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"Solvitur ambulando": preocuparnos de lo que podemos cambiar

Para que la frustración no contaminara el afán de superarse y autorrealizarse, las filosofías de vida clásicas inspiradas en el socratismo distinguían entre los problemas que podemos solventar y aquellos que están lejos de nuestro alcance.

Intentar solventar los problemas y cuestiones acuciantes que están en nuestra mano es una obligación que ofrece réditos duraderos, decían los estoicos –entre otros-. 

Pero empecinarse en solventar los problemas ajenos a nuestro poder de influencia y capacidad es quijotesco y puede minar avances en lo más próximo y cotidiano.

Cómo percibir a la generación de los sin trabajo

Hay un pedrusco encima de la mesa de Europa, en el sur del continente en particular, aunque éste es acuciante en el mundo desarrollado en general: el paro juvenil.

No sólo es culpa de lo que el ciudadano conoce como “políticas”, ni hay grandes teorías conspirativas con el fin de que nadie trabaje. El fenómeno no tiene una sola explicación, ni ésta es sencilla. En ella influyen muchas cosas, la mayoría de las cuales trascienden la capacidad de influencia individual o de colectivos locales.

No obsesionarnos con lo que no podemos cambiar nosotros

A saber: falta de reformas en años de bonanza, modelos educativos y su aplicación, incentivos perversos a industrias que requieren poca educación y poco valor añadido, política monetaria y fiscal, grandes tendencias globales -economías de escala, robotización, deslocalización-. Y así continuaríamos hasta ponernos tristes y sesudos.

En las manos de muchos jóvenes están la formación continua, o el ahínco para mantenerse en forma, buscar trabajo de manera activa, tratar de crear uno su propio empleo, o agudizar el instinto de supervivencia al más puro estilo de los buscavidas “beatnik“.

Pero queda lejos del alcance de cualquiera mejorar la situación general, que sin duda afecta a la particular. No tirar la toalla y no bloquearse en explicaciones-justificaciones maniqueas es la parte crucial de un buen comienzo, dicen las filosofías de vida.

Los más proactivos, mejor educados, mejor relacionados y más activos físicamente, atentos a la cultura y a las tendencias y avances en distintos campos, tienen más oportunidad de encontrar empleo o crearse un puesto de trabajo con garantías.

La gran debilidad de las filosofías de vida: hay que ir a buscarlas

Las filosofías de vida no se pueden imponer ni nacen de la nada. Es imprescindible que el individuo las comprenda e interiorice y, en ocasiones, ni la actitud personal ni la del entorno son las más adecuadas para extraer lecciones de realidades complicadas.

No ayudan, precisamente, el tono y cantidad de informaciones envenenadas que inundan cada día los medios. Son las informaciones que hay, nos dicen. También debería haber espacio para la información de largo recorrido, las que miden actitud, sentimiento, perseverancia más allá de los indicadores públicos y privados trimestrales y anuales.

En las facetas complejas de la existencia -coinciden filósofos, psicólogos y gestores empresariales como Joachim de Posada-, el plan debe a menudo trascender los resultados acuciantes del corto plazo; a menudo, hay que sacrificar el lucimiento a corto plazo para lograr, aplazando gratificaciones, resultados duraderos.

No sólo los más pequeños necesitan diferenciar entre los riesgos del premio instantáneo y su antagónico -o actitud que reporta réditos a largo plazo-: el reconocimiento fruto de la gratificación diferida, que implica estrategia, esfuerzo, regularidad y otros palabros que denotan cosas no tan agradables de oír.

Estoicos, experimento del malvavisco, dilema del innovador

Los argumentos estoicos, el experimento de la nube de caramelo y el ensayo El dilema del innovador hablan de lo mismo, en definitiva. Esforzarse y contenerse cuando es necesario para autorrealizarse consiguiendo mejores réditos a la larga. Más fácil de explicar que de poner en práctica.

El mensaje de la gratificación diferida o aplazada carece de la popularidad del mensaje de la inspiración súbita y el pelotazo, consistente en recibir algo así como un mandato de excelencia o un golpe de suerte para autorrealizarnos de la noche a la mañana, visión identificada casi siempre con la riqueza material.

Es el discurso de los trucos para trabajar poco y ganar mucho, tener éxito sin despeinarse o ponerse en forma sin esfuerzo ni perseverancia. Los libros de autoayuda más populares desarrollan esta hipótesis ilusoria; el “encontré la fórmula alquímica y ahora la voy a compartir contigo”.

El truco se sostiene el mismo tiempo que tarda el último premio adquirido en ser descartado como fuente de felicidad, según la teoría de la “adaptación hedónica” en la psicología moderna.

La validez del método socrático

Siguiendo el consejo de las filosofías de vida clásicas, una manera efectiva de caminar hacia la autorrealización -lograr el bienestar duradero o “tranquilidad” en la nomenclatura de, por ejemplo, los estoicos-, consiste en usar la razón para solventar los retos a nuestro alcance y no preocuparse por los problemas que no están en nuestras manos solucionar.

