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Un poco de jardinería hídrica en tiempos de crisis

Extensiones de césped ávido de riego; pesadillas de desarrollo suburbano concebidas de espaldas a la menor noción de sostenibilidad… de ser el sueño largamente anhelado por muchos, el jardín puede acabar por convertirse en una pesada carga en la conciencia de sus propietarios.

Pero, ¿es inevitable que sea así? Los principios de la xerojardinería nos ofrecen una alternativa.

El prefijo xero es de origen griego y su significado es seco, árido. Siendo así, es fácil deducir que el término xerojardinería (“xeriscaping” en inglés) hace referencia a la completa ausencia o a la optimización del riego en el cuidado del jardín.

El origen del concepto debemos buscarlo en el tránsito entre las décadas de los setenta y los ochenta en la Costa Oeste norteamericana y, siendo más concretos, en los Estados de California y Colorado.

En esos años, la aspiración de muchos norteamericanos de vivir en soleados y tranquilos suburbios alejados del frenesí de las grandes ciudades, habitando casas invariablemente rodeadas de extensas praderas de césped, colisionó frontalmente con un dilatado periodo de sequía.

Con la pluviometría en niveles excepcionalmente bajos, cobró fuerza la opinión de quienes venían alertando de la sinrazón que constituía la enormidad de agua destinada a regar unos jardines inviables por sí mismos en el caluroso y seco clima de la costa del Pacífico.

El movimiento de oposición a una jardinería que tenía en el césped su santo y seña acabó por cristalizar en 1986 en Colorado, donde el Departamento de Aguas de Denver, la Universidad Estatal y la Asociación de Paisajistas Profesionales de Colorado unieron fuerza para crear el National Xeriscape Council, una entidad sin ánimo de lucro cuyo propósito era difundir una nueva concepción del diseño y mantenimiento de jardines que llevara el ahorro de agua por bandera.

Una iniciativa exitosa

El 3 de marzo de 1993, el National Xeriscape Council decidió cerrar sus puertas y dar por concluida su tarea al entender que los objetivos que se había fijado originalmente el organismo ya habían sido alcanzados. En buena medida tenían razón.

La semilla plantada en Denver ha acabado dando frutos a lo largo y ancho de los Estados Unidos y escapando de sus fronteras para convertirse en una filosofía abrazada por jardineros y paisajistas de todo el mundo que ven en los principios de la xerojardinería el único horizonte de supervivencia para el muy civilizado deseo de domesticar un pedacito de naturaleza en el patio de casa y el futuro deseable en lo que respecta a la planificación y construcción de espacios verdes en entornos urbanos.

El jardín eficiente

La utilización del término ‘seco’ para bautizar este concepto puede inducir a error. Un xerojardín no es por definición un espacio reservado a los cactus o condenado a la tiranía cromática de los colores ocres y terrosos.

Un jardín que siga los preceptos ‘xero’ es un jardín en el que todo, desde la selección de especies hasta las técnicas de horticultura aplicadas, está dirigido a adquirir el mayor grado posible de eficiencia en la utilización del agua y reducir al máximo la utilización de fitosanitarios químicos.

O lo que es lo mismo, recuperar métodos de cultivo y cuidado tradicionales que nos han acompañado desde tiempos inmemoriales y aprender del paisaje natural que nos rodea y de cómo la vida vegetal es moldeada por la disponibilidad de recursos.

Lejos de  verdades elaboradas y planteamientos crípiticos, la xerojardinería acaba por resumirse en unos pocos principios básicos que tienen mucho de sentido común y sabiduría popular. Más concretamente, el heptágono básico de la filosofía xero se aplica a estos aspectos:

  1. Planificación y diseño del jardín
  2. Análisis del suelo
  3. Selección adecuada de las especies
  4. Uso racional del césped
  5. Riego eficiente
  6. Uso de recubrimientos o mulching
  7. Mantenimiento adecuado

Planificación y diseño del jardín

La mejor forma de conseguir que el jardín de casa o de la oficina tenga un elevado índice de resistencia al estrés hídrico y requiera del menor grado de ayuda externa para asegurar su supervivencia es una cuidadosa disposición de los elementos que lo integran.

En primer lugar, es necesario agrupar las especies vegetales según sea su necesidad de agua. No tiene ningún sentido plantar geranios, por citar un ejemplo de especie con necesidades de nutrición elevadas, junto a amapolas, que apenas requieren de riego.

