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Vivir el Misisipí: de Mark Twain y TS Eliot a Harlan Hubbard

Hay un debate interminable acerca de si los principales valores de Estados Unidos habían germinado ya o no en la época colonial, cuando los visitantes europeos se sorprendían al comprobar que, en las entonces Trece Colonias, la población era más alta y próspera y las distinciones atávicas del Viejo Mundo tenían un valor relativo.

El tory Samuel Johnson, eminencia inglesa a finales del siglo XVIII, será recordado no sólo por su contribución al inglés y sus préstamos etimológicos con su diccionario, sino también por su desprecio a la supuesta insolencia de personajes -según él- “mestizos” que, como Benjamin Franklin, cruzaban el Atlántico para atreverse a proponer invenciones e incluso cambios radicales en la propia ortografía del inglés.

“Estoy preparado para amar a toda la humanidad, excepto a un ‘americano’”, sentenció Johnson. Y también: “¿Cómo es posible que escuchemos los gritos más enfervorecidos por la libertad entre los explotadores de negros?”. Su archi-antipatía la dedicó a uno de los “americanos” más brillantes de la época, el polímata Benjamin Franklin.

(Imagen: Anna y Harlan Hubbard a bordo de Bayous, su casa flotante “shantyboat”)

Antes de que el Misisipí fuera “frontera”

La supuesta insolencia yankee, presente y distinguible o no en la época colonial, denotaba un cierto celo por el respeto individual en una sociedad compuesta mayoritariamente por miembros de comunidades religiosas disidentes que procedían no sólo de Gran Bretaña, sino también de Alemania, Francia, etc.

La tolerancia religiosa y el celo individual evitaron que surgiera el equivalente a una aristocracia de las Trece Colonias, pese al origen aristocrático de, por ejemplo, muchas familias de “cavaliers” asentadas en Virginia y otras colonias -después Estados- de lo que en pocas décadas se consideraría sin equívoco el “Sur”. 

Un acontecimiento bélico a mediados del siglo XVIII, la Guerra de los Siete Años, inició la retirada francesa de la Luisiana, un territorio que seguía el curso de norte a sur del Misisipí, sus grandes afluentes navegables y fértiles valles. 

Ecos presocráticos en el gran río de Norteamérica

Este territorio, venerado por decenas de tribus de nativos americanos y apenas desarrollado o defendido por Francia -primero- y España -durante un breve período-, acabaría siendo el escenario -filosófico, paisajístico, comercial- donde maduraría el carácter estadounidense.

La recurrente metáfora que identifica la corriente fluvial con el paso del tiempo y la transitoriedad de la existencia nos recuerda el nexo entre la visión panteísta de muchos pueblos -incluyendo a la Europa presocrática- y los ríos que fertilizan valles y deltas.

El Misisipí y sus dos gigantescos y navegables afluentes, el Ohio, al este, y el Misuri, al Oeste, marcan la divisoria continental de las cuencas hídricas de Norteamérica y mucho más: constituyen la madre espiritual de un viaje antiguo en el que nativos americanos, tramperos, colonos blancos y esclavos cantaron a una civilización con un denominador común, empezar de nuevo.

El Misisipí es mucho más que sus buscavidas, buhoneros, trabajadores itinerantes -“hobos”-, predicadores, pillos de todo tipo, madereros y militares en destacamentos olvidados: es una antigua frontera que, como su afluente el Ohio, dejó de ser confín del Oeste pero se resiste a convertirse en Viejo Mundo.

Travesuras de animal de ribera

El Misuri llevó a nativos americanos, así como a partidas de franceses y españoles (primero), y a pioneros abriendo camino hacia las Montañas Rocosas y más allá, a través de la senda de Oregón. 

Desde los confines del Ohio, al este (donde las tribus de la Confederación Iroquesa habían servido a los europeos de muro de contención entre las posesiones británicas -costa- y francesas -interior-), hasta el nacimiento del Misuri en las Rocosas, abriendo paso hacia el Pacífico a través de la Gran Cuenca más allá de la divisoria hidrográfica continental, el Misisipí sirvió para forjar una cultura y consolidar un país nuevo conformado por inmigrantes.

