Se requiere muy poco (horas de sol, riego, abono, cuidado regular). A cambio, ofrece relajación, puede fortalecer las relaciones familiares y, como recompensa, aporta verduras frescas, biológicas, locales y económicas.
¿Deberíamos pedir perdón a los jubilados y personas tildadas a menudo como payeses o pueblerinos por cultivar su propia huerta durante sus horas libres? Porque resulta que el huerto urbano está de moda.
“La ensalada es de mi balcón”. “Prueba este tomate; te va a gustar. Es de mis tomateras. Cuestan lo mismo de mantener que los geranios y te puedes imaginar la diferencia”. “Como es la primera vez que lo hago, he plantado sólo espinacas, berenjenas y lechugas; si va todo bien, espero ir plantando más cosas en función de la temporada.”
Son retazos de conversaciones mantenidas desde la pasada primavera; primero en varias ciudades de Estados Unidos y a continuación en Barcelona.
Profesionales preocupados por la dieta o interesados en compartir tiempo con sus hijos en una actividad educativa y que en enseña valores como la recompensa a medio plazo, derivada del esfuerzo y la planificación; jubilados con tiempo libre o con una estrecha ligazón con el trabajo en el campo, que se mantienen en forma con un pequeño huerto junto a casa; escuelas.
Eclosión del fenómeno de los huertos urbanos
Los huertos urbanos son una realidad en Norteamérica (tanto en EEUU como en Canadá), Australia y cualquier país europeo. En Alemania y Francia, por ejemplo, el cultivo de verduras y hortalizas en azoteas y jardines privados se ha convertido en un pasatiempo entre los tradicionales compradores de comida local y visitantes de mercados de barrio.
En España, Barcelona y Madrid lideran la nueva tendencia. Tres pequeñas empresas barcelonesas, Horturbà, Leopoldo Group Design y Vaho Works, han desarrollado pequeñas estructuras para terrazas, balcones, porches, patios y azoteas urbanas ideadas para cultivar verduras y hortalizas, hierbas aromáticas o especias.
La tendencia no se suscribe únicamente a Norteamérica, Europa Occidental, Japón u Oceanía. En Argentina, por ejemplo, los jardines urbanos de hortalizas aportan más que comida.
Marcela Valente explica que los huertos comunitarios fueron creados inicialmente en Buenos Aires para ayudar a los habitantes más desfavorecidos de la urbe a superar el colapso económico sufrido en 2001, con la congelación de fondos bancarios y el fin de la paridad entre el dólar y el peso argentino.
Ahora, con una economía que vuelve a crecer, los programas de agricultura urbana de Buenos Aires o Rosario -la tercera ciudad del país, tras la capital y Córdoba-, se han convertido en un método de reinserción social para las familias que todavía no notan la mejoría: los desempleados encuentran una actividad comunitaria que les reporta alimentos frescos y biológicos para su familia que ellos mismos han cultivado.
La agricultura urbana o periurbana es definida como “la práctica de la agricultura (incluyendo cultivos, animales de corral, pescado y actividades forestales) en los límites de la ciudad o en sus aledaños. La superficie empleada suele ser privada y residencial (se usan pequeños solares, balcones, muros o azoteas), terreno público junto a infraestructuras, o veredas de ríos.”
La agricultura urbana que gana más terreno es la practicada para el autoconsumo. Luc Mougeot, miembro de la institución canadiense IDRC (Centro de Investigación para el Desarrollo Internacional), es el autor de una definición de agricultura urbana y periurbana que ha sido citada en publicaciones técnicas del Programa de Gestión Urbana de la ONU (UN-Habitat’s Urban Management Programme) y por el Programa Especial de Seguridad Alimentaria de la FAO.
