Desde la Ilustración, se da por buena la hipótesis de la dialéctica, según la cual sólo se mejora una situación reaccionando ante ella y forzando una nueva realidad, cueste lo que cueste.
Para el taoísmo, sin embargo, se puede actuar ante la realidad sin forzarla (concepto “wu wei“), entendiendo el “camino” de las cosas. De este modo, se puede “promover el orden” pero no “oprimir”, encontrar el equilibrio entre la acción propia y la que nos rodea, o “acción decreciente”.
“No acción”: sobre la fuerza del agua
Una corriente contemporánea se ha servido, desde los trabajos de Carl Gustav Jung sobre “sincronicidad” entre el individuo y lo que le rodea, del concepto taoísta “wu wei”, muy cercano a la idea de “virtud” la filosofía clásica, para exponer el cultivo individual como la principal fuerza para la autorrealización, tanto la propia como la de otros, manteniendo un equilibrio con personas y recursos.
El taoísmo compara el “wu wei”, o “no acción”, con la naturaleza pasiva y a la vez perseverante del agua de un río. El agua es, en apariencia, débil y delicada, pero su fuerza erosiona poco a poco la roca más sólida.
A diferencia de los materiales sólidos, el agua no tiene voluntad, decían los primeros taoístas, pero ello le permite llenar cualquier recipiente y tomar cualquier forma, así como buscar el más mínimo resquicio para escurrirse.
¿Se pueden superar injusticias sin dialéctica acción-reacción?
Usando los mismos principios de “acción decreciente” -o perseverancia no revolucionaria-, capaz de transformar el fondo de las cosas sin recurrir a revoluciones, pogromos, cazas de brujas, gregarismos totalitarios, el individuo se hace más sabio, al haber aprendido a contemplar, aprender y fluir con el “tao”, el camino medio natural o armonía.
Es así cómo cualquiera, decía el taoísta Zhuangzi (siglo IV a.C., considerado un precursor del anarquismo y el libertarismo), puede alcanzar la “clarividencia”, un estado equivalente al concepto de autorrealización que, bajo distintas nomenclarutas, aparece en el pensamiento socrático (eudemonismo, estoicismo, etc.), budismo (nirvana), budismo zen (satori), religiones abrahámicas, etc.
Para los partidarios de la “no acción” o “wu wei”, un estado injusto de las cosas no puede superarse con un movimiento de reacción que fuerce la realidad e imponga un nuevo tipo de desequilibrio, que perjudique a los que antes eran beneficiados y beneficie a los antes perjudicados.
Según esta idea, las prácticas a lo Robin Hood sólo crearían, a la larga, nuevas injusticias y desavenencias, alertando contra la demagogia y el populismo.
Explicar lo sutil en una realidad rápida y de trazo grueso
Pero la “no acción” tiene un problema fundamental: es imposible aplicar el concepto a corto plazo, ni se puede imponer a quienes no comprendan sus principios, ya que confundirían “no acción” con no hacer nada.
Y el “wu wei” no equivale a inmovilismo, sino a búsqueda de la virtud propia (clarividencia, felicidad, bienestar, como queramos llamarlo). Nuestro comportamiento es lo primero que está en nuestras manos cambiar, para después proyectarlo y contribuir a un cambio más profundo.
El cambio no exaltado, a fuego lento, no ha sido diseñado para la era de la interrupción constante, la apelación de los impulsos y la dialéctica de la gratificación instantánea.
Por el contrario, las actitudes que emulan el juicio popular en la plaza pública se suceden, como en las épocas más oscuras de la Edad Media e inicios de la Ilustración, cuando observar el castigo a ladronzuelos era el espectáculo más popular y aglutinador en lugares como el Londres de inicios de la Revolución Industrial.
Según la dialéctica de las teorías conspirativas, hay que perseguir a “Los Malos” hasta sus casas.
Recuperando el arte de promover en vez de castigar
Pero no todo el mundo está interesado en estimular glándulas salivares e instintos de la zona más primitiva de nuestro cerebro con ceremonias de expiación y relatos simplificados de una situación o acontecimiento.
Por ejemplo, el interés por el “wu wei” y el pensamiento de Zhuangzi se ha acrecentado en los últimos años, con herramientas como Internet -cuyo esquema descentralizado y libertario apela a las descripciones de promover un comportamiento en lugar de oprimir, invitar en lugar de forzar, apelar a la responsabilidad individual en lugar de legislar sobre cualquier parcela de la vida, por pequeña y privada que sea-.