Todo nacimiento cultural de envergadura engendra su propia épica: historias, canciones y leyendas surgieron en las barcazas y riberas del Misisipí y sus afluentes, combinando patrones y motivos narrativos de distintos lugares de la Norteamérica precolombina, Europa y África. 

La vida en el Misisipí

En el Misisipí, el Ohio y, después, el Misuri, se mezclan personajes históricos con su leyenda; descendiendo en canoa por el Ohio y conviviendo tanto con indios como con colonos de la zona, quizá hasta convertirse en algo imposible (un “indio-colono”), John Chapman se convierte, diseminando semillas de manzano, en Johnny Appleseed.

En el Misisipí se baña Mark Twain hasta que del chapuzón salen Huckleberry Finn y sus compañeros Tom Sawyer y Joe Harper; entre los tres, con sus orígenes y relaciones, se puede describir el curso del río y sus dos grandes afluentes. 

Los tres, que bien podrían haber surgido en el contexto de la novela picaresca española, son una evocación del río menos solemne que el libro de memorias del autor: La vida en el Misisipí, donde Twain se acuerda de los primeros exploradores europeos del río, españoles y franceses.

Nativos, esclavos, europeos… Americanos

La “Europa” del Misisipí es más compleja, rica y mestiza desde sus orígenes que la de las Trece Colonias. Si las Colonias del Atlántico, posteriormente Estados, se nutrían de perdedores de guerras monárquicas (los “cavaliers”) y de religión (puritanos, cuáqueros, shakers, menonitas, hugonotes, sefardíes, etc.), donde dominaba la cultura inglesa, las tierras del Medio Oeste surgieron de un desordenado sustrato.

Lo nativo y lo europeo, además del influjo de población esclava, hicieron del Misisipí un crisol donde se forja el carácter estadounidense, con préstamos lingüísticos del castellano y el francés, tecnología y cosechas nativas, y sones procedentes de lugares tan dispares como las Highlands escocesas, las colonias alemanas de Centroeuropa -origen de la armónica, ese instrumento que tanto relacionamos con el río- y las tierras de Nueva España, esa cultura culinaria y católica casi del todo difuminada donde coexistían elementos coloniales franco-españoles.

El Misisipí y sus afluentes. Un río navegable, tan ancho y caudaloso que sirvió de frontera natural a todos sus pobladores, incluyendo a los prósperos, optimistas y confiados comerciantes e industriales de sus grandes ciudades.

El caballero londinense que nació en San Luis

Antes que Chicago, la metrópolis del Medio Oeste surgida estratégicamente para conectar los Grandes Lagos con el Misisipí a través del tributario más modesto, el Illinois, el gran río de Norteamérica brilla en San Luis, erigida en su encuentro con el Misuri.

A finales del siglo XIX, San Luis había pasado de pequeña ciudad en la “frontera” del Oeste a gran urbe industrial y comercial, a donde llegaban productos agrarios y materias primas para convertirse en manufacturas con rumbo al Golfo de México y, desde allí, al resto del mundo. 

En aquella ciudad boyante desaparecida hace décadas nació T.S. Eliot, un poeta demasiado sensible para la dureza de “su” río, dados sus lazos familiares con la vida plácida de Nueva Inglaterra y su pronta partida hacia Europa, en busca de los consejos de la que Gertrude Stein bautizó como Generación Perdida.

En París, encontró en Ezra Pound, que era consciente de no estar a su altura, y a Ezra Pound el mundo le debe los consejos que derivaron en The Waste Land, el devastador poema de Eliot sobre las heridas, físicas y morales, de la Gran Guerra.

The Dry Salvages

Ya sin necesidad de consejos y convertido en un londinense (eso sí, nacido en San Luis y educado en Nueva Inglaterra), T.S. Eliot dejó su carrera financiera en la City para trabajar en una editorial (en la que no escribía: lo consideraba falta de respeto hacia su labor) y escribir.

Pasaron unos años hasta que, en 1941, Eliot decidió bañarse de nuevo -en sentido onírico- en el Misisipí, un río que para él estaba sentimentalmente -que no geográficamente- también conectado a la Nueva Inglaterra de sus familiares, en el poema The Dry Salvages, perteneciente a Four Quartets.

