Fenómenos como la crisis de reproducibilidad (incapacidad de repetir los resultados de estudios, lo que invalida su sostén empírico), restan autoridad a la comunidad científica para defender los fundamentos de la propia ciencia ante quienes tratan de refutar posiciones fundadas con torpes falsedades.
Jay Rosen, profesor de periodismo de la Universidad de Nueva York, denuncia las consecuencias de que el vicepresidente de la nueva Administración estadounidense sostenga posiciones contrarias a la ciencia y que —asistida por la predilección de varios miembros del nuevo Gobierno por noticias falsas y teorías conspirativas-, incluya a ejecutivos de petroleras y a escépticos del cambio climático; y -ahora se confirma-, ofrezca la presidencia de una comisión sobre vacunas a alguien que cree que las vacunas están ligadas al autismo: Robert Kennedy Jr.
It's important to let the world know that the US government is officially done with being evidence-based. This appointment does that. https://t.co/RrmnGHr2yg
— Jay Rosen (@jayrosen_nyu) January 10, 2017
La situación se repite en el Reino Unido, donde el Gobierno que emerge de Brexit ha mostrado una inconsistencia similar, lo que ha llevado a personalidades científicas como el biólogo molecular y ensayista Richard Dawkins (autor de El gen egoísta -1976-, más vigente que nunca), a recordar que los ataques a la propia base del progreso científico equivalen a defender mentalidades anteriores a inicios de la Ilustración.
Ofensiva de relativistas y amantes de teorías conspirativas
Cuando las conjeturas científicas elaboradas con escrupulosidad son atacadas con teorías conspirativas (en lugar de ser refutadas científicamente), se pone en duda el propio origen del progreso, con eminente protagonismo anglosajón. Perder respeto por las bases de la investigación científica implica aliarse con la superstición y sus derivados, algo ya constatado por Sócrates.
La crisis de reproducibilidad no implica que el método científico carezca de validez, ni que toda la ciencia sea falsa. Que seamos incapaces de reproducir los resultados expresados por estudios mal elaborados no anula la autoridad de las conjeturas elaboradas que todavía se sostienen y son útiles para el progreso humano (que, en palabras del físico británico David Deutsch, se basa precisamente en eso: refutar viejas conjeturas porque llegan nuevas y mejores teorías, más difíciles de poner en cuestión).
Del mismo modo, desconocer varios detalles de fenómenos observados no anula la búsqueda de respuestas racionales, sino que anima a todo lo contrario: a encontrar hipótesis plausibles que describan lo observado.
Estas hipótesis serán útiles hasta su refutación (que llegará cuando se confirmen mejores explicaciones, según el modelo de falsabilidad descrito por los estoicos y, más recientemente, por Karl Popper).
Lo que nos hace avanzar a largo plazo
Es este espíritu de constante cuestionamiento científico, homenaje vivo a la curiosidad racional y el espíritu crítico cultivado ya por los presocráticos (Anaxágoras invitaba a sus alumnos a que le llevaran la contraria, siempre y cuando la argumentación se sostuviera racionalmente), el que nos anima a, por ejemplo, especular sobre teorías especulativas que, quizá en el futuro, se confirmen o refuten.
Hay ejemplos lejanos y grandiosos como el cosmos: por ejemplo, un universo de energía cero, donde la energía en forma de materia es contrarrestada por la misma cantidad de energía gravitatoria generada por ésta; pero también existen preocupaciones más “mundanas” y próximas a nuestra existencia:
- desde conocer más acerca del tiempo (una medida que no aparece en las grandes leyes de la física);
- a averiguar más sobre la naturaleza de lo que llamamos “conciencia” (donde todavía existen contradicciones teóricas que duran milenios: la teoría del dualismo -cuerpo y alma- y la hipótesis de conciencia y cuerpo como todo indivisible);
- a investigaciones multidisciplinares (desde la biología molecular a la antropología o la psicología) que desvelen secretos sobre nuestro envejecimiento para -por qué no- elaborar mecanismos que mejoren y alarguen nuestra existencia.
Importancia de lo que no rinde a corto plazo
Dedicamos el resto del artículo a indagar sobre este último ejemplo, por su potencial para transformar nuestra vida cotidiana (e interés).
La divulgación científica de calidad tiene el difícil papel de equilibrar información técnica, a menudo compleja, e información general capaz de captar el interés del gran público: sin una opinión pública interesada por los avances científicos y técnicos, cuestiones tan estratégicas como la inversión a largo plazo en grandes proyectos sin aplicación práctica directa no tendrían oportunidad, al ser refutados por la industria privada por la falta de expectativas.
Es gracias a la combinación entre una comunidad científica reconocida, interés político en avances a largo plazo y concienciación del gran público, que la Carrera Espacial o la propia Internet fueron posibles.
Científicos capaces de combinar profundidad con la elocuencia y sencillez demandadas por el gran público asisten en estos avances: Stephen Hawking o los mencionados Richard Dawkins, David Deutsch y otros tienen la responsabilidad de evitar que la cuna de la Ilustración y la Revolución Industrial pierda interés en su propio socratismo.
