Hace un lustro, nadie financiaba una idea en Kickstarter, alquilaba habitación o vivienda en Airbnb o se dedicaba en las horas libres a conducir su propio coche como chófer de algún usuario de Uber. No existían tales servicios.
Pero el empleo del futuro va mucho más allá de un par de artículos sobre Silicon Valley, sobre todo a medida que la economía tradicional vea cómo cada sector es transformado por servicios entre usuarios y algoritmos.
No es el “WTF” que piensas (¿o sí?)
El editor y organizador de conferencias Tim O´Reilly, cuyas opiniones y predicciones sobre el mundo tecnológico le valieron el sobrenombre de el oráculo, explora últimamente cómo la tecnología está cambiando cómo trabajamos y nuestra manera de organizarnos, relacionarnos, etc.
Tim O’Reilly lo llama, jugando al equívoco en las siglas en inglés, la “economía WTF”: O’Reilly explica que, en este caso, “WTF” se refiere a “cuál es el futuro del trabajo”, consciente de que el juego de palabras atraerá la atención de los más jóvenes, quienes se enfrentan a un mercado laboral más inseguro y sometido a presiones regionales y tecnológicas.
Qué quedó de las promesas de la web 2.0
El fundador de O’Reilly Media no es el único experto en interesarse por cómo ha cambiado nuestra manera de trabajar debido a algoritmos, gestión de grandes cantidades de información, robótica y la economía bajo demanda (llamada por algunos economía P2P o colaborativa).
El acuñador de expresiones como “web 2.0”, que ahora parece tan lejana y desprovista del optimismo emprendedor que hace unos años la acompañó, prepara un ciclo de conferencias sobre el futuro del trabajo desde el epicentro de muchos de los cambios tecnológicos que afectan nuestra manera de trabajar y relacionarnos, Silicon Valley.
Atentos a las tentaciones del solucionismo y la insularidad
Entre los retos de la conferencia, destacan evitar dos fenómenos cuya repercusión se percibe mucho más allá de Silicon Valley, centro neurálgico de las empresas que se benefician directamente de las transformaciones promovidas:
- la supuesta cultura del “solucionismo” tecnológico, expuesta por el periodista de The New Republic Evgeny Morozov en su ensayo To Save Everything, Click Here, según la cual hemos interiorizado la idea de que la tecnología puede mejorar fácilmente todas las facetas de nuestra vida a través de productos tecnológicos y aplicaciones de Internet cada vez mejores;
- y el carácter extraordinario, pero a la vez insular y difícil de reproducir –explica The Economist-, del ecosistema tecnológico que conforma Silicon Valley, el auténtico centro de toma de decisiones en Estados Unidos en detrimento de Washington y Wall Street; las empresas tecnológicas de la bahía de San Francisco valen 3 billones de dólares (3 trillones anglosajones).
Sobre el arte de mantener a los usuarios de tu parte
The Economist expone que la transformadora creatividad de Silicon Valley, capaz de poner en jaque a la industria hotelera (Airbnb) o del taxi (Uber) en medio mundo con la popularización entre usuarios de apenas dos aplicaciones, no tiene parangón en escala desde los grandes avances promovidos por los inventores y magnates del siglo XIX.
Por este motivo, arguye The Economist, “su triunfo merece ser celebrado”. Pero también hay riesgos derivados de la insularidad de un modelo que acumula talento y riqueza en un único lugar geográfico, precisamente en la era en que la tecnología y la globalización promoverían otras regiones tecnológicas.
The Economist: “La década de 1990 vio una burbuja financiera que acabó en un estallido espectacular. Ahora, el riesgo es la insularidad. Los ‘geeks’ viven en una burbuja que aísla su imperio del mundo sobre el cual están haciendo tanto para cambiar”.
“Aprieta este botón para salvar el mundo”
Los riesgos del “solucionismo” (creer que una aplicación o un servicio web nos arreglarán la vida o nos solucionarán todas las dudas económicas y existenciales) y de la insularidad tecnológica de Silicon Valley (servicios promovidos por el mismo puñado de inversores desde el mismo lugar y con la misma cultura) nos recuerdan que, por mucho que Internet haya mejorado nuestro trabajo y experiencia, hay intangibles que necesitamos seguir cultivando, desde nuestra filosofía de vida a nuestras decisiones cotidianas.
La tecnología, explica Evgeny Morozov, nos permite simplificar problemas con supuestas soluciones en forma de algoritmos, sin preguntarnos sobre los límites de su utilidad y rendimiento.
