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"Baños forestales": la ciencia relaciona bosques y salud

La vida en contacto con la naturaleza nos hace más inmunes (a hinchazones y alergias), más felices (serotonina, terapia) y menos proclives a la ansiedad.

De nuevo, los consejos de la ciencia ratifican el acierto de la actitud vital promovida por las filosofías de vida clásicas. 

El significado científico y espiritual de los baños forestales

Los “baños forestales“, o la familiaridad con los bosques y su humus a través de la observación y el contacto (con la tierra, respirando aromas naturales, percibiendo con todos los sentidos), son reivindicados tanto por la cultura oriental como por la cultura clásica occidental.

En el Extremo Oriente, los viajes en busca de un “baño forestal” (Shinrin-yoku en japonés; Samrimyok en coreano), son una aproximación ancestral a los bosques similar a la aromaterapia.

La actividad también se conoce con la expresión inglesa “earthing”, cuyos principios son descritos por Clinton Ober, Stephen T. Sinatra y Martin Zucker en un ensayo con el mismo nombre.

Fitoncides: el poder de las sustancias de las que nunca has oído hablar

Un “baño forestal” consiste en visitar un entorno natural para relajarse y recrearse, al tiempo que se observan el dosel, los troncos y la vegetación del sotobosque. El olfato y la piel, a través de la traspiración, se embeben de sustancias volátiles, llamadas fitoncides, aceites esenciales de la madera.

Los fitoncides son compuestos orgánicos volátiles antimicrobianos emitidos por los árboles y presentes en el bosque a través del aire y la humedad ambiental. Algunas plantas han evolucionado para emitir sustancias activas que las protegen de los insectos y animales, así como de la descomposición.

Además de numerosos árboles, entre ellos el pino y el roble, varias especias, así como la cebolla, el ajo y el árbol de té, entre otras plantas, comparten fitoncides con el entorno inmediato. Más de 5.000 sustancias volátiles defienden las plantas del dosel y el sotobosque de la acción de bacterias, hongos e insectos, regulando la cantidad y actividad de estos organismos.

Lo letal es beneficioso en pequeñas dosis

El secreto está en la dosis, y las plantas han evolucionado hasta apreciar esta vieja máxima: en su justa medida, bacterias, fungi e insectos desarrollan su misión en una dialéctica beneficiosa tanto para la planta como para los organismos.

Los “baños forestales” permiten a cualquier urbanita entrar en contacto con el aroma del bosque, recargado de fitoncides; la experiencia sonora, visual y olfativa se convierte también en una actividad que regula el organismo y calibra desde nuestras defensas hasta nuestro estado de ánimo.

Intuyendo su valía, esta actividad minoritaria y ermitaña se popularizó a partir de los años 80 en Japón y Corea del Sur, donde está reconocida como actividad relajante y reguladora del estrés. Ahora sabemos que la intuición tiene base científica.

Visitar lugares con árboles fortalece nuestra salud

Anahad O’Connor escribía en el verano de 2010 un artículo para The New York Times, en el que se explicaba que la exposición a plantas y parques naturales puede fortalecer el sistema inmunitario.

Según O’Connor, los urbanitas actuamos en primavera y verano a la inversa de lo que nos fortalecería. Cuando el polen en suspensión y el calor se presentan, muchos buscan refugio en espacios cerrados y con aire acondicionado, un comportamiento contrario a nuestra herencia evolutiva.

Los espacios con abundancia de árboles fortalecen, explica el artículo, la salud de quienes los disfrutan. Esta es al menos la conclusión de un estudio realizado a 280 personas en Japón.

Rodeados de árboles y plantas, los participantes en el estudio produjeron “menores concentraciones de cortisol, así como tensión y presión sanguínea más bajas”.

Células inmunitarias, células sanguíneas y células anti-cancerígenas

Estos resultados complementan las de otros dos estudios. El primero, de 2007, había hallado que los hombres que pasearon durante 2 horas por el bosque 2 días consecutivos registraban un aumento del 50% de células NK (siglas del inglés “natural killer”: “asesinas naturales”, o linfocitos pertenecientes al sistema inmunitario), así como una mayor producción de células anti-cancerígenas.

