Qué mejor momento que el verano para hablar de teletrabajo. La crisis ha acentuado los problemas económicos de muchas familias, y profesionales de diversos sectores reinventan sus situaciones personal y profesional. En ocasiones, ambas esferas conviven en casa.
El miedo a perder el empleo puede causar problemas de salud y tensiones en la familia. En España, el desempleo en el segundo trimestre de 2010 alcanzó el 20,09%, una situación que no mejorará a corto plazo, pese a las virtudes estacionales del tercer trimestre del año en un país turístico. En el mismo período, el número de hogares españoles con todos sus miembros en paro se situó en 1.308.300, un aumento de 9.800 hogares en relación con el anterior trimestre.
Eso sí, algunos datos estructurales ya no son tan negativos. Tras las dudas sobre la solvencia de las economías del sur de Europa, los mensajes de austeridad de varios gobiernos, las reformas aprobadas en las últimas semanas y los buenos datos de Alemania, cuyo PIB creció el 2,2% en el segundo trimestre de 2010, la zona euro se recupera con más vigor de lo esperado. No obstante, la mejoría no se notará inmediatamente en la calle.
Dejar el trabajo actual en busca de algo mejor
El leve progreso de los países de la zona euro, cuyos mercados de trabajo tienen mayor rigidez que el estadounidense, podría animar a la larga a los trabajadores más cualificados y confiados de mejorar su situación laboral a abandonar su actual puesto, un fenómeno que se acelera cuando aumenta la confianza en la economía.
En momentos económicos delicados, el miedo a no encontrar otro puesto de trabajo constriñe la movilidad laboral y la capacidad para tomar riesgos que puedan comprometer la estabilidad de las cuentas familiares.
En Estados Unidos, donde los datos sobre el paro en todo el país (9,6% en junio de 2010) y en Estados con un gran peso en la economía como California (12,2% en el mismo mes), son igual de preocupantes que los europeos, aumenta el número de personas que abandonan su trabajo voluntariamente, en busca de un puesto que se amolde más a sus intereses.
Durante marzo, abril y mayo de 2010, más personas abandonaron voluntariamente su trabajo en Estados Unidos que el número de trabajadores despedidos durante el mismo período, un brusco cambio tras 15 meses consecutivos en que los despedidos superaron a las bajas voluntarias.
Tradicionalmente, abandonar el puesto de trabajo es una acción, incluso en mercados laborales tan dinámicos como el de Estados Unidos, que sólo alcanza tasas considerables cuando hay perspectivas de mejora de la situación personal. Para economistas como Steven Davis, de la Universidad de Chicago, “hay un siglo de evidencia estadística acumulada que sostiene el argumento de que el abandono voluntario avanza y el despido retrocede a medida que mejora el mercado laboral”.
El síndrome del trabajador quemado
Los estudios muestran cómo la moral de los trabajadores desciende en momentos económicos especialmente delicados, como la recesión que empieza a remitir. En los últimos dos años, la productividad creció en Estados Unidos, a medida que las empresas aprovecharon el miedo de los trabajadores a perder su puesto para repartir más trabajo por asalariado.
The Economist recuerda que muchas grandes empresas estadounidenses están nadando literalmente en liquidez (los casos de las tecnológicas Apple y Google son paradigmáticos), ya que evitaron realizar compras o movimientos arriesgados en los últimos 3 años para garantizar su comodidad financiera durante el lustro de precariedad que vislumbraron entonces. El fenómeno también llama la atención a The Washington Post.
Pero estas empresas no sólo cerraron el grifo a las operaciones de mayor riesgo: por primera vez, una mejora continua de los datos económicos no ha derivado en Estados Unidos en un aumento considerable de la contratación. Las empresas engordan su cuenta de resultados, pero declinan contratar a un ritmo suficiente como para reactivar el mercado laboral.
De ahí que, al primer síntoma de mejoría del mercado, los trabajadores que han acumulado mayor tensión, o aquellos con intención de conciliar con mayor equilibrio su vida personal y profesional, abandonen su actual puesto.
