Primero supimos de un nuevo mineral compuesto de desechos de un producto artificial de nuestra época, tan útil como incapaz de descomponerse con rapidez e inocuidad: el plastiglomerado, o compuesto con restos de plástico y otros residuos.
Ahora, llega el turno de nuevas formaciones rocosas en el subsuelo urbano: los “fatbergs”, o bolas informes de toallitas y otros desechos que prometen o no propiedades biodegradables que, en cualquier caso, no cumplen.
Nuestro comportamiento genera consecuencias no sólo a largo plazo, sino causantes de inconvenientes en océanos… e incluso en la red de alcantarillado. Ha llegado el momento de tomárselo en serio.
Monumentos (y desechos) a escala de civilización
Las obras simbólicas y a escala de civilización captan el imaginario colectivo, pero es su mantenimiento, tarea olvidada y mal pagada, el que marca la diferencia a medida que la actividad humana recrudece acontecimientos de clima extremo (y, quizá, también catástrofes naturales).
Para Stewart Brand, cofundador junto a Brian Eno de The Long Now Foundation, organización que promueve el pensamiento a largo plazo, el mantenimiento de obras e infraestructuras es tan importante como su proyección.
Es difícil emocionarse con la calidad del sistema de abastecimiento de energía, telecomunicaciones, agua, recogida de basuras y alcantarillado en una ciudad, y la opinión pública se acuerda de ello sólo cuando las interrupciones superan lo puntual o percibido como tolerable, o una catástrofe climática o natural asuela una región.
Hacia un mantenimiento acorde con más eventos extremos
En el Caribe y el Golfo de México, la extraordinaria temporada de huracanes convirtió primero en un páramo inundado a una de las ciudades más dinámicas de Estados Unidos -Houston durante Harvey-; provocó después la evacuación de la zona de Florida en la trayectoria del huracán Irma; y María, el huracán más intenso jamás registrado en el Atlántico, devastó Puerto Rico, azotada previamente por Irma.
Puerto Rico, territorio estadounidense en el Caribe sin estatus de Estado de la Unión y 3,5 millones de habitantes, padecía la degradación de sus infraestructuras por la falta de inversiones y mantenimiento de sus redes eléctrica, de agua y telecomunicaciones, en parte debido a una crisis de la deuda irresuelta que mantiene al territorio en un contencioso con el Tesoro estadounidense y sus acreedores desde 2015.
La devastación producida por el huracán María inició una polémica entre las autoridades de la isla, encabezada por la mediática alcaldesa de la capital, San Juan, Carmen Yulín Cruz, y la apatía de la Administración Trump para activar una ayuda efectiva sobre la población de la isla.
Años de escaso mantenimiento de infraestructuras han acrecentado los efectos de la catástrofe, y la isla depende de terceros para superar una situación que podría convertirse en catastrófica: el 90% de los puertorriqueños continúa sin energía, mientras el 50% carece de acceso a agua potable, y el presidente estadounidense se interesa, muy en su línea, en cuestiones supletorias, olvidando que es también presidente de Puerto Rico.
Cuando la necesidad hace florecer la cultura del mantenimiento
El contraste doloroso a la incapacidad del país todavía más poderoso del planeta para mantener al día su infraestructura viaria y red de servicios y comunicaciones (ampliaciones del metro de Nueva York que derrochan dinero, estado ruinoso de la red de trenes Amtrak, carreteras sin fondos de reparación, etc.), contrasta con la cultura pública de resiliencia que caracteriza a Holanda desde que, con la ayuda de diques y el bombeo de agua (primero con molinos de viento, luego con bombas de vapor y combustible), no sólo se protege de tormentas, sino que ha ganado territorio al mar en los dos últimos siglos.
