El “yo cuantificado“, o medir nuestra experiencia cotidiana con sensores y aplicaciones incluidos en nuestros dispositivos, ya forma parte del presente, aunque su adopción está todavía en la fase de los usuarios pioneros o “early adopters“.
Apple se ha propuesto que la medición tecnológica del individuo para mejorar su vida diaria se generalice, centralizada con sutilidad en una combinación de software (aplicación “Salud“, abierta a desarrolladores) y hardware: de momento, combinando ordenador y teléfono inteligente con su primera computadora para llevar: el reloj Apple Watch, disponible a partir del 24 de abril de 2015.
Después del entorno, los servicios (a poder ser, útiles y seguros)
Apple y sus competidores tratan de vestir con contenido útil la tecnología de “yo cuantificado” ya existente: iOS y Android buscan las aplicaciones que equivalgan a Google en motores de búsqueda, o a Facebook en redes sociales.
Para ello, los diminutos dispositivos de realidad aumentada (“wearable computers” como Apple Watch o prototipos con menos éxito comercial, como las -de momento- descartadas gafas de realidad aumentada Google Glass), deberán recopilar todo tipo de información del usuario y su entorno inmediato, cotejándolo al instante con información en la nube… y almacenando con un detalle y precisión sin parangón histórico de vídeos, localizaciones GPS y mediciones biométricas del usuario.
De momento, el tándem Apple Salud (aplicación para iOS) y Apple Watch (aparato de medición de nuestra vida cotidiana, desde nuestra salud a nuestros hábitos sociales y de entretenimiento), así como sus competidores en la plataforma Android, han aportado poco valor real a quienes han probado los servicios con una ilusión comparable a los desarrolladores que actuaron como pioneros de Google Glass.
Promesas del “mundo conectado”: la cuantificación de uno mismo (por terceros)
Las promesas del “mundo conectado“, un mundo programable con Internet ubicua y sensores en todo tipo de objetos que se comportarán de manera coordinada con nosotros, son inabarcables; también las oportunidades para innovar y mejorar infinidad de cuestiones cotidianas, lo que ha llevado a tecnófilos y expertos como Kevin Kelly, colaborador de Whole Earth Catalog y fundador de Wired, a exhortar a los futuros emprendedores, recordándoles que “no han llegado demasiado tarde“.
Pero las promesas del mundo programable y conectado, que constituye el contexto sobre el que florecerá el “yo cuantificado” y sus servicios asociados, expuestas por Bill Wasik en un reportaje para Wired de mayo de 2013, suscitan tantas esperanzas como recelos.
La descripción del futuro del mismo reportaje, que en principio describiría la cara más amable de un futuro tecnológico centrado en la recopilación y análisis de todo tipo de información del mundo real, incluidos nosotros mismos, produjo tanto entusiasmo como recelo.
Riesgos distópicos de conocer detalles de millones de personas
Los entrevistados en el programa radiofónico que Tom Ashbrook dedicó al contenido del artículo expresaron su pavor ante el “futuro absolutamente distópico” que describía el artículo, donde todas las acciones del individuo son monitorizadas y, por tanto, potencialmente conocidas por terceras personas, las cuales podrían querer ayudarnos… o no.
El riesgo de intromisión en la privacidad del individuo, que se difumina a marchas forzadas para adaptarse a las nuevas posibilidades tecnológicas, ha traspasado la barrera de la computación tradicional (asociada con el trabajo y ciertos hábitos de ocio limitados a un perfil público restringido del usuario) y se inmiscuye en los detalles físicos y mentales del individuo.
Basta echar un vistazo a las categorías con que, de momento, la aplicación Health para iOS da la bienvenida al usuario, para comprobar la orientación del “yo cuantificado”, sus posibilidades y sus riesgos: mediciones corporales, fitness, individuo, nutrición, resultados, sueño y constantes vitales.
