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Teletrabajo: del cubículo al hogar dulce oficina

Atrás quedan los tiempos en que “el jefe” se parecía al superintendente Vicente y “la secretaria” -mujer, con permanente-, respondía al nombre de Ofelia y contestaba al teléfono con un agudo buenos días. Hace años que la oficina ha dejado de convivir con sonidos como el de la máquina de escribir y olores como el tabaco. 

Bien, en este último caso, depende de la profesión; yo tengo 31 años y recuerdo, cuando era un niño ya crecidito, ir a visitar al médico de familia, que deleitaba a sus pacientes con un cenicero hasta arriba de colillas. Y estoy hablando del gremio médico. La conciliación laboral y el teletrabajo no sólo tienen sentido en según qué profesiones: su adopción es imparable y, en muchos casos, mejorará productos y procesos de producción. Pero no todo vale.

Aguantar al jefe

El jefe, la “secre”, la máquina de escribir y el tufo a tabaco no han resistido a los cambios sociales, laborales y en algún caso legislativos. Es tiempo de crisis, de “fin del trabajo”; también de oportunidades y teletrabajo. Quizá incluso de conciliación.

Según un estudio de Gartner Dataquest, uno de cada cuatro trabajadores estadounidenses trabajó desde casa al menos un día a la semana durante el año pasado.

Otro estudio publicado a principios de 2008 establece que 33 millones de norteamericanos tienen trabajos que podrían desempeñar desde casa. Si todos ellos empezaran a trabajar desde casa (“teletrabajar“) en lugar de acudir a la oficina en coche (como ocurre mayoritariamente en amplias zonas de Estados Unidos, donde el transporte depende del vehículo privado casi exclusivamente), las importaciones de gasolina disminuirían en torno a una cuarta parte.

Las emisiones de dióxido de carbono, sólo aplicando esta medida que posiblemente aumentaría la productividad y equilibrio de los trabajadores, caerían alrededor de 67 millones de toneladas métricas anuales. En términos de horas ahorradas, cada teletrabajador conseguiría el equivalente a 25 días laborables para destinar a ocio al año.

Son números grandes.

¿Inicio de la era del teletrabajo?

En Europa las cifras no son tan elevadas como en Estados Unidos, pero la tendencia es inequívoca a ambos lados del Atlántico: aumenta el número de teletrabajadores, o personas que pueden desempeñar con una cierta regularidad su jornada laboral desde un lugar distinto a la oficina física.

Correo electrónico, mensajería instantánea, telefonía y videoconferencias a través de IP, aplicaciones de productividad a las que se accede usando un navegador y no requieren instalación (Protonotes, Loopt, LinkedIn, Basecamp, Google Docs, Zoho Apps, Highrise, Backpack, Campfire, Gliffy, MindMeister, Helipad, TrackMyPeople, Paybackable, BigContacts, DeskAway, 88Miles, myHours, WhoDoes, Salesforce, etc.).

Gracias a Internet, el número de trabajadores del conocimiento que desempeñan una actividad en la que no es necesario permanecer ante el cliente aumenta tan rápidamente como la desaparición de trabajos en la agricultura, la industria, la distribución y los servicios.

Ya sea desde casa, la cafetería de la esquina o desde cualquier otro lugar que no impida la realización de las tareas asignadas, el teletrabajo promete flexibilidad al trabajador. Numerosos estudios pretenden dirimir si teletrabajo equivale también a un aumento de la motivación y de la productividad.

Desde 2000, el teletrabajo ha crecido un 11% anual entre las medianas y grandes empresas de Estados Unidos, y el 37% de las empresas de este país ofrecen contratos con cláusulas que permiten cumplir la jornada desde un lugar ajeno a la oficina, según la Sociedad de Gestión de los Recursos Humanos (SHRM en sus siglas en inglés).

El teletrabajo no parece la opción ideal para los compañeros que sí que acuden a la oficina, según las investigaciones de Timothy Golden, profesor del Insituto Politécnico de Rensselaer.

Al parecer, tener la flexibilidad para contestar a una llamada, enviar un correo, escribir un informe o artículo o ratificar una tarea realizada en equipo desde cualquier lugar puede aumentar la moral y el rendimiento de quien teletrabaja, pero tendría el efecto opuesto entre los que sí acuden a la oficina.