Could gasoline lead until 70s be responsible for a good share of rise-&-fall of violent crime over past 50 years? https://t.co/KajZR3i801 pic.twitter.com/bLWD6Nj1z4
— Nicolás Boullosa (@faircompanies) October 4, 2017
Un tercio del territorio actual de Holanda se encuentra bajo el nivel del mar; la necesidad de aportar soluciones contra la amenaza de tormentas e inundaciones ha creado una cultura del mantenimiento de infraestructuras transversal y con una sólida mentalidad a largo plazo, manteniendo las inversiones e investigación en infraestructuras básicas al margen de las coyunturas del ciclo político.
El 90% de la superficie de Róterdam, principal puerto europeo y entrada de mercancías a Países Bajos y, a través de su conexión fluvial, el interior de Alemania, se encuentra bajo el nivel del mar, lo que ha obligado a su consistorio a olvidar la política cuando se trata de planear y mantener infraestructuras como la espectacular entrada al puerto, la Maeslantkering, una barrera ciclónica, cuyos dos brazos mecánicos, cada uno de los cuales cuenta con la envergadura de la torre Eiffel, abren o cierran la entrada del agua a modo de dique de 20 metros de altura.
Recordamos los hitos de la construcción, olvidamos su mantenimiento
Pero la importancia de las infraestructuras y su mantenimiento no es directamente proporcional a su espectacularidad.
Nuestra imaginación aprecia los hitos simbólicos:
- el Coloso de Rodas, el Faro de Alejandría o la red viaria y obras de ingeniería romanas, si nos referimos a la Antigüedad;
- la expansión de los canales fluviales y redes férrea y viaria en la Europa de la industrialización, así como los canales de Suez y Panamá;
- o, más recientemente, las grandes infraestructuras promovidas por China en su territorio y en África, o el Eurotúnel, el viaducto de Millau -Francia- y el mencionado Maeslantkering).
Pero, por aburrido que sea, dependemos del buen funcionamiento de red eléctrica, abastecimiento de agua, red de alcantarillado e infraestructura viaria básica.
Inside Alibaba's smart warehouse, where robots do 70% of the work with 300% more efficiency pic.twitter.com/ebQaJLwucX
— Vala Afshar (@ValaAfshar) October 1, 2017
La agenda informativa no parece dedicar demasiado espacio a la historia, evolución y avances en infraestructuras y su mantenimiento. Difícil competir en impacto instantáneo con informaciones ligeras diseñadas para la memeocracia del cebo de clics. Medios especializados (Places Journal, CityLab) consolidan su audiencia profesional, incapaces de competir con bitácoras y publicaciones dedicadas a lo más azucarado de la construcción: la arquitectura residencial.
Enfrascados en marketing hueco
Y mientras los medios insisten en ciudades inteligentes, flotas de transporte sin conductor, aeropuertos sin apenas operarios humanos y centros de logística como los de Amazon o el almacén distópico de la firma china Alibaba (una nave “inteligente” donde las carretillas elevadoras han sido sustituidas por robots de carga similares a la aspiradora Roomba, capaces de navegar y hacer el 70% del trabajo con un 300% más de eficiencia), la infraestructura básica de las grandes urbes del planeta se degrada remiendo a remiendo.
Ciudades como Londres heredan una infraestructura que, en servicios básicos como el de alcantarillado o el de metro, dependen todavía de trazados, materiales y obras concebidas durante la época victoriana. París buscaba a la desesperada una oportunidad para dar un impulso de ciudad equiparable a la reforma urbanística de Haussmann (1853-1870) o a la construcción del Bulevar Periférico a cargo de Georges Pompidou en 1958 (el ahora contaminante y anticuado anillo viario que circunda la ciudad histórica); los anunciados Juegos Olímpicos no harán prioritarias las infraestructuras “invisibles” (como tampoco lo hicieron en los Juegos de Londres), tan poco atractivas o impactantes para el votante potencial como imprescindibles.
El fenómeno se repite a distinta escala en otras ciudades globales, en las de alcance continental y en las regionales. Pero, como ocurre en todo sistema complejo, la desidia del mantenimiento de agua potable, alcantarillado, la red eléctrica, la red de comunicaciones o el trazado urbano en su conjunto, repercute sobre la calidad de vida y acaba manifestándose en el día a día.