Incluso en nombre de la seguridad o la ciencia, el espionaje es espionaje
Cuando nuestra aplicación de “yo cuantificado”, abierta al fabricante de software (y en el caso de Apple, también hardware) de nuestros dispositivos, así a como terceros desarrolladores construyendo servicios sobre esta información, cotejen los meticulosos datos sobre el comportamiento cotidiano de millones de individuos, tanto servicios como anuncios podrían aumentar su capacidad de convicción del usuario.
De momento, no ha habido ninguna polémica relacionada con la potencial intromisión en la privacidad y las libertades individuales de este tipo de dispositivos, que procederían de dos flancos:
- agencias de inteligencia gubernamentales que, como el programa PRISM de la NSA estadounidense, emplearan algún pretexto de peso para poder espiar a cualquiera en cualquier lugar, conociendo hasta su dieta y hábitos de sueño (quizá, con acceso a vídeos e imágenes, también hábitos sexuales e ilusiones freudianas);
- empresas e individuos que, de manera lícita o ilícita, aprovechen el meticuloso conocimiento de los hábitos de usuarios de servicios de “yo cuantificado” para actividades ilícitas, sin excluir el robo o la extorsión.
Primero conocer
Hasta el momento, esta situación distópica de espionaje electrónico masivo ha tenido lugar de manera sistemática a través de la agencia de un país democrático con libertad de prensa y capacidad legislativa para censurar y reprobar este tipo de comportamientos pero, ¿qué ocurriría si gobiernos despóticos usaran el “yo cuantificado” para controlar a su ciudadanía a la manera de las novelas de ciencia ficción que describen un futuro que combina los peores miedos de George Orwell y Aldus Huxley con los de Franz Kafka?
Los prolegómenos de un futuro con millones de usuarios de aparatos de medición en forma “wearables”, tanto externos como -quizá en un futuro no muy lejano- en forma de implantes, ya se han producido, con fenómenos como el hurto, la extorsión (económica, ideológica, sexual) o los delitos contra la intimidad a usuarios de redes sociales.
Aprender de los puntos débiles de nuevos comportamientos
Las personalidades públicas también han conocido la vulnerabilidad de la nueva era de la vida cotidiana cuantificada y registrada en formato digital: el 31 de agosto de 2014, la página de hacking 4chan publicó casi 500 fotografías privadas y obtenidas de manera ilícita de numerosas personalidades, la mayoría celebridades femeninas.
Posteriormente, las imágenes de la filtración se extendieron por innumerables redes sociales. Todas las celebridades afectadas usaban el servicio para almacenar ficheros digitales de Apple, iCloud, en cuyo acceso encriptado se centraron los ataques ilícitos que extrajeron contraseñas y nombres de usuario a partir del punto más vulnerable; en este caso, las preguntas de seguridad para recuperar información olvidada.
Las tecnologías encriptadas avanzan a la par con las metodologías de hacking, de modo que este tipo de fenómenos se repetirán en el futuro. Uno de los objetivos de las principales compañías tecnológicas es garantizar que estas vulnerabilidades se reducen a porcentajes tolerables por la opinión pública, que podría reaccionar con dureza ante nuevos usos ilícitos masivos, tanto de personas o grupos como de agencias gubernamentales propias y ajenas.
Cuando hay uso lícito, hay una puerta para el uso ilícito
Emprendedores e inversores como Peter Thiel abogan por el acceso limitado y garantista de agencias gubernamentales a datos que, sin revelar identidades, ayudan a combatir delitos y fraudes masivos o incluso el terrorismo.
El propio Thiel es cofundador y presidente de Palantir, startup especializada en análisis de datos recabados, sin ir más lejos por las agencias de inteligencia estadounidenses, así como empresas financieras y del sector sanitario.
Dos servicios de Palantir se convierten en pioneros del análisis masivo de datos en manos privadas: Palantir Gotham (análisis de contra-terrorismo del gobierno estadounidense) y Palantir Metropolis (información financiera y de proyección de escenarios futuros usada por fondos de inversión, bancos y empresas de servicios financieros).