Pero aumentar la productividad hasta niveles excesivos entre los asalariados más capaces puede tener sus inconvenientes. Razor Suleman, consultor especializado en ayudar a las empresas a retener a sus trabajadores más valiosos, cree que “va a haber un éxodo masivo de los mejores trabajadores a medida que la economía se recupera”.
A diferencia del mercado laboral español y europeo, con una mayor rigidez cultural y geográfica, el estadounidense se comporta como un mercado laboral con menos atavismos.
El papel de Internet como ventana laboral para determinados profesionales
Internet no ayuda a todos por igual. Pero el mayor número de redes de banda ancha, inalámbricas y móviles, está transformando la oficina en un lugar que, para muchos puestos de trabajo, sólo tiene sentido en contadas ocasiones: visitas de clientes, reuniones presenciales con compañeros con los que existe una relación telemática, etc.
Incluso cuando existe un motivo para visitar la oficina, hay alternativas que la hacen innecesaria. Siempre es posible visitar a un cliente o compañero en algún lugar público, si se cree que no basta con el correo electrónico, la mensajería instantánea, la videoconferencia o herramientas que mezclan estos servicios.
La oficina ha cambiado. Las empresas de gran tamaño mantienen su estructura física, pero los cambios en la organización del espacio dan pistas sobre la radical transformación promovida por la ubicuidad de las herramientas que muchos profesionales usan para desarrollar su trabajo, accesibles desde cualquier aparato que tenga conexión a Internet.
¿Office Space?
El canon laboral repetido en los medios hasta la saciedad, representado por el personaje encarnado por el trabajador de una empresa de seguros de Nueva York (Jack Lemmon) en The Apartment (El Apartamento), ha sido superado hace tiempo. Con herramientas remotas para la gestión y la comunicación, ya no es necesario congregar a un grupo de personas en un espacio físico concreto para que puedan desempeñar su labor.
El trabajo rutinario, desligado de toda brillantez o meritocracia, desarrollado en una gris compañía de software a finales de los noventa, sirve al cineasta Mike Judge para explicar en Office Space, lo absurdo de algunos trabajos desarrollados en una estructura de cubículos.
Una alegoría de lo absorbente y poco edificante en que puede convertirse la jornada laboral para trabajadores de cuello blanco que padecen un entorno laboral rígido, físicamente inmutable, diseñado en décadas anteriores. Si aumenta de nuevo el porcentaje de personas que abandonan sus puestos antes de contar con una nueva oferta laboral firme, la conciliación laboral, y no sólo los incentivos económicos, tienen mucho que ver con el nuevo escenario.
Los puestos de trabajo expuestos en The Apartment y Office Space pueden ahora amoldarse fácilmente al horario y rutina laboral de un puñado de profesionales colaborando de manera remota, a través de Internet. En lo esencial, el vendedor de seguros C.C. Baxter (Jack Lemmon), en 1960, y el programador de software Peter Gibbons (Ron Livingston), en 1999, son piezas prescindibles de la estructura laboral creada para empresas de información y servicios en la era pre-informática, mucho antes de que Internet y su entorno productivo convirtieran este diseño en obsoleto.
El teletrabajo, a menudo confundido con la precariedad laboral -no tiene por qué ser así, y también existe precariedad laboral en trabajos presenciales-, elimina la agonía de los desplazamientos al trabajo y aporta ahorro económico a las empresas. Muchos trabajadores eligen esta modalidad para conciliar su vida personal con la profesional y arguyen que su rendimiento y bienestar aumentan trabajando desde casa.
El estereotipo dice que los jóvenes profesionales mejor educados de Europa prefieren la seguridad y la libertad de un trabajo funcionarial correctamente remunerado en lugar del riesgo, la incerteza y el trabajo duro -el “todo o nada”- asociados a la creación de ideas y empresas, que florecen mayoritariamente donde abundan las mentalidades más emprendedoras, como Estados Unidos.
En momentos económicamente tan delicados como el actual, la dialéctica de lucha entre las personalidades funcionarial y emprendedora alcanzará su cénit. Personalmente, espero que gane la mentalidad emprendedora, que fomenta el pensamiento libre, la autonomía del individuo, la ambición en su sentido menos peyorativo, el espíritu de la mejora continua. Agallas y meritocracia.
