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Tejados vivientes: verdes, marrones, locales y residenciales

Los techos verdes -también marrones, en función del clima, vegetación, condiciones climáticas y estación- abandonan el nicho de los grandes edificios y equipamientos (vídeo de nuestra visita a la azotea viviente del edificio de la Academia de las Ciencias de California de Renzo Piano), retornando a sus orígenes humildes y residenciales.

Además de la falta de actualización de los códigos técnicos, uno de los escollos que evitan una proliferación aún mayor de los tejados vivientes es su coste inicial y de mantenimiento.

Hazte tu techo verde

No obstante, varios aficionados al “hazlo tú mismo” y el bricolaje (“creadores“, en terminología actual), comparten trucos y experiencias para convertir las cubiertas de viviendas, garajes y casetas en techos verdes (Wired ofrece instrucciones básicas sobre cómo crearlos).

Después de años de experimentación por constructores y arquitectos centroeuropeos, los techos vivientes suscitan la atención de los expertos en planificación urbanística al controlar la contaminación del ambiente, reducir el gasto energético y prevenir las inundaciones durante tormentas.

De las casas con techumbre de turba a las complejas azoteas vivientes

A diferencia de los tejados vivientes ancestrales, desarrollados con turba en edificios semienterrados de Escandinavia a partir de la arquitectura popular de subsistencia practicada durante siglos por los islandeses, los techos verdes domésticos, a menudo hechos por los propios usuarios, proliferan en todos los climas y latitudes.

(Una azotea ornamental mítica: los Jardines Colgantes de Babilonia, según un lienzo del siglo XVI)

Los abrigos humanos, desde los más sencillos y condicionados por un entorno hostil a los más ornamentales y sofisticados, han evolucionado sin perder su perspectiva ancestral: cobijarnos según el clima, los condicionantes locales, la necesidad de estatus, etc. Hay mejores frases sobre la misma idea en cualquiera de los ensayos más populares de Jared Diamond.

Sobre abrigos humanos mínimos

Como el profesor de arquitectura y ecologismo de la Universidad de Nueva York Peder Anker recuerda, los abrigos humanos no requieren unas dimensiones determinadas, ni siquiera unos cimientos estables. Lo demuestra nuestro pasado itinerante como grupos de cazadores y recolectores.

Los últimos exponentes del nomadismo, desde los san del sur africano  a los pueblos de las estepas de asia central, sobreviven en este siglo a los intentos e incentivos para abandonar el -molesto en términos administrativos- nomadismo.

En Europa Occidental, siglos de persecución y políticas “civilizadoras” desde Laponia (y el antaño itinerante pueblo sami) hasta Andalucía y desde Irlanda al Cáucaso, han acabado prácticamente con la itinerancia y las viviendas provisionales mínimas asociadas a este precario estilo de vida, sobre ruedas o sin ellas.

Etimológicamente, el abrigo o vivienda humana ha ido asociado a clanes, familias, estilos de vida, posición en el grupo. Pueblos europeos como el vasco han asociado el linaje familiar con la casa o el lugar concreto de procedencia, una práctica frecuente en los pueblos de Europa Occidental hasta la romanización.

Mirando a nuestro entorno desde nuestro chozo: oikos + logos

Oikos” (casa en griego clásico), descifra la vocación de las estructuras, ancladas o itinerantes, sofisticadas o provisionales, que nos han cobijado, desde donde miramos hacia el exterior y lo interpretamos. De ahí que el término sirva de raíz de “ecología”, “economía”, etc.

Si una vivienda mínima sintetiza la simbiosis entre abrigo humano o estructura que protege de la intemperie al núcleo familiar (“oikos”) y la interpretación que realizamos, desde esta techumbre, del entorno (“ecología”), es la que se funde con los alrededores como una pieza más del engranaje, tal y como han explicado autores como Marco Vitruvio (De architectura), Christopher Alexander (A pattern language) o Bill Mollison y David Holmgren (Permaculture One: A Perennial Agriculture for Human Settlements).

(Imagen)

Los techos vivientes sintetizan los principios de diseño integrado entre abrigo humano y sus alrededores, enlazando agricultura, horticultura, paisajismo, arquitectura y ecología, abogados por Mollison y Holmgren en sus ensayos publicados desde finales de los 70.