Tanto la adopción masiva de dispositivos y aplicaciones de “yo cuantificado” como el uso generalizado de aplicaciones de análisis de datos a gran escala (“big data”), suponen un nuevo reto para el mantenimiento de la privacidad y las libertades individuales.
Frontera (comercial, filosófica, política) entre la asistencia y la manipulación
De momento, las empresas y agencias que se han servido abiertamente de este tipo de información lo han hecho, que sepamos, de manera limitada y supervisada. Ninguna tecnología ni ley garantiza que personas u organizaciones ilícitas usen sin límite ni control público tanta información sobre nosotros como puedan recabar.
No se trata de una distopía proyectada varias décadas hacia en futuro, sino que podía ocurrir en los próximos años.
A la espera de conocer con mayor detalle los beneficios a largo plazo de la tecnología que “aumente” la realidad del ciudadano medio, que tiene el potencial de convertir los actuales monitores de fitness (como Fitbit y sus competidores) en métodos para mejorar nuestro bienestar, se analizan las consecuencias que la información individual recabada y almacenada en la nube tendrá sobre los derechos y libertades individuales.
En un artículo sobre la temática para Reason, Greg Beato cita a Mark D. White, catedrático de filosofía de la Universidad de Staten Island: “Toda esta tendencia hacia la digitalización y cuantificación de la vida humana… Si algo puede ser medido, también puede ser influido, manipulado, fabricado”.
Riesgos de la mentalidad “solucionista”
Beato expone que, si bien por un lado la cultura empresarial de Silicon Valley se centra en soluciones tecnológicas para eliminar intermediarios y regulaciones entre servicios y personas, muchas de las cuales parten de una cultura libertaria enraizada en el movimiento “hazlo tú mismo” de los años de la contracultura, por otro lado Silicon Valley ha promovido una mentalidad simplista sobre los problemas de la existencia, que el escritor Evgeny Morozov llama “solucionismo“.
Este supuesto “solucionismo” de Silicon Valley se basaría en la idea de que todos los sistemas humanos pueden mejorarse a través de la aplicación sensata de redes de sensores, infraestructuras de computación en red y otras tecnologías “que amplificarían nuestra habilidad para medir, por ejemplo, la duración de nuestra ducha matutina, o el número de cartones de leche que tiramos a la basura en lugar de reciclar”.
La filosofía, la psicología y la neurociencia exponen la complejidad y contradicciones del ser humano, y el “solucionismo” entendido como ecuación infalible para mejorar nuestra vida con soluciones tecnológicas personalizadas se topará con los fenómenos humanos explicados por la filosofía desde los precursores del existencialismo: en ocasiones, somos contradictorios y muy a menudo no queremos, o queremos en distinto grado, lo que anhelamos en abstracto (o lo que pedimos por corrección política, etc.).
La complejidad del bienestar humano
El bienestar humano es más complejo y va más allá de la medición empírica de actividades cotidianas del individuo; el “yo cuantificado” será aceptado por millones de usuarios si es capaz de garantizar una mínima seguridad, privacidad y nivel de personalización: al fin y al cabo, nadie quiere que su reloj o teléfono inteligente le explique que tiene que ejercitarse más o que su comportamiento es obsesivo, sobre todo en un mal día.
El “yo cuantificado”, expresan algunos de sus críticos, deberá aprender la lección de la informática personal intervencionista que llevó a Microsoft Windows a su momento de mayor debilidad desde Windows 95: a menudo, el usuario prefiere hacer lo que decide, en lugar de dedicar buena parte de su tiempo a responder a las continuas peticiones de las aplicaciones y el sistema operativo: informaciones, alertas, mensajes de actualización de software y demás demandas anodinas.