Inevitablemente, de estar los unos a escasa distancia de la otra, parte del agua destinada a los geranios acabará llegando a las amapolas sin necesidad ninguna de que esto sea así, malgastando una porción del riego que sería perfectamente aprovechada si junto a los geranios hubiera otras plantas que requieran de más aporte hídrico.

Debiéramos organizar nuestro jardín diferenciado una ‘zona seca’, destinada a especies que no necesitan riego o únicamente lo demandan de forma puntual, de una ‘zona semi-húmeda’, donde plantaremos especies algo más exigentes en este sentido, como pueden ser las tapizantes.

Si no queremos, aunque debiéramos, renunciar a especies que necesitan de riego abundante, al menos debiéramos asegurarnos de crear una ‘zona húmeda’ donde las tengamos todas convenientemente reunidas para asegurar que el índice de aprovechamiento del agua vertida es lo más alto posible.

Con todo, la planificación de un jardín no acaba en esta sencilla operación. Es igualmente importante pensar en la disposición de algunos elementos que también pueden contribuir a aumentar el ahorro de recursos.

El viento, por ejemplo, es un agente deshidratador de primer orden.  Un jardín constantemente agitado por la brisa tienen unas necesidades de riego mucho mayores que uno que esté protegido de él y, por lo tanto, para optimizar el uso de agua debemos hacer lo posible por evitar su acción secante.

La mejor protección contra el viento la constituyen los árboles que, además, proporcionan sombra y frescura  y contribuyen de este modo a disminuir la necesidad de riego. También resulta una buena opción una valla cubierta por bonitas trepadoras y masas arbustivas o recurrir al cañizo y el mimbre.

En cambio, debemos evitar la tentación de cubrir el perímetro del jardín con setos como en el caso de los muy típicos cipreses, puesto que acaba compitiendo por el agua con las especies del jardín (con lo que tendremos que regar más).

Tampoco crear un muro de obra es una buena elección. Al no ser permeable, el viento, después de chocar contra él, acaba por superarlo y provocar turbulencias al otro lado que pueden dañar y deshidratar nuestras plantas.

La sombra es un elemento a tomar en consideración. Un jardín expuesto en exceso al Sol requiere, como es lógico, mucha más agua que uno en el que abunden las zonas de umbría. Estas partes resguardadas del calor excesivo son también ideales para aclimatar especies recién plantadas.

Los mismos árboles que protegen del viento proporcionaran una sombra vivificante. Si no disponemos de ellos, unas pérgolas cubiertas de enredaderas o trepadoras bien dispuestas en relación al tránsito del Sol sobre el jardín cumplirán a la perfección con esta función.

Por último, la planificación del jardín debe evitar que caigamos en el abigarramiento y situemos nuestras plantas excesivamente cerca unas de otras. La proximidad las hará competir por el agua del riego y reducirá su capacidad de aprovechamiento. Si disponen del espacio suficiente, en cambio, cada gota de agua será más útil.

Análisis del suelo

Sin duda, uno de los puntos más relevantes y a los que mayor atención hay que prestar. Si no queremos recurrir a los fitosanitarios químicos es mejor que tomemos seriamente en consideración las características del suelo de que disponemos a la hora de elegir las especies que van a formar parte del jardín.

Si nuestro suelo es pobre, es mejor recurrir a especies de escasas necesidades nutritivas que aplicar constantemente abonos para enriquecerlo. Si es salino, mejor disfrutar de plantas bien adaptadas que proceder a complejas operaciones de drenaje mediante costosas instalaciones.

Y lo mismo si es arenoso, tiene un PH ácido o cualquiera del resto de características que habitualmente han sido vistas por la jardinería convencional como handicaps a superar en lugar de oportunidades para desarrollar unos jardines que, sin perder un ápice de belleza, no siempre comulgan con la idea más tradicionalmente establecida de lo que es un jardín convencional.

Hemos mencionado el abono, y debemos decir que sobre este punto existe un verdadero debate todavía abierto entre los seguidores de la xerojardinería.

Por un lado están quienes no ven problema alguno en abonar el terreno siempre que utilicemos productos naturales como el mantillo, el compost, el estiércol, la turba o el humus.

