(hey, type here for great stuff)

access to tools for the beginning of infinity

Intangibles: herramientas y ventajas de la lectura reflexiva

Hemos priorizado la compra de productos y servicios por encima de su uso. La teoría de la adaptación hedónica explica por qué confundimos la acción adquirir un bien con los beneficios de su uso exhaustivo.

En esta tendencia a comprar y tirar sin aprender lo que poseemos ni sacarle el máximo rendimiento, perdiendo el interés primigenio por mejorar, reparar o heredar un preciado objeto con una historia personal detrás, ni siquiera los libros son una excepción.

Acumular libros vs. leerlos

Comprar un libro no equivale a leerlo. El beneficio a largo plazo llega sólo con su lectura concienzuda. Acumular bellos títulos en cuidadas ediciones a duras penas embellecerá una biblioteca o justificará alguna conversación con quien la visite.

El escritor de ciencia ficción Ray Bradbury creía que sólo hay un crimen mayor que quemar libros (como ocurre en su obra más conocida, Fahrenheit 451): no leerlos.

Sean físicos o digitales, los libros leídos permanecen con nosotros, refrendan varios estudios. Hacen que nuestra vida sea más rica y, cuando el hábito es de por vida, previenen la demencia y otras enfermedades neurodegenerativas.

Aprender de los libros no equivale a presumir de su posesión física

No hace falta acumular libros para disfrutar de ellos. Los lectores electrónicos aportan una ventaja a su capacidad para almacenar decenas de títulos con todo su contenido (restando, eso sí, la oportunidad de observarlos a diario en la estantería, o enseñarlos a terceros). Es fácil obtener una copia gratuita en formato digital de los clásicos de la ficción universal de dominio público.

Leer es más accesible, económico y frugal que cualquier otra actividad de ocio. Sus enseñanzas permanecen.

Los libros comprados que jamás se leen carecen de las ventajas de este medio milenario, y añaden desventajas: el coste económico y el impacto del propio libro.

Acumular vs. usar

Los libros sin leer son el recordatorio de lo que no ha sido. Una de las tareas más exigentes y extenuantes a las que uno puede someterse, además de la lectura exigente de un clásico: observar a su alrededor y preguntarse si necesita todos los objetos acumulados que le rodean en el día a día. Incluyendo los libros y la música en formato físico.

Son cosas que reducen el espacio y condicionan la vida personal y familiar: pasillos que menguan, comedores donde no se puede dar un paso sin tumbar algo. 

Entre el síndrome de Diógenes y la no posesión

Varios estudios indican que la sobreadundancia en nuestro entorno físico nos abruma y reduce nuestra calidad de vida. Es una imagen física del torrente de información, formatos y productos de entretenimiento que compiten por nuestra atención -a menudo diluyéndola- en el entorno digital.

Sin caer en el coleccionismo consciente ni en el más preocupante síndrome de Diógenes, es fácil acostumbrarse a vivir en una constante sobreabundancia de opciones: ropa, alimentos, juguetes, dispositivos y productos de ocio, etc. 

El arte de editar consistiría en evitar la acumulación de cosas sin pesar cada objeto que batalla por permanecer en nuestra vida.

Quienes han abogado por la “no posesión” argumentan que depender menos de lo externo incrementa nuestro bienestar duradero.

¿Libros que nunca leeremos? ¿Música y películas que “coleccionamos” sin usar? 

Lo que ocurre