Pero los problemas más complejos difícilmente se pueden solucionar sólo con tecnología: no es posible acabar con el ISIS usando sólo drones, del mismo modo que la obesidad no desaparecerá con el uso de una aplicación telefónica sobre dietas personalizadas. Tarde o temprano, habrá que asumir las inversiones más costosas que aportan resultados a largo plazo, desde programas educativos a trabajo sobre el terreno.
Sobre resolver los grandes problemas
Consciente del impacto de Silicon Valley en el mundo y de que la mayor fragilidad de las empresas tecnológicas que se concentran en él es la pérdida de sintonía con sus “usuarios” en el resto del mundo, Tim O’Reilly promueve su idea-conferencia de la economía WTF.
¿WTF? No la expresión más usada en redes sociales y mensajería, sino el inglés de “¿Cuál es el futuro de la economía y el trabajo?”. O’Reilly expone su idea en un artículo, desde el que llama a los líderes tecnológicos a “reconstruir la economía resolviendo los grandes problemas”.
La conferencia Next:Economy (12 y 13 de noviembre de 2015, San Francisco), no presenta sus conclusiones antes de celebrarse, pero su promotor expone su tesis: los avances en servicios bajo demanda, gestión de datos y nuevos algoritmos aventuran la transformación del trabajo, las empresas y la economía.
Réditos de explorar el punto de vista contrario cuando nadie lo hace
Hay más incertidumbre que certezas en la naturaleza de estos cambios, expuestos por otros expertos en ensayos de gran divulgación:
- la visión contraria de Peter Thiel sobre cómo abandonar la convencional hipercompetitividad y crear algo nuevo, idea expuesta en Zero to One;
- Jeremy Rifkin y las consecuencias de una supuesta “sociedad con coste marginal cero”;
- o el poder transformador de máquinas y algoritmos en nuestro trabajo y existencia, argumentado por Erik Brynjolfsson y Andrew McAfee en The Second Machine Age;
- etc.
Tim O’Reilly recuerda en su artículo datos que demostrarían hasta qué punto servicios inexistentes hace unos años están afectando a clientes y a competidores locales, a menudo atados a estrictas normativas que regulan desde la densidad hotelera al número de licencias de taxi.
Muchas de estas industrias, que ofrecen servicios con una tradición e idiosincrasia locales, a menudo en mercados hiperregulados y con comportamientos corporativistas, son las que sienten con mayor intensidad los efectos de servicios que ofrecen una habitación, un coche o espacio de trabajo a cualquiera en cualquier lugar, a menudo en condiciones competitivas.
Antes de la última hornada de servicios web
Tim O’Reilly escribe: “WTF? En San Francisco, Uber tiene 3 veces los beneficios que la industria anterior de taxis y limusinas”.
“Sin poseer una sola habitación -prosigue O’Reilly en la promoción de su próxima conferencia-, Airbnb tiene más habitaciones que ofrecer ahora que algunas de las mayores cadenas hoteleras del mundo. Airbnb tiene 800 empleados, mientras Hilton posee 152.000”.
De un modo similar, “los principales usuarios de Kickstarter atraen decenas de millones de dólares procedentes de decenas de miles de inversores individuales, cantidades que antes requerían grandes firmas de inversión”.
Estos servicios liberan la utilidad de bienes infrautilizados: un vehículo se convierte en taxi con chófer, un apartamento puede beneficiarse del alquiler turístico bajo demanda, una vivienda puede convertirse en una oficina de trabajo cooperativo (según los nuevos servicios de “micro-coworking”).
Ética laboral y de servicios en la era P2P
Pero, a medida que Uber, Airbnb, Kickstarter y otros se popularizan y convierten en la primera ocupación o trabajo complementario de personas en todo el mundo, surgen cuestiones no resueltas y rencillas con tasas y legislaciones locales, así como retos sobre la calidad del servicio y los riesgos derivados de usos inadecuados, deficiencias en la cobertura de accidentes y otros vacíos de gestión, legales y administrativos.
Rizando el rizo, la evolución de los algoritmos, la inteligencia artificial y la economía colaborativa no permanecerá estática y el próximo Uber o el próximo Airbnb, como recuerda Peter Thiel en Zero to One, no harán lo mismo que Airbnb o Uber.
Los nuevos servicios transformadores no surgen a partir de una fórmula; de lo contrario, ya habría empresas y emprendedores en serie beneficiándose de la supuesta máquina de ideas brillantes.
De chóferes convencionales a Uber, de Uber a flotas automatizadas
Tim O’Reilly se pregunta irónicamente qué pasará con todos esos chóferes de Uber que, a menudo jugándose el tipo o la integridad de su coche (como se ha demostrado en las recientes huelgas de taxistas en toda Francia contra lo que consideran competencia desleal), ofrecen ahora un servicio atractivo incluso como empleo a tiempo completo (según compromiso y localización), cuando los coches empiecen a conducirse a ellos mismos.