Del otro bando están los que consideran que el añadido de abonos, por más naturales que puedan ser, es contrario a los principios de la xerojardinería. En su opinión, esta aportación de nutrientes favorece que plantas y árboles desistan del esfuerzo de desarrollar largas raíces que les permitirían un mejor aprovechamiento de la humedad del suelo y, al contrario, se contenten con un sistema radicular mucho menos eficiente en lo que respecta a la captación de agua.

En lo que ambos bandos sí parecen ponerse de acuerdo es en la utilidad de los retentores de humedad. Se trata de productos que, mezclados con el suelo, contribuyen a que éste retenga mucho mejor los nutrientes y el agua de la lluvia o del riego para después poner estos recursos a disposición de las plantas durante largos periodos.

Aunque existe una amplia variedad de retentores químicos, también es posible y conveniente optar por retentores totalmente naturales como las diatomitas calcinadas. La ‘tierra de diatomeas’, que es su nomenclatura  en el ámbito geológico, está constituida por arcillas y las propias diatomeas.

Este suelo se conforma a partir de partículas que presentan una sofisticada arquitectura de tubos capilares que permanecen huecos en caso de falta de humedad pero que se rellenan de agua y nutrientes con el riego o la lluvia.

Por norma general, cada kilo de tierra de diatomitas es capaz de retener hasta dos litros de agua que, en lugar de perderse irremisiblemente, acabarán a disposición de las plantas cuando así lo requieran, contribuyendo de un modo notable a la reducción de la necesidad de riego.

Selección de especies

El punto clave de todo el armazón doctrinal de la xerojardinería y, sin embargo, el que menos explicaciones requiere. A la hora de ahorrar agua, no importa lo mucho que cuidemos la disposición del jardín y la naturaleza de su suelo si después elegimos especies que requieren de riegos abundantes.

La mejor forma de elegir las especies más adecuadas para un xerojardín es mirar a nuestro alrededor y reproducir nuestro entorno. Ninguna planta  será más adecuada para las condiciones climáticas del jardín y su pluviometría que las autóctonas. Tampoco las encontraremos más resistentes a las plagas habituales de la zona ni menos necesitadas de cuidado.

La xerojardinería reivindica lo local frente a la tiranía del exotismo impuesta por viveros y esnobs del paisajismo empeñados en acudir a la otra punta del mundo para  encontrar las especies con las que ornamentar nuestras calles, plazas, parques y, cómo no, jardines.

En nuestro entorno inmediato encontraremos a buen seguro plantas, árboles y arbustos que respondan la totalidad de nuestros deseos y requerimientos en materia de color, formas y olores.

Y, por favor, no os quedéis en lo más manido. Multitud de especies han quedado desterradas de nuestros jardines purgando el pecado de su rusticididad, persiguiendo un fatal deseo de supuesta exclusividad en la que siempre acaba por primar elementos ajenos a nuestro entorno en detrimento del paisaje con el que todos (cada uno el suyo) hemos crecido.

Uso racional del césped

No nos engañemos, el césped no es ni será en un clima como el que se da en buena parte de la Península la opción más sostenible para teñir de verde nuestro jardín. De media, el 70% del agua de riego que se emplea en los jardines particulares se destina al cuidado de las praderas de césped. Un dispendio a todas luces excesivo y difícilmente justificable.

Lo ideal sería prescindir de este elemento o reducir a su mínima expresión el protagonismo que le otorgamos en el conjunto de nuestro jardín. Sin embargo, si no podemos o somos incapaces de renunciar a él, la xerojardinería también ofrece algunas soluciones para optimizar su riego.

Dispón el césped en formas sencillas (cuadrado o círculo) en lugar de plantarlo siguiendo trazados sinuosos o dibujando senderos. Su riego será mucho más fácil, preciso y efectivo.

Evita utilizar césped en zonas con pendiente o taludes. El aprovechamiento del agua en estas circunstancias es menor. En su lugar, es mejor utilizar plantas tapizantes que, además, suelen tener necesidades hídricas menores.

Utiliza los bordes de las praderas de césped para ubicar las plantas con grandes necesidades de riego (si es que no has renunciado a ellas). De este modo, las plantas más sedientas aprovecharán buena parte del agua no utilizada por el tapiz de césped, que habitualmente es mucha y acaba perdiéndose.

No pretendas que tu césped se asemeje al de un campo de fútbol. Es mejor esquivar la tentación de recortar su altura demasiado a menudo, especialmente en verano. Un césped al que permitimos un mayor crecimiento resiste mucho mejor el estrés hídrico y desarrolla raíces más profundas que le ayudarán a aprovechar más el agua del riego.