No obsesionarse por los grandes problemas de nuestro tiempo no equivale a la indolencia; siguiendo con el ejemplo estoico, Séneca, Musonio, Epicteto y -debido a su cargo de emperador- Marco Aurelio, entre otros, participaron en la vida pública y dedicaron energías a mejorar la sociedad de su tiempo.

No obstante, insistían en distinguir entre lo que podemos afectar y lo que, por el contrario, trasciende nuestra capacidad de decisión. Con este simple mecanismo, explicaba Séneca, se pueden evitar disgustos y derivas que acaben influyendo sobre nuestra “tranquilidad”.

Tic tac tic tac

Preocupación por los males de la humanidad, sí. Por el desempleo en nosotros, nuestros amigos y familiares y el mundo mundial, también. Pero de ahí a vincular nuestro destino -y el de nuestro proyecto vital, que no para y no entiende de buenos y malos momentos, tic tac tic tac- al de las grandes tendencias de nuestra generación hay un trecho que, por el bien de nuestro porvenir, no recorreríamos. Siempre y cuando tuviéramos una filosofía de vida similar a la estoica y la aplicáramos hasta sus últimas consecuencias.

Partiendo de la estrategia de las filosofías de vida clásicas, unir nuestro bienestar personal a la solución de los grandes de la actualidad es tan ilusorio y denigrante de la energía que mana del individuo como quedarse de brazos cruzados hasta que la gran política o la gran economía solucionen nuestra situación personal.

Las estrategias de las mentes más voluntariosas, incluyendo a escritores (he aquí unos consejos de Jack London y Ernest Hemingway), se asemejan a las de las filosofías de vida: si tienen que llegar las soluciones, que nos cojan practicando, perseverando, mejorando, persiguiendo, siendo proactivos, tratando de cambiar nuestra realidad más próxima, en la que podemos influir con nuestra voluntad, acción tras acción.

Aprendiendo sobre la marcha: “solvitur ambulando”

El escritor de ciencia ficción Ray Bradbury expresaba sin miramientos esta convicción en el potencial de la voluntad personal: “Salta, y averiguarás cómo desplegar tus alas mientras estés cayendo”.

Qué mejor manera de desentrañar situaciones personales complicadas que ponerse manos a la obra, estableciendo objetivos realistas y dividiendo los retos en pequeñas metas que se puedan lograr. A medida que aumente la autoconfianza, también lo harán la autoexigencia y complejidad de las metas periódicas.

Las cuestiones, pequeñas y grandes, se solventan afrontándolas o, recurriendo a la frase célebre que se atribuye a Diógenes de Sinope, que replicó al argumento de que el movimiento es irreal levantándose y poniéndose en marcha: “Solvitur ambulando“. Se resuelve caminando.

Caminando con Thoreau

Desde entonces, la frase ha sido usada por Lewis Carroll, Douglas Hofstadter o Dorothy L. Sayers o Henry David Thoreau, que la recordó en su ensayo dedicado al poder del paseo entre la naturaleza, Walking.

Sobre el arte de caminar como metáfora del uso de la introspección para superar retos y dificultades personales, Thoreau dice (tal y como recoge una entrada de Art of manliness):

“Apenas he conocido en toda mi vida a una o dos personas que entendieran el arte de caminar; es decir, de pasear -que tuvieran destreza, en otras palabras, para ‘santear’, palabra hermosamente derivada ‘de maleantes que deambulaban por el país, en la Edad Media, y pedían caridad, bajo el pretexto de ir a Sainte Terre’, a la Tierra Santa… hasta que los niños exclamaban: ‘¡Ahí va un SainteTerrer’, o ‘Saunterer’, un ‘Tierrasantero'”.

Thoreau finaliza este divertido argumento, defendiendo la actividad introspectiva de estos buscavidas, en contraposición al resto de la sociedad: “Los que nunca van a Tierra Santa en sus paseos, como fingen, son ciertamente meros vagos y maleantes; pero los que van [la gente que pasea por la naturaleza, o cultiva la introspección] son ‘saunterers’ en el buen sentido, por lo que me refiero…”.

Y también, en otro fragmento del mismo ensayo: “Me alarmo cuando ocurre que me he adentrado físicamente una milla en el bosque sin llegar a él en espíritu. Durante mi paseo de la tarde trato de olvidar todas mis ocupaciones matutinas y obligaciones con la sociedad. Pero a veces ocurre que no puedo sacar la ciudad de encima. El recuerdo de alguna tarea recorrerá mi mente, y dejo de estar donde está mi cuerpo; estoy fuera de mis sentidos”.

Conclusión de Thoreau, al presentarse este conflicto interno: “En mis paseos deseo volver a mis sentidos. ¿Qué pinto yo en el bosque, si estoy pensando en algo ajeno al entorno?”

Celebrando el poder de la introspección

Junto a Man and Nature, de George Perkins Marsh, y Nature, de Ralph Waldo Emerson, Walking es una de las obras fundacionales del movimiento medioambiental moderno. Las tres obras son mucho más; entre otras cosas, una celebración de la introspección y la búsqueda de la autorrealización asomándonos al interior de nosotros mismos.

