El consumo de información es tan abundante, multimedia y desorganizado como Internet. Los expertos alertan de que el picoteo informativo afecta a la lectura reflexiva.
El vistazo que realizamos a titulares, pequeños sumarios y servicios equivalentes a Twitter y Buzzfeed crean la falsa ilusión de que adquirimos conocimiento de lo que “escaneamos“, más que leer y asimilar. Pero al adquirir destreza en el escaneo de información no deberíamos arrinconar la lectura introspectiva, con la que adquirimos conocimiento.
La lectura en profundidad, sugieren los estudios, estimula la actividad cerebral, fortalece las conexiones neuronales y protege de enfermedades neurodegenerativas.
La cultura del escaneo de retazos de información
El consumo poco reflexivo afecta también a los propios modelos de información, con viejos grupos mediáticos que tratan de adaptarse experimentando con fórmulas que ofrezcan información más atractiva y ágil, con mejor contexto y comentarios.
(Imagen: Hadley -Richardson- Hemingway, Ernest Hemingway y su hijo Bumby en Europa, años 20)
The New York Times acaba de renovar su interfaz, ahora más minimalista y orientada a comentarios y participación de usuarios; paralelamente, varios periodistas con cierto prestigio abandonan sus antiguas cabeceras para crear sus propios medios digitales.
La supuesta falta de tiempo para leer libros y textos largos que deriva de los nuevos hábitos impediría, paradójicamente, que la era del acceso produjera más lectores ávidos y más profundos, justo cuando cualquiera puede acceder a miles de clásicos en decenas de idiomas en versión digital, además de obtener al instante cualquier otro título comercial.
Y, por mucho que se diversifiquen formatos y añadan hiperenlaces, contexto en forma de vídeos y audio adicionales, etc., los libros siguen siendo obras de texto lineal que requieren el esfuerzo intelectual del lector.
(Re)Aprender a leer libros
Sin la participación cognitiva del lector, que aporta con su imaginación y las referencias de su propia experiencia lo que el texto que lee no dice, novelas y ensayos carecerían de su impacto evocador.
Semióticos como Umberto Eco han dedicado sus ensayos (por ejemplo, Seis paseos por los bosques narrativos) a explicar el papel crucial e ineludible del lector, pues el escritor sólo evoca parcialmente.
Gracias a la colaboración entre escritor y lector, la lectura reflexiva es el método sobre el que se basa el conocimiento.
El proceso de enriquecerse con ideas y experiencias ajenas
Sócrates recomendaba leer los buenos libros, ya que así uno adquiría los conocimientos a los que los autores habían dedicado tanto esfuerzo.
El consejo de Sócrates es más vigente que nunca, ya que la incapacidad para leer textos largos depende de la actitud ante la lectura y la falsa creencia de que mensajes cortos y párrafos a medio leer de aquí y allá pueden sustituir el ejercicio esforzado de enfrentarse a una lectura concienzuda.
En última instancia, estarían en juego el aprendizaje socrático: adquirir conocimiento y capacidad de abstracción.
Preocupa que nuestros hábitos de lectura (¿escaneo superficial?) en Internet, que anteponen el vistazo desorganizado a la lectura reflexiva, influyan sobre nuestra manera de leer libros.
Cuando nuestros hábitos en Internet afectan la lectura reflexiva
La lectura depende de nuestra incapacidad para desarrollar un hábito prolongado, introspectivo, reflexivo, lineal, para el que se requiere un tiempo de “inmersión” (experiencias de flujo, según el psicólogo Mihaly Csikszentmihalyi) y, cuando es de interés, nos hace perder la noción del tiempo e incluso de nosotros mismos.
Las evidencias de que intentamos “escanear” textos largos confirmarían que la lectura es un hábito cognitivo que actúa como un músculo, ejercitándose con la lectura y atrofiándose adquiriendo otros hábitos que no son contrarrestados con la lectura reflexiva.
(Imagen: Ernest Hemingway con su “único traje” de los años 20 y Sylvia Beach -junto a él-, de la librería parisina Shakespeare & Company)
Esta es, al menos, la conclusión de un estudio mencionado por Michael S. Rosenwald en The Washington Post.
Escaneo de texto vs. lectura reflexiva
Ahora que somos capaces de crear, consultar y compartir información en distintos soportes, sin esfuerzo y al instante, priorizamos textos asumibles con apenas una rápida “lectura vertical”.