Una cultura para adelantarse a las externalidades
Algunos ejemplos de las consecuencias de políticas desfasadas, decisiones estratégicas que priorizan política sobre utilidad real y desatención del mantenimiento:
- la apuesta a escala europea por el motor diésel en turismos, una decisión que interesaba al sector automovilístico pero que comportaba escasos beneficios para la población, se ha convertido en estos momentos en el principal factor de contaminación urbana por partículas en suspensión (Estados Unidos, por el contrario, restringió el motor a vehículos comerciales);
- varias ciudades estadounidenses, entre ellas Flint, una urbe industrial de Michigan en permanente proceso de desindustrialización, padecen las consecuencias de un mantenimiento deficiente de la red de agua potable; en Flint, la crisis se agravó en 2014, cuando el río Flint se incorporó a la red como fuente de suministro, lo que expuso a la población a grados elevados de contaminación por plomo (asociada a anemia, daño hepático y cerebral, trastornos del comportamiento e incluso muerte);
- un investigador estadounidense, Rick Nevin, ha estudiado la relación entre el plomo en la gasolina (ahora prohibido) y el nivel de delincuencia juvenil, concluyendo que la prohibición del plomo en la gasolina tuvo mayor efecto en el descenso de pequeños delitos que políticas que hasta ahora habían acaparado el crédito (como la aplicación de la teoría de las ventanas rotas) por consistorios como el de Nueva York, escribe Kevin Drum en un reportaje para Mother Jones.
En ocasiones, la falta de actualización de infraestructuras, unida a un mantenimiento insuficiente o inconsistente, conduce a nuevas crisis que, una vez superen niveles tolerables sin grandes interrupciones de la vida cotidiana de la población, conducirán a cambios legislativos y soluciones, siguiendo el modelo de recuperación de la calidad del aire en las ciudades occidentales después de la II Guerra Mundial, cuando las plantas energéticas dependían del carbón y se encontraban más próximas al centro de la urbe.
Enfermedad coronaria de las redes de alcantarillado
La Gran Niebla de Londres (1952), episodio invernal que oscureció la ciudad durante días debido al espesor del hollín procedente de la combinación de una inversión térmica y el humo procedente de plantas energéticas, industria, vehículos y calefacción doméstica, produjo la muerte de 12.000 londinenses y dejó 100.000 enfermos, lo que inspiró leyes para mejorar la calidad del aire (Clean Air Act de 1956 y 1968).
Décadas después de que el alejamiento de centrales térmicas y una calefacción doméstica modernizada que evita la combustión de carbón y leña haya aliviado las grandes urbes de un añadido a la contaminación del tráfico rodado, aparecen nuevas cicatrices invisibles en el trazado urbano.
Hay fenómenos actuales de alcance público contra los que cuesta combatir, tal es su sutilidad y ubicuidad.
Mientras varias urbes tratan de bloquear el uso de bolsas de plástico para que éstas no colonicen el paisaje circundante o acaben en el mar, hay hábitos que, literalmente, colapsan las infraestructuras, registrando una evolución equivalente a la obturación arterial de las dolencias coronarias (cuando el bloqueo se detecta, es a menudo demasiado tarde y hay que actuar): desechos como aceite industrial, toallitas comercializadas como “biodegradables”, pañales y otros desechos se solidifican en redes de alcantarillado de todo el mundo, generando gigantescas bolas de grasa.
Si la enfermedad coronaria es una de las llamadas dolencias de la civilización, agravada por estilos de vida excesivos y sedentarios, la obturación de redes de alcantarillado por acumulación de desechos que nunca deberían haber acabado en la red de tratamiento de aguas residuales es igualmente una dolencia de la opulencia material de usar y tirar.
El ataque de los Fatbergs contra Godzilla
Con la acostumbrada flexibilidad, el inglés ha acomodado el fenómeno acuñando un divertido neologismo: “fatberg”, o mole de grasa, que designa la obturación de la red de alcantarillado por enormes bolas de toallitas húmedas y grasa solidificada, que en ocasiones alcanzan el tamaño de varios vehículos (como la localizada recientemente en San Sebastián).
