Es probablemente el estiércol más fresco y “guapo” de la historia: todo empezó cuando dos estudiantes de 19 años decidieron convertir los restos del comedor universitario en estiércol orgánico. La falta de dinero les llevó a la siguiente idea, emplear botellas recicladas para venderlo. Ahora el capital riesgo se rifa a TerraCycle.
En 2001, justo después de que Internet perdiera su lustre inversor y se hablara del estallido de la burbuja puntocom, los productos y servicios con un marcado tono ecologista o, a lo sumo, relacionados con el entorno y la responsabilidad social, no eran todavía una moda.
En el comienzo del nuevo siglo, marcado por el juicio antimonopolio contra Microsoft y, en Europa, por la llegada del euro, las empresas no creían que el verde era el color de moda y la ecología era una idea trasnochada más relacionada con el cambio de imagen algunos partidos de izquierda y con las ONG más veteranas y contestatarias que con una visión empresarial a largo plazo.
En EEUU, la situación no era precisamente más halagüeña: el gobierno progresista conformado por la pareja que había logrado el impulso de las tecnologías de la información, Internet y la manera de hacer de Silicon Valley, Bill Clinton y Al Gore, no firmo el Protocolo de Kioto para reducir las emisiones de gases contaminantes a la atmósfera.
George W. Bush, ganador de unas polémicas elecciones ante Al Gore, no mejoró la situación y Estados Unidos sigue sin ratificar el tratado que regula las emisiones para el periodo 2008-2012, cuando se habla ya de la necesidad de impulsar otro compromiso mundial. Era, por otro lado, lo que los analistas esperaban.
Nos situamos de nuevo en 2001. Entonces, cuando todo lo que oliera a respeto por medio ambiente y a responsabilidad social corporativa no constituía todavía una estrategia de marketing y la tecnología verde -o “cleantech”, tecnología limpia, en inglés-, era únicamente conocida en los entornos empresariales, dos chavales vieron una oportunidad en lo sostenible.
Dos universitarios estadounidenses de 19 años de edad, Tom Skazy y Jon Beyer, redactaron un plan de negocios que se adelantaba un lustro a la eclosión de la llamada “tecnología verde”.
La tecnología que nuestros bisabuelos habrían entendido: crear abono orgánico a partir de basura
La idea era tan sencilla como rompedora en un país como Estados Unidos, donde la libertad de elección personal y el consumo de recursos van a menudo de la mano: consistía en crear un producto a partir de desechos, a base de producir fertilizante libre de químicos con gusanos que aceleraran la descomposición de la basura.
Abono orgánico que convertía desechos destinados a la incineración o -peor- a permanecer durante meses en algún anónimo vertedero, en abono para las plantas. Era una idea rompedora que, sorprendentemente, nadie había visto como oportunidad de negocio global, sino como método pre-industrial de abonar las plantas.
La idea llevó a Tom Skazy y a Jon Beyer a un concurso para emprendedores organizado por la Universidad de Princeton, el Princeton Entrepreneurship Club Contest.
No ganaron el concurso. En lugar de olvidarse de la idea, en un momento de repliegue del capital riesgo tras el fin de la expansión tecnológica producida con Internet, Skazy y Beyer invirtieron ahorros personales, pidieron prestado dinero a amigos y familiares y trampearon con dos tarjetas de crédito con el objetivo de mantener viva su idea.
En el verano de 2002, convencieron a su universidad para que les cediera el tratamiento de los desechos de los comedores del centro y un poco de espacio en terrenos universitarios para instalar su prototipo “Worm Gin” (que puede traducirse como “máquina de gusanos” o “gusanera”, que ayudaría a los gusanos a crear abono más rápidamente). Fue un verano bastante desastroso; había que ser optimista para avistar éxito alguno.
Rechazar 1 millón de dólares para mantenerse fiel a una idea
Un año más tarde, Skazy dejó Princeton, centro perteneciente al grupo de universidades más antiguas y prestigiosas del noreste de EEUU -la llamada Ivy League-, para desarrollar su idea. Poco más tarde, ganó el concurso de planes de negocio innovadores de Carrot Capital, con un premio de 1 millón de dólares. Skazy rechazó el dinero.
“Querían que nos olvidáramos de la basura para crear una línea distinta de fertilizantes orgánicos, lo que estaba completamente fuera de onda con respecto a nuestra idea. De manera que, incluso teniendo únicamente 500 dólares en el banco, rechazamos el dinero.”
La visión de los dos jóvenes emprendedores consistió, desde el inicio, en crear un nuevo modo de hacer negocios. Como creadores de la “probablemente primera empresa Eco-Capitalista de la historia”, desde el momento en que empezaron alimentando sus contenedores de abono orgánico con restos de los comedores universitarios, Skazy y Beyer se han conjurado para demostrar que “una empresa puede ser económicamente rentable y a la vez seguir siendo ecológica y socialmente responsable.”
No han tenido problema alguno en demostrar esto último. Su producto se elabora a partir de desechos (basura orgánica) y es empaquetado en desechos (botellas de refresco recicladas) e incluso etiquetado para ser distribuido en “desechos” que otras compañías generan (tarjetas de envío mal impresas).
El compost, producto que fabrican en TerraCycle, su empresa, se consigue con la descomposición de materia orgánica mediante fermentación. Tiene un alto contenido en humus y se emplea como abono en agricultura. Los campesinos de numerosas culturas lo han empleado históricamente, hasta la llegada de la venta masiva de fertilizantes químicos, a mediados del siglo XX.
