Los espectáculos de faroles de papel iluminados ascendiendo en la noche fresca primaveral tienen una profunda significación en un país que parece empecinado en alejarse a la máxima velocidad de sus costumbres y conceptos metafísicos más obcecados con el equilibrio y la contención, como taoísmo y confucianismo.
Qué más da que muchas tradiciones sobrevivan sólo en las superproducciones heroicas al estilo Zhang Yimou ambientadas en épocas fantásticas o pretéritas, alimentando una pujanza colectiva con gran significación en un país con su propia idea del mundo y la posición que en él debe ocupar Zhongguo, o el “Reino del Medio”.
Los árabes llamaron “Cin” a esta civilización, cuya pujanza fue sólo comparable a la del subcontinente indio hasta que, en la Era de los descubrimientos, una amalgama de pequeños reinos europeos aglutinados en el extremo pobre de Eurasia, aprovechó el aislacionismo de las grandes civilizaciones asiáticas para hacerse con el mundo. Los venecianos adaptaron el nombre otorgado por árabes a la región, usando “Cina” en su lugar, que ha llegado a nuestros días como China.
Mundo actual (visto desde el “Reino del Medio”)
Menos ocupada en si el resto del mundo llama “China” a lo que es simplemente el “Reino del Medio”, o Zhongghuo, la segunda economía del mundo y todavía país más poblado (hasta que India se haga con este puesto en torno a 2025) acelera su estrategia para decantar definitivamente el peso del mundo hacia el Mar de China: los planes medioambientales y de enfriamiento del boom urbanístico contrastan con la inversión decidida en educación, tecnología y presencia estratégica en el mundo, otorgando créditos y asistiendo en infraestructuras a cambio de acceso a cosechas, minerales estratégicos para su industria y combustibles fósiles.
La marea sincronizada de 2.008 percusionistas aporreando al unísono sus tambores fou en la ceremonia de apertura de los Juegos de Pekín, a cargo del coreógrafo Zhang Jigang y el propio Zhang Yimou, sintetiza la estrategia china actual: proyectar un país sincronizado y efectivo, que combina raíces con aportaciones contemporáneas, a menudo con el regusto kitsch de los palos LED usados por los percusionistas durante esta actuación.
Mientras trata de reconocerse en el pasado epopéyico que evocan las películas de gran presupuesto, la población mantiene niveles de dinamismo —desde capacidad de adaptación a tolerancia por el riesgo— que, unidos a la corrupción administrativa y a la laxitud a la hora de aplicar regulaciones de seguridad ambiental y laboral ya de por sí laxas y maleables, permiten a China experimentar sin complejos y con mayor rapidez que en los entornos de I+D+i hasta ahora dominantes.
De los componentes de telefonía móvil a los drones
Las instituciones de innovación hasta ahora dominantes, tanto centros educativos como laboratorios privados y gubernamentales (entre estos últimos, destacan los centros militares, como DARPA en Estados Unidos; o de colaboración científica transnacional, como el CERN europeo; ambos centros, dedicados a multitud de proyectos, posibilitaron Internet), ceden protagonismo a sus equivalentes asiáticos.
Dos campos que últimamente han suscitado interés en los medios occidentales se corresponden a los dos extremos del sector industrial: en la industria de bajo valor añadido, destaca el uso de nuevos materiales, técnicas de construcción (incluyendo impresoras 3D) y sistemas de ejecución que aceleran procesos y abaratan costes en proyectos tradicionalmente lentos, como la construcción de una estación ferroviaria.
En la industria de alto valor añadido, China parece querer subsanar su atraso histórico en el sector aeronáutico —donde carece de un competidor de peso en aviación comercial capaz de competir con Airbus y Boeing—, liderando un sector que floreció tras la miniaturización y abaratamiento de componentes electrónicos que impulsaron los teléfonos inteligentes: los drones, definidos hasta ahora como “vehículos aéreos no tripulados”, aunque esta circunstancia podría cambiar pronto, dados los avances experimentales en drones tripulados.