La longitud de los telómeros
Los entusiastas de la investigación sobre envejecimiento están de enhorabuena, pues uno de estos científicos de peso, capaces de combinar profundidad técnica con elocuencia para el gran público, comparte los frutos de su trabajo en un ensayo dedicado al público no especializado: Elizabeth Blackburn publica The Telomere Effect, un intento de exponer sus hallazgos sobre la relación entre los extremos de los cromosomas (telómeros), la salud y la longevidad.
Los telómeros actúan como relojes de las células, ordenando el número de divisiones celulares y, en función de su estado, frenando o promoviendo el envejecimiento y las mutaciones celulares (carcinogénesis).
Blackburn, cuya investigación sobre el estado (y tamaño) de los telómeros y su relación envejecimiento le valió un premio Nobel, explica -con asistencia de la psicóloga Elissa Epel, coautora- las implicaciones de su trabajo… pero la investigadora va más allá.
The Telomere Effect da esperanzas a investigadores y gran público, sugiriendo que nuestro comportamiento (dieta, actividad física, estado mental) influyen sobre tamaño y estado de telómeros y, por tanto, sobre nuestra longevidad, abriendo la puerta a técnicas que mejorarían nuestra calidad de vida y, por qué no, nos permitirían vivir más.
El tacómetro de nuestro organismo
El ensayo es, escribe Karen Weintraub en Scientific American, un incentivo para recordar que nuestros hábitos tienen repercusiones sobre nuestra salud a largo plazo, desde el potencial de padecer dolencias celulares (cáncer) y degenerativas (dolencias mentales, obesidad, enfermedades cardiovasculares).
Fumar, comer sin atención a la cantidad de azúcar y otros ingredientes con grandes repercusiones metabólicas, no dormir lo suficiente, no realizar ejercicio o convertir el estrés momentáneo en crónico son, según Elizabeth Blackburn (actualmente presidente del centro de estudios biológicos Salk Institute en La Jolla, California) y Elissa Epel (directora del Centro de Envejecimiento, Metabolismo y Emociones de la Universidad de California en San Francisco), una receta para el desastre.
Tenemos más control sobre nuestro propio envejecimiento de lo que imaginamos, explica Weintraub en Scientific American al leer The Telomere Effect. Podemos alargar nuestros telómeros -y quizá nuestra vida-, siguiendo firmes consejos sobre salud, argumentan los autores:
“Los telómeros nos escuchan, atienden nuestro comportamiento, atienden nuestro estado mental”, sentencia Blackburn.
Cuerpo-mente
Que uno de los mayores expertos en biología molecular comparta con el gran público la última evidencia sobre estilo de vida y envejecimiento, implica mayor concienciación pública de los fenómenos psicosomáticos que repercuten sobre nuestra salud a largo plazo, así como la estrecha relación entre salud física y estado mental.
Mente y cuerpo van más de la mano de lo que platónicos, cartesianos y otros representantes de la escuela dualista querrían.
“Podemos proporcionar un nuevo nivel de especificidad y explicar más a la gente precisamente con pistas que emergen de la ciencia sobre telómeros, sobre qué hay exactamente en el ejercicio relacionado con largos telómeros, qué alimentos exactos tienen que ver con largos telómeros, qué aspectos del sueño están más relacionados con largos telómeros”, sentencia la coautora del ensayo, Elissa Epel.
¿Por qué es tan crucial el estado y longitud de los telómeros (extremos de los cromosomas)? Situándose al final de nuestro ADN en los genes de cada célula, los telómeros actúan como tapones o cordones protectores del contenido de cada cromosoma:
- factores como el estrés y los malos hábitos de un estilo de vida arriesgado e inconsistente, acortan estas barreras protectoras, lo que multiplica el riesgo de que las células no puedan replicarse y, por tanto, mueran sin sustituto; o generen mutaciones no deseadas debido al agotamiento de un sistema de división celular que depende de la salud de los extremos de cada cromosoma;
- mientras que otros factores logran el efecto contrario, alargando y reparando estos lazos o tapones en el extremo de cada cromosoma celular, logrando el equivalente a una puesta a punto para que la división celular se produzca con riesgos muy inferiores de agotamiento o mutación.
Hasta qué punto diluir unas conclusiones técnicas
Los investigadores también creen que un mal estado de los telómeros (menor protección del código genético en cada cromosoma) aumenta las posibilidades de que combinaciones no deseadas presentes en nuestros genes (como la predisposición a ataques al corazón o mal de Alzheimer) se materialicen.
Por el contrario, un estilo de vida capaz de reforzar (y, supuestamente, alargar) los telómeros facilita la división celular, dificulta las mutaciones y mantiene bajo control dolencias presentes en nuestro código genético, tanto hereditarias como fruto del comportamiento de nuestros progenitores durante la concepción y gestación (epigenética).