Entre los motivos que provocarían la insatisfacción de los compañeros que acuden a la oficina destacan la percepción de un agravio comparativo (para muchos de nosotros, trabajar consiste en “permanecer delante del ordenador o mesa de trabajo”) o la ausencia de la comunicación presencial.

La realidad incontestable es que dispositivos como los ordenadores portátiles, los teléfonos inteligentes (auténticos ordenadores: Blackberry, iPhone, modelos con sistema operativo Windows, Android, Palm OS, Symbian) y las conexiones a Internet sin cables (alta velocidad 3G, redes wifi y wimax), permiten trabajar a miles de profesionales sin necesidad de acudir a la oficina.

El teletrabajo es a menudo visto como una artimaña más de las empresas para que los trabajadores no rindan sólo en la oficina, sino también en casa, durante los fines de semana y cuando viajan.

Porque acudir a la oficina implica:

  • Destinar mayor infraestructura (más energía y dinero) por el mismo trabajo realizado; mantener un espacio personalizado para un único trabajador que sólo es usado 8 horas al día, con sus gastos asociados (hardware, software, material de oficina, energía).
  • Perjudicar la calidad de vida de quien acude a la oficina y poner en riesgo la conciliación entre vida laboral y personal (a las horas de jornada oficial, se añaden los imprevistos en la oficina y el tiempo empleado en el desplazamiento).
  • Reducir el nivel de renta del trabajador o (en función del contrato) aumentar los gastos innecesariamente: coste -económico, para la salud- de comer fuera de casa, coste del desplazamiento.
  • Aumentar los gastos de desplazamiento: en coche (aumento de los precios de la gasolina, congestión en la carretera) o transporte público.
  • Convivir situaciones que repercuten sobre el estado anímico: congestiones de tráfico, riesgos relacionados con la conducción, calidad del transporte público empleado y su nivel de masificación, etc.
  • Centrarse en cuestiones cotidianas relacionadas con la oficina, pero no con la tarea desempeñada por el trabajador (control horario, vestuario, dinámicas en las relaciones interpersonales ajenas al trabajo).
  • Menor flexibilidad y pérdida de oportunidades para aumentar la expansión geográfica.

Los contratos y convenios laborales que suscriben millones de trabajadores en todo el mundo fueron diseñados para una realidad productiva industrial, en la que era necesario permanecer en la cadena de montaje, la oficina bancaria, la redacción del periódico.

La realidad laboral ha cambiado, y el cubículo de la oficina, como el puesto en la cadena de montaje, forman parte del pasado. El teletrabajo es el primer intento serio de afrontar esta situación.

El fin del trabajo, tal y como lo conocemos

A finales de la década pasada y coincidiendo con el fin del primer boom de Internet, que desembocaría en la caída bursátil de la primera burbuja tecnológica, el teletrabajo surgió como respuesta a una nueva realidad laboral: las tecnologías habían hecho posible que cualquier profesional con un ordenador, un teléfono y una conexión a Internet (más tarde, con sólo un teléfono que contara con correo electrónico) pudiera desempeñar su labor desde cualquier lugar, sin que su ausencia física de la oficina se notara en el rendimiento del propio trabajador o la cuenta de resultados de la empresa.

Ya en 1995, Jeremy Rifkin postulaba en su libro El fin del trabajo que, a medida que las tecnologías de la información y la deslocalización de la producción industrial hacia los países emergentes eliminara millones de trabajos en los países ricos, una pequeña élite de directivos y profesionales del conocimiento se beneficiaría de una economía global de alta tecnología.

El camino, según Rifkin, para evitar el empobrecimiento de barrios y ciudades en las zonas industriales de los países ricos, era crear un “tercer sector”: organizaciones y entidades productivas que generaran trabajo y mejoraran los servicios sociales en barrios decadentes.

El método para financiar el nuevo tercer sector consistía en reducir el gasto militar, establecer un impuesto de valor añadido en bienes no esenciales y establecer un sistema de financiación para remunerar a los nuevos “trabajadores sociales”.

Rifkin escribió su libro durante el primer mandato de Bill Clinton, cuando Internet apenas mostraba su poder como nueva herramienta vertebradora del conocimiento y Estados Unidos todavía tenía por delante un lustro de crecimiento económico, generación de empleo y superávit en las cuentas públicas.

