Muchos de los emprendedores más admirados son jóvenes y/o han fundado empresas tecnológicas. Pero no todos son jóvenes, ni han obtenido su fama y fortuna durante su primera juventud. Tampoco han renunciado a su vocación y ética propia.
Hay otro tipo de empresario que representa tanto o más los supuestos valores de industriosidad (los críticos lo llaman “trabajolismo”) y –supuesta– meritocracia de la tradición estadounidense.
Los que encontraron -y cultivaron- una vocación
Son los empresarios incorruptibles, con una filosofía de vida y vocación inequívocas, alérgicos a la popularidad y celosos de su individualidad, tan francos y honestos como los tenderos y granjeros libertarios de la Nueva Inglaterra del siglo XIX… y, a menudo, también con su aspecto de pionero despistado.
Es el caso del recientemente fallecido a los 80 años Burt Shavitz, fundador de Burt’s Bees, empresa de cosmética “indie” que llegó al gran público, aunque su facturación -1.000 millones de dólares- no cambió la personalidad Shavitz, que siguió viviendo su existencia sencilla en su pequeña casa de madera de Nueva Inglaterra.
No hace falta describir la apariencia física de Burt Shavitz, pues su aspecto de “pionero” ajado por la vida a la intemperie -delgado, barba larga y blanca, mirada inteligente a lo Henry David Thoreau-, sirve como logo en todos los productos de la marca que fundó.
Burt Shavitz: vida sencilla antes que ejecutivo agresivo
The Economist o The Washington Post, dedicaron un obituario a este veterano (y “arisco”, titulaba el segundo medio) empresario “hippie”.
Sin proponérselo ni abandonar su silla preferida junto a su pequeña casa de tejuelas de madera en el Maine más rural, se despidió con una dedicatoria en las principales cabeceras.
(Imagen: John Mackey, cofundador de Whole Foods)
En Estados Unidos, hay una larga tradición de empresarios independientes, frugales e incorruptibles que deciden vender sólo lo que ellos comprarían, y muchas de estas pequeñas empresas se encuentran en los sectores de la cosmética y la alimentación:
- desde Tom y Kate Chappell, fundadores de la empresa de dentrífico sin aditivos químicos Tom’s of Maine que posteriormente vendieron a Colgate-Palmolive (una salida, la venta a un gran conglomerado, que muchos fundadores comprometidos tratan de evitar);
- al granjero sureño Joel Salatin, que desafió a la agroindustria de su país manteniendo una productiva granja orgánica donde animales y cosechas se benefician mutuamente.
Últimos empresarios incorruptibles
Estos dos sectores no son los únicos con presencia de empresarios maduros, incorruptibles, celosos de su independencia y atentos a mantener una existencia plena según sus valores y filosofía de vida, incluso cuando hacerlo supone permanecer en una casa humilde, o seguir trabajando duro aunque ya no sea necesario económicamente.
Yvon Chouinard, aventurero con espíritu nómada durante la contracultura californiana que creó sin proponérselo la empresa de productos de escalada y ropa técnica más prestigiosas (Chouinard Equipment y, posteriormente, Patagonia), es otro ejemplo ampliamente citado de empresario incorruptible, coherente con sus valores y estilo de vida desde la juventud y la mediana edad hasta la senectud.
Chouinard ha tenido innumerables ocasiones para aumentar el tamaño y beneficios de su compañía, pero ello implicaba reducir el seguimiento de los materiales, procesos de fabricación y calidad de los productos, así como salir a bolsa y, como consecuencia, perder la mayoría de la propiedad.
El precio de mantener la integridad
Chouinard prefirió mantener la propiedad de la empresa y el seguimiento de los productos desde su concepción hasta el fin de su vida útil y posterior reciclado, a expensas de no convertir Patagonia en una empresa global.
Por fortuna, las ideas y existencia de empresarios como los mencionados están debidamente documentadas:
- un documental relata la filosofía de vida, existencia y visión empresarial de Burt Shavitz;
- Yvon Chouinard escribió un ensayo autobiográfico sobre los inicios de Patagonia donde detalla su visión empresarial (Let My People Go Surfing);
- mientras Joel Salatin escribe y publica sus propios libros sobre su visión orgánica y libertaria del negocio de la ganadería, en una época dominada por las grandes explotaciones, además de aparecer en el ensayo de Michael Pollan sobre el estado del sector agroalimentario en Estados Unidos, El dilema del omnívoro.
Entre quijotes y héroes randianos
Sin proponérselo, estos empresarios encarnan un arquetipo entre quijotesco y randiano, como esos empresarios incorruptibles que, en la novela La rebelión de Atlas, prefieren abandonarlo todo y empezar desde cero en un pueblo recién fundado escondido en las Montañas Rocosas a ceder su libertad de decisión y autonomía individual.
Algunos de ellos se declaran abiertamente progresistas, aunque su idea de progresismo incluye un respecto escrupuloso por las libertades individuales ensalzadas por la Ilustración.
(Imagen: Burt Shavitz, fundador de Burt’s Bees)
Se trata de empresarios que a menudo actúan a contracorriente y prefieren arriesgar económicamente a seguir el mandato de los beneficios trimestrales (corto plazo), favoreciendo por el contrario una visión de la empresa y los productos a largo plazo.