La tecnología ya está casi lista; no así la legislación. Nevada, en Estados Unidos, pretende atraer inversión tecnológica permitiendo que circulen vehículos autónomos por sus carreteras, tras asegurarse la inversión de Tesla en una planta de baterías eléctricas. En otros lugares no hay nada claro.
La ironía de Tim O’Reilly no carece de fundamento: mientras los taxistas de las principales ciudades europeas y del resto del mundo dirigen su malestar hacia Uber y Lyft, en unas movilizaciones con un deseo de escarnio próximo al ludismo, pronto los usuarios de Uber podrían sentir la competencia de flotas de vehículos autónomos.
Realidad envuelta en algoritmos
Sin que prestemos atención, hay algoritmos integrados en la conducción de aviones y coches, en la asistencia médica sobre tratamientos, la navegación asistida o, cada vez más, escribiendo sobre temáticas que no requieren tanto una mirada personal como un análisis coherente (deportes, finanzas).
Incluso hay algoritmos que deciden cuándo un trabajador debería empezar la jornada y cuándo irse a casa a partir de una medición en tiempo real.
La presencia de algoritmos en nuestra vida cotidiana tiene repercusión social sólo cuando se producen incidentes de envergadura. Recientemente, un par de hackers pararon remotamente un vehículo que circulaba por una vía rápida en las afueras de San Luis, Misuri.
La historia relatada por el propio conductor formaba parte de una prueba, pero muestra los derroteros técnicos por los que el nuevo crimen organizado se prodigará.
Después de que estos hackers, Charlie Miller y Chris Valasek, demostraran sus habilidades para parar remotamente un Jeep circulando a toda velocidad, la conversación saltó a las redes sociales.
Poniendo algunas percepciones en perspectiva
Fiat Chrysler ha respondido a la preocupación de los conductores llamando a revisión 1,4 millones de vehículos susceptibles a la manipulación remota; como muestra de los nuevos tiempos, muchos de estos modelos no deberán pasar por taller y su software podrá actualizarse por Internet si así lo deciden sus propietarios.
Precisamente el creador del primer navegador de Internet e inversor de capital riesgo Marc Andreessen ironizaba sobre el tremendismo de algunos de los comentarios al respecto, recordando que la inseguridad en las carreteras se debe sobre todo a errores humanos, y no a la presencia de algoritmos susceptibles de ser hackeados en los vehículos.
Andreessen: “Hackers informáticos causaron más de 10 millones de muertes en la carretera en la pasada década. No, espera, eso fueron los conductores humanos… [uso de emoticono con rostro sorpresivo]”.
Entre las respuestas a este tweet de Marc Andreessen, había quién recordaba que una de las peores implicaciones de fenómenos contemporáneos como el todavía inexistente hackeo de vehículos es la posibilidad “de que el gobierno desee disponer de la habilidad de anular vehículos remotamente”.
La aventura de seguir siendo nosotros mismos
Los beneficios de la transformación tecnológica de los últimos años son innegables, pero también se acumulan las incógnitas en cuestiones tan cruciales como el respeto por las libertades individuales o el acceso al trabajo.
Entre las cuestiones sin resolver:
- ¿Qué depara un futuro en el que robots y algoritmos (o trabajadores que usan algoritmos) acaparan cada vez más trabajo y valor?
- ¿Qué ocurre con los trabajadores de los sectores más susceptibles al éxito de máquinas y asistentes inteligentes (desde empleos de intermediación y gestión a conductores y transportistas de personas y mercancías), y con las empresas que dependen del poder adquisitivo de estos trabajadores en riesgo?
- ¿Cuál es el futuro del trabajo cuando –señala Tim O’Reilly- cuando las redes y mercados tecnológicos identifican mejor el talento que las empresas tradicionales?
- O, ¿cuál es el futuro de la educación, si la educación bajo demanda (y de menor coste) supera a las universidades tradicionales en mantener al día sus programas y habilidades de hoy?
Muchas de las compañías de Silicon Valley que han extendido su estrategia de negocio al mundo físico encuentran resistencia entre los sectores locales afectados por la nueva ola de servicios, gracias a la cual un interesado en alquilar su coche o piso podría hacerlo a un mercado potencial con alcance mundial.
El segundo acto de la softwarización de la realidad
Se trata, según los expertos, de la misma batalla ya acaecida en Internet entre el sector del entretenimiento y los servicios tecnológicos que lo facilitan electrónicamente a un coste marginal cercano a cero, como recuerdan Chris Anderson, antiguo director de Wired, y Jeremy Rifkin.