Se han cumplido algunas de las predicciones de Rifkin, y Barack Obama ganó las elecciones presidenciales norteamericanas explicando de un modo llano, para que toda la ciudadanía lo entendiera de manera meridiana, que mientras las fábricas norteamericanas producían en China, este país se dedicaba a comprar deuda de Estados Unidos, empleada a su vez por la Administración para financiar la Guerra de Irak.

Ante la destrucción de puestos de trabajo debido a la deslocalización y a la pujanza de los países emergentes ya adelantada por Rifkin y otros autores, en lugar de reducir el gasto militar y usar parte del presupuesto en generar economías locales más fuertes, Estados Unidos incrementó el gasto militar y pagó parte de la factura con deuda financiada con divisas chinas.

Ahora, en un momento de recesión, Barack Obama quiere rescatar el espíritu de la idea de Rifkin, aunque la generación de puestos de trabajo en las ciudades más castigadas por la crisis y el paro no se podrá financiar con unas cuentas públicas saneadas.

Los últimos ocho años de mandato de George W. Bush son, además, los primeros de la historia reciente de este país donde un crecimiento sostenido de la economía y los beneficios empresariales no se ha transmitido en un aumento de la renta media disponible de los hogares.

Teletrabajo: no sólo flexibilidad sino ahorro para las empresas

El teletrabajo, jornadas laborales en la oficina acortadas y subsidios de las empresas para instalar una conexión de banda ancha en casa eran medidas aplicadas para ahorrar tiempo y ofrecer a los trabajadores que así lo demandaran de mecanismos para un mayor equilibrio entre la vida profesional y la familiar (conciliación laboral).

Ahora, son medidas para ahorrar dinero y apartar a los trabajadores de lo que a menudo son horas de conducción y gastos que pueden desaparecer si se opta por trabajar desde casa. Algunos ejemplos en Estados Unidos:

  • En San Francisco, la firma de relaciones públicas Citigate Cunningham anima a sus trabajadores a permanecer en casa cuando sea posible, ofreciéndoles portátiles y teléfonos Blackberry para facilitar su labor desde cualquier lugar y reembolsándoles 40 dólares mensuales para que paguen la conexión a Internet de banda ancha de casa.
  • Janelle O’Haugherty, de Sabre, empresa con portales temáticos de viajes, explicaba a The New York Times que el teletrabajo ha ahorrado a los trabajadores el dinero que habían estado gastando en ropa para acudir al trabajo y comida para llevar.
  • En Rejuvenation, una empresa de iluminación de Portland, los trabajadores trabajan 10 horas al día durante 4 días a la semana. 
  • Google mantiene pequeñas oficinas en el centro de varias ciudades estadounidenses para captar el talento de profesionales que estén interesados en trabajar para la firma pero, en cambio, no quieren desplazarse a diario al campus de Mountain View, California.
  • En el Estado de Washington, Microsoft ha abierto tres nuevas oficinas en distintos lugares para ahorrar a 7.000 trabajadores el mal trago de los atascos diarios en los accesos al complejo empresarial que la empresa tiene en Redmond, en las afueras de Seattle.
  • Ejemplos con espectacular aumento de la productividad: los teletrabajadores de American Express generan un 40% más de negocio que sus colegas que permanecen en la oficina, mientras que los 9.000 teletrabajadores de British Telecom son aparentemente un 30% más productivos que el resto de sus compañeros, según The Economist.

También en Estados Unidos surgió el concepto de “mesa caliente” (“hot desking“).

Originada a principios de los 90, es una tendencia a diseñar oficinas que no cuentan con un escritorio fijo para los trabajadores, sino que éstos van ocupando los lugares en función de su disponibilidad. De este modo, es posible contar con menos escritorios e incluso que una oficina funcione sin parar.

España está en la cola de Europa en la integración de políticas laborales que fomenten el teletrabajo.

Sin embargo, una nueva generación de profesionales y directivos recuerda que el -desproporcionadamente elevado- nivel de absentismo laboral en España, así como la extensión de la jornada hasta altas horas de la tarde, a diferencia del resto de Europa, son dos causantes principales de la falta de conciliación laboral.

Además del absentismo laboral y de la tradicional jornada laboral extendida, con largo parón al mediodía para comer, la baja productividad es otra causa y consecuencia de la escasa conciliación conseguida en España.