Del principio “wu wei” surgen las ideas trascendentalistas que Ralph Waldo Emerson y Henry David Thoreau expusieron en el siglo XIX, y que tanto influyeron a Lev Tolstói, Mohandas Gandhi o Martin Luther King Jr., entre otros.
No violencia
La no violencia y el concepto de desobediencia civil propuesto por Thoreau, se inspiran en el “wu wei” taoísta.
En el ensayo Nonviolence: Twenty-five Lessons From the History of a Dangerous Idea (2006), el periodista Mark Kurlansky, todas las filosofías y religiones analizan o incluyen alegorías sobre el poder de la no violencia y los efectos perniciosos de los cambios violentos promovidos por la dialéctica hegeliana y sus sucedáneos.
Como las filosofías clásicas, sobre todo las que parten de la idea socrática de cultivo de la virtud usando la razón y el conocimiento, así como un comportamiento sincronizado con la naturaleza, la acción sutil para amoldar las acciones al mundo circundante sin recurrir a comportamientos radicales, las principales religiones exponen la “no acción” y la “no violencia”, así como sus antagónicos.
La huida de la radicalidad de los contrarios y el supuesto equilibrio de seguir “la naturaleza” (el “tao” o “camino medio” del taoísmo, la “naturaleza” de los estoicos grecorromanos) se observa en las tradiciones religiosas indias -hunduísmo, budismo, jainismo-, chinas -taoísmo, confucianismo-, y abrahámicas -judaísmo, cristianismo, islamismo-.
Sincronicidad: conexiones entre lo pequeño y lo grande
Lao-Tsé, fundador del taoísmo y autor del Tao Te Ching, comparaba esta actitud de “wu wei”, deliberada y ajena a los comportamientos pasivos y vegetativos, con el arte de cocinar. Para Lao-Tsé, gobernar un gran país no era tan distinto de cocinar un pequeño pescado: si usamos demasiado fuego, lo que podría ser un manjar se arruina.
Lao-Tsé en el Tao Te Ching:
“El sabio se ocupa de lo no dicho,
y actúa sin esfuerzo.
Al enseñar sin verbosidad,
producir sin poseer,
crear sin tener en cuenta el resultado,
y afirmar nada,
el sabio no tiene nada que perder”.
Nuestra obsesión con la dialéctica: las “historias”
Las historias aglutinan nuestro sentimiento de pertenencia y nos conmueven; han sido usadas como principal método de transmisión del conocimiento hasta la llegada de las sociedades especializadas; y, todavía, contribuyen a simplificar la realidad.
Tyler Cowen ha argumentado por qué deberíamos poner en entredicho las historias, ya que los matices de la realidad acostumbran a desaparecer en las narraciones cortas y simplificadoras que tanto apelan a nuestros instintos gregarios.
Los 7 tipos básicos de argumento narrativo que, según Christopher Booker, todos usamos como comodín para cualquier historia, embuten cualquier acontecimiento complejo en una historia que se deja por el camino los elementos más complejos, soporíferos, imperceptibles, etc.
Y así es cómo, tengamos un artículo, vídeo corto, reportaje novelado o autobiografía entre manos, lo acontecido suele adaptarse a alguno de los siguientes esquemas: luchar contra el Monstruo; de hombre pobre a hombre rico; la búsqueda; viaje y retorno; comedia; tragedia; y renacer.
Clichés, simplificaciones y reacciones
Las dificultades de la actualidad estimulan una narrativa que bascula desde la tragedia sensacionalista a la lucha contra el Monstruo, sin dejar de lado la “búsqueda”.
Los más optimistas, apuestan por un renacer, mientras otros se reconfortan con historias de superación personal meteórica, al estilo Cinderella Man.
Sea como fuere, todas las historias apuestan por la acción. “Hay que hacer algo”; “es lo que hay que hacer”; “debemos ponernos duros con éstos o aquéllos”; “hay que solucionarlo como sea”. Las teorías conspirativas, que simplifican la realidad y omiten lo que no quepa en el corsé prefabricado, también se sirven de la acción-reacción para interpretar la realidad.
Nos asomamos a la realidad usando la narrativa de la dialéctica; desde la filosofía del siglo XIX, se impuso la idea de que la propia historia del mundo es una progresión en la que se suceden movimientos sucesivos como solución de las contradicciones del movimiento anterior.
Para Hegel y los que vinieron detrás, incluyendo a Marx, Heidegger, Sartre, la escuela de Fráncfort y sus respectivos antagonistas, cada generación se mueve con el instinto gregario de querer “matar al padre”, o reaccionar ante lo establecido.