No olvides que existen muchísimos tipos de césped. Déjate aconsejar por un jardinero experto para encontrar qué especie es la que mejor se va a adaptar al clima de tu zona y apuesta por las más resistentes a la sequía como son la Hierba de San Agustín, la Zoysia, la Bermuda o la Festuca.

Ten en cuenta que estas especies bien adaptadas a climas secos y cálidos son poco resistentes al frío y las heladas y que tienden a adquirir un color marrón en invierno que no siempre es del agrado de todo el mundo.

Por último, por si todavía no lo hemos dicho, recuerda que el césped no es una obligación. Un jardín sin nada de césped puede resultar tan cómodo y atractivo como cualquier otro.

Desde la xerojardinería y el paisajismo nos ofrecen alternativas al césped que, sin sacrificar la estética, resultan infinitamente menos gravosas desde el punto de vista de la cantidad de agua que debemos destinar a su cuidado.

Una primera alternativa, y quizás la que más ventajas atesora, son las tapizantes. Plantas que, como su nombre indica, tienden a expandirse y cubrir amplias zonas. La diversidad de plantas que actúan de este modo es basta y, por tanto, seguro que encontramos la especie que mejor se adapte a nuestro gusto.

Requieren de cuidados mínimos y tienen, por norma general, una necesidad moderada de riego. Sobreviven bien en zonas de sombra (al contrario que el césped, que acostumbra a presentar calvas en aquellos lugares donde no recibe insolación directa) y ofrecen el enorme atractivo de vistosas floraciones que aportan mucho color a un jardín.

Otra opción para cubrir zonas sin necesidad de recurrir al césped son los fragmentos de corteza de pino. Además de aportar un gran valor estético y un notabilísimo atractivo, la distribución de corteza de pino evitará que aparezcan malas hierbas, ahorrándonos trabajo y agua, puesto que estas hierbas de aparición espontánea lucharán también por hacerse con parte del agua que destinamos a las especies plantadas.

Este material totalmente natural, también contribuye a aislar el suelo de la insolación o el frío excesivos, favoreciendo la retención de humedad y, una vez más, contribuyendo a reducir la cantidad de agua de riego. Y por si todo esto fuera poco, al final de su vida útil se descompondrá convirtiéndose en nuevos y suculentos nutrientes que alimentarán nuestras planta.

La lista de alternativas al césped no se acaba, ni mucho menos aquí. Pero para no alargarla en exceso, tan sólo mencionaremos otra opción, los áridos (grava, tierra volcánica, etc.), que últimamente parece estar ganando la partida a casi cualquier otro material en la lista de preferencias de diseñadores de jardín y usuarios de todo el mundo, posiblemente impulsada por el auge que ha experimentado en los últimos años la jardinería que busca su inspiración en Oriente y, más concretamente, en el paisajismo zen nipón.

El acolchado o mulching

Al principio del artículo hablábamos de cómo la xerojardinería extrae el corpus central de su metodología de las prácticas y usos tradicionales. En el caso de la apuesta por el acolchado encontramos, posiblemente, el mejor ejemplo.

¿En alguna ocasión, paseando junto a una huerta, os habéis sorprendido al ver las matas emergiendo de un manto de paja que cubre el terreno? Si es así, la respuesta a vuestro interrogante es el acolchado. Cubriendo con paja el suelo, el hortelano obtiene múltiples beneficios.

La tierra mantiene mejor su grado de humedad, se evita la proliferación de malas hierbas, las raíces quedan protegidas frente a heladas y fríos severos, favorece la proliferación de microoganismos que regenerarán el suelo y, al pudrirse y descomponerse, la paja del acolchado se convertirá a su vez en nutrientes al transformarse en humus.

La misma operación que los hortelanos han venido repitiendo a lo largo del tiempo, podemos aplicarla nosotros al cuidado del jardín obteniendo una lista similar de beneficios y, sobre todo, ahorrando agua, que es nuestro objetivo fundamental.

Y la paja no el único recurso al que podemos acudir. También la corteza de pino, los guijarros y áridos, las hojas el mantillo, la turba  o incluso el serrín actúan como excelentes acolchados, siendo cada uno de ellos más o menos adecuado para diferentes especies vegetales.