Conducta humana e influencias externas
A escasos días de que Apple entregue a sus compradores los primeros Apple Watch, que se unirán a dispositivos equiparables ya comercializados, el “mundo conectado” y los servicios de “yo cuantificado” tendrá que ofrecer razones de peso para que los beneficios potenciales de la adopción masiva de este tipo de tecnologías intrusivas superen con creces los riesgos:
- entre las externalidades negativas ilícitas: espionaje y crimen organizado;
- entre las externalidades negativas lícitas: políticas de acción gubernamental o empresarial con repercusión en millones de personas que impongan o afecten comportamientos, desde “tácticas para luchar contra ésta o aquélla enfermedad” a “tácticas para mejorar el buen humor de la gente”.
Experimentos precursores nos alertan sobre el riesgo de medir datos de manera masiva y desarrollar a partir de su estudio tácticas a escala masiva (que podrían o no lograr los objetivos planeados, dada la complejidad del comportamiento humano): Facebook manipuló el feed de muchos usuarios para hacer un experimento psicológico que confirmó la capacidad de la herramienta social de influir sobre el estado de ánimo de sus usuarios.
El caso de la monitorización infantil
En el nuevo escenario tecnológico, personas y familias se sumergirán en un contexto donde la información medida y consumida se multiplicará, hasta el punto de convertir acontecimientos como la crianza en una experiencia distinta:
- los monitores de bebé evolucionan hacia dispositivos que pueden grabar y transmitir imágenes o reaccionar de manera robotizada, gracias a sensores y algoritmos;
- hay computadoras para llevar (las mencionadas “wearable computers”) pensadas para el bebé, como el monitor Owlet, encargado de medir sus constantes vitales;
- proliferan los pañales que analizan el contenido químico de los pañales usados, con implicaciones para la dieta y cuidado médico del pequeño;
- otros dispositivos pretenden monitorizar acontecimientos como las caídas de un niño: ¿un nuevo filón de demandas y ansiedad paterna?
- el Apple Watch, indican Lenore Skenazy y Kim Epstein en un artículo para Reason, es el primer equivalente a una navaja suiza de herramientas de seguimiento: feeds de vídeo, GPS, sensores biométricos, etc.
La intuición paterno-filial y el aprendizaje dependen, de momento de manera incipiente y sutil, de tecnologías externas, arrinconando la madurez, inteligencia emocional y sentido común de los propios padres, abuelos y cuidadores.
Personas “aumentadas” y personas “orgánicas”
La adopción de este tipo de dispositivos y servicios podría separar a la larga a los ciudadanos en dos grandes grupos: quienes recurren a métodos convencionales y ajenos al “yo cuantificado” de afrontar situaciones cotidianas; y aquellos que dependan cada vez más de la “mejor decisión racional posible” en cada momento, según los datos recabados por el medidor digital de turno.
En la novela de ciencia ficción El valle de las adelfas fosforescentes, imagino las consecuencias de esta división social entre lo que llamo “ciudadanos aumentados” y los “ciudadanos orgánicos”.
Para que no ocurra, los servicios de cuantificación deberán ser más humanos y sutiles, con una visión menos “solucionista” de las -a menudo muy útiles- herramientas tecnológicas a nuestro alcance.
Elogio de la voluntad individual
Y recordar la voluntad del ser humano de perseverar en la idea del libre albedrío, aunque en términos filosóficos absolutos esta idea incurra en constantes contradicciones.
Porque, en palabras del escritor ruso Lev Tolstói, hay signos indiscutibles de la fuerza del espíritu humano que merece la pena salvaguardar.
En “Guerra y paz”, el escritor ruso escribe:
“Tú dices: No soy libre. Pero yo he subido y bajado mi brazo. Todo el mundo entiende que esta ilógica respuesta es una prueba irrefutable de libertad.”
Antes quizá a que otros nos cuantifiquen, o en paralelo a este fenómeno, deberíamos cuantificarnos nosotros mismos ejerciendo la introspección: aprovechando nuestro tiempo, leyendo, meditando, asomándonos a lo que hemos silenciado de nuestro interior.
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