El segundo concluyó una mayor producción de células sanguíneas durante más de una semana en mujeres que habían sido expuestas a fitoncides presentes en el ambiente del bosque.

Acudir al bosque, tal y como los filósofos greco-romanos, o el filósofo trascendentalista Henry David Thoreau describía en su ensayo Walden, escrito a mediados del siglo XIX, nos reconcilia con nuestra herencia genética.

“Otium ruris”

En la cultura Occidental, el papel regenerador y curativo de los bosques hunde sus raíces en las tradiciones paganas que dieron paso a la influencia greco-romana y judeo-cristiana.

Los notables romanos visitaban la villa rural para profundizar en su bienestar, alcanzado con la virtud y la vida de acuerdo con la naturaleza.

Ahora, la alabanza llega también desde la ciencia.

Los entornos asépticos nos alejan de beneficios ancestrales

El estilo de vida dominado por entornos asépticos y esterilizados no ha mejorado nuestra salud, sino todo lo contrario. Se acumulan evidencias sobre el crucial papel del contacto con la tierra y los bosques sobre la salud humana.

Los entornos esterilizados de la infancia afectan nuestro desarrollo adulto. Al parecer, a mayor número de gérmenes con los que convivimos en la infancia, más sólido es nuestro sistema inmunitario en la vida adulta.

En las últimas décadas, la vida urbana ha roto por completo el contacto permanente con la tierra, los bosques, su energía y gérmenes.

La herencia del progreso mal entendido

Los científicos no sólo saben que sustancias como el vinilo (moquetas, alfombras) están relacionadas con el autismo, sino que la esterilización de muchos hogares los hace más nocivos para la salud que el exterior, potenciando enfermedades y mentales.

Por si nos quedara alguna duda acerca de la importancia de mantener un contacto permanente con los bosques, la tierra y los gérmenes que aguardan la curiosidad infantil y adulta desde el dosel de los árboles hasta el subsuelo, más allá del humus, ahora sabemos que el cerebro reacciona distinto en el campo y la ciudad; y que los niños expuestos al contacto con la tierra logran una ventaja competitiva para el resto de su vida.

Actitud ante la vida y naturaleza

El ocio rural alabado por Cicerón, Virgilio y Séneca, para ellos relacionado con el disfrute de las labores del campo, influye sobre nuestra actitud ante la vida, sugiere un estudio publicado en Nature por Andreas Meyer-Lindenberg de la Universidad de Heidelberg, según el cual nuestro cerebro afronta de manera diferente las situaciones de estrés en función de si tuvimos o no contacto con el campo durante nuestra infancia.

Ya en 2010, tal y como The Economist explicaba hace un año, un estudio conducido en Holanda sostenía que los urbanitas tienen un 21% más de riesgo de padecer trastornos de ansiedad que los que se han criado en el campo, así como el 39% de padecer trastornos del estado de ánimo.

Enguarrarse en el campo es una ventaja competitiva

La ventaja competitiva de los habitantes del campo no se desvanece cuando los urbanitas pasan un fin de semana o unas cortas vacaciones en contacto con la naturaleza, o al menos no lo hace por completo, debido a que nuestro sistema inmunológico y cognitivo se desarrollan en la infancia.

Privar a un niño de enguarrarse con todas las de la ley en el campo con cierta asiduidad, por tanto, repercute en su futuro de un modo tan crucial como desconocido, hasta que los estudios han acumulado evidencias sobre las consecuencias catastróficas de nuestra perdida ligazón con el humus y los bosques.

Revolcarnos en un paisaje rústico tiene un mayor porqué que nunca, y disciplinas que tratan de reconstruir la relación de nuestra especie con el mundo que habitamos, como la permacultura refrendan su valía.