Ornamento y adaptación al medio

En la Antigüedad, los tejados verdes desarrollaron una vocación dual que ha llegado a la actualidad, después de que arquitectos y ecologistas recuperaran este método de integración de naturaleza con edificación:

  • una vertiente ornamental, representada en el imaginario colectivo a partir de los jardines colgantes de Babilonia y otras estructuras, míticas y reales que representaron la pujanza de los pueblos urbanos surgidos tras el neolítico en el Creciente Fértil, y diferentes puntos de Eurasia, desde la Península Itálica a las ciudades-estado chinas;
  • un factor más de adaptación al medio y supervivencia, en lugares y latitudes con escasez de materiales y técnicas de construcción asumidas especialistas, como la Islandia y Groenlandia colonizadas por Escandinavia (Jared Diamond explica en Collapse por qué Islandia prevaleció, mientras la Groenlandia escandinava desapareció), donde los techos de turba protegían de la intemperie a personas y animales de manera eficaz y económica.

También suponen una oportunidad para la recuperación urbanística, como muestra la reconversión del tramo superviviente de la antigua High Line de Manhattan, Nueva York, una línea férrea elevada abandonada, en un parque elevado con vegetación autóctona de escaso mantenimiento (xeriscape) de 1,6 kilómetros de longitud (vídeo de Kirsten Dirksen sobre la High Line).

Los primeros techos vivientes contemporáneos

Los primeros tejados vivientes contemporáneos se inspiraron tanto en la sencilla techumbre aislante a base de turba, rica en carbono y nutrientes para sustentar la hierba de verdor perenne de las Highlands escocesas, Islandia, Groenlandia o Noruega, como en la exuberancia de los jardines colgantes de Babilonia.

Se cree que los tejados de turba y césped se originaron en Islandia y, desde allí, se extendieron por Escandinavia y las localizaciones remotas colonizadas por los vikingos, tales como el norte escocés y las Islas Feroe.

La “nueva arquitectura” de Le Corbusier reivindicó el aspecto sencillo, áspero, ancestral e intemporal de estos techos vivientes -tanto aislantes como estéticos-. Y, tras el redescubrimiento de la técnica por la alta arquitectura, el interés por la sostenibilidad de aficionados alemanes instigó el renacer popular de las viviendas familiares con tejado verde. 

Los techos verdes como “moderadores” de situaciones ambientales extremas

La corriente se extendió desde Centroeuropa a Norteamérica, Japón y -ahora por primera vez- el resto del mundo, debido al atractivo -práctico, ecológico, estético- de los techos con vegetación integrada, pese a su coste inicial y de mantenimiento más elevado. Entre las funciones de un tejado verde, destacan:

  • absorber y reutilizar -en ocasiones, incluso filtrar y purificar para el consumo humano- aguas grises y agua de lluvia -en lugares como Australia, reaprovechar el agua de lluvia es una prioridad nacional, como mostramos en este vídeo con el consultor medioambiental Michael Mobbs-;
  • proporcionar aislamiento térmico, al retener el calor interior en invierno y el frescor en verano;
  • crear un hábitat para plantas y animales autóctonos, que entran en simbiosis con el edificio y lo integran en su ecosistema;
  • contribuir a mitigar los efectos de la acumulación de calor en entornos urbanos debido al efecto absorbente de materiales como el asfalto y el hormigón; los edificios tradicionales absorben la radiación solar y se desprenden de ella generando calor, lo que provoca que muchas grandes ciudades tengan temperaturas de hasta 4 grados más que en lugares circundantes.

Tejados verdes intensivos y extensivos

Después de más de 3 décadas de popularización de los techos verdes en edificios modernos, hay tantas técnicas como adaptaciones a distintos tipos de edificio y entorno. Hay, no obstante, 3 grandes familias de techos verdes:

  • tejados vivientes intensivos, con un sustrato más grueso y rico, soportan una variedad más amplia de plantas -en ocasiones, se plantan arbustos e incluso árboles- pero, debido a su peso, requieren mayor mantenimiento; requieren irrigación, abono y cuidados expertos;
  • techos verdes extensivos, con una capa de vegetación más fina a modo de epidermis, logrando la ventaja aislante y de moderación de la temperatura de los intensivos, sin recargar la estructura con un peso excesivo; requieren poca dedicación;
  • la modalidad mixta o semi-intensiva combina ambos tipos.