Así por ejemplo, utilizar áridos expuestos al Sol puede ser muy adecuado para cubrir el suelo donde tenemos cactus, que se beneficiarán de su capacidad para reflejar la luz y acumular calor, pero fatal para especies menos tolerantes a las altas temperaturas.

O, como ya hemos visto, la corteza de pino nos ayudará a retener agua, pero llegada la hora de su descomposición puede favorecer la aparición de insectos que pueden atacar a las plantas de nuestro jardín.

El riego

He aquí el punto crucial de la xerojardinería, su verdadera razón de ser. En líneas generales, podemos decir que se utiliza muchísima más agua de la necesaria en el riego de las plantas. Un exceso que, a menudo, alcanza el delirio cuando se trata del riego de parques y espacios públicos ajardinados.

Todo lo que hemos visto hasta ahora incide de forma directa sobre la cantidad de agua que emplearemos en el mantenimiento de nuestro jardín, siendo todos los puntos importantes, aunque especialmente lo sea la elección de especies.

Si utilizamos plantas, árboles y arbustos que podemos encontrar de forma natural en nuestros paisajes vecinos, lo más probable es que la necesidad de riego sea mínima (nadie acude al monte a regar el tomillo o la siempreviva que alegra nuestro olfato cuando vamos de excursión) pero no inexistente. Especialmente en los primeros años de vida de las plantas y de forma más acentuada si en lugar de estar plantadas en el suelo, lo están en macetas.

Para los adictos a la tecnología (que también los hay en el campo de la jardinería) existen aparatitos pensados para facilitarnos la elección del momento adecuado para el riego. Se trata de sensores de humedad que señalan el momento óptimo para proceder a la operación.

Sin llegar a tales niveles de sofisticación, cobran impulso fuera del ámbito de la agricultura profesional, los sistemas que, como el riego por goteo o las cintas de exudación, buscan el máximo aprovechamiento de los recursos hídricos en detrimento de prácticas tan poco recomendables como recurrir al despilfarro que suponen el tradicional manguerazo.

Aprovechar el agua de la lluvia mediante aljibes o ir un paso más allá y decidirnos a depurar el agua que expulsa, por ejemplo, nuestra lavadora para convertirlas en aguas grises adecuadas para el riego son también medidas que nos ayudarán a reducir el agua que destinamos al mantenimiento de nuestro jardín.

Consejos adicionales

Junto a toda esta extensa batería de medidas orientadas a la optimización del riego, todavía podríamos citar algunas otras prácticas que nos serán de ayuda a la hora de poder añadir el prefijo ‘xero’ al jardín de casa.

A la hora de plantar, es mejor hacerlo en otoño. Al principio es cuando una planta tiene mayor necesidad de agua. En el clima mediterráneo la mayor cantidad de lluvia se acumula en estos meses del año y, por tanto, su aportación al riego será mayor y nos evitará tener que hacer un sobreesfuerzo hídrico para asegurar su conservación y correcto enraizado.

Debemos ser constantes en la tarea de combatir las malas hierbas. Su presencia nos reportará una mayor necesidad de riego de la que perfectamente podemos prescindir.

No caigas en la tentación de medir la belleza de tu jardín por la altura que las plantas son capaces de alcanzar. El uso de abonos químicos, con su abundancia excesiva de nitrógeno, favorece, precisamente, el crecimiento desmesurado de algunas plantas. Contrólalo y evítalo en la medida de lo posible, puesto que una planta de gran tamaño y altura siempre tiene necesitará más agua.

Recuerda que la xerojardinería no se compete en exclusiva a la moderación en el. Su objetivo también es reducir  el uso de fitosanitarios. Aunque pueda ser complicado, las plagas que habitualmente afectan a las plantas de jardín pueden ser combatidas (y vencidas) sin recurrir a productos químicos.

En primer lugar, no pierdas de vista que las plantas autóctonas son las mejor preparadas para defenderse de las plagas de una determinada zona.

Con la selección de especies adecuada, la incidencia de las plagas será mucho menor. Si aun así, sufres sus efectos, búscate aliados más fiables que los que te puede proporcionar el complejo industrial agro-químico.

Pájaros e insectos como las mariquitas o los escarabajos pueden hacer mucho más por tu jardín de lo que hará un biocida. Favorece su presencia con comederos, recipientes de agua y flores que abarquen un amplio espectro cromático y les resulten atrayentes.