Antes de la educación y la voluntad del individuo, está la herencia determinista: la composición genética, que hasta hace poco se creía inalterable y ahora creemos moldeable. Nuevos estudios confirman que la herencia intergeneracional marca una mejor o peor casilla de salida en nuestra existencia.
Incluso el estilo de vida de nuestros padres en el momento de concebirnos incide sobre el comportamiento de nuestras células; y muchos hábitos determinados por marcadores genéticos empezarían incluso en generaciones anteriores.
Esta constatación aumenta la importancia de las filosofías de vida para que la voluntad racional marque el camino del individuo, que deberá convivir con una herencia data, tanto biológica como de causalidades: la “genética” y los “eventos”.
La auténtica herencia intergeneracional: marcadores y -quizá- filias/fobias
La herencia entre generaciones va más allá de lo que sugieren incluso las grandes sagas literarias, si se confirmara en humanos lo que un estudio publicado en Nature ha comprobado en ratones: las filias y fobias psicológicas dejarían “marcadores” genéticos hereditarios.
Las implicaciones éticas y médicas de este último estudio son incalculables, ya que supondría aceptar que la huella genética de las experiencias traumáticas se acarrea al menos durante dos generaciones. Habrá que esperar a nuevos estudios.
La posible conexión intergeneracional entre comportamientos y acontecimientos también expone la importancia de actuar con racionalidad -la fórmula aconsejada por los filósofos clásicos e ilustrados- en lugar de dejarse gobernar por actitudes impulsivas (que, se ve ahora, son tanto nuestras como anteriores incluso a nuestra concepción).
Herencia genética, acontecimientos y valores
Tras 40 años de investigación, la ciencia atribuye lo que llamamos “felicidad” a tres fuentes principales, expone Arthur C. Brooks en The New York Times:
- herencia genética (nos viene dado, aunque podemos aprender a controlar lo que no nos agrada y potenciar lo que consideremos ventajoso);
- eventos (acontecimientos, sobre los que podemos influir);
- y valores (ajenos al determinismo genético y, por tanto, moldeables).
Pese a que el determinismo y los acontecimientos que no podemos controlar influyen sobre el tono de nuestra existencia, los “valores” (voluntad, perseverancia, empuje, raciocinio) relativizan lo heredado y marcan la diferencia entre la dicha momentánea y el bienestar duradero.
Actitud y raciocinio para contrarrestar (no reprimir) impulsos
La actitud, además, contribuiría a que la herencia genética que pasamos a nuestros hijos tenga una programación determinada: con nuestro estilo de vida, podemos estimular la producción de proteínas en determinados genes positivos y reducir la incidencia de los negativos.
(Imagen: fotograma de Gattaca, filme distópico de Andrew Niccol. Los hermanos Vincent -Ethan Hawke, “natural”- y Anthony -Jude Law, seleccionado genéticamente- escogerán, debido a sus capacidades innatas, eventos y voluntad, caminos para los que no habían sido “programados” -bien “in vitro”, bien por la naturaleza-.)
Ello es debido a la naturaleza de los impulsos químicos que promueven o frenan la producción de proteínas en las células (o metilación, según nuevos estudios).
La filosofía de vida altera la existencia (y la de la progenie)
Así, el ejercicio físico, por ejemplo, no cambia los genes, pero altera su manera de operar. ¿Ocurriría lo mismo con nuestra actitud?
De momento, no hay estudios concluyentes sobre optimismo y mayor longevidad, pero sabemos que ejercicio, hábitos alimentarios y actitud mejoran la naturaleza de los impulsos químicos que propulsan el comportamiento de nuestras células… y las de nuestra descendencia.
La epigenética abre el delicado terreno ético de la responsabilidad intergeneracional: la existencia poco saludable de nuestros antecesores generó predisposiciones en nosotros, al tiempo que nuestro comportamiento y hábitos lo harán sobre nuestra progenie, que deberá potenciar o contrarrestar el comportamiento de su “combinación” genética (grupos metilos).
Nuestra composición genética “aprende de la experiencia”
La composición genética de cualquier individuo es idéntica a la del momento de nuestra concepción, pero ésta “aprende de la experiencia”.
Las ciencias sociales atribuyen ese intangible llamado “felicidad”, tan difícil de definir -y fácil de manipular- como otros conceptos sujetos a interpretaciones surgidos desde la Ilustración, a estudios que a menudo se contradicen.
Eso sí, pese a su carácter etéreo, estos conceptos influyen sobre nuestra realidad cotidiana, esperanzas y aspiraciones: opinión pública, sociedad civil, derechos individuales y colectivos, etc.
Ese intangible llamado “felicidad” (y su aspiración a ella)
Al considerar por primera vez en un texto jurídico la aspiración a la felicidad como un derecho inalienable, Thomas Jefferson se sirvió de las ideas ilustradas como herramienta para separar las creencias y supersticiones (determinadoras de la existencia) por el individuo con voluntad de labrarse su propio camino.
La filosofía clásica, la psicología moderna y 40 años de estudios sobre la felicidad en distintos campos de las ciencias sociales (como recuerda Arthur C. Brooks en The New York Times) relacionan la dicha a largo plazo con la voluntad personal (valores, actitud, fortaleza, etc.).
Los estudios, no obstante, también alertan acerca de las consecuencias de nuestros hábitos y valores sobre nuestra progenie.
Relación paterno-filial
La epigenética estudia la incidencia de factores no genéticos que influyen en el desarrollo de un organismo, y los hallazgos en este campo nos recuerdan que nuestro estilo de vida repercute también sobre nuestra progenie.
La epigenética confirmaría que no sólo “somos nuestro estilo de vida”, sino que con él favorecemos o perjudicamos a nuestra descendencia: también en el caso del padre.
La relación materno-filial es todavía más estrecha de lo que pensábamos, al confirmarse, por ejemplo, que la madre retiene células de sus hijos en su propio organismo después del nacimiento.
Células de placenta y hábitos alimentarios heredados desde el vientre
La relación física entre madre y progenie es, por tanto, más profunda y no se limita a la gestación: los últimos estudios sugieren que células de la placenta, órgano compuesto por células del feto y la madre para intercambiar nutrientes y gestionar desechos, se establecen permanentemente en varios órganos de la madre (pulmones, hígado, riñón, piel).
Se cree que las células del feto repercuten sobre la reparación de tejidos e incluso como resistencia inmunológica a varias enfermedades, incluyendo varios tipos de cáncer.
(Imagen: Kirsten Dirksen y los tres hijos que comparte con el autor de esta entrada, en Crater Lake, Oregón)
Prosiguiendo con la estrecha relación entre madre e hijo, Kristin Wartman insiste en la idea de que nuestra composición genética aprende de la experiencia, al exponer en The New York Times que los malos hábitos alimentarios empiezan en el vientre materno.
Lo que comimos en el vientre materno… y nuestras preferencias
El artículo de Kristin Wartman se hace eco de la relación entre obesidad y los hábitos alimentarios desde el útero: la dieta de la madre, por tanto, predispone al futuro niño.
Un estudio realizado en Filadelfia ha constatado que los recién nacidos de madres que ingirieron una dieta diversa y variada durante el embarazo y que toman el pecho se muestran abiertos a más sabores.
Los niños que consolidan los hábitos saludables desde el vientre materno hasta el destete, acarrean las mismas preferencias durante la infancia y la edad adulta.
El ácido fólico ya no es sólo para la madre
El padre tampoco se libra de responsabilidades (ni implicaciones éticas): hasta ahora, la perinatología -disciplina que estudia la relación materno-filial desde la concepción- se ha supeditado a la obstetricia y la ginecología el estudio del feto y la madre, dejando al padre a un lado.
Ello podría cambiar en el futuro y la perinatología podría extender sus recomendaciones y difusión de buenas prácticas entre los padres, a juzgar por un estudio que relaciona la cantidad de vitamina B9 en la dieta del padre con posibles defectos de nacimiento.
No sólo las madres deberían aumentar la ingestión de ácido fólico antes del embarazo, sino también los padres, que podrían recibir indicaciones en el contexto de la perinatología, como disciplina que implique cuando sea posible a ambos progenitores.
Una dieta rica en vitamina B9 de manera consistente evitaría la necesidad de usar complementos vitamínicos en cualquier momento de la vida: de nuevo, los hábitos mejoran las perspectivas de salida de nuestra progenie.
Voluntad contra determinismo genético
El aprendizaje continuo y una filosofía de vida coherente -comportamiento racional, dieta variada, vida activa- no sólo mejoran nuestras perspectivas, sino la de nuestros descendientes.
No hay recetas unívocas para lograr la felicidad a la que aspiraban los ilustrados, pero sí consejos sólidos de quienes no vendieron una existencia llena de altibajos (grandes festines y pesadas digestiones sensoriales), sino una de aceptación de nuestra transitoriedad, aprecio del momento y disfrute de la mesura.
Sea como fuere, recuerda Arthur C. Brooks, la herencia genética y los impulsos son sólo una parte del individuo: también cuentan los eventos en nuestra vida -aprendizaje, acontecimientos- y nuestra voluntad para imponernos a la inercia.
Una búsqueda de la felicidad que empezaría y acabaría en nuestro interior, sin necesidad de golpes de suerte.