Este “escaneo” de información, apenas un vistazo superficial en el que se picotea de un párrafo, un sumario o un pie de foto, para acudir posteriormente a comentarios, enlaces, información de contexto o simplemente abandonar el texto, es resultado de la combinación de la lectura en pantalla y cómo las interfaces gráficas de aplicaciones y navegadores modernos han facilitado acudir a todo sin concentrarse en nada.
Para la neurociencia, lo alarmante es la rapidez con la que se detectan los nuevos patrones y cambios cerebrales. Los usuarios de nuevas tecnologías desarrollan nuevas habilidades para –explica Michael S. Rosenwald en The Washington Post– cribar información relevante para ellos a través del torrente de información disponible perdiendo el mínimo tiempo posible.
“Este método -prosigue Rosenwald- alternativo de lectura compite con la circuitería de la lectura profunda tradicional, desarrollada durante milenios”.
Una adaptación cognitiva a la abundancia y la multitarea
A Maryanne Wold, neurocientífica cognitiva de la Universidad de Tuffs, le preocupa “que el modo superficial en que leemos a lo largo del día nos afecte cuando tengamos que leer con un procesamiento más en profundidad”.
Realizando un símil informático, la información que “escaneamos” en los desorganizados hábitos de lectura digitales, en los que se entremezclan correos, mensajes de texto, titulares, bitácoras, etc., prevalece en la memoria de la superficie (memoria de proceso o RAM), mientras el esfuerzo cognitivo de la lectura reflexiva demanda introspección y es incompatible con la multitarea.
El fenómeno de la lectura superficial no es nuevo. Se trata del mismo “escaneo” detectado durante años el experto en usabilidad Jakob Nielsen, al estudiar cómo la gente se maneja ante cualquiera de las pantallas que ofrecen información multimedia y su contexto.
Nietos de Memex
Internet no sólo ha posibilitado el acceso a información multimedia y su contexto, interrelacionado siguiendo el esquema de inspiración neuronal conformado por el hipertexto, una idea que ya avanzó Vannevar Bush en la máquina para albergar el conocimiento humano Memex, en su artículo de 1945 para The Atlantic.
La Internet ubicua también posibilita la lectura de libros, tanto gratis (las versiones de dominio público de clásicos, por ejemplo), como de pago, en tiendas tales como Kindle, iBookstore, Nook y las ofertas librerías y editoriales que comercializan sus propios títulos.
Asimismo, bibliotecas públicas, universidades y centros de investigación de varios países han habilitado el préstamo electrónico de novelas, ensayos, publicaciones, artículos científicos y todo tipo de documentos históricos.
Escribir bien, para Internet o para una novela
La evidencia recolectada por los estudios de Jakob Nielsen a lo largo de los años, compilada en sus ensayos sobre usabilidad, se confirma una vez más. En Internet, al leer en una pantalla, se priorizan textos cortos, atractivos, oxigenados, con párrafos inteligibles.
Estos preceptos no tienen por qué ser contraproducentes. Al fin y al cabo, los consejos del propio Jakob Nielsen para escribir en Internet serían suscritos por el propio Ernest Hemingway, que dedicó su carrera a escribir acciones y no a perderse en lo que él llamaba “describir” (largos párrafos de circunloquios en los que el lector tiene la sensación de que el autor se dejó llevar por la pereza).
No hay atajos para disfrutar de los libros
Si bien tanto móviles como lectores electrónicos, tabletas y pantallas de ordenador han mejorado a la par que la experiencia de lectura, leer en soporte digital es un proceso distinto a hacerlo en soporte papel, o en la alternativa digital más análoga y menos distractiva posible.
Lo que desconocíamos era que el hábito de “escanear” o picotear contenido de aquí y de allá, sin sumergirnos totalmente en ningún texto, que hemos adquirido en los medios digitales ha influido, o al menos hay sospechas para creerlo, sobre nuestra lectura reflexiva.
(Imagen: Hadley -Richardson- Hemingway y Ernest Hemingway en 1922; pese a las penurias económicas, “nos sentíamos invencibles”)
La única manera de extraer todo el jugo y aprendizaje de novelas, ensayos, artículos en profundidad, etc., es leyéndolos detenidamente uno mismo, tal y como han hecho cada vez más afortunados de las culturas alfabetizadas durante milenios.
El proceso sobre el que se sustenta la transmisión de conocimiento
Primero, fueron primero las élites administrativas las capaces de transmitir y leer textos. La cultura de las civilizaciones y su interpretación, así como las humanidades, en las que se basa buena parte de su conocimiento pese a su descrédito actual, dependen de la habilidad de lectura.