Es necesario un cambio cultural para reconocer que estar más no significa trabajar más.

En España, se valora socialmente el estar siempre ocupado trabajando (pese a que el absentista mental, como explica J.A. Unión en El País, no necesita moverse la mesa para escaquearse).

Existen contados casos de conciliación laboral bien entendida en España, aunque varias grandes empresas se esfuerzan cambiar la realidad: entre el 5% y el 10% de los empleados de la sede de Telefónica teletrabajan; e Iberdrola ha establecido jornada continua de mañana durante todo el año (no sólo durante el verano.

El 91% de los españoles estaría más unido a su empresa si conciliara más, asegura un estudio de Webex citado por Expansión.

Otro estudio de la Durham Business School, conducido por Tom Redman, concluye que el teletrabajo no reduce el compromiso de los empreados y, sin embargo, sí reduce el estrés en la mayoría de los casos.

Hogar dulce oficina

El teletrabajo se postula como una solución buena para las sociedades (menor estrés y menores enfermedades derivadas el trabajo, que repercute sobre un menor coste sanitario y una mejor salud general a largo plazo) empresas (reducción de costes, reducción del absentismo laboral, aumento de la productividad, mayor implicación de los trabajadores, introducción de políticas de incentivos no sólo económicos), empleados (conciliación entre vida personal y laboral, mayor equilibrio personal, mejor educación para los niños, mayor facilidad para mejorar la formación) y el Planeta (menores emisiones de dióxido de carbono).

Un artículo de Wired explica el profundo cambio cultural que debe producirse en todo el mundo para que el teletrabajo pueda implantarse de manera general entre los trabajadores que puedan desempeñar sin problemas su actividad desde cualquier lugar, en una era en que la Internet de banda ancha es un servicio lo suficientemente económico, fiable y extendido entre la población.

Si trabajar desde casa tiene más sentido que nunca en un momento de profunda crisis económica y elevado coste del combustible, no todo el mundo está preparado para rendir desde casa.

Treehugger asegura a los incrédulos que no es algo tan difícil; basta con empezar con emplazar el lugar de trabajo en un espacio que cuente con luz natural y aire fresco; conseguir un amplio y cómodo escritorio; invertir en una silla ergonómica decente y, finalmente, trabajar de un modo inteligente y sostenible.

Cada vez es más fácil, por ejemplo, prescindir del papel para trabajar tanto en casa como en la oficina, con lo que se evitan pérdidas innecesarias y métodos de trabajo tan poco efectivos como pensados para una realidad tecnológica de otro siglo.

Un interesante artículo de The New York Times sobre cómo trabajar prescindiendo de papel físico ilustra cómo un pequeño cambio de comportamiento puede ahorrarnos dinero, hacernos trabajar mejor y reducir un gasto tan innecesario como contaminante.

El cubículo

Todos tenemos nuestra propia experiencia laboral con los cubículos. Quizá existan profesionales conformes e incluso deseosos de mantener su propio espacio en la oficina. Aunque, dado el nivel de absentismo laboral y la tasa de productividad en países como España, incluso quienes quieren seguir acudiendo a la oficina estarían encantados de poder trabajar desde casa al menos un día a la semana.

Las “granjas de cubículos” que muchos de nosotros hemos padecido en algún momento de nuestra vida laboral constituyen auténticos símbolos pop de la “esclavitud cerebral”. Algunas de sus menciones más celebradas y dignas de psicoanálisis:

  • La tira cómica Dilbert.
  • La película Office Space (con ridícula telefonista con voz de pito y mensaje repetitivo incluidos).
  • La serie televisita The Office, de la cadena NBC.
  • La vida gris de Thomas Anderson, protagonista de The Matrix, trabajador de una oficina con cubículos que fomentan el aislamiento y la mecanización de la jornada laboral.
  • Quien no haya visto The Apartment, es una buena peli para comprar a saldo o reservar en la biblioteca pública. Su protagonista, encarnado por Jack Lemmon, trabaja también en una insípida e impersonal oficina neoyorquina.

Para muchas empresas, no será nada fácil deshacerse del cubículo. El aumento del teletrabajo, bien entendido, podría mejorar mucho las cosas para empresas, trabajadores, medio ambiente y sociedad.

Uso estas últimas 4 palabras sin la demagogia de un anuncio pagado con una subvención o similar.