Como la poesía de Walt Whitman, estos ensayos funden lo observado, la naturaleza circundante, con la acción interior de asomarse a los propios pensamientos. Contemplación e introspección han ido de la mano en visiones del mundo que, como el trascendentalismo de Emerson y Thoreau, relacionan universo y cultivo interior (panteísmo).

Ralph Waldo Emerson expresa en otro de sus ensayos, Country Life, el significado poliédrico de “solvitur ambulando” sin mencionar la expresión.

“Es lo mejor de la humanidad, creo, lo que aparece cuando se camina. Incluso en los momentos más felices todos los asuntos pueden ser sabiamente pospuestos por éste. El doctor Johnson [apodo popular de Samuel Johnson] dijo: ‘Pocos hombres saben cómo dar un paseo’, y es casi seguro que el propio Dr. Johnson no era uno de esos elegidos”.

“[Pasear] Es un arte; hay grados de competencia, y hay que distinguir a los maestros de los aprendices. Las calificaciones son: resistencia, ropa sencilla, zapatos viejos, cierta sensibilidad por la naturaleza, buen humor, una vasta curiosidad, predilección por la buena conversación y el buen silencio, y de nada demasiado”.

“Los buenos observadores -concluye Emerson en este fragmento de Country Life que traduzco del inglés- tienen las maneras de los árboles y los animales y, cuando añaden palabras, lo hacen sólo porque las palabras son mejores que el silencio. Pero un charlatán profana el río y el bosque, y no hay nada que haga [en estas situaciones] mejor compañía que un perro”.

Depende de la actitud: estás “aprendiendo” o estás “amargándote”

Correr hacia todos lados, afectados por todo lo que sucede y añadiendo un ruido sordo más al desconcierto impide saborear los frutos de la contemplación y el sosiego, dicen las filosofías de vida y, como éstas, ensayos contemporáneos basados en estudios. Es el caso de We Learn Nothing, de Tim Kreider (artículo en The New York Times).

La introspección, o el cultivo personal, acometiendo los retos que están en nuestras manos, son la expresión conceptual, de la expresión “solvitur ambulando” de Diógenes de Sinope. Caminando, resolvemos la situación, el problema, la hipótesis. Caminar (o la introspección en general) se convierte, según estos autores, en herramienta de bienestar y progreso.

Ralph Waldo Emerson, de nuevo en Country Life: “Cuando Nerón [paradigma de la incontinencia y arbitrariedad de los impulsos] anunciaba nuevos lujos, un paseo en el bosque debería haber sido ofrecido. Es la consolación de los hombres mortales. Creo que no hay propósito que tenga más esencia de inmortalidad. Es uno de los secretos para esquivar [los inconvenientes de] la vejez”.

“Solvitur ambulando” también sirve de recordatorio a cualquiera que practique con determinación alguna filosofía de vida coherente. A saber: esforzarnos por cambiar o mejorar lo próximo y cotidiano, en lo que influimos de manera directa, y evitar sentirnos responsables de alguna penuria generalizada.

Sobre actitudes contagiosas

Hay mecanismos para proyectar en otros nuestra determinación y convicciones, sea por el tipo y calidad de actitud, el trabajo realizado, el aprecio demostrado a otros, o la comprensión de que dar a otros contribuye más a nuestro bienestar que adquirir cosas para nosotros mismos. O eso es, al menos, lo que argumentan algunos estudios recientes.

Si la negatividad es contagiosa y se propaga como un virus -recurro a otros estudios-, también lo es la voluntad de mejorar las cosas.

La introspección en forma de meditación que fomente en desapego entre pensamientos y sensaciones físicas (o atención plena) es una práctica ancestral floreciente, explica Jan Hoffman en The New York Times.

La introspección, o la actitud de solventar situaciones pasando a la acción sobre lo que nos rodea, empezando por nosotros mismos, ha sido asociada a la gestión del estrés, la depresión o incluso el dolor crónico. Ahora, existen fundamentos para creer que mejora nuestro rendimiento intelectual, explica Jan Hoffman.

Un gran paso para cualquiera

Nunca sabremos si el polímata Jean-Jacques Rousseau se refería a los ejercicios de introspección en general o al arte de caminar en particular. En cualquier caso, Rousseau se refiere al “solvitur ambulando” en sus Confesiones (1782):

“Sólo puedo meditar cuando estoy caminando. Cuando paro, dejo de pensar; mi mente sólo funciona con mis piernas”.

Sea en realidad o en sentido figurado, sólo hay una manera de influir sobre nosotros mismos y nuestra cotidianeidad. Un paso. Y luego otro. 

No son los pasos mediáticos y dichos como frase lapidaria para la eternidad de Diógenes de Sinope o Neil Amstrong. Para muchos jóvenes (los mismos que The Economist bautiza como “Generation jobless“), no obstante, estos primeros pasos hacia lo desconocido son su primer paseo particular en la luna.