecoturismo o turismo ecológico ha sido definido como una modalidad de ocio en la que se visitan áreas frágiles, impolutas y a menudo protegidas, llevada a cabo con la intención de causar el mínimo impacto posible: restricción del número de visitantes, de códigos de conducta respetuosos muy definidos y otras políticas.
Según la misma idea, el turismo ecológico ayudaría a educar al viajero, que aprendería a visitar lugares de un modo más respetuoso, algo que aplicaría a lo largo de toda su vida; beneficiaría directamente en desarrollo económico y daría fuerza política a las comunidades locales, a menudo carentes de nociones básicas de derecho internacional; y fomentaría el respeto a la singularidad cultural y los derechos humanos.
Pese a que carece de una definición inequívoca, el ecoturismo pretende ser respetuoso con el medio ambiente y ayudar la conservación cultural y medioambiental de lugares a menudo remotos o alejados de los grandes centros económicos y de poder.
Personas que han aportado definiciones sobre ecoturismo, como Martha Honey, relacionan esta modalidad de turismo con individuos ecológica y socialmente conscientes, al tratarse de experiencias que suelen combinarse con el voluntariado, el aprendizaje personal o la investigación de nuevos métodos menos agresivos de vivir con un cierto bienestar, sin por ello generar un gran impacto ecológico.
El ecoturismo suele estar relacionado con la visita a lugares donde la flora, la fauna y la particularidad cultural son las principales atracciones, lo que entraña un riesgo per se: si el turismo ecológico quiere preservar la flora, la fauna y la herencia cultural de un enclave determinado, ¿constituye su presencia, por muy limitada en número e impacto que sea, el mejor modo de garantizar su conservación?
Alan Randall, investigador de la Ohio State University, expone que el ecoturismo responsable incluye programas que minimizan los aspectos más negativos sobre el medio ambiente del turismo convencional y refuerza la integridad cultural de las poblaciones locales.
Además de servir como evaluación de los factores culturales y medioambientales de un territorio dado, Randall cree que una parte integral de esta modalidad consistiría en la promoción del reciclaje, la eficiencia energética, la conservación del agua y la creación de oportunidades para las comunidades locales.
Las 7 supuestas características del ecoturismo
Por ecoturismo se entiende, según una definición de 1990 de la Sociedad Internacional de Ecoturismo (TIES en sus siglas en inglés), al “viaje responsable a áreas naturales que respeta el entorno y mejora el bienestar de la gente local”.
Martha Honey añade a esta definición 7 características básicas (explicadas en su libro dedicado al turismo y el desarrollo sostenible) que dene cumplir, según ella, el turismo ecológico:
- Incluye el viaje a destinos naturales.
- Minimiza el impacto.
- Contribuye a la concienciación medioambiental.
- Proporciona beneficios económicos directos para fines de conservación.
- Proporciona beneficios financieros y mejoras para los lugareños.
- Respeta la cultura local.
- Apoya los derechos humanos y los movimientos demográficos.
Otros autores creen que el ecoturismo debería satisfacer varios criterios adicionales:
- Conservación de la diversidad biológica y cultural a través de la protección de ecosistemas.
- Promoción de un uso sostenible de la biodiversidad, proporcionando trabajo a las poblaciones locales.
- Compartir beneficios socio-económicos con las comunidades locales y los pueblos indígenas, logrando su consentimiento informado y participación en la gestión de empresas de ecoturismo.
- Turismo que respete los recursos naturales sin explotar, con un impacto mínimo sobre el medio ambiente.
- Minimización del propio impacto medioambiental del turismo.
- Precios asequibles y comportamiento frugal, carente de lujos.
- Promoción de la cultura, flora y fauna locales como principales atracciones.
Para el investigador y consultor sobre turismo ecológico africano Ole Kamauro, el riesgo de convertir los principios del turismo ecológico en un mero tratado de intenciones o, peor aún, en engaño comercial premeditado (“greenwashing” o engaño verde) ha sido comprobado en varias zonas del mundo.
Kamauro hablaba en East African Business Week sobre el impacto cultural negativo derivado de la creación de grandes parques naturales y reservas en África.
El 70% de los parques en el este africano se concentran en la tierra ancestral de los Maasai, un pueblo semi-nómada dedicado durante milenios al pastoreo. Los parques, que han tenido un impacto innegablemente positivo sobre la protección de la vida natural, han convertido a un gran número de Maasai en un pueblo volcado en proveer servicios sin ningún valor añadido ni particularidad que se relacione con sus conocimientos ancestrales.
Kamauro: “tradicionalmente, la tierra no había sido una mercancía para ser intercambiada por dinero o ganado. Con la introducción del turismo, ha sido posible comerciar tierra por dinero y ello ha creado desigualdades y pobreza, impulsando a miembros de un mismo clan a luchar entre sí”.
Todo, claro, en pos del progreso.
¿Cómo evitar que el turismo, incluso cuando éste pretende ser lo más responsable y proactivo posible, genere consecuencias no deseables en las poblaciones locales, o en el medio que se visita?