Lección aprendida en China: DJI controla software y hardware
Miniaturización de componentes y uso militar impulsaron los inicios de las aeronaves teledirigidas, si bien las características de las versiones comerciales se alejan de las presentes en drones profesionales: existen modelos para aplicaciones agrarias, para el uso como asistente de equipos de protección civil (en Australia, un drone asistió a dos adolescentes atrapados por olas gigantes lanzando desde el aire un flotador de rescate), o para entrega de mercancías.
Los drones para el público final se centran, de momento, en el vuelo recreativo y la grabación de imagen. A diferencia del mercado que ha posibilitado la rápida evolución de los drones, el de la telefonía, China ha logrado situarse en cabeza en los modelos de consumo, gracias al éxito que hasta el momento ha logrado el fabricante DJI, especializado en modelos de altas prestaciones.
El mercado de los drones para uso recreativo (las autoridades recuerdan que estos vehículos son una aeronave, y no un mero juguete o cámara con alas) no cuenta, de momento, con equivalentes a Apple y Android, capaces de dominar desde oficinas occidentales la fabricación de vehículos y el mercado de sistemas operativos y navegación: DJI desarrolla y controla íntegramente tanto el software como el dispositivo de vuelo, lo que ejemplifica la ventaja competitiva china en el mercado de los vehículos aéreos no tripulados…
Ventaja China en drones recreativos… y en drones tripulados
Fabricantes con sede occidental —aunque casi siempre con fabricación asiática, como ocurre en telefonía—, como las estadounidenses 3D Robotics (3DR) y GoPro, así como la francesa Parrot, han sido incapaces hasta el momento de desbancar a DJI o incluso a Yuneec en innovación.
GoPro o Parrot carecen de una aeronave de consumo de alta gama capaz de competir con las gamas Phantom de DJI y Typhoon de Yuneec, mientras 3DR ha tirado la toalla y se centra en software: la leyenda de que China permanecería a remolque tecnológico de Occidente, fabricando sin controlar la sede de los productos de alto valor añadido fabricados bajo secretismo empresarial en su suelo (como los dispositivos de Apple, sin ir más lejos), ha sido desmentida por los hechos.
La incapacidad para seguir el ritmo de innovación y madurez tecnológica de DJI ha condicionado la trayectoria de 3DR y GoPro, que han fracasado en su intento de competir con una alternativa de peso. En 2012, el entonces redactor jefe de Wired, Chris Anderson, publicó un último reportaje de portada sobre el futuro de los drones, anunciando que dejaba la revista para dirigir una empresa que prometía en el sector, 3DR.
Pese a recibir 100 millones de dólares de capital riesgo y contar con la paciencia de los inversores, la firma fue incapaz de crear aeronaves capaces de competir con DJI, y optó por la estrategia de Microsoft en la informática personal y Google en telefonía con Windows y Android, respectivamente: desarrollar software para el sector. 3DR ha desarrollado un software de escaneo tridimensional para aplicaciones profesionales como la arquitectura (3D Site Scan), y DJI se encuentra ahora entre los clientes.
¿Viajarías en un drone diseñado y fabricado en China?
¿Puede China convencer al mundo de que cualquiera puede volar de unas coordenadas a otras con total seguridad y sin temer por la violación de sus libertades individuales, en drones diseñados y fabricados íntegramente en el país? ¿Serán chinos los coches voladores de los próximos años, o tanto reguladores como consumidores europeos y americanos demandarán cambios profundos en el país asiático, antes de confiar la vida de su ciudadanía a los DJI de pasajeros del futuro?
Crece la polémica en torno al uso intrusivo y daño potencial de estos aparatos, desde desperfectos directos a la contaminación acústica o la violación de privacidad. De momento, los drones comerciales actuales limitan posibles daños restringiendo distancia de vuelo, altura máxima (actualmente se sitúa en 120 metros) y zonas de uso permitido; la mayoría de países actualizan a trompicones el marco regulatorio de estas aeronaves.