En cualquier caso, los tejados vivientes actuales ayudan a mitigar los efectos del clima extremo -bochorno, heladas-, filtran el agua de la lluvia y evitan daños en tormentas. 

El alimento más local: tejados vivientes comestibles

Asimismo, algunos tejados verdes son huertos comestibles más o menos intensivos, e incorporan otras tendencias que conforman la integración de edificio y entorno natural inmediato, tales como la apicultura urbana (consultar distintos modelos de colmena urbana) y los sistemas de hidroponía (cultivar plantas con suero mineral y sin necesidad de suelo agrícola).

(Imagen)

Los techos verdes comestibles añaden el beneficio de la cosecha (verduras, especias, miel, plantas medicinales, fruta) a las ventajas estéticas, de regulación climática y filtrado de agua con que cuentan los tejados vivientes en general.

Sobre la conveniencia de producir alimentos en la ciudad

Junto a los huertos verticales y paredes vivientes también comestibles, los tejados verdes con especies vegetales aptas para el consumo se han convertido en la tendencia de alimentación local y periurbana más futurista para las grandes urbes, donde el terreno es caro y la normativa permite edificar edificios altos.

En estos momentos, emprendedores, consistorios municipales y algunas empresas meditan acerca de la conveniencia de erigir huertos verticales en ciudades, ya que el valor residencial sería, a priori, más rendible en el centro metropolitano.

No obstante, los alimentos producidos en edificios (azoteas, paredes, interiores), argumentan los defensores de la idea, podrían explotar el carácter local y sostenible de su producción, que se trasladaría a su precio.

Xeriscape: especies autóctonas, poco mantenimiento

Los techos vivientes no son sólo comestibles (en ocasiones en forma de pequeñas granjas integradas, con compostaje y vermicompostaje, producción de miel y todo tipo de vegetales, etc.), ornamentales, o una combinación de ambos: en los proyectos con más recursos y conocimiento aplicado, se impone el xeriscape

El “xeriscaping” (del griego “xeros”, seco, y el inglés “landscape”, paisaje), predilección por la agricultura autóctona que no requiere más riego ni cuidado suplementario que la lluvia -o las aguas grises- y un mantenimiento testimonial para regular el crecimiento de las plantas.

Debido a ello, consigue los beneficios de cualquier tejado viviente con un mínimo mantenimiento y la integración más adaptada al entorno, al incorporar especies que han evolucionado en la zona y, por tanto, proliferan sin apenas cuidado en el clima y pluviometría de la zona.

Beneficios estructurales y retorno cuantificable de la inversión

A diferencia de las casas con techo de turba escandinavas, la tecnología de los tejados vivientes contemporáneos garantiza su estanqueidad y resistencia estructural en función de las características del edificio.

  • bajo la capa de vegetación, humus y tierra, se instala un sistema de drenaje, compuesto por una membrana porosa y una alfombra o capa de grava que evita corrimientos de tierra, a la vez que garantiza el filtrado del agua sobrante;
  • le sigue una capa que actúa como aislante, seguida de otra capa o membrana diseñana para bloquear el arraigo de las raíces a la estructura del edificio;
  • finalmente, una capa con un material impermeabilizador protege el soporte estructural de los efectos del agua y la humedad.

A cambio de la inversión los techos verdes:

  • integran el edificio en el paisaje;
  • previenen de los efectos del clima extremo; 
  • reducen la factura eléctrica (tanto en aire acondicionado como en calefacción);
  • alargan la vida del techo o azotea; 
  • purifican la contaminación de nitrógeno en el agua de lluvia;
  • y reducen tanto el efecto de la lluvia ácida en las ciudades como la acumulación de agua durante tormentas.

Techos vivientes contemporáneos

Para muchos, los techos verdes son un avance hacia el futuro que reconcilia las ciudades, convertidas en hornos y congeladores según la estación debido a la mediocre planificación de las últimas décadas, en parte integrante de un ecosistema, tal y como promueven la permacultura y tendencias integradoras relacionadas.

Sea considerado el inicio de una tendencia que transforme las grandes metrópolis o la integración de un edificio con su entorno natural inmediato, o un lujo todavía demasiado caro para los edificios convencionales, la tendencia se abre paso en todo el mundo.