La idea de Skazy y Beyer un concepto puramente “cradle-to-cradle” (“de la cuna a la cuna”, que evita cualquier tipo de gasto o impacto medioambiental), y el año pasado el fertilizante orgánico embotellado en recipientes reciclados se convirtió en el primer producto para el consumidor final premiado con el sello ecológico estadounidense “Zerofootprint” (huella de carbono cero).
El producto obtuvo el certificado debido a que tanto sus materiales como su proceso de manufactura no provocan ningún tipo de repercusión medioambiental negativa.
Entre el packaging alternativo y la ausencia de impacto ecológico
Mientras el concepto de emplear gusanos para tratar basura constituía una pieza clave del plan de negocio inicial, la idea de embotellar el producto en envases de refresco de plástico PET fue simplemente una respuesta a la ausencia de recursos.
Cuando contaban con únicamente 500 dólares en el banco y rechazaron el premio, éticamente comprometedor, de 1 millón de dólares, los fundadores de TerraCycle no podían permitirse la inversión necesaria para crear su propio envase, de modo que decidieron reutilizar las botellas de otras empresas.
Tras una carrera nocturna por los contenedores de reciclaje de la universidad, Tom hizo un descubrimiento: todas las botellas de plástico comercializadas en EEUU se ajustan a cuatro tamaños distintos, lo que significaba que podían ser introducidas en una máquina de embotellado de alta velocidad y reusadas para la producción masiva.
Tal y como Tom explicó a la revista de negocios norteamericana Inc Magazine en el artículo The Coolest Little Start-up in America (la pequeña empresa de nuevo cuño más interesante de América), “Aquel fue el momento en que todo encajó, cuando demostramos de manera incontestable lo que podíamos hacer. Nos dimos cuenta de que podíamos crear un producto enteramente a partir de desechos. Pensé, es esto. Esto es lo que tenemos que hacer. En cinco meses, habíamos obtenido 1,2 millones de dólares procedentes de inversores privados.”
Hoy, todo este tipo de productos inocuos para el medio ambiente están en el disparadero de la popularidad: TerraCycle embotella semanalmente 30.000 galones (más de 11.000 litros) de estiércol líquido en 50.000 botellas, a la venta en 7.000 tiendas de EEUU; la empresa espera obtener este año 5 millones de dólares en ventas. Aunque estas cifras podrían ser el principio.
Vender participación sin venderse
Con la inversión de capital riesgo en propuestas sostenibles en ascenso en EEUU (alcanzó 1.300 millones de dólares en 2006), los co-fundadores de la empresa, actualmente de 25 años de edad, han tenido numerosas ofertas de inversión procedentes de empresas, pero las han rechazado. “Hemos ahuyentado cualquier otra empresa que se nos ha acercado… Nunca han compartido nuestra visión o energía y han querido desplazar a Terracycle de su compromiso, ser beneficiosos para el medio ambiente en todos los aspectos del negocio.”
A mediados de mayo de 2007, TerraCycle finalmente dijo sí al dinero ajeno. La firma de inversión privada con sede en San Fracisco JH Partners, conocida por ayudar a crear marcas como Peet’s Coffee & Tea, Bare Escentuals y Bell Helmets, no sólo acepta el compromiso de TerraCycle con el medio ambiente, sino que lo ve como una garantía de éxito de ventas.
De hecho, el presidente de JH Partners, John Hansen, cree que pueden convertir este compromiso ecológico en un éxito exponencial. “La compañía está bien posicionada para capitalizar en ventas el creciente mercado de productos domésticos naturales y respetuosos con el medio ambiente y está lista para convertirse en una marca líder.”
Cuando el líder del mercado te lleva a los tribunales, sabes que has llegado
Mientras tanto, la principal marca de fertilizante para plantas de Norteamérica está demandando a TerraCycle. La firma Scott’s, que cuenta con el fertilizante Miracle-Gro, asegura que el packaging amarillo y verde de TerraCycle infringe su “distintiva y famosa enseña” y que la “start-up” está publicitando falsamente que sus productos son mejores que los del resto, incluyendo los de Scott’s.
Skazy ha convertido la demanda en un fabuloso método gratuito de publicitarse, explicando al diario The Wall Street Journal que “es de cajón que el fertilizante procedente de compost sea uno de los mejores fertilizantes orgánicos en el mercado”; y a The Associated Press: “Miracle-Gro, demandándonos, nos ha hecho conocidos. Nunca he comprado un anuncio.”
Para beneficiarse de los tintes del juicio, una suerte de David contra Goliath mercantil, TerraCycle ha creado un sitio de Internet que explica que Miracle-Gro de Scott’s genera 132,7 millones de dólares en beneficios a partir de unas ventas anuales de 2.500 millones de dólares y cuenta con una cuota de más del 59%, mientras TerraCycle tiene una presencia en el mercado “infinitesimal” y todavía no ha conseguido generar beneficios.
También muestran imágenes de otros 120 productos de jardinería que emplean los colores verde y amarillo en sus etiquetas. Entonces, ¿por qué ha sido TerraCycle llevada a juicio? Debra Smith, del Whashington Daily Herald, sugiere que podría tratarse del deseo de Scott’s de dominar el creciente mercado de los productos orgánicos. “Escuché una teleconferencia sobre tendencias de productos orgánicos en marzo y un representante de Scott’s dijo que el objetivo de la empresa es convertirse en ‘el líder indiscutible de los productos orgánicos y naturales’.”
Skazy asegura que el hecho de haberse convertido en objetivo de Scott’s es una muestra más del éxito de TerraCycle. “Supongo que, en cierto modo, ser demandado es un honor. Preferiría no haber sido llevado a juicio, pero creo que este hecho significa que has llegado.”