La mayoría de países no obliga a los usuarios de estos dispositivos a contratar un seguro de responsabilidad civil, si bien el uso indebido —en zonas urbanas, sobre aglomeraciones de gente, en zonas de práctica de vuelo deportivo de baja altura como parapente o paracaidismo, en zonas restringidas como aeropuertos, aeródromos, helipuertos, centrales eléctricas y nucleares, etc.— puede comportar cuantiosas multas. En España, por ejemplo, la Agencia Estatal de Seguridad Aérea las sitúa en un máximo de 225.000 euros.
El modelo tecnológico Chino: orígenes estatistas
Ya que hablamos de un escenario potencialmente distópico, hagamos un poco de retrospectiva, combinando las diatribas de Mao con las reflexiones de Orwell en 1984.
Conscientes de la tensión entre el crecimiento a ultranza en China en las tres últimas décadas, incluyendo la mayor migración del campo a la ciudad de la historia y la emergencia de los centros industriales y logísticos más grandes del mundo —lo que ha diluido la importancia regional de Macao, Hong Kong, Taiwán y Singapur—, los chinos aparcan viejas enseñanzas y adaptan los espectáculos ancestrales a los nuevos tiempos.
Paradójicamente, desaparecen los usos y las tradiciones anteriores al maoísmo que lograron sobrevivir a la gran calamidad centralmente planificada que supuso el Gran Salto Adelante (expresión que, como ocurre en en la novela 1984, designa lo contrario de su valor semántico), están ahora presentes en apenas un puñado de monumentos, parques naturales y festividades.
El Gran Salto Adelante, el temerario plan social y económico de ortodoxia comunista que despojó a campesinos y ciudadanos de provincias de usos milenarios y causó la muerte de 45 millones de personas, se combinó con la atrocidad de la Revolución Cultural (de nuevo, hay que interpretar la expresión en clave de equívoco, al más puro estilo del “doblepensar” en Neolengua, idioma oficial de Oceanía en 1984).
La “Estasia” de la que habla George Orwell en “1984”
Entre 1966 y 1976, la Revolución Cultural —celebrada por la intelectualidad comprometida de izquierdas en Occidente—, acalló cualquier disidencia al maoísmo ortodoxo y se acercó como nunca a la descripción que George Orwell hace de una de las tres superpotencias que dominan el mundo en 1984: a diferencia de los regímenes totalitarios de Oceanía (Américas e Imperio Británico) y Eurasia (Europa continental y URSS), “Estasia” (China y Asia Central) genera un totalitarismo acorde con la cosmogonía sino-tibetana presente en la negación del individualismo de las religiones dhármicas (el “Yo universal” de taoísmo y el “No-Yo” de budismo).
Consciente del gregarismo cultural chino anterior a ideologías colectivistas surgidas del idealismo europeo del siglo XIX, como el propio marxismo, Orwell inventa para Estasia una variante de neobolchevismo (ideología que domina las tres potencias mundiales en la novela distópica), la traducción de cuyo término sugiere esta connivencia ancestral con la ausencia de un culto al individualismo equiparable al occidental: “desaparición del yo” o “culto por la muerte”:
- la “desaparición del yo” de Orwell encaja con la insustancialidad del budismo, o “Anātman“: No-Yo, carencia de ego;
- mientras la otra traducción del término chino de neobolchevismo que ofrece 1984 es “culto por la muerte”, acaso una evocación del papel central de la idea de transitoriedad de las cosas y la existencia humana, una no permanencia que el budismo sintetiza en el concepto “Anitya“.
Del gregarismo ancestral a la vigilancia panóptica
La actualidad política, social y económica china despierta el hambre de relectura de 1984. Entre otras informaciones: Xi Jinping adapta leyes para perpetuarse en el poder dirigiendo el Partido Único —que, recordemos, sigue siendo nominalmente “comunista”, pese a que el capitalismo plutocrático practicado en el país sea menos igualitario que cualquier democracia liberal occidental—; sin temor a causar desasosiego entre una población cuyo uso de nuevas tecnologías está sujeto a censura y vigilancia gubernamentales, China ultima un sistema de puntuación de la ciudadanía que, como ocurre con el “karma” de servicios de Internet y videojuegos, influirá sobre la puntuación crediticia o “credibilidad” social de cada ciudadano.