Según Mougeot, “la agricultura urbana es una industria localizada dentro (intraurbana) o al lado (periurbana) de un pueblo, una ciudad o una metrópolis, que planta, cultiva, procesa y distribuye varios tipos de productos alimentarios y no alimentarios, empleando o reutilizando recursos humanos y naturales, productos y servicios que se encuentran en la ciudad o junto ella; y que, a cambio, suministra alimentos, productos y servicios a la misma zona.”
La agricultura urbana contribuiría al incremento de la seguridad alimentaria y de los alimentos de dos maneras:
- Se incrementa la disponibilidad de productos locales, biológicos y de temporada para los habitantes de una ciudad, en un momento en que los centros integrales de mercancías no distinguen entre productos biológicos y no biológicos, así como entre los procedentes de una zona próxima o los enviados desde Argentina, Chile, Nueva Zelanda o Australia (ver el reportaje Comida: contar los km por bocado).
- Permite que las verduras, hortalizas y frutas cultivadas en la ciudad o sus alrededores estén inmediatamente disponibles para los consumidores, en la mayoría de las ocasiones sin mediar siquiera ninguna contraprestación económica.
Wikipedia añade que, “debido a que en la producción de alimentos locales se promueve el ahorro de energía, las agriculturas urbana y periurbana son una práctica sostenible.”
Un reportaje del diario San Francisco Chronicle explica la experiencia de algunos habitantes de Berkeley, junto a San Francisco, con su cosecha de verduras y hortalizas en plena urbe: “los agricultores urbanos producen casi toda su comida con un huerto sostenible en su patio trasero.”
En West Berkeley, varios vecinos plantan endivias, lechuga, tomates, zanahorias, judías verdes o incluso son capaces de producir queso feta.
En el caso de Jim Montgomery y Mateo Rutherford, “cuando no añaden frutos secos o aguacate, entonces todos los ingredientes de su ensalada han sido plantados, fertilizados, cosechados y procesados en su casa. Si añadieran un huevo cocido o una rodaja de carne de pato ahumada, esos ingredientes también habrían sido producidos detrás de su casa.”
En la ciudad californiana, la Network of Backyard Urban Gardeners (red de jardineros de patios urbanos) tiene su propio grupo de correo en Internet, a través del que se mantienen en contacto.
Tanto en San Francisco como en Barcelona, Seattle, Toronto, Vancouver, Nueva York o París, ciudades donde está calando el movimiento espontáneo y no organizado de los propietarios de un huerto urbano (“urban gardeners”), los huertos urbanos son más un pasatiempo y una respuesta crítica al sistema agroalimentario que una necesidad.
- Como pasatiempo, se cree que los productos de huerta que uno puede plantar en casa mejoran la dieta; suponen una oportunidad de aprendizaje para los niños; ofrecen relajación a quienes los gestionan; por muy testimonial que sea, existe una aportación a la dieta diaria.
- La recompensa del escaso trabajo destinado al mantenimiento de una pequeña huerta en el balcón o terraza es tangible y cuantificable: comida local (sostenible) y sana (sin pesticidas; el consumidor controla lo que come).
Mientras realizábamos reportajes en julio y agosto por la Costa Oeste de Estados Unidos, en faircompanies tuvimos oportunidad de charlar en profundidad con Heather Flores, alma máter del movimiento Food Not Lawns (Comida, no césped), que reivindica la sustitución de jardines ornamentales y césped por árboles frutales, verduras y hortalizas que pueden crecer fácilmente en un clima templado tan afortunado como el que disfrutan el norte de California, Oregón y Seattle.
En lugares como la ciudad natal de Flores, la muy progresista -y uno de los epicentros de la contracultura estadounidense de los sesenta- Eugene, en Oregón, cientos de vecinos cosechan verdura y fruta de los jardines de sus casas, además de permitir a los demás miembros de la ciudad hacer lo mismo. Heather Flores nos lo explica en un vídeo de faircompanies.