Los expertos alertan del peligro que supone el aumento del uso de toallitas húmedas para la higiene de niños y adultos, pues los usuarios confunden el carácter biodegradable del producto con su idoneidad para evacuarlo por el inodoro como el papel higiénico convencional. Ocurre lo mismo con viejos conocidos de sistemas de mantenimiento de aguas residuales: pañales (hay un porcentaje significativo que acaba en las alcantarillas) y grasa de aceite procedente tanto de hogares como de bares y restaurantes.
Desconocimiento y, sobre todo, incivismo agravan un fenómeno que genera tapones de centenares de kilos o toneladas que obturan la red de evacuación de desechos y divierten recursos para atajar un problema que no debería producirse. En ayuntamientos pequeños, como el de Almería, este tipo de atascos generan una factura que asciende ya a 300.000 euros, y alcanza sumas millonarias en la autoproclamada capital de los “fatbergs”: Londres.
De inocentes toallitas a bolas “duras como el cemento”
The Guardian nos describe las características de la última bola de grasa descubierta a orillas del Támesis: el “fatberg” de Whitechapel (con alcantarillado victoriano), en East London, se extiende a lo largo de 250 metros de alcantarillado y pesa 130 toneladas; el medio se recrea en una comparativa periodística para evocar el carácter masivo de la informe masa subterránea a base de grasa, toallitas, pañales y otros desechos: en comparación, el Tower Bridge tiene 240 metros de longitud, mientras el peso equivaldría al de 2 aviones Airbus A318, o a 19 elefantes africanos.
Matt Rimmer, director de la red de desechos de la empresa Thames Water, encargada de la infraestructura, describe la bola de grasa y desechos compactada:
“Este ‘fatberg’ es de los mayores que hemos visto nunca. Es un monstruo total y está requiriendo mucho personal y maquinaria para eliminarlo, al estar compactado.
“Es básicamente como intentar quebrar cemento. Es frustrante, al tratarse de situaciones totalmente evitables y causadas por mugre, aceites y grasa evacuados a través del fregadero y toallitas desechadas en el váter.”
En 2013, las autoridades londinenses tuvieron que vérselas con una bola de desechos con un tamaño 10 veces inferior que bloqueaba un tramo de alcantarillado en Kingston, explica Matthew Taylor en The Guardian. En 2015 llegó el turno a una obturación de 40 metros de longitud en Chelsea, al oeste de Londres, que costó 400.000 libras a Thames Water.
La irrupción de las toallitas para adultos
Situaciones similares se repiten al otro lado del Atlántico; en Baltimore, Maryland (Estados Unidos), un tramo de alcantarillado con 100 años de antigüedad y 24 pulgadas (60 centímetros) de diámetro está bloqueado en un 85%, produciendo inundaciones.
Sin proponérselo, las toallitas húmedas “biodegradables”, nuevo producto de gran consumo en el sector del cuidado personal, se convierten en Fatberg, el nuevo monstruo de la gestión del agua. Si están atentos, los guionistas de la Marvel ya tienen a un nuevo candidato informe para el rol de Godzilla contemporáneo. Desescalando desde la amenaza nuclear a la amenaza de la higiene personal mal comprendida (o, al menos, mal desechada).
La situación ha llevado a campañas de concienciación y a la denuncia por publicidad engañosa de productos que anuncian su carácter desechable y biodegradable, cuando no es exactamente el caso: tanto pañales como toallitas biodegradables no han sido concebidos para deshacerse al entrar al sistema de desagüe, acumulándose en moles de desechos mucho antes del inicio de su descomposición.
Denuncias y litigios de ciudades y consumidores, así como legislación local orientada a atajar el problema, no acabarán con el problema si las toallitas para adultos, uno de los éxitos comerciales de la industria del cuidado personal en los últimos años, mantienen sus características actuales y permanecen a la venta.
