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Vuelven los planes estratégicos para servicios e industria

Anteponer el interés inmediato a lo que convendría a la larga es uno de los rasgos contemporáneos. Comprendemos los efectos del comportamiento individual y agregado sobre nuestra vida demasiado tarde, cuando los efectos son ya irreversibles.

Como consecuencia, la visión a corto plazo suele imponerse. La conveniencia del momento nos anima a olvidar el desfase entre el confort inmediato y los intereses a la larga de acciones más difusas, complejas y extendidas en el tiempo.

A escala social, la ganancia personal inmediata se impone al interés general, que pierde incluso una definición consensuada. ¿Qué significa «interés general» en un contexto polarizado que erosiona la propia idea de «opinión pública»?

¿Pueden existir debates constructivos en la sociedad abierta si los medios de difusión utilizados reciben incentivos que se benefician más con la discordia incendiaria que con el difícil juego de equilibrios que representa el consenso entre diferentes?

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Además de la crisis del coronavirus, repetidos eventos extremos —en estos momentos, se recrudecen una vez más los incendios a gran escala— y sus efectos obligan a una industria en principio beneficiaria del trasvase desde la economía presencial a la digital, a replantearse la manera de trabajar.

Al fin y al cabo, 2020 podría ser el año en que los beneficios de congregar a costosas plantillas de decenas de miles de personas en torno a oficinas físicas son eclipsados por las desventajas, tal y como analiza Laura Bliss en una columna para Bloomberg CityLab.

Hasta ahora, otros países habían sido incapaces de replicar el modelo de Silicon Valley, en el que inversiones públicas (industria militar), investigación universitaria (Stanford) y la iniciativa privada dieron origen a la informática personal y la evolución comercial de Internet.

La bahía de San Francisco llegó tarde en telefonía, donde la UE partía, gracias al estándar GSM, con ventaja. Hasta que el iPhone y Android transformaron el sector y concentraron, hasta hoy, su evolución estratégica. Pero todo el mundo parece haber olvidado que la tecnología no crece en los árboles y que otras regiones pueden tomar la iniciativa, si existen la determinación pública y privada para ello.

Un evento transformador para el principal clúster tecnológico

Muchas de las empresas más innovadoras en torno a San Francisco optan por el trabajo remoto, lo que podría acelerar la descentralización de la industria tecnológica y reducir la presión competitiva sobre reclutamiento y salarios en una zona que ha creado muchos más empleos que viviendas (antes de la pandemia, las habitaciones en San Francisco habían alcanzado los 3.700 dólares mensuales de alquiler).

Susan Wachter, experta en el sector inmobiliario en la Wharton School, cree que la instauración del trabajo remoto en las principales empresas de la zona abre el camino a la disgregación del clúster de Silicon Valley, que originaría «nodos de proximidad» en ciudades amables y relativamente asequibles del Oeste de Estados Unidos.

¿Tiene sentido tratar de evitar Silicon Valley, cuando las principales empresas de la zona se apresuran a aligerar su dependencia económica y geográfica de la bahía de San Francisco? La UE, que carece de grandes empresas de Internet capaces de competir con sus rivales estadounidenses y chinos, se esfuerza por coordinar un plan que estimule una economía en caída libre desde finales del primer trimestre de 2020.

Con ayudas crediticias a las empresas, la UE ha tratado de evitar una oleada de insolvencias en los últimos meses; sin embargo, el riesgo de esta política, que ha permitido reducir el ritmo de destrucción de empleos padecido por Estados Unidos, sería crear un elevado porcentaje de empresas inviables que mantendrían una actividad sostenida artificialmente por incentivos que se agotarán a la larga. En Alemania, donde el fenómeno preocupa especialmente, llaman a este riesgo el fenómeno de las «empresas zombi».

No son las medidas impuestas, sino la existencia de la pandemia

Distinguir entre empresas saneadas, empresas viables y empresas inviables será especialmente complicado en lo que queda de 2020, a medida que se conozca el desgaste real de la crisis del coronavirus y el ritmo de la recuperación.