De las Green Guerrillas a los huertos metropolitanos españoles
La agricultura urbana o periurbana y huerto urbano constituyen un fenómeno creciente, aunque discreto. Ha pasado de un fenómeno con tintes reivindicativos en la Nueva York de los setenta, plagada de problemas sociales y de solares ruinosos que fueron convertidos en jardines y huertos por las autoproclamadas Green Guerrillas, a convertirse en toda una tendencia.
Actualmente, la agricultura urbana es vista como un modo de obtener verdura fresca de temporada y orgánica (sin pesticidas ni fertilizantes químicos), local (por lo tanto, sostenible, ya que no se contamina en su transporte, empaquetado y vuelta a casa del comprador) y crítico con un sistema de producción y distribución de alimentos, por lo poco, con una gran huella ecológica.
Organizaciones como Worldwatch Institute o Environmental Working Group, restauradores, grupos de consumo ecológico, ciudadanos anónimos. La creciente sensibilidad por la sostenibilidad de nuestras prácticas cotidianas o la calidad de nuestros alimentos ha llevado a personas de todo el mundo a preguntarse lo que comen, a contar los kilómetros que les separan de donde se producen sus alimentos o a preguntarse dónde comprar alimentos locales y ecológicos.
No hace falta irse al Nueva York de los setenta para evocar ejemplos de ciudadanos que, espontáneamente y en muchas ocasiones de manera irregular, han decidido emplear parte de su tiempo libre en mantener un huerto, más o menos ambicioso.
En España, la era del desarrollismo, iniciado en los años sesenta, derivó en la emigración masiva de cientos de miles de ciudadanos de las zonas rurales a los centros industriales y económicos de Madrid, Barcelona, el País Vasco y Levante, principalmente.
Los recién llegados llevaron consigo su idiosincrasia y aficiones, entre ellas el apego y la nostalgia por el trabajo de la tierra. De un modo algo caótico y en ocasiones poco acorde con el paisaje urbano, miles de parcelas irregulares fueron cultivadas durante lustros, si no décadas.
Cualquier persona que tome el transporte público metropolitano en alguna de las zonas citadas todavía podrá ver alguno de estos huertos urbanos. ¿Precursores del actual movimiento o vestigios de una cultura agraria que se resistía a desaparecer? Quizá ambas cosas.
Huertos en Barcelona: parcelas públicas para evitar huertos informales
En Barcelona, la transformación de la ciudad iniciada en 1986, tras ser nominada sede de los Juegos Olímpicos de 1992, no sólo acabó con los últimos vestigios del chabolismo, sino que veló de un modo más estricto por la salvaguarda estética de los espacios más degradados.
Los huertos que habían nacido espontáneamente junto a vías del tren, descampados o infraestructuras a medio resolver fueron desapareciendo.
De ahí que la ciudad iniciara, en 1995, un proyecto de huertos urbanos: el Consistorio se ocupaba del acondicionamiento del primer huerto urbano de la ciudad, dividido en parcelas entregadas en régimen de explotación de cinco años a jubilados de la zona que sólo podían practicar agricultura biológica, al prohibirse los fertilizantes y plaguicidas.
En julio de 2007, se abría en Trinitat Nova el último huerto urbano hasta la fecha en Barcelona. Los once huertos urbanos abiertos hasta ahora están distribuidos por todos los distritos de la ciudad: dos en Gràcia (donde se creó el primero en 1995); y uno en el Eixample, Sant Andreu, Horta-Guinardó, Sant Martí, Sants-Montjuïc, Ciutat Vella, Sarrià-Sant Gervasi, Les Corts y Nou Barris.
Según el propio consistorio, la puesta en marcha de esta iniciativa pretende “recuperar espacios urbanos para el uso público, el espacio para las personas jubiladas donde cultivar la tierra y acercar las escuelas al conocimiento del mundo agrícola.”
No obstante, la iniciativa no beneficia a todos los barceloneses. Para poder acceder a la cesión de estas parcelas, las personas interesadas deben:
- Tener más de 65 años y estar jubiladas, estar físicamente capacitadas para el trabajo agrícola y empadronadas en el distrito donde esté el huerto.