Cuando la corresponsabilidad equivale a responsabilidad de nadie
Mientras se debate sobre el significado de “desechable” o “biodegradable”, las ventas de toallitas alcanzaron 2.200 millones de dólares en 2015, con productos como “Dude Wipes” (sic), producto que logró un premio en 2013, algo que quizá ilustre hasta qué punto la superficialidad del confort supletorio ha ganado la partida a otros valores como la sostenibilidad.
Pese a la presión de consistorios de todo el mundo, los fabricantes de toallitas no se dan por aludidos: la empresa Kimberly-Clark, con sede en Dallas, Texas, ha demandado a la ciudad de Nueva York por aplicar regulaciones más estrictas sobre qué toallitas pueden considerarse desechables en la ciudad.
El uso de productos pobremente diseñados y publicitados, al ser incapaces de volver al medio ambiente con suficiente antelación como para evitar su acumulación en el alcantarillado, se convierte en una externalidad negativa que podría haberse evitado con un reparto de responsabilidad:
- entre quienes producen el bien que se acumula en el subsuelo tras su uso (en este caso, toallitas o pañales y otros residuos que no son del todo biodegradables);
- y quienes lo consumen desentendiéndose de sus consecuencias potenciales: depositar aceite usado y otros desechos en contenedores adecuados evitaría el bloqueo del alcantarillado.
Tragedia de los comunes
Garrett Hardin definió en un artículo de 1968 para Science el fenómeno que denominó tragedia de los comunes: cuando el comportamiento personal racional (pescar en un caladero, talar un árbol para leña) se convierte en irracionalidad al emprenderse por un número tal de personas que se pone en riesgo la viabilidad del propio recurso.
En este caso, la tragedia de los comunes ocurre por dejadez u omisión: al no ser supervisada ni fácilmente punible, una actividad irracional (tirar por el desagüe desechos que deberían ir a la basura o, en el caso del aceite usado, a contenedores especiales), llevada a cabo por un número suficiente de personas, agrava todavía más el estado de infraestructuras anticuadas y con mantenimiento limitado.
No sólo se acumulan bolas de grasa en el subsuelo, metáfora purulenta de los excesos cotidianos de la sociedad contemporánea y la ausencia de compromiso -pese a las campañas informativas y declaraciones de buenas intenciones- de buena parte de la población cuando se trata de responsabilizarse de una separación de residuos que reduzca sus consecuencias perniciosas una vez abandonan nuestro campo de visión.
En el caso de los “fatbergs”, auténticos Godzillas de la purulenta opulencia de nuestra cotidianidad, la mejora sólo podrá llegar de la combinación entre mejores diseños (materiales realmente biodegradables al contacto con el desagüe, invenciones alternativas) y mayor corresponsabilidad de los consumidores.
Futuro
La regulación local para prohibir etiquetados o productos tendría efectos limitados que se notarían sólo a largo plazo, a juzgar por la evolución de desechos prohibidos por algunos ayuntamientos, regiones y países, tales como las bolsas de plástico (prohibidas en varias ciudades y condados de Estados Unidos; así como en Bangladesh y en varios países africanos: Sudáfrica, Uganda, Somalia, Ruanda, Botsuana, Kenia, Etiopía).
Deberíamos hacer caso a los filósofos clásicos, desde los peripatéticos a los estoicos, que nos invitaban a hacer las cosas de acuerdo con nuestra conciencia y en consonancia con la naturaleza en todo momento, tanto cuando alguien mira (o cuando un acto tiene consecuencias, como una multa) como cuando somos nosotros los únicos testigos.
De momento, deberemos conformarnos con métodos para incentivar tanto productos realmente biodegradables como un uso más responsable de los productos actuales, así como un empleo original de los desechos obturando las arterias de las ciudades: ya hay empresas que quieren convertir en combustible tanto bolas de grasa como otros desechos que acaban en la red de tratamiento de aguas residuales.
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