Con la pandemia, la comisión europea ha evitado que se impusiera la reacción económica a la crisis provocada por el confinamiento favorecida por los países del norte europeo, que en esta ocasión no han encontrado un aliado en Alemania.

Angela Merkel ha estimado que la ortodoxia económica podía acrecentar los problemas en toda la economía y disparar la precariedad. Alemania trata de estimular el consumo de sus ahorradores para reactivar la economía, mientras Francia opta por un plan estratégico que reviva algunos de los viejos compromisos industriales y de infraestructuras de la economía de posguerra que sentaron el germen de la propia UE.

El retroceso económico que amortiguar es de calado, como también deben serlo las medidas para amortiguar las consecuencias del choque. Según el FMI, el PIB retrocederá más del 12% en 2020 en Francia, Italia y España (segunda, tercera y cuarta economías de la zona euro).

Entre las principales economías mundiales por PIB, sólo China crecerá en 2020 (lo haría el 2,5%, muy por debajo de la media sostenida desde la apertura económica del país).

Cuando nuestra decisión de compra influye sobre el futuro

Mientras tanto, los indicadores de consumo energético y movilidad apuntan a la recuperación de la actividad china a niveles previos a la pandemia. En Estados Unidos y Europa, por el contrario, consumo eléctrico y movilidad son todavía inferiores a los anteriores a la pandemia.

Hay consenso en que lo necesario es reactivar la economía. Hay desacuerdo (en el caso de Estados Unidos —que ha entrado ya en la dinámica de enfrentamiento electoral—, predomina el desconcierto) en cómo hacerlo.

La portada más reciente del semanario de análisis francés «Le 1», concebido en formato sábana por antiguos empleados de «Le Monde»

En plena, pandemia, compramos productos en línea a través de un gigante de la distribución que, gracias economías de escala y algoritmos, nos acercarán productos que han viajado en contenedores desde el mar de la China meridional. El ahorro de tiempo, desplazamiento y, en tiempos de pandemia, la seguridad sanitaria, parece compensar otras consideraciones.

La economía digital y los servicios que llamamos «colaborativos» centran su modelo de negocio en explotar la predilección de la mayoría por la conveniencia de lo inmediato en detrimento de la sostenibilidad a largo plazo de modelos de producción, comercio y consumo que beneficiarían más el entorno del comprador y reducirían el impacto derivado del transporte y de prácticas industriales menos exigentes en otros puntos del planeta.

Acordarse de la industria cuatro décadas después

Varios factores —aumento de la productividad debido a mejoras técnicas, aumento de la competencia extranjera, deslocalizaciones, robotización, externalización— han contribuido a que las economías desarrolladas perdieran empleo industrial desde finales de los años 70 e inicios de los 80, coincidiendo con la reforma económica china (1978) que culminaría con la entrada del país en la OMC en 2001.

En Europa, la economía productiva sigue sosteniéndose sobre bienes de equipo con alto poder añadido en Alemania, cuyo sector industrial genera el 30% del PIB del país y la mayoría de las exportaciones (solo China y Estados Unidos superan a Alemania en volumen de exportaciones).

Las otras grandes economías de la zona euro —Francia, Italia y España, en este orden— tienen un sector industrial inferior al 20% del PIB en Francia (el 19,5% en 2017) y en torno al 23% en Italia y España. El Reino Unido, que sigue jugando a los equívocos en las negociaciones con la UE sobre la aplicación del Brexit, tiene un sector industrial que genera el 20% del PIB del país y que se resentirá con la salida británica de la UE (los sectores aeronáutico y automovilístico tratan de navegar entre la incertidumbre al depender de Airbus y el mercado europeo, respectivamente).

En Francia, Emmanuel Macron recupera la vieja idea de los planes industriales estratégicos promovidos por Jean Monnet para relanzar la economía tras la II Guerra Mundial durante los 30 gloriosos, en el intento de reactivar la economía francesa después del impacto de las medidas para combatir la pandemia desde finales de marzo.