En definitiva, nuestras narraciones son consecuencia de una interpretación de la realidad que se sostiene mejor para explicar las leyes de la mecánica de Newton que para exponer los matices y aristas de la realidad.
¿Puede la “no acción” promover los cambios que queremos?
Quienes, como Lao-Tsé, Zhuangzi, Henry David Thoreau, Mohandas Gandhi o Martin Luther King han propuesto el uso del “wu wei” para, desde el ejemplo individual, proponer una mejora de la sociedad (este concepto implica una sincronía entre lo particular y lo general), han considerado absurdo usar la violencia, la coacción o las interpretaciones más radicales de la dialéctica para, supuestamente, lograr una sociedad más pacífica y próspera.
El taoísmo distingue entre el efecto positivo de la “no acción” y la inacción yerma y sin consecuencias de la apatía o el no hacer nada.
“No acción” equivale a sincronizarse con el ritmo del entorno, en contraposición con actuar forzando la situación (dialéctica) o, en el otro extremo, asumiendo un papel pasivo y negligente. Lo explica la paradoja “wei wu wei”, que puede traducirse por “acción sin acción”.
La negligencia constituye otro modo de dialéctica con resultados similares a forzar la situación: los extremos se parecen, mientras el equilibrio entre dos extremos actúa en sincronía con la realidad. El concepto “wu wei” representa este equilibrio al que aspira todo individuo con vocación de sabiduría.
Usando términos distintos, se trata también del ideal de virtud de Sócrates.
Favorecer sin impedir
El ideal de la “no acción” persigue el cambio a partir de la armonía, sin malgastar energía ni dividir entre Buenos Buenísimos y Malos Malísimos, favoreciendo sin impedir. De este modo, se evitan las contradicciones flagrantes de la dialéctica, que simplifica entre ganadores y perdedores y pretende crear bienestar a partir de delitos que enturbian la pureza de cualquier ideal.
La “no acción” tampoco consiste en únicamente evitar comportamientos o palabras violentas contra otros como supuesto método para lograr una realidad mejor, se trate de un individuo o de una colectividad, sino que requiere entrenamiento, perseverancia, comprensión de la supuesta sincronía entre lo particular y lo general.
Significa reemplazar el impulso de la reacción, el odio, la persecución y otros rasgos gregarios tan atractivos para la zona más primitiva de nuestro cerebro como el azúcar, por el respeto hacia todos, incluso aquellos con los que uno está en profundo desacuerdo.
Micro y macro
Siguiendo la idea de la “correspondencia” china o la “sincronicidad”, si lo macro afecta a lo micro y a la inversa, la idea más radical es aquella que no pretende perpetuar los errores de hoy en el próximo sistema, cambiando simplemente los nombres y porcentajes de ganadores y perdedores, sino la que comprende la interconexión entre todos nosotros.
Quizá la propuesta más radical de la sincronicidad, que entronca con conceptos socráticos, abrahámicos, de las religiones indias y chinas, consista en expresar, con la sencillez de las grandes fórmulas científicas, que amarse a uno mismo es amar y respetar a todos. Que odiar a otros es odiarse a uno mismo.
O que buscar la autorrealización (sea entendida como bienestar duradero, felicidad, tranquilidad, independencia emocional) sin ir en contra de otros o del entorno (“dejando ser”, usando la “quietud creativa”), genera ventura cuantificable, sin acumular cosas o personas perjudicadas por el camino.
El riesgo de jugar a Robin Hood
Zhuangzi, precursor de la relatividad de los sistemas de valores, alertaba acerca de las acciones y estilos de vida que uno considera superiores. Cambiar las reglas con el pretexto de lograr mayor bienestar generando incomprensión y sufrimiento, decía, no puede ser el principio de ninguna armonía.
Zhuangzi: “En lugar de correr por todas partes señalando con el dedo, ¿por qué no reír? Mejor que reír: ¿por qué no ir con el flujo de las cosas? Es entonces cuando uno puede empezar a experimentar la misteriosa unidad del Dao.”
Si no estuviéramos tan obesionados en señalar las faltas flagrantes de otros, desgañitándonos en la plaza pública universal de los pogromos de todos los tiempos de vacas flacas, quizá tendríamos algo de tiempo de reflexión para practicar la autocrítica con las nuestras.
Así, no contribuiríamos a que hubiera ganadores y perdedores en nuestro entorno más inmediato.
Y sería un buen comienzo.
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