Personalmente, no creo que debamos permitirnos la libertad de presentarnos amablemente ante el centenar de pueblos aborígenes no contactados en el mundo para explicarles que queremos ser respetuosos con su estilo de vida y creencias ancestrales.
Mientras respondemos a esta y otras preguntas, supondría un acto de prepotencia continuar con la herencia ideológica de nuestros tatarabuelos ilustrados, “preocupados” por la alfabetización del salvaje. Alfabetización en el sentido más amplio y negativo, no positivo, del término.
Evoco aquí el diálogo entre un político de Nueva Guinea y el biólogo Jared Diamond autor del recomendable Armas, gérmenes y acero: breve historia de la humanidad en los últimos trece mil años, al inicio del prólogo de este libro.
Yali, político de una tribu de Nueva Guinea, pregunta a Diamond: “¿Por qué vosotros, la gente blanca, habéis desarrollado tanto ‘cargo’ y lo habéis traído a Nueva Guinea, mientras en cambio nosotros la gente negra teníamos poco ‘cargo’ propio?”.
Yali se refería, usando el término “cargo” a invenciones y productos manufacturados.
El mismo origen de la dominación de Europa Occidental y algunas colonias fundadas por europeos sobre el resto del mundo, ayuda a comprender por qué, más de un siglo después de los viajeros de la Gran Bretaña victoriana, seguimos aplicando al turismo (también al turismo catalogado de ecológico) los mismos principios de superioridad cultural sobre los lugares visitados y las personas con las que entramos en contacto.
Un poco de lavado verde por aquí, un poco por allá
El ecoturismo es la modalidad que crece con mayor rapidez en la industria del turismo mundial, a un ritmo del orden del 10-15% anual. Su potencial económico no ha sido pasado por alto y parte de la industria turística pretende definir como ecoturismo a cualquier modalidad turística que tenga lugar en un entorno natural.
Ello entronca con la definición de ecoturismo que grupos conservacionistas e investigadores quieren dar al término y a cualquier método de análisis o certificación que se instaurara internacionalmente.
Consecuencias de esta falta de consenso: el ecoturismo es definido de modo distinto por ONG, gobiernos y grupos de interés relacionados con la industria del turismo.
El engaño o lavado verde (“greenwashing”) entra en juego, según varias organizaciones, cuando se cataloga como “ecoturismo” cualquier actividad de turismo desarrollada en un entorno natural, definición vaga con la que la industria y los gobiernos están cómodos.
Asimismo, además de ecoturismo o turismo ecológico, se han empleado con finalidades de marketing -y sin intención de seguir las recomendaciones de quienes han intentado definir el ecoturismo- términos aparentemente sinónimos: turismo natural, turismo de bajo impacto, turismo verde, bio-turismo, turismo ecológicamente responsable, y otros eufemismos.
Sea como fuere, seguido a rajatabla o no, el ecoturismo tiene también su impacto sobre los lugares donde es practicado, aparentemente, para proteger tanto la flora y la fauna como la cultura local:
- The Economist se hace eco de los riesgos que supone el imparable crecimiento del turismo en la antaño remota Isla de Pascua. El colapso ecológico que llevó a la civilización Rapa Nui a la desaparición podría repetirse, esta vez con tintes naturales. Basura, residuos naturales, acumulación de sustancias fecales y orina humanas que podrían contaminar las aguas subterráneas y muchos otros problemas sin resolver se acumulan. The Guardian expone el mismo problema.
- El periodista británico John O’Mahony se pregunta en The Guardian si es siquiera posible visitar el mayor ecosistema del mundo (la Amazonia) sin contribuir de algún modo a su destrucción.
- Varias expediciones han dado noticia de la cantidad de basura que se acumula a lo largo de las rutas de ascenso más populares de los principales picos del Himalaya, incluyendo, claro, el hasta hace pocos decenios impoluto Everest. Algunas expediciones de limpieza no han acabado con el problema. Un grupo de aventureros ha creado incluso un pequeño y hermético orinal, diseñado para su fácil portabilidad, que evitaría la acumulación de residuos fecales en los puntos más masificados de las montañas frecuentadas por el alpinismo masivo. Y sí, ya existe un alpinismo masivo.
- El archipiélago ecuatoriano de las Islas Galápagos, que inspiraron la teoría de la evolución de Darwin, ha decidido limitar el número de visitantes , debido a la acumulación de basuras y a la observada modificación del comportamiento de algunos animales de la isla, debido a los desechos y a la interacción humana. Las islas que hasta hace poco eran el destino único de un puñado de científicos, son ahora el objetivo de miles de personas interesadas, paradójicamente, en el ecoturismo. ¿Ayudan a la conservación de la isla, con su intención de visitarla?
El mundo lo tendrá difícil, si lo que hace unas décadas podía ser definido como un puñado de Lawrence de Arabia, o un puñado de Félix Rodríguez de la Fuente, se convierte en millones de usuarios del turismo ecológico.