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Sonríe, el petróleo se acaba

Crisis energética, climática, alimentaria… ¿hay motivos para el optimismo? Los impulsores de las Iniciativas de Transición creen que sí­. Ya han empezado a rellenar la mitad vacía de la botella.

Por Álex Lasmarías

Puede parecer de un optimismo casi irritante, pero, para algunos, los nubarrones que se ciernen sobre nuestro modo de vida -sustentado sobre el desaforado consumo de recursos- no son fuente de preocupación, sino de esperanza.

Y es que, si lo pensamos con detenimiento, ¿tan gratificante es nuestra actual forma de permanecer sobre el mundo que debemos lamentar su inviabilidad futura?

En contraste con el miedo paralizante que se apodera de muchos cuando intentan vislumbrar un horizonte marcado por la escasez de petróleo, colectivos de todo el mundo hacen una apuesta decidida por imaginar ese futuro sin el dramatismo ni los tintes apocalípticos que impregnan buena parte de la información que recibimos sobre nuestro porvenir.

Iniciativas de Transición, la comunidad frente a la incertidumbre

¿Qué hay detrás de la denominación Iniciativas de Transición? En esencia, una idea sencilla. Mantenernos en la senda que hemos venido recorriendo hasta ahora no conduce a un final feliz. Nuestra inmensa capacidad para deteriorar el entorno y la ciega adicción a los recursos energéticos no renovables dibujan un mañana sumido en las más negras sombras.

Por lo tanto, salvo que nos veamos colectivamente aquejados de una extraña pulsión suicida de la que no podamos desprendernos, se impone un cambio profundo y radical de paradigma tanto en lo concerniente al consumo de energía como en lo relativo a la formación de nuestro tejido social.

¿Pero cómo conducir ese cambio de paradigma? Hasta ahora, la percepción general sobre cuestiones como, por ejemplo, la lucha contra el cambio climático era que únicamente existían dos niveles de confrontación: por un lado, el esfuerzo individual y, por otro, las medidas gubernamentales o supranacionales impulsadas por entidades políticas.

En el primer caso, es difícil sustraerse a la sensación de que nuestra buena voluntad acaba cayendo en el saco roto de la indiferencia general y la impotencia de sentirnos frente a un problema que holgadamente nos sobrepasa.

Y, en lo relativo a las medidas de carácter político, las sensaciones tampoco son mucho más agradables. Inconsistencia en su aplicación, exceso de tibieza, supeditación a los intereses de los poderes económicos… Así pues, no sería de extrañar que acabáramos presos del desánimo y la inacción.

Y es ahí donde adquiere relevancia el concepto de Iniciativas de Transición. Frente a la insuficiencia del individuo para cambiar su entorno y el aparente desinterés de los órganos gobernantes, surge el concepto de comunidad, el de grupo de individuos, como espacio ideal para desarrollar, eludiendo las inconveniencias de los modelos citados anteriormente, políticas de cambio, ahora sí, efectivas.

Una historia corta, pero relevante

Hace poco más de cinco años, el Movimiento de las Ciudades en Transición era apenas una fantasía que daba vueltas recurrentemente en la cabeza del británico Rob Hopkins, profesor de permacultura. En tan breve lapso de tiempo, la idea se ha convertido en una iniciativa a escala global capaz de encontrar seguidores alrededor del mundo, llamar la atención de gobiernos como el australiano, abrirse paso en las páginas de importantes diarios e, incluso, hacerse un hueco en el guión de The Archers, mítico serial radiofónico de la BBC seguido a diario por millones de oyentes.

En 2003, Hopkins impartía clases en el condado irlandés de Kinsale. Uno de los ejercicios que ideó para trabajar junto a sus alumnos fue la creación de lo que denominaron un Energy Descent Action Plan (Plan de Acción para la Disminución Energética, PADE) o cómo crear un modelo viable y pensado a escala local para instaurar políticas que disminuyeran las necesidades de petróleo de los habitantes de este rincón de Irlanda.