En busca de un modelo productivo para el futuro

El semanario de análisis Le 1, fundado por antiguos directivos de Le Monde, sitúa la idea de Macron en el contexto de la renovación electoralista de su gobierno, empezando por el primer ministro, al encontrarse a 600 días de las presidenciales donde se jugará el segundo mandato; la pandemia parece limitar el margen de maniobra para realizar reformas de calado en ámbitos que pudieran aumentar la crispación: las anunciadas medidas y reformas educativa, laboral o sanitaria —sobre todo, en un contexto de pandemia— se supeditan a la necesidad de mantener la cohesión social en medio de una crisis que afecta a todos los sectores, pero que se ensaña con los servicios y los trabajadores independientes.

Basta pasearse por París para comprobar que el turismo y los servicios no han recuperado el trasiego no ya anterior a la pandemia, sino anterior a las manifestaciones del movimiento de los autodenominados chalecos amarillos, que paralizaron su centro neurálgico y de actividad comercial y de restauración durante los meses de otoño e invierno de 2018 y 2019. Tiendas, restaurantes y bistros con peso histórico en la ciudad han debido cerrar o pedir ayudas para garantizar su viabilidad.

Pensar que la industria francesa, que ha perdido 2,5 millones de empleos cualificados desde 1974 según el instituto de estadística francés, Insee, puede contrarrestar a corto plazo los problemas del sector servicios, es irrealista.

Preocupan el sector textil y el automovilístico, pero también los servicios que realizan a título independiente quienes se dedican a la distribución, la restauración, el comercio minorista y todas las actividades asociadas a congregaciones y eventos (lo que el columnista David Gelles llama en el New York Times la «economía de la experiencia», desde los deportes a los museos, ferias comerciales, parques temáticos, cruceros, etc.).

La cuesta arriba del turismo y la industria aérea

Mientras el tráfico marítimo se ha recuperado en todo el mundo, el turismo y los pasajeros aéreos siguen siendo una fracción de las cifras de años anteriores. En la UE, la recuperación relativa de los servicios y la actividad turística en junio y julio se desplomó con la llegada de nuevos contagios en agosto.

En España, la diferencia en visitantes e ingresos turísticos entre la temporada alta de 2019 y la de 2020 tiene una escala sin precedentes: 35 millones de visitantes menos, y 38.000 millones de euros menos de ingresos (los ingresos turísticos representan el 4% del PIB de la UE, si en España su peso supera el 10% de la economía).

Francia y, en menor medida, Italia, las otras dos grandes destinaciones de Europa Occidental (Francia había sido el país más visitado del mundo en 2018, España el segundo —por delante de Estados Unidos y China— e Italia ocupó el quinto lugar), han padecido un impacto similar y han dependido del turismo interno durante un verano anómalo en el que el tráfico aéreo se desplomó hasta el 90% en abril y en agosto permanecía a menos de la mitad del tráfico registrado en las mismas fechas de 2019, según Eurocontrol.

Cuando el número de usuarios de los tan corrientes vuelos intracomunitarios se desplomaba entre marzo y abril desde los 5 millones de pasajeros a apenas 50.000 y los hoteles de España e Italia permanecían en el mismo período a niveles del 5% de ocupación, quedaba claro que los efectos directos e indirectos sobre varios sectores serían dramáticos, como demuestran los datos de agosto.

Rescatar modelos que no invierten en resiliencia

Despidos y créditos de emergencia mantienen en el aire la viabilidad de decenas de aerolíneas en todo el mundo, la industria que más se ha transformado desde el inicio de la pandemia y que había registrado 4.500 millones de pasajeros en 2019 y una media de 100.000 vuelos comerciales que aseguraban 6 millones de trabajos directos en los aeropuertos, a los que hay que sumar 2,7 millones de empleados de las propias aerolíneas.

En cuanto a la fabricación de aviones comerciales, la industria emplea a 1,2 millones de personas en su fabricación, mientras los ingresos del sector alcanzaban 1,3 billones de dólares (1,1 billones de euros, equivalentes al «trillón» anglosajón), según The Economist. En total, la industria aérea concentraba 10 millones de empleos directos.

La pandemia provocará despidos masivos, fusiones, reestructuraciones, rescates públicos (directos o, como hasta el momento, en forma de préstamos laxos y ayudas públicas) y bancarrotas.