- Es imprescindible seguir un modelo de agricultura biológica. Los productos químicos están prohibidos, de modo que todos los vegetales cultivados en los huertos urbanos barceloneses es biológico.
- Se prohibe vender el producto obtenido del cultivo. Nadie impide, eso sí, que se comparta lo obtenido en la cosecha.
- Después de un sorteo público, los terrenos se ceden a jubilados durante un plazo de cinco años, con un periodo de prueba de seis meses.
Las parcelas suelen tener unas dimensiones de 65 metros cuadrados y los usuarios disponen de un armario individual donde guardar utensilios y ropa. Asimismo, las escuelas barcelonesas realizan actividades con los alumnos en estos equipamientos.
Por qué mantener un huerto en la terraza: eficiencia energética y calidad de los alimentos
La eficiencia energética es uno de los argumentos más empleados por quienes promueven la agricultura urbana en cualquiera de sus modalidades, entre las que se incluiría tener un huerto privado en el balcón, la terraza o la azotea. El sistema agrario industrial actual depende de sistemas de transporte, refrigeración y logística con un gran coste energético.
Según el grupo de consulta forestal de la ciudad californiana de San Diego, que promueve la agricultura urbana en la ciudad, el 95% de los alimentos producidos en Estados Unidos son exportados, mientras el 95% de los alimentos consumidos en Estados Unidos son importados: “la energía empleada para transportar alimentos se reduciría enormemente si la agricultura urbana pudiera proporcionar alimentos locales a las ciudades estadounidenses.”
Además de la eficiencia energética, otro motivo citado habitualmente a favor de los huertos urbanos es la propia calidad de los alimentos obtenidos. Aunque cualidades como el sabor, el sabor o la textura de los alimentos son subjetivas, no es difícil encontrar a un practicante de la agricultura urbana que prefiera el sabor de los productos que él mismo cultiva.
Además, la agricultura urbana practicada como pasatiempo en lugares donde no existe una necesidad económica sino una visión crítica del sistema agroalimentario actual, suele ser biológica -en EEUU se emplea el término “orgánico” para referirse al cultivo sin plaguicidas ni fertilizantes químicos-.
Los huertos urbanos suelen evitar el uso de pesticidas y fertilizantes que pueden ser potencialmente peligrosos para la salud humana y para el entorno. Los aficionados a la agricultura urbana evitarían, además, el uso de métodos de preservación, debido a que sus productos no viajan grandes distancias.
¿Pasatiempo para jubilados o afición de profesionales urbanos?
Ateniéndose a los datos disponibles, ambas cosas. Si no hace mucho tiempo, ese tipo de huertos estaban asociados exclusivamente con el pasatiempo de la primera generación de inmigrantes del resto de España instalados hace tres décadas en Madrid, Barcelona y el País Vasco, ahora, paradojas del destino, las nuevas tendencias parecen dar la razón a esas personas anónimas.
En Barcelona, sobre todo antes de los Juegos Olímpicos de 1992, algunas familias cultivaban de manera espontánea un trozo de tierra, en muchas ocasiones terreno público que no podían emplear legalmente.
A las puertas de 2008, la agricultura urbana entra en simposios como Barcelona Meeting Point, es citada en las últimas tendencias bioclimáticas y ha dado pie al nacimiento de empresas que comercializan accesorios para ayudar a principiantes con su primer huerto urbano en el balcón.
El aumento de bitácoras y portales de Internet sobre temáticas sostenibles (faircompanies es uno de ellos), o las propias páginas web de estos fabricantes ofrecen consejos de siembra y mantenimiento de estos huertos.
Propuestas para urbanitas
En una entrevista para la contraportada de La Vanguardia, el director de Horturbà, Josep Maria Vallès, exhortaba a los urbanitas a cultivar sus ensaladas en el balcón de casa.