En esta ocasión, la industria que se siente afectada por los nuevos servicios P2P no son las discográficas, el cine, los videojuegos o las editoriales, sino el sector servicios en general. Cualquiera.
La irrupción de Airbnb o Uber ha provocado litigios a escala local, estatal e incluso supranacional: el Tribunal de Justicia de la UE deberá determinar si Uber es un “servicio digital” genérico (como, por ejemplo, la tienda Amazon), o una “mera actividad de transporte”, a petición de un juez español.
No es una distinción superficial: si Uber o cualquier empresa que ofreciera servicios similares fuera declarada “actividad de transporte”, debería atenerse a las mismas reglas de licencias y normativas de seguridad que las flotas de taxis y coches de alquiler convencionales.
¿Cuál es el plan de los servicios tradicionales? Debería ser aprender y mejorar
La experiencia con la transición de los contenidos de entretenimiento a Internet sienta un precedente que los sectores tradicionales afectados deberían estudiar con detenimiento, para así evitar el error de pensar que la prohibición local de servicios con popularidad global eliminará lo que ellos perciben como problema, pero los usuarios potenciales consideran alternativa.
Tim O’Reilly no exagera al asegurar que “los mayores cambios están todavía por llegar, y cualquier industria y organización deberá transformarse a sí misma en los próximos años de múltiples maneras, o desaparecer”.
Así que, ¿cuál es el futuro? Los servicios de Internet y el mundo conectado aprovecharán el carácter ubicuo, adictivo y transformador de los teléfonos inteligentes (The Economist) para lanzar servicios que a menudo optimizan el valor de bienes que ya poseemos (un conocimiento, una vivienda, un vehículo, espacio en la oficina, un producto excedentario, etc.), al integrarlos en mercados abiertos y meritocráticos.
Realidad aumentada
Estos nuevos servicios crean nuevas oportunidades, pero su expansión afecta a la vez a sectores tradicionales y regulaciones locales.
La conferencia Next:Economy se plantea no quedarse en el provocador “WTF” (“What’s the Future”, qué si no) e incluir en el programa muchas de las dudas e inquietudes suscitadas por las empresas tecnológicas, ahora no sólo interesadas en bits, sino también en el mundo físico:
- trabajadores aumentados: realidad aumentada, robots e inteligencia artificial en el lugar de trabajo;
- redes y naturaleza de una firma: lecciones desde Uber a Airbnb;
- trabajadores y el contrato social en un mundo de empleo bajo demanda;
- por qué formar constantemente a los trabajadores no es sólo para empresas de alta tecnología;
- aprender técnicas de emprendimiento en la nueva vida laboral;
- lo que aprendemos del futuro a partir de la economía creativa;
- herramientas y prácticas para gestionar la fuerza laboral en el siglo XXI;
- trabajo, no empleo: encontrando necesidades no copadas y solventando problemas difíciles.
Hacia una economía de “bolos” para los más jóvenes
La llamada “gig economy” (economía de bolos) presenta oportunidades e incertidumbre, desde profesionales creativos que trabajan por su cuenta y pueden negociar su remuneración a una insondable lista de empleo precario, a menudo debido a la hipercompetitividad entre personas dispuestas a trabajar por poco más que la experiencia (haciéndolo, quizá, con la mirada puesta a largo plazo).
Ya hay quien habla incluso de un “modelo Hollywood” como alternativa laboral para el futuro: una versión optimizada y bajo demanda de contratos de obra y servicio.
El “modelo Hollywood” permite crear al instante grupos de profesionales variopintos que, a menudo sin conocerse, cumplen con la tarea asignada mientras dura el proyecto para el que han sido reclutados.
Ventajas de celebrar el escepticismo
Eso sí, donde unos ven oportunidad y flexibilidad, otros sólo destacan su vertiente de incertidumbre y precariedad.
Quienes pretendemos avanzar en nuestra vocación y, de paso, ganarnos la vida con ello durante lustros o incluso décadas, tenemos al menos la opción (¿obligación moral?) de comprender con profundidad qué ocurre (nos encontremos o no en lo que el profesor de Toronto Richard Florida llama “el gran reinicio”).
Así, evitaremos que cualquier vendedor ambulante de soluciones rápidas y trasnochadas nos explique una teoría conspirativa y acabemos creyendo que somos las víctimas de algún plan malvado y opresor orquestado por Mordor.
En el otro extremo, habrá discursos que nos venderán Internet como la solución a nuestra alopecia o a nuestra mortalidad. El “solucionismo” es otro incentivo para permanecer alerta, cultivar vocaciones y una sólida filosofía de vida.
Aprendamos de Michel de Montaigne y sus discípulos los escépticos, para evitar así el confort de lo que nos dan masticado.
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