The Dry Salvages se refiere, según los críticos, a un lugar geográfico en Cape Ann, Massachusetts, en concreto un pequeño promontorio de rocas conocido como “les trois sauvages”. En este poema, aparece un río antiguo y terregoso, ancho, inabarcable.

Panteísmo y transitoriedad

En la traducción al castellano del inicio del poema encontramos la invocación de Eliot a su Misisipí, donde invoca el poder de un río antiguo, heredado y mestizo.

He aquí el inicio de The Dry Salvages (en la traducción de José Emilio Pacheco de 1985, alabada por Octavio Paz)

No sé mucho de dioses, pero creo que el río
Es un dios pardo y fuerte,
Hosco, intratable, indómito,
Paciente hasta cierto punto,
Al principio reconocido como frontera;
Útil, poco de fiar como transportador del comercio.
Después solo un problema para los constructores de puentes.
Ya resuelto el problema
Queda casi olvidado el gran dios pardo
Por quienes viven en ciudades
–Sin embargo, es implacable siempre,
Fiel a sus estaciones y sus cóleras,
Destructor que recuerda
Cuanto prefieren olvidar los humanos.
No es objeto de culto ni actos propiciatorios
Por los adoradores de las máquinas;
Se halla siempre al acecho, a la espera, velando.
En el cuarto del niño su ritmo estuvo presente,
En el frondoso ailanto del jardín en abril,
El olor de las uvas en la mesa otoñal
Y el círculo nocturno ante la luz de gas en invierno.
El río está dentro de nosotros,
El mar en torno nuestro.
El mar es también el borde de la tierra,
La mole de granito que acometen las olas,
Las playas donde arroja
Indicios de una creación anterior y distinta:
El límulo, la estrella de mar,
El espinazo de la ballena;
Las pozas en que ofrece a nuestra curiosidad
La anémona de mar y las algas más delicadas.
Arroja nuestras pérdidas:
El remo quebrado, la jábega rota, la nasa de langostas maltrecha,
Y los arreos de extranjeros muertos.
El mar tiene muchas voces.
Muchos dioses y muchas voces.         

(…)   

No cambia sólo el río

Y el inicio de The Dry Salvages en su versión original:

I do not know much about gods; but I think that the river
Is a strong brown god – sullen, untamed and intractable,
Patient to some degree, at first recognised as a frontier;
Useful, untrustworthy, as a conveyor of commerce;
Then only a problem confronting the builder of bridges.
The problem once solved, the brown god is almost forgotten
By the dwellers in cities – ever, however, implacable.
Keeping his seasons, and rages, destroyer, reminder
Of what men choose to forget. Unhonoured, unpropitiated
By worshippers of the machine, but waiting, watching and waiting.
His rhythm was present in the nursery bedroom,
In the rank ailanthus of the April dooryard,
In the smell of grapes on the autumn table,
And the evening circle in the winter gaslight.

       The river is within us, the sea is all about us;
The sea is the land’s edge also, the granite,
Into which it reaches, the beaches where it tosses
Its hints of earlier and other creation:
The starfish, the horseshoe crab, the whale’s backbone;
The pools where it offers to our curiosity
The more delicate algae and the sea anemone.
It tosses up our losses, the torn seine,
The shattered lobsterpot, the broken oar
And the gear of foreign dead men. The sea has many voices,
Many gods and many voices.

(…)

El río de Harlan Hubbard

El Misisipí de T.S. Eliot contiene los ecos del inmenso río que conocieron, primero, sus pobladores nativos; después, los primeros europeos en aventurarse en él (Hernando de Soto en el siglo XVI; Jacques Marquette y René Robert Cavelier de La Salle en el siglo XVII); finalmente, los que indagaron en su carácter no ya nativo o europeo, sino “americano”, desde Johnny Appleseed, pasando por Mark Twain y sus personajes, o por el propio T.S. Eliot.

Dos años después de que se publicara The Dry Salvages, el tercer poema que aparecería en la recopilación “Cuatro cuartetos”, Harlan Hubbard (1900-1988), un joven irredento nacido en Bellevue, Kentucky, y criado en Nueva York, indagaba en las posibilidades de la vida sencilla a través de la obra de Henry David Thoreau y otros autores.