Vallès, que confiesa en la misma entrevista combinar en sus ensaladas lechuga, rábanos, canónigos, zanahorias, cebollas, tomates, escarolas y pepinos que planta en su balcón (además de guisantes, judías, sandías, melón francés, espinacas, acelgas, ajos, puerros, calçots, berenjenas, pimientos, calabaza y calabacín, entre otras verduras, frutas y hortalizas), cree que cualquiera puede tener un huerto sin excepción, independientemente del espacio con que se cuente.
“[¿Cuál es el huerto más pequeño posible?] Una botella de 2 litros, cortada por la mitad: inviertes la parte superior, con un trapo en el gollete, y la depositas sobre la mitad inferior, don dos dedos de agua (…). Y llenas la parte superior de tierra y plantas una lechuga. Al mes, te la comes. ¡Es un microhuerto, un huerto portátil!”
En una entrevista concedida a faircompanies, Josep Maria Vallès habla del concepto Horturbà, una pequeña estructura que permite cultivar verduras y hortalizas durante todo el año, en función de la temporada.
Además de Horturbà, dos empresas más con sede en Barcelona, Leopoldo Group Design y Vaho Works, colaboradora de la anterior y firma impulsora del reciclaje de materiales para la confección de bolsos, mobiliario y otros complementos (se trata del concepto “trashion”, que explican a Kirsten Dirksen en un vídeo de la directora multimedia de faircompanies para Current TV), han creado pequeñas estructuras para que cualquiera pueda montarse rápidamente una huerta en el balcón.
Pep Puig, uno de los cuatro fundadores de Leopoldo Group Design, habla en YouTube sobre el producto que comercializa su empresa (Leopoldo Huerto Urbano): “se trata de un proyecto formado por cuatro amigos que llevaban tiempo intentando colaborar juntos profesionalmente”. Puig cree que su producto se ha convertido más en un movimiento que en “la simple venta de unos hierros para el balcón.”
Según la página web de Leopoldo, “el huerto urbano Leopoldo-Vaho Works es un intento por hacer más sana la cocina de la ciudad. Una asignatura más del Slow Food. El sueño rural de los urbanitas que echan de menos vegetales que sepan a algo al morderlos.”
Lo importante es el contenido
Sea como fuere, no hace falta comprar ningún tipo de estructura para montar un pequeño huerto en la terraza. Siguiendo los preceptos “trashion” promovidos por la propia Vaho Works, bastan unas simples macetas o recipientes capaces de realizar un correcto drenaje de la tierra para ponerse a plantar lechugas, tomates y otras verduras, hortalizas, hierbas aromáticas o incluso frutas.
Con Internet como principal fuente de información (se trata del método más económico y dinámico para profundizar en esta u otras temáticas), es sencillo informarse y se puede empezar en cualquier momento. El espacio necesario es tan reducido como el que explicaba bromeando Josep Maria Vallès en la contraportada de La Vanguardia. Eso sí, el inglés ayuda.
En castellano, Consumer compila algunos consejos para poner a punto un huerto urbano. Terra.org menciona una curiosa -y valiosa- fuente, muy interesante: El Huerto del Pepe. La propia Horturbà ofrece, en castellano y catalán, consejos básicos sobre cultivos, manejo de recursos (abono, luz, riego, disposición del huerto, conservación de la semilla) y actividades relacionadas con los huertos urbanos y la sostenibilidad en un sentido más amplio.
ADN se centra únicamente en la propuesta de Horturbà en uno de sus artículos. En otro reportaje del mismo medio electrónico -este sí, de calidad-, se habla del movimiento de la agricultura urbana. También se ofrecen otras pistas interesantes para continuar indagando, además de las que os ofrecemos en esta misma información.
Remitiéndonos a una de las máximas de la organización Green Guerrillas, una propuesta educativa que lleva décadas en Nueva York gestionando huertos urbanos en comunidades con riesgo de exclusión social, “es tu ciudad; árala”.
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