Para el triunfo de la mentalidad emprendedora, sin embargo, también debe existir en la sociedad una cultura de la comprensión de los mecanismos de ensayo y error asociados a la creación y destrucción de ideas, tan darwinista, donde el fracaso no es visto como una derrota de por vida, sino como un estadio más del desarrollo personal.
¿Cómo empieza tu día?
Phil Daoust imagina en The Guardian el inicio típico de un día cualquiera para millones de trabajadores en todo el mundo.
“¿Cómo empieza tu día? Asumiendo que todavía tengas un trabajo, ¿es tu desplazamiento a la oficina 30, 60 o 90 minutos infernales? ¿Con qué llegas al trabajo, con un autobús impuntual o un tren atestado? Si conduces, ¿desearías ir en bici? Si vas en bici, ¿desearías ir caminando? Si caminas, ¿te gustaría que tus zapatos fueran a prueba de cacas de perro? ¿Llegas estresado, exhausto, degradado, suicida, homicida o todo lo mencionado?”
Daoust emplea un primer párrafo digno de un reportaje sobre teletrabajo publicado durante el mes de agosto en un diario progresista británico. El segundo párrafo tampoco tiene desperdicio. El periodista pregunta al lector si, durante las 8 horas restantes, siente cualquiera de las molestias que pueden incrementar nuestra ansiedad: iluminación, interrupciones constantes, etc.
No menciona el aire acondicionado y la calefacción, elementos que yo mismo llegué a temer durante los años que trabajé en pequeñas redacciones de distinto percal. La única afonía de días que he tenido en mi vida se debe al aire acondicionado soportado en la última oficina en la que trabajé antes de fundar *faircompanies.
Transformación laboral sin precedentes
El teletrabajo es una modalidad laboral en expansión. Banca, centrales de llamadas, empresas de relaciones públicas, consultoras, gabinetes de comunicación, empresas de software, firmas de Internet, bufetes de abogados y otros sectores flexibilizan su estructura y analizan a sus trabajadores en función de su productividad y resultados, en lugar de cronometrar su presencia física en el cubículo, ante el ordenador o en la sala de reuniones.
Melanie Pinola, redactora especializada en temáticas de teletrabajo para About.com, cree que hay decenas de tareas profesionales que pueden realizarse remotamente. Entre ellas, las de contabilidad, telemarketing, análisis financiero, traducciones, entrada de datos, diseño gráfico, ilustración, seguros, redacción de discursos, investigación, agencias de viajes, inversión en bolsa, diseño y programación web, redacción periodística y edición. Pinola se deja otros ejemplos en el tintero.
Varias empresas ofrecen en todo el mundo modalidades de teletrabajo a sus empleados. La firma de telecomunicaciones británica BT, por ejemplo, dispone de 65.000 puestos cubiertos por trabajadores con horarios flexibles y una cierta autonomía para trabajar desde casa la oficina o cualquier otro lugar (podría tratarse, por ejemplo, de un lugar de veraneo para el resto de la familia, a excepción del teletrabajador, que usaría ciertas horas del día para trabajar sirviéndose de Internet). Asimismo, 10.000 trabajadores de BT no acuden siquiera a la oficina.
Corporaciones con miles de trabajadores, como BT, han encontrado en la flexibilidad laboral y el teletrabajo un método de incentivación y de aumento de la productividad. En las pequeñas y medianas empresas, así como en las microempresas, teletrabajo equivale en ocasiones a extensión de la jornada laboral, ya que es posible trabajar desde el portátil y, en ocasiones, desde el móvil.
Peter Thompson, miembro de Telework Association, organización británica para el fomento del teletrabajo, cree que “virtualmente cualquier tarea que solía desempeñarse en la oficina y emplea ordenadores y telecomunicaciones puede realizarse de manera remota durante, al menos, parte de la semana”. Incluso las tareas de enfermería, según Thompson, entran en esta categoría. “Los trabajadores de enfermería tienen que estar físicamente presentes cuando cuidan de sus pacientes, pero también realizan mucho papeleo, que podría hacerse en cualquier sitio”.