Lo que en un contexto occidental sería interpretado por la ciudadanía como la prueba inequívoca de intromisión de un régimen que se sirve sin remilgos de herramientas de vigilancia orwelliana (o panóptica), en China apenas logra un nivel de intrusivismo extraordinario.
Tal y como explica Meg Jing Zeng en un artículo para The Conversation, el término “crédito” en Chino, xinyong (信用), remonta su origen al siglo IV a.C., cuando el confucianismo entonces naciente lo asoció con honestidad y credibilidad.
Evaluar a una persona en función de su puntuación crediticia entronca, pues con tradiciones ancestrales chinas, recuperando de paso aspiraciones distópicas del totalitarismo deshumanizador y los sueños del materialismo dialéctico de planificar con personas con una precisión matemática, desentendiéndose de lo que nos hace diferentes.
El vuelo de faroles de papel encendidos
Gracias a herramientas tratamiento de datos a gran escala (“big data“), al carácter dictatorial del régimen chino y a la tolerancia de la población por el estatismo, las compañías tecnológicas del país estimulan el principal mercado de consumo del mundo, con consecuencias imprevisibles para libertades individuales y posible impacto global.
Y de la actualidad más distópica a una tradición milenaria con intención de conquistar el aire como los drones: cada año, el Festival de los Faroles marca el final de las festividades del Año Nuevo Chino desde el reinado de la dinastía Hang Occidental (de 206 a.C. a 25 d.C.).
El Festival de los Faroles se celebra en el primer mes del calendario lunisolar chino. En 2018, la fecha indicada fue el 18 de febrero pasado, cuando niños de todo el país y de comunidades chinas del resto del mundo se concentran al anochecer con sus padres junto a templos, desde donde hacen volar sus farolillos de papel con una llama en su interior.
En esta noche iluminada, los farolillos conquistan el aire en los centros ceremoniales y públicos seleccionados, mientras miles de linternas tradicionales cuelgan de casas, edificios y negocios. Música, acróbatas, desfiles y las danzas del León y del Dragón preceden el cenit de la celebración: los fuegos artificiales, otra aportación local al mundo.
De farolillos indolentes a un enjambre de drones iluminados
Se supone que, durante esta celebración, los niños pasean por la calle con linternas antes de una cena que deberá aportar buena fortuna; la realidad en los centros urbanos es algo más compleja, con más niños atrapando animales virtuales con sus teléfonos y consolas de videojuegos que interesados en los farolillos.
En la edición de 2018, el Festival de los faroles se transformó en un espectáculo de récord en la localizad de Guangzhou, donde 1.000 drones volaron iluminando el firmamento… De farolillos indolentes e inocuos a un enjambre de drones celebrando su vuelo insectívoro, he aquí otro momento simbólico sobre el potencial organizativo de una sociedad que conserva en su interior las contradicciones de un régimen autoritario, represivo y negador de una individualidad que pretenda transformar inventiva empresarial en aspiraciones políticas.
La transformación social y tecnológica de la sociedad china carece, de momento, de un desarrollo equivalente en la sociedad civil. A excepción de Hong Kong, la preocupación por mejorar su situación material no se extiende a aspiraciones que Occidente asocia al desarrollo y el bienestar: desde las libertades individuales y políticas a una seguridad jurídica garantizada a través de la separación de poderes.
El mercado potencial de los drones aumenta a medida que se calculan beneficios en sectores como el transporte de mercancías y, pronto, personas: Boeing y Airbus cuentan con sus propios programas para lograr un prototipo viable de drone tripulado.