La UE ha sido incapaz hasta el momento de crear un plan maestro de recuperación del empleo y la economía, capaz de integrar a todos los sectores estratégicos y de establecer metas creíbles para que surjan alternativas digitales de peso en el continente.

En las últimas décadas, el aumento de la productividad, la deslocalización y el sector servicios habían absorbido en gran parte otra tendencia generalizada en el mundo desarrollado: la desaparición de empleos industriales.

Los países serios necesitan planes estratégicos

Francia trata ahora de reaccionar ante estas tendencias a largo plazo con la reinstauración de una idea que se remonta al mencionado Jean Monnet, figura clave del surgimiento de la colaboración paneuropea en dos industrias estratégicas durante la posguerra mundial, el carbón y el acero (la CECA es el germen de la Comunidad Europea, posteriormente Unión Europea).

La intención de Emmanuel Macron no es meramente cosmética o electoralista. El presidente trata de revivir France Stratégie, oficina que asesora al Gobierno francés en acciones concretas que mejoren la competitividad. El pasado 3 de septiembre, Macron presentaba a François Bayrou, líder del MoDem, partido socio en el Gobierno, como responsable de este órgano de asesoramiento, que tratará de emular los planes quinquenales impulsados por Monnet.

«En estos momentos, el largo plazo es más precario que la mantequilla asada», reitera Bayrou en los últimos tiempos. Al veterano político, que apoyó a Macron al inicio de su campaña, le preocupa la falta de resiliencia del país:

«La debilidad del debate estratégico en Francia obliga a devolverlo al centro de la política francesa».

Las intenciones de Macron empiezan a dar resultados en campos como el educativo y de investigación, donde una fusión universitaria ha dado pie a Paris-Saclay, un centro que trata de erigirse en alternativa al MIT estadounidense en la Europa continental y que, por de pronto, ha irrumpido con agresividad en la clasificación de mejores centros (en lista de Shanghái para 2020, Paris-Saclay ocupa el puesto 14, tercera universidad europea tras Cambridge y Oxford).

No es cuestión de jugar a la economía planificada

Para el presidente francés, la UE y Francia no pueden cometer el error de limitarse a correr tras las crisis una vez éstas se producen. Más que apagar fuegos, hay que evitarlos, tomar la iniciativa estratégica para crear una economía adaptada a los retos sociales, climáticos y tecnológicos.

A las acusaciones de centralismo e incluso colbertismo que debe afrontar France Stratégie, el economista francés Jean Pisani-Ferry responde con ironía:

«La planificación a la francesa nunca fue un plan al estilo soviético».

En un mundo multipolar donde el Reino Unido (hasta ahora la otra potencia militar y nuclear de la UE junto a Francia) ya no forma parte del club europeo, la OTAN ha perdido su razón de ser y la alianza con Estados Unidos pende de un hilo, Francia y el resto de la UE se encuentran ante el reto de crear una geopolítica propia que sea equiparable al peso económico, histórico y de «soft power» de la región.

Superar la trampa del corto plazo electoralista

La planificación estratégica a largo plazo ha dejado de ser tabú y la resiliencia entra en el núcleo de la política de los países que creen necesaria hacer valer su voz entre la deriva anglosajona, los retos energéticos y de seguridad impuestos por Rusia, la crisis migratoria de la orilla sur del Mediterráneo, el atolladero geopolítico de Oriente Medio y la dependencia industrial con respecto a China (sonrojante durante la pandemia).

El futuro europeo bascula entre la herencia planificadora con vistas al largo plazo de funcionarios públicos íntegros y competentes como Jean Monnet y un industrialismo orientado al futuro que no puede partir únicamente de Alemania y que podría beneficiarse de la tradición en valor añadido ofrecida por empresas de todo el continente.

Falta saber la influencia que el resultado de las elecciones estadounidenses tendrá sobre la deriva de la UE. Más allá del resultado, tanto en Bruselas como en las principales sedes gubernamentales ha quedado claro que llega el momento de tomar la iniciativa sobre los propios intereses.