Al finalizar su educación en Nueva York en 1919, Harlan Hubbard había vuelto al norte de Kentucky, donde se encontraba su madre, y acabó asentándose en Fort Thomas.

Al encuentro de una vida plena

En 1929, Hubbard empezó un diario donde anotaba su preocupación acerca del consumismo y la superficialidad de una existencia sin una filosofía de vida coherente.

En 1943 se casaba con Anna Eikenhout. Harlan Hubbard y Anna Eikenhout decidieron indagar por su propia cuenta en las edades de ese gran río visto por Eliot como un dios pardo y fuerte; para la pareja, el Misisipí conservaba su carácter antiguo e intratable, con un tiempo más viejo que el tiempo de los cronómetro, testigo de la transitoriedad y del transporte en el interior de Norteamérica desde tiempos inmemoriales.

En 1944, la pareja construyó Bayous, una pequeña balsa acondicionada como vivienda, la humilde casa flotante con la que viajarían por el Ohio y el Misisipí desde Brent, Kentucky, hasta Nueva Orleans. 

El viaje desde Brent hasta Nueva Orleans tuvo numerosas paradas y una duración de ocho años; si “un buen viajero no tiene planes fijos, y no tiene la intención de llegar”, según Lao Tsé, el periplo de los Hubbard alimentó la existencia personal de todos con quienes compartieron momentos a lo largo del Misisipí.

Cuando una balsa es suficiente

Un libro de memorias póstumo, Shantyboat in the Bayous (1990), recoge las peripecias de Harlan Hubbard y su mujer, que murió dos años antes que él (1986). Dedicó sus últimos esfuerzos a corregir su manuscrito para convertir su visión del Misisipí.

Porque no hay un único Misisipí. En 1951, la pareja edificó una casa humilde, Payne Hollow, en el condado de Trimble, Kentucky, que siempre permaneció abierta a innumerables artistas y “hobos” de Norteamérica, a menudo como surgidos de la hibridación del semillero de manzanas de Johnny Appleseed.

La rica vida cultural y social en torno a los Hubbard puede ser visitada en el ensayo de Hubbard Payne Hollow: Life on the Fringe of Society; y en la compilación de sus diarios Journals, 1929-1944

Dan Price, autor de la serie de novela gráfica Moonlight Chronicles y residente de una casa semienterrada en Joseph, Oregón, nos regaló el ensayo biográfico de Don Wallis sobre la pareja y “el río” (Harlan Hubbard and the River: A Visionary Life). El ensayo apareció en 1989, un año después de la muerte de Harlan Hubbard y tres años después del fallecimiento de Anna Eikenhout.

Adelante, viajeros

El río continúa su curso, aunque haga varias décadas que los epicentros económico y cultural de Estados Unidos den la espalda al Misisipí y sus afluentes. Ciudades deprimidas, industria cerrada, agricultura de latifundios y monocultivos que requiere poca gente…

Y un San Luis que Mark Twain y T.S. Eliot no reconocerían.

Acabo con un pasaje de The Dry Salvages, donde Eliot exclama:

¡Adelante, viajeros! No escapan del pasado
Hacia vidas distintas ni hacia ningún futuro.
Ustedes no son los mismos
Que partieron de la estación
Ni los que llegarán a terminal alguna.

Refiriéndose a su viaje de varios años en “shantyboat” desde Kentucky hasta Nueva Orleans, Harlan Hubbard escribía:

“No tenía teorías que probar. Simplemente quería intentar vivir con mis propias manos, alejado tanto todo lo posible de un sistema de división del trabajo en que el participante pierde la mayor parte de la satisfacción de hacer y cultivar cosas por sí mismo”.

“Quería proporcionarme mi propio combustible y oler su dulce aroma a medida que ardía en el hogar que yo mismo había hecho. Quería cultivar mi propia comida, pescarla en el río, o recolectarla. En definitiva, quería hacer por mi cuenta tanto como fuera posible, porque me había dado cuenta a partir de la experiencia del indescriptible regocijo de crear.”