La carrera por el drone volador va en serio
Otras firmas apuestan por esta modalidad de vehículo volador que combina navegación automática punto a punto con tecnologías como sensores, acelerómetros y baterías eléctricas, como Alphabet (matriz de Google, que cuenta con una subsidiaria, Project Wing, en el nuevo segmento), Amazon, Uber y varias firmas automovilísticas:
- Daimler invierte en la compañía Volocopter;
- Geely, matriz china de Volvo, se ha hecho con la empresa estadounidense pionera en el sector Terrafugia;
- Volkswagen asiste a Airbus en un concepto de drone tripulado; asimismo, la subsidiaria de Airbus en Silicon Valley prueba en Oregón su prototipo de drone tripulado, el “taxi aéreo” Vahana;
- y Porsche también anuncia su interés en el nuevo sector.
Se desconoce qué ha llevado al consejero delegado de SpaceX y Tesla, Elon Musk, a ahorrarse una nota de prensa grandiosa sobre su entrada en este sector. La falta de interés de Musk quizá sea su conocimiento del sector, así como la lección de la competición entre DJI y 3D Robotics: los drones tripulados podrían evolucionar con tanta rapidez que competir con las empresas chinas más aventajadas implica dedicar tiempo y recursos.
Una nota de prensa y una presentación resultona de un prototipo con fechas ilusorias sobre el lanzamiento de una primera versión, no lograrían atrapar a empresas como Beijing Yi-Hang, cuyos drones tripulados Ehang ya transportan pasajeros en China y están a punto de entrar en fase comercial.
¿Qué dirán los reguladores de Estados Unidos y la UE?
Ehang ya ha iniciado los procedimientos administrativos para que la Administración Aérea Federal de Estados Unidos (FAA) apruebe el modelo Ehang 184, el paso previo para su comercialización en Estados Unidos. El equivalente europeo a la FAA es EASA (Agencia Europea de Seguridad Aérea), con sede en Colonia (Alemania).
Mientras Boeing, Airbus, Geely y Alphabet aceleran con sus prototipos preliminares, el drone tripulado Ehang ha realizado con éxito más de 1.000 vuelos, incluyendo algunos bajo pobres condiciones climáticas y de visibilidad y alcanzando hasta 1.000 pies de altura (300 metros, muy por encima del límite de 120 metros para los drones recreativos no tripulados destinados al público final).
¿Son los drones de pasajeros el “coche volador” que todo el mundo esperaba y que nadie daba ya por hecho? ¿Pueden los drones sobredimensionados convertirse en seguros taxis aéreos del futuro, acercándonos a imágenes que hemos visto una y otra vez en películas de ciencia ficción como El quinto elemento?
El posible impacto (y peso industrial) de los drones tripulados
Si el transporte individual tiene un modo de evitar los atascos y minimizar los accidentes, consiste en lograr que el software de navegación, los sensores y la mecánica de los drones tripulados se acerquen en poco tiempo a los niveles de fiabilidad y seguridad de las aeronaves de mayor tamaño.
Entonces, en un futuro no tan remoto, los más afortunados —aquellos capaces de comprar un drone volador, o de alquilar un taxi volador en su defecto— lograrán evitar el mal tráfico de las urbes más pujantes del mundo, o al menos así será hasta que la irremediable dinámica evolucionista de la “tragedia de los comunes“, hipótesis según la cual todo funciona relativamente bien hasta que un número demasiado elevado de personas interesadas racionalmente interesadas en recurso finito lo debilitan hasta hacerlo inviable (se trate de recursos, espacio aéreo, etc.).
En Airbus, Boeing y Silicon Valley se percibe el nerviosismo en torno a la pujanza china en el prometedor sector. Joby Aviation, una empresa con sede en Santa Cruz, California, ha logrado 100 millones de inversión privada para competir en el sector de los drones voladores.
Quizá DJI se convierta en el Nokia del sector de los drones. O quizá pronto volemos en drones con hardware y software desarrollados y fabricados en China, convirtiéndonos en subsidiarios tecnológicos del “Reino del Medio”.
Entonces, memorizaríamos de una vez el término Zhongghuo.
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