La idea y los resultados obtenidos por Hopkins y sus alumnos consiguieron llamar la atención de las autoridades locales, que admitieron sus propuestas como materia de estudio. Pero no fue hasta poco después, al regreso de Hopkins a Totnes, su ciudad natal en el condado de Devon (Inglaterra), cuando el proyecto recibiría un impulso definitivo.

Siguiendo las directrices del PADE ideado por el británico, Totnes se convertiría en la primera localidad en declararse, oficialmente, Ciudad en Transición. Desde entonces, otras cien ciudades -ninguna de ellas española- han seguido el ejemplo de Totnes y han abrazado su modelo, siendo la última Fujino (Japón). Pero es que, además, hay otras novecientas ciudades que abiertamente han planteado su voluntad de iniciar el trayecto propuesto por Hopkins.

Y no únicamente ciudades. De hecho, el concepto inicial de Ciudades en Transición ha acabado derivando en el más abstracto de Iniciativas de Transición para dar cabida a proyectos a una escala diferente, como pueden ser islas, distritos en el seno de grandes ciudades, barrios o, incluso, oficinas y centros comunitarios.

¿En qué consiste una Iniciativa de Transición?

La transición a la que hemos hecho referencia hasta ahora no es otra que la transición hacia un modelo que supere nuestra desaforada necesidad actual de petróleo y convierta nuestras comunidades no ya en no emisoras de dióxido de carbono, sino en capturadoras netas de este agente provocador del cambio climático.

En oposición al dogmatismo de la globalización y a la necesaria interconexión de los procesos económicos, los partidarios de la Transición apuestan por volver la mirada al entorno inmediato y recuperar el sentido de comunidad. Fortalecer nuestros vínculos con los más cercanos y buscar la autosuficiencia en lo local.

De esta cercanía, se debe derivar no únicamente un modo de vida menos exigente en lo que respecta al consumo de energía, sino también un estrechamiento de lazos (afectivos, de confianza…) entre los miembros de la comunidad.

Las fórmulas mágicas no existen

¿Cómo transformar un grupo de individuos que comparten el espacio físico de un entorno urbano en una comunidad capaz de hacer frente de un modo conjunto y solidario a los retos económicos y medioambientales a los que nos enfrentamos? Como es obvio, las medidas a adoptar y las formas de alcanzar los objetivos fijados difieren en gran medida de un proyecto a otro.

Sabemos que siempre será positivo que seamos capaces de encontrar nuestro sustento alimentario en el entorno más cercano, sin necesidad de generar ingentes dosis de contaminación por el trasiego de nuestros alimentos de un lado a otro.

Ahora bien, es una evidencia que esta meta es más factible si hablamos de un pueblo de la campiña inglesa cuya base económica es, precisamente, la agricultura que si lo hacemos de alcanzar este mismo objetivo en el distrito londinense de Brixton, barrio afectado por graves tensiones sociales que también ha decidido sumarse a la iniciativa de Comunidades en Transición.

Pero, por otro lado, también entenderemos que será más sencillo convencer al habitante de un entorno urbano bien surtido de servicios de las bondades de hacer sus compras sin salir del barrio y sin necesidad de desplazamientos en automóvil que hacer lo propio con quien reside en un minúsculo pueblo sin comercios en los que poder proveerse de lo esencial.

No existe un modelo universal capaz de poner en la senda correcta a cualquier comunidad deseosa de acercarse a la autosuficiencia. Las características del medio, pero también las singularidades del tejido social de cada lugar, son las que han de mostrar a quienes quieran subirse al carro del movimiento global por la Transición el abanico de posibilidades y necesidades de su propio proyecto.

Hasta ahora, la inventiva de las distintas comunidades se ha dirigido en múltiples direcciones y ha alumbrado un gran número de iniciativas fácilmente transplantables de un ejemplo a otro. En algunos lugares se han creado huertas comunitarias que den respuesta a las necesidades alimenticias de la población sin necesidad de intervención de agentes externos.