Sobre el valor de los gérmenes que nuestros detergentes eliminan

Investigadores de la Universidad de California en San Diego han confirmado que nuestro contacto en los primeros años con gérmenes que los productos de limpieza doméstica eliminan de nuestros hogares combaten, sin necesidad de medicación, las reacciones inmunológicas hiperactivas, tales como infecciones, hinchazones o erupciones en rasguños o cortes, así como alergias.

La investigación, conducida por Richard Gallo y publicada en Nature Medicine, refrenda la conocida como hipótesis de la higiene que se remonta a los años 80, según la cual los niños en contacto con gérmenes desde el nacimiento no padecen el incremento de alergias experimentado en las últimas décadas.

Por ejemplo, las bacterias que residen en la superficie de nuestra piel protegen la epidermis y son los principales agentes para reducir las inflamaciones.

Menos ansiedad, más fortaleza inmunitaria… ¿más inteligencia?

Pero los beneficios de recuperar el contacto con la naturaleza no sólo modulan nuestro comportamiento reduciendo nuestra ansiedad (estudio de Meyer-Lindenberg en Heidelberg que corrobora una investigación holandesa anterior) y refuerzan el sistema inmunitario (estudio de Richard Gallo en San Diego).

Pero, ¿y si algunas bacterias con las que entramos en contacto en entornos rurales nos hicieran más inteligentes?

Un estudio de The Sage Colleges en Troy, Nueva York, conducido por la doctora Dorothy Matthews, confirmaba en 2010 que el contacto con una bacteria que vive en la tierra mejora el aprendizaje y reduce la ansiedad.

Mycobacterium vaccae y su efecto sobre aprendizaje y niveles de serotonina

El estudio, llevado a cabo en ratones, halló que los animales que estuvieron en contacto con el patógeno Mycobacterium vaccae, demostraron mayor capacidad de aprendizaje, con mayores niveles de serotonina, el compuesto químico cerebral que regula nuestro estado de ánimo, relacionado con la euforia, el bienestar y la felicidad.

Matthews explicaba a BBC en 2010 que “es una bacteria que vive en la tierra y es probable que la gente la ingiera o respire cuando pasa algún tiempo conviviendo con la naturaleza”.

De demostrarse en humanos la relación entre Mycobacterium vaccae, la capacidad de aprendizaje y los niveles de serotonina, se confirmaría la necesidad del ser humano de retornar a una convivencia con el suelo y los bosques, totalmente trastocada por los urbanitas que apenas han abandonado su entorno urbano esterilizado desde la infancia.

Interactuar con la tierra y los árboles

El consejo de la doctora Dorothy Matthews coincide con la defensa de Séneca y otros filósofos clásicos del retiro productivo en un entorno rural, el “otium ruris” que, para que contribuyera a nuestra plenitud, debía llevarse a cabo “cum dignitate”, según Cicerón.

Matthews: “El mensaje para la gente es salga al exterior, interactúe con la tierra, porque quizás esto les podrá beneficiar de formas que nunca se imaginó”; y Cicerón: “Lo primordial, que debe ser lo más deseado por todos los individuos felices, honestos y saludables, es [practicar] la sencillez rústica con dignidad”

El eco de Gerónimo

Puedo atestiguar el cambio de estado de ánimo y la energía obtenida en algunos bosques que he visitado, desde la próxima Fageda d’en Jordà, bosque de hayas en La Garrotxa, Cataluña, hasta los bosques de secuoyas gigantes en California y Oregón, o el bosque de eucaliptos gigantes (Eucaliptus regnans) de Evercreech, en Tasmania (consultar artículo Sobre los mayores árboles del mundo y por qué corren riesgo).

El jefe apache Gerónimo también intuyó los beneficios de convivir con los grandes árboles de Norteamérica:

“Fui calentado por el sol, sacudido por los vientos y abrigado por los árboles como otros tantos bebés indios. Vivía apaciblemente cuando la gente empezó a hablar mal de mí. Ahora puedo comer bien, dormir bien y sentirme satisfecho. Puedo ir a todas partes con una buena sensación”.