Los autores de The Telomere Effect recuerdan el carácter divulgativo del ensayo. No se trata de un manual de instrucciones para vivir mejor o para vivir más, y, como cualquier otro ensayo de divulgación científica, recurre a simplificaciones y generalizaciones para garantizar cierto atractivo argumental e inteligibilidad.
El riesgo de la divulgación científica, siempre presente en cualquier gran hallazgo, es el equilibrio entre fidelidad conceptual y simplificación.
El arte de la interpretación
Ni siquiera el texto que acompañó los 3 artículos que el joven Albert Einstein publicó en 1905 en Annalen der Physik (que transformarían un universo de formas y fenómenos imaginados a nuestra medida -según nuestra concepción euclídea de la realidad-, tales como el tiempo y el espacio absolutos de Newton), escapa al riesgo del desequilibrio entre ininteligibilidad y simplificación.
Preguntado sobre el nuevo ensayo dedicado a los telómeros, David Sinclair, genetista y experto en estudios longevidad de la Universidad de Harvard, se muestra cauto:
“Creo que es algo muy difícil de probar conclusivamente. Lograr una relación de causa-efecto en humanos es imposible, de modo que [el corpus de evidencia acumulado por Elizabeth Blackburn y Elissa Epel] está basado en asociaciones.”
Otro experto en envejecimiento celular, la investigadora del Buck Institute (Novato, California), Judith Campisi, cree que tanto la investigación como las conclusiones son sólidas:
“Si uno tiene una dieta terrible y fuma, está sin duda acortando su vida, y acortando sus telómeros.”
Para Campisi, queda clara la relación entre estado y longitud de la protección del ADN de nuestros genes (telómeros), y la mayor o menor predisposición a que nuestras células no se comporten correctamente y produzcan moléculas que dan pie a inflamaciones, multiplicando el riesgo de dolencias degenerativas.
“Existe un nexo. Simplemente no se trata de un talismán exclusivo.”
Sobre lo que siempre hemos sabido
En efecto, décadas de investigaciones relacionan vida activa y socialmente rica, buena actitud, sueño adecuado y dieta variada y equilibrada con mayor longevidad y menor propensión a dolencias mentales y degenerativas.
Estudios en animales y personas, a menudo con décadas de duración y muestras tan variadas como significativas (centenares, en ocasiones miles de personas), constatan que el estilo de vida, desde la alimentación a la actividad física regular y el sueño, pasando por nuestro trabajo/pasiones, relaciones sociales y niveles de contaminación, repercuten sobre longevidad y propensión a enfermedades que aparecen con mayor frecuencia en el último tercio de la vida.
Un ejemplo reciente, que Nicholas Bakalar explica en The New York Times: la dieta mediterránea no sólo reduciría el riesgo de padecer diabetes y enfermedades cardiovasculares, sino que protege el cerebro contra la demencia.
Emular las islas de longevidad
Del estudio citado en The New York Times, se deduce el potencial de un simple cambio, que sólo presenta beneficios: transformar nuestros hábitos alimentarios en una variante personal de la dieta mediterránea.
Bastará con una combinación consistente de verdura, aceite de oliva, frutos y grano de lenta absorción (hidratos de carbono que nuestro cuerpo absorbe con mayor lentitud que, por ejemplo, el azúcar –consultar artículo-), lácteos y cantidades moderadas de grasa y proteína.
Asimismo, no está de más echar un vistazo a la historia y hábitos de algunas de las poblaciones más longevas del mundo, leyendo artículos de gran difusión sobre la materia (por ejemplo, un célebre reportaje de National Geographic -Dan Buettner, noviembre de 2005- sobre los habitantes de estas “zonas de longevidad” o “blue zones”, tales como Okinawa -Japón-, Cerdeña -Italia-, Nicoya -Costa Rica- Loma Linda -California- e Icaria -Grecia-), o su equivalente en prensa científica.
Las lecciones que pueden extraerse de las “zonas azules” de longevidad, según Dan Buettner, se aproximan a ideales clásicos de la buena vida, o filosofías de vida como la promovida por los estoicos:
- propósito vital definido (una vocación cultivada);
- actividad física moderada;
- estrés reducido (en ningún caso crónico);
- alimentación variada y moderada (base vegetal);
- consumo moderado de alcohol, en especial vino (antioxidantes);
- espiritualidad;
- vida familiar;
- lazos sociales.
Arte de vivir
La relación de dieta y estilo de vida con longevidad es indudable. No obstante, los primeros en atestiguar que no existen varitas mágicas son los mayores expertos del momento en biología molecular.
A medida que aumentamos nuestro conocimiento sobre condiciones genéticas y ambientales, por un lado, y longevidad, por el otro, constatamos que las comunidades más activas física y socialmente, así como más consistentes con dieta y el propio potencial de cada uno “según su naturaleza” (como decían los filósofos antiguos), no sólo viven mejor, sino que lo hacen más años.
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