Conciliación laboral = mayor compromiso y productividad
Algunos estudios en Estados Unidos muestran aumentos de productividad de entre un 30% y un 40% en trabajadores a los que se ofrece cierta flexibilidad o incluso desempeño de la jornada completa desde casa. Phil Daoust menciona a Noel Hodson, experto en trabajo a distancia. “Lo que hayamos es que la mayor parte del tiempo que los trabajadores se ahorraban en el desplazamiento se convertía en trabajo. Los trabajadores valoraban su nueva manera de trabajar y, para protegerla, trabajaban más”.
El propio Hodson lleva 30 años teletrabajando, tras años de desplazamientos, cinco días a la semana, entre Oxford y Londres, simplemente para acudir a su puesto de trabajo. “Tenía dos niños pequeños que apenas veía, y pensé: ‘es ridículo’. Así que cerré la oficina”.
Conseguir un mayor equilibrio entre vida personal y profesional no siempre equivale a dejar el puesto de trabajo, sobre todo cuando el mercado laboral es rígido, la situación económica personal no permite experimentos o el paro afecta a un gran porcentaje de la población, como en España.
En estas situaciones, los trabajadores pueden promover cambios positivos, tanto para ellos como para la empresa. Mayor flexibilidad y conciliación puede equivaler a un aumento instantáneo del compromiso con los objetivos de la empresa, así como una mejora de la productividad.
En el Reino Unido, por ejemplo, se ha comprobado que las empresas que ofrecen un entorno flexible tienen más facilidad para atraer talento, así como para conservarlo. En BT, el 97% de las mujeres que piden la baja por maternidad vuelven a su puesto de trabajo, en comparación con un porcentaje de en torno al 50% en todo el mercado laboral británico.
Formar una familia, mantener el trabajo y disfrutar de ambos
El teletrabajo también supone ahorro económico para la empresa, y medioambiental. En lugar de destinar una importante porción de su tiempo en desplazarse a la oficina y entablar interrelaciones rutinarias que no conducen a un aumento de la productividad, el trabajador elige cómo gestionar su tiempo y reduce su impacto ecológico.
Cuando se trata de profesionales con hijos, la experiencia personal de profesionales con libertad para gestionar su jornada laboral desde casa se ha convertido en sujeto de artículos en varios medios, como el caso de la estadounidense Sylvia Marino, que explicaba su experiencia como teletrabajadora en The New York Times.
Marino es directora ejecutiva de operaciones en el sitio sobre automoción Edmunds.com, tarea que incluye la supervisión del trabajo de varias personas que desarrollan la política de comentarios y participación de moderadores y usuarios en el portal.
Ha teletrabajado durante los últimos 10 años, desde que empezó en la empresa, de modo que su testimonio ha sido ampliamente citado como ejemplo de éxito en el desempeño y consolidación de un trabajo directivo no presencial, realizado desde casa y combinado con una familia con tres hijos, de 4, 7 y 9 años.
Tesón, compromiso, regularidad, gestión óptima del tiempo
Sylvia Marino ha creado rutinas que la ayudan a aprovechar su tiempo y a distinguir entre vida personal y profesional. Se levanta cada día a la misma hora, se ducha y se viste para acudir a “la oficina”, aunque ésta se encuentra en casa.
Prefiere dejar claro a los mensajeros, a los vecinos, amistades y familiares que, cuando trabaja, le gusta que su labor sea respetada como la de cualquier otro profesional trabajando de lleno en su jornada laboral. Marino explica que, de no realizar esta clara distinción entre espacio profesional y personal, otras personas, incluidos los miembros de su familia, se sentirían con la libertad de interrumpirla en cualquier momento.
Dejó claro en la escuela de sus hijos que, pese a permanecer en casa, trabaja desde el hogar y no tiene tiempo libre para tomar responsabilidades adicionales en la gestión escolar de sus hijos, por ejemplo. Se involucra en su educación, pero dedica a ello un tiempo similar al de otros padres que trabajan fuera de casa.
Sus hijos respetan el espacio laboral de la madre hasta el punto de acudir a la oficina sólo para saludar, y evitar más interrupciones que las estrictamente necesarias.
Asimismo, Sylvia Marino acude a la oficina de manera periódica, aunque no lo hace para socializar, sino con el objetivo de trabajar presencialmente con sus colegas en los temas y dudas que ha ido apuntando desde la última visita. De este modo, aprovecha su tiempo en la oficina al máximo.