A diferencia de nuestra manera de pensar (tan capilar y desorganizada como sugieren la organización de nuestras células nerviosas y neuronas, tal y como supo interpretar Vannevar Bush), leer es un ejercicio abstracto lineal, en el que no hay otra manera de apreciar el contenido que leer.
Escuchar una novela sonora es obtener el contenido íntegro del libro a través de alguien que lee en voz alta. Los propios inicios de la literatura parten de la voluntad de los pueblos de registrar las historias de la tradición oral para facilitar su transmisión.
La constante adaptación cerebral
Algunos científicos abogan por la necesidad de un manifiesto por la lectura reflexiva. Existe sobre todo preocupación ante el desarrollo de las habilidades cognitivas necesarias para la lectura profunda y sosegada entre los más pequeños, que conviven desde su nacimiento con múltiples soportes e interpretan una revista como “un iPad que no funciona” (ver vídeo).
El cerebro, explica la neurocientífica Maryanne Wolf, “es plástico durante toda su existencia. El cerebro está en constante adaptación”.
Su departamento recibe cada vez más correos de departamentos de literatura de las universidades estadounidenses, explicando que sus alumnos tienen serias dificultades (desde problemas de concentración a comprensión lectora) con novelas clásicas de George Eliot, Henry James, etc.
La solución no pasa por limitar el consumo de información ni los nuevos medios y formatos, sino por fomentar, en casa y en la escuela, la lectura reflexiva para que se desarrolle de manera simultánea con la lectura de escaneo que prevalece en Internet.
Leer no es perder el tiempo
Para Shane Parrish, responsable de la bitácora sobre conocimiento y filosofías de vida Farnam Street, compaginar ambos tipos de lectura no debería ser un problema. Es más bien una cuestión de actitud: leer es trabajo y requiere esfuerzo y compromiso.
Todos sabemos cómo leer, y aquí radica uno de los primeros escollos para superar la incapacidad de leer de manera reflexiva. “Lectura en profundidad” no equivale a cualquier tipo de lectura.
En sus memorias de sus primeros años como reportero y escritor en el París de entreguerras, A Moveable Feast (París era una fiesta), Ernest Hemingway describe su rutina cotidiana mientras trataba de escribir su primera novela: escribía desde el amanecer en su estudio o una cafetería hasta la hora de comer, para luego socializar con su mujer y amigos.
El resto del tiempo lo dedicaba a leer. Y le molestaba mucho que los autores que más apreciaba por su voluntad de escribir de la manera más sencilla, directa y desprovista de ornamento posible, como su amigo el poeta Ezra Pound, declararan sin pesar que no habían leído las grandes novelas de Lev Tolstói traducidas por Constance Garnett, por ejemplo.
Cuando Hemingway leyó a Tolstói
Hemingway explica sus constantes visitas a la librería Shakespeare & Company, donde tomaba libros prestados, a menudo a crédito, gracias a la permisividad de Sylvia Beach, su propietaria y amiga de los numerosos autores anglosajones residentes o de paso por el París de la época.
Al evocar sus viajes invernales a los Alpes austríacos, donde pasaba en invierno con su mujer leyendo junto al fuego, menciona a las obras de “los rusos”, sobre todo Tolstói (del que elogia tanto prosa como capacidad para traer a la vida lo que cuenta) y Dostoyevski, del que critica una prosa deshilachada (¿serán las traducciones?, se pregunta) a la vez que le maravilla la fuerza de su narrativa.
Autores como Hemingway alimentaron su talento y decidido propósito de escritores de las dos únicas maneras conocidas: escribiendo y, sobre todo, leyendo lo que han escrito otros. Y qué lectura más reflexiva que las mejores novelas del siglo XIX.
(Imagen: Ernest Hemingway -izquierda-, con su mujer y amigos en Pamplona)
Hemingway y Hadley habían visitado los alpes suizos e italianos hasta encontrar Schruns, en el valle alpino de Vorarlberg, Austria, donde “siempre estaban los libros, de manera que vivías en el nuevo mundo que habías encontrado.
Además de sus días en el espartano y acogedor Hotel Taube, “podías vivir -explica Hemingway- en el otro maravilloso mundo que los escritores rusos te proporcionaban”.
El placer de reconocer grandes libros (y aprender de ellos)
En A moveable feast, un retrato inacabado de su percepción de la vida de “invencibles” que él, su mujer y sus amigos llevaban, pese a las dificultades económicas, Hemingway también explica con qué avidez leía las obras de sus amigos más talentosos y contemporáneos (por ejemplo, El gran Gatsby de Scott Fitzgerald, cuya maniática inseguridad aparece retratada con maestría en las memorias).