Eso sí, muchos de ellos mantienen un discurso como mínimo contradictorio en cuanto al sistema que garantiza la propia existencia de sus negocios (el sistema capitalista en una democracia avanzada con la Constitución más citada y respetada, pese a puntos polémicos como la posesión de armas). Son, a lo sumo, críticos con la propia idea del capitalismo.
Fundadores que prefieren la integridad a lo políticamente correcto
Hay, en cualquier caso, excepciones a la regla, empresarios que venden a un público intelectual, crítico y a menudo progresista que no esconden su simpatía por las ideas objetivistas (individualidad, racionalidad, libre mercado) de los personajes de Ayn Rand.
Es el caso del cofundador y actual consejero delegado de la tienda de distribución de productos orgánicos Whole Foods, John Mackey.
Mackey se ha metido en más de un problema por declarar que muchos colegas (empresarios, emprendedores tan o más libertarios que él) no expresan a fondo sus valores y filosofía de vida por temor a una reacción negativa de la opinión pública (que, por ende, repercutiría en la venta de sus productos o en sus establecimientos, etc.).
Nacido en Houston y educado en Austin, ciudades arquetípicas de la tradición conservadora y progresista propias del estado, respectivamente, John Mackey fue el primero en vender únicamente productos que no incorporaran sustancias nocivas para personas, animales o medio ambiente, además de establecer él mismo (ya que no existían) baremos para garantizar la prioridad de productos locales y empresas responsables con sus trabajadores, así como ajenas al sufrimiento animal.
Capitalismo consciente
Pese a su visión de la alimentación, la cosmética y los productos que usamos a diario en general, Mackey nunca se ha escondido y ha explicado siempre que se le ha requerido su aprecio a valores como las libertades individuales y el libre mercado; también ha alabado un tipo de capitalismo de raíces clásicas y libertarias, ajeno a poderes oligárquicos y burocráticos, y combatiente con la corrupción y el nepotismo.
En otras palabras, el capitalista John Mackey cofundó y dirige una empresa con una clientela que difiere con él en su discurso y que, según él, confunde la justicia y los ideales progresistas con el marxismo.
Y los ideales socialmente progresistas, tales como el respeto de las opciones de cada individuo, no son una invención de la socialdemocracia o el marxismo, sino que el libertarianismo, tan presente en la tradición estadounidense, ha defendido estos valores con mayor ahínco que cualquier ideología colectivista.
John Mackey coincide con los otros empresarios individualistas mencionados en el respeto celoso por la ética, el propósito vital personal y el medio ambiente, sin menospreciar los negocios.
Riesgos de decir una cosa y pensar lo contrario
Pero, coincidiendo con Joel Salatin, Mackey cree que el principal problema de Estados Unidos o la economía mundial no es el capitalismo, sino su interpretación clientelar e interesada, que tanto abunda y tanto promueven muchos de los que se autoproclaman paladines de alternativas más “justas” al capitalismo.
En una entrevista concedida a la revista Reason, John Mackey expone su punto de vista acerca de por qué la intelectualidad (la condición de “intelectual” es ambigua y, a menudo, autoproclamada o proclamada a sueldo) siempre ha desdeñado el mundo de los negocios y, en general, la propia idea de capitalismo.
(Imagen: Yvon Chouinard, fundador de Patagonia y autor del ensayo autobiográfico Let My People Go Surfing)
Mackey -él mismo ducho, vegetariano, frugal y otros atributos que nuestra visión estereotípica de la realidad asociaría con el progresismo- no sorprende a nadie a estas alturas con sus declaraciones, pero el riesgo que toma en cada aparición pública o declaración es remarcable en la era de la corrección política elevada a la enésima potencia.
Objetivo: mejores productos y servicios
Pero el cofundador de Whole Foods no se rinde y ha escrito varios ensayos donde expone en profundidad su punto de vista, algo de agradecer cuando la distracción y fragmentación mediática actual obliga a muchos a hacer el payaso para hacerse oír (ejemplo: Donald Trump y sus salidas de tono, casi nunca bien fundamentadas en la realidad objetiva).
Existe, argumenta sin miedo y con una solidez de escolar aplicado John Mackey, un capitalismo consciente; esta ética debe partir del propio individuo, desde el fundador de la empresa a sus directivos, pasando por sus proveedores, distribuidores y clientes.
Este capitalismo “consciente” no se garantiza regulando más, sino otorgando al individuo las garantías y libertades que le permitan florecer, dar lo mejor de sí, ofrecer al mundo los productos y servicios que, según su opinión razonada, representen mejor ideas en las que todos coincidimos: calidad, responsabilidad, durabilidad, reparabilidad, ética.
Últimos mohicanos
Ocurre que es más sencillo tener un peor negocio y dedicar más recursos a relaciones públicas que olvidarse del qué dirán e intentar que uno mismo y lo que uno hace alcancen el mayor nivel.
Más regulaciones y limitaciones que entorpezcan la visión personal y proyección pública de empresarios como los mencionados nos empobrecen como sociedad, dice John Mackey. Aunque sea políticamente incorrecto afirmarlo.
¿Son los emprendedores maduros, sencillos, celosos de sus libertades, apasionados con lo que hacen e incorruptibles, un grupo en extinción?
El estilo y el tema parecen más relacionados con la novela El último mohicano, de James Fenimore Cooper, o con La rebelión de Atlas de Ayn Rand, que con los valores etéreos, buenistas y políticamente correctos de los ejecutivos actuales y sus negocios, asépticos, intercambiables y casi nunca éticos. Ni en la forma ni en el fondo.