Pero Marino concluye que su caso personal, que ella misma ve como un caso de éxito, ha sido posible gracias al compromiso de su empresa y al suyo propio. Los teletrabajadores más exitosos saben distinguir vida personal de profesional, están acostumbrados a gestionar sus tareas y a conformar su propio horario de un modo óptimo, y son intelectualmente autónomos.
El síndrome del teletrabajador
Pero trabajar de manera remota en una empresa que no es la propia requiere la comprensión de todo el equipo, desde el último trabajador hasta el directivo o el consejo de dirección.
Como Sylvia Marino explica en su artículo para The New York Times, los trabajadores todavía tienen que aprender a convivir con la falta de compresión de quienes confunden trabajar desde casa o gestionar la jornada laboral propia con una falta de compromiso o incluso una excusa para recrearse en otras cosas, dejando de lado las tareas profesionales. Nada más lejos de la realidad: trabajar desde casa aumenta la productividad, felicidad y, además, reduce el impacto medioambiental del teletrabajador.
Marino explica con algunas pinceladas esta falta de comprensión: “algunos teletrabajadores dicen que se hace solitario, pero diría que el mayor problema para la mayoría de teletrabajadores es la sensación de que tenemos que estar siempre disponibles. Si llamo a la gente de la oficina y salta el contestador, pienso que se han levantado un minuto o están en una reunión. Pero si alguien me llama a mí, me siento obligada a coger el teléfono al sonar tres veces, sea la hora que sea del día -o la noche-“.
“Hubo un tiempo en que la gente pensaba que uno tenía toda clase de tiempo libre si trabajaba desde casa. Todavía queda algo de ese estigma, pero los trabajadores a distancia que conozco son estrictamente responsables. Ninguno de nosotros habría durado demasiado si no hubiéramos trabajado cuando se suponía que debíamos”.
Adaptar la jornada a nuestros objetivos
El teletrabajo también reduce la ansiedad y el estrés comúnmente relacionados con una larga jornada laboral, según un estudio realizado por IBM entre 25.000 de sus trabajadores.
En entornos muy competitivos y atractivos para microempresas, como Internet o las nuevas tecnologías verdes, los fundadores de muchas de estas startup realizan libremente una elección profesional que repercute sobre su vida personal: trabajar largas horas para lograr objetivos en el menor tiempo y con el menor capital posibles.
En las grandes empresas, la tendencia se repite. Disminuye la tensión cuando se trabaja con flexibilidad, aunque aumente la productividad y se destinen más horas (más producido por hora y más horas dedicadas al trabajo al final de la semana).
Según el estudio de IBM, el teletrabajo se adapta como ninguna otra modalidad a las necesidades de quienes optan por aumentar su jornada, ya que se reducen los desplazamientos innecesarios, las reuniones poco fructíferas o la necesidad de socializar.
El informe explica cómo, para los trabajadores de oficina, el punto de inflexión en que su labor profesional empezaba a interferir con su vida personal llegaba tras 38 horas semanales (la jornada laboral está establecida en la mayoría de países ricos en 40 horas, con la excepción de Francia, con 35 horas semanales).
“Sin embargo, a quienes se ofreció flexibilidad en el trabajo, incluyendo hacerlo desde casa, la cantidad de tiempo que los trabajadores podían dedicar a trabajar sin sentir presión era muy superior. De media, podían dedicar 57 horas a la semana a trabajar sin percibir conflictos [con la vida personal]”.
Si no hay trabajo, qué mejor momento para inventarlo
Desde *faircompanies, certificamos las conclusiones de este estudio.
El teletrabajo puede convertirse, asimismo, en una oportunidad para nuevos y futuros profesionales, sobre todo con formación creativa y multidisciplinar, para inventar, literalmente, su puesto de trabajo (en España, el paro entre los menores de 25 años supera el 40% el mayor porcentaje de toda la UE).
Un momento inmejorable para vender nuestro conocimiento, sin intermediarios, sin corsés de otras épocas, sin la voz de pito de abstrusas oficinistas, estilo Office Space, que se dedican a realizar tareas que ya nadie necesita.