Unas décadas antes que Hemingway, Edgar Allan Poe explicaba que “marcar un libro es literalmente una experiencia de tus diferencias o acuerdos con el autor. Es el mayor homenaje que le puedes conceder”.
Y este tipo de homenajes -es una de las delicias de la literatura- se puede rendir a autores contemporáneos, o muertos hace tiempo.
Cómo leer un libro
En How to Read a Book, el filósofo y escritor aristotélico Mortimer Adler distingue 4 tipos de lectura: elemental (mecánica), inspeccional, analítica (reflexiva) y “sintópica”.
Los dos primeros tipos se refieren a nuestra capacidad para interpretar palabras y concederle su significado (lectura elemental), así como nuestra habilidad para la lectura superficial, para evaluar la temática, la aparente calidad o el nivel de relevancia (inspeccional).
Ambos niveles están garantizados en el entorno actual de multitarea y consumo de múltiples mensajes multimedia a través de distintos soporte.
Lectura analítica y sintópica
No obstante, la lectura analítica y sintópica demandan el esfuerzo intelectual de la lectura en profundidad, que dependerá del tono y temática del texto, así como de nuestro acervo:
- lectura analítica: si la lectura inspeccional es tratar de encontrar sentido usando la máxima rapidez y el mínimo esfuerzo, la lectura analítica es concienzuda y trata de exprimir lo máximo de un texto (un artículo en profundidad, una novela, un poema, un ensayo). Requiere introspección y es incompatible con la falta de concentración o la interrupción constante;
- lectura “sintópica”: lectura comparativa y la más compleja y exigente de todas. Implica leer varios libros e información sobre la misma temática, comparando y contrastando las ideas entre obras, entablando una “conversación” con anotaciones, complejidades, paralelismos, incongruencias, coincidencias enriquecedoras.
Ejercitar el músculo de la lectura
Una de las principales excusas para justificar ante nosotros mismos la ausencia de horas semanales de lectura reflexiva es la falta de tiempo.
Para encontrar tiempo para leer, se requiere mayor compromiso que para picoterar información.
Con la lectura reflexiva, el esfuerzo ofrece la mayor recompensa posible a largo plazo, el conocimiento, que para Sócrates y las filosofías de vida posteriores equivale a autorrealización.
La fuerza de voluntad requerida para leer regularmente en profundidad, actúa también como un músculo, flexible cuando se ejercita y atrofiada cuando no.
La filosofía clásica relacionaba aprendizaje y conocimiento con virtud, avance, bienestar; mientras la ignorancia denotaba lo contrario (maldad, mezquindad).
La “experiencia” de los libros
La neurociencia otorga la razón al concepto socrático de “areté“, ya que las áreas del cerebro estimuladas por la lectura son las mismas que las de la experiencia.
Un estudio canadiense citado por The New York Times (Your Brain on Fiction) expone que, en cierto modo, vivimos lo acaecido en los libros que leemos.
Ninguna otra estrategia presente en todas las culturas con tradición escrita conserva tanta vigencia y utilidad como la mayor herramienta posible para adquirir conocimiento, la lectura concienzuda.
Sobre digestiones
Leer bien buenos libros es el mayor intangible y el más económico. No se requieren matrículas, ni contrato alguno, ni nadie tiene cerrado el acceso.
Otro filósofo aristotélico, Francis Bacon reflexionaba: “algunos libros son para ser probados, otros para ser tragados, y unos pocos para ser masticados y digeridos”.
Nos interesan los libros masticados y digeridos con la profundidad que se merecen los buenos platos, sin aditivos que respondan a fórmulas ni aliños golosos que fomenten el picoteo y la bulimia.
Sobre escritores y lectores
En sus memorias de su vida bohemia como reportero y escritor principiante en el París de los años 20, Ernest Hemingway escribe, a propósito del estilo de escritura en primera persona (traduzco de la edición en inglés revisada por su nieto Seán Hemingway):
“Cuando empiezas escribiendo historias en primera persona, si las concibes con tanta plausibilidad que la gente se las cree, la gente que las lee casi siempre piensa que las historias te ocurrieron en realidad a ti.
“Si puedes lograr esto estás empezando a conseguir lo que tratabas, que es crear algo que se convertirá en parte de la experiencia de los lectores y en una parte de su memoria”.