En otros, se ha incidido sobre programas de reciclaje y reutilización, incluso recuperando el viejo arte largamente perdido de zurcir nuestra ropa para alargarle la vida útil; hay quien ha creado sistemas para fomentar el uso compartido de vehículos motor, o directamente prohibido el tráfico rodado en sus calles y aquí y allá, proliferan los bancos de tiempo que pretenden facilitar el contacto entre quienes están dispuestos a intercambiar servicios y conocimientos con sus vecinos.

Aunque, sin duda, una de las iniciativas más llamativas la han impulsado localidades como Lewes (Inglaterra) o la ejemplar Totnes, que han creado su propia divisa.

Una moneda para cambiar el mundo

Lo que empezó siendo tachado de simple excentricidad ha acabado revelándose como una medida sumamente efectiva para alcanzar los objetivos esenciales de las Iniciativas de Transición. En las ciudades citadas (y ya hay otras que contemplan la posibilidad de engrosar esta lista todavía corta) se ha puesto en circulación una moneda, los Lewes y los Totnes Pounds (libras de Totnes), cuya validez se reduce a los límites de estas localidades.

Como si de una remozada versión del clásico Monopoly se tratara, los vecinos de estas ciudades han tenido ocasión de acercarse hasta su ayuntamiento, que hace las funciones de algo así como un reducido Banco Central, y cambiar sus Libras por la nueva divisa, que pueden utilizar en cualquiera de los comercios que la aceptan.

De esta forma, se eleva hasta una nueva dimensión la idea de revitalizar la economía local, puesto que quienes han cambiado parte de su dinero por estas nuevas monedas están obligados a utilizarlas en los límites de su municipio.

En un interesante artículo publicado recientemente por el diario La Vanguardia, Oliver Dudok van Heel, uno de los impulsores de la Lewes Pound, comentaba que ‘simplemente es una forma original y optimista de relanzar la economía local y de impactar en la sensibilidad de los ciudadanos y hacerles reflexionar sobre la forma en la que se gastan el dinero’.

Y parece funcionar. El mismo artículo menciona otros lugares donde se han desarrollado iniciativas similares con resultados más que satisfactorios. Tal es el caso de la región de Berkshires, en Nueva Inglaterra (Massachussets y Connecticut), donde circulan desde 2006 los BerkShares, un sustituto del dólar.

En la actualidad se estima que los habitantes de esta ciudad estadounidense acumulan BerkShares por valor de un millón y medio de dólares. Pero quizás más importante es que desde la puesta de largo de esta nueva moneda, ningún comercio de la ciudad ha tenido que cerrar sus puertas, al contrario de lo que ha venido sucediendo en sus localidades vecinas.

¿Alguien sabe por dónde empezar?

Imaginemos que el concepto de Iniciativa de Transición ha calado hondo en nosotros y que somos plenamente conscientes de las virtudes como agente de cambio que tendría hacer de nuestra comunidad un lugar más sostenible, ecológicamente más eficiente y menos dependiente del petróleo.

Imaginemos, incluso, que tenemos bien delimitado nuestro campo de acción y pensamos en convertir nuestro pueblo, barrio o escalera de vecinos en un lugar preparado para sobrellevar la curva descendente de la producción petrolífera mundial. Surgen entonces las gran pregunta: ¿qué hacemos ahora?

Un buen lugar al que acudir en busca de consejo e inspiración es la wiki oficial del movimiento. Desde aquí se da buena cuenta de toda la actualidad de lo que ellos mismos denominan un ‘experimento social a escala global’ y se coordinan los esfuerzos conjuntos de las entidades geográficas embarcadas en el proyecto.

También es desde esta organización donde se expiden los certificados oficiales de ‘Iniciativa en Transición’ cuando consideran que la comunidad está andando el camino correcto hacia la consecución de sus objetivos.

Una certificación que permite aprovecharse de los recursos compartidos por esta red de ciudades, especialmente a la hora de recibir la visita de expertos o colaboradores que nos ayuden a encauzar de un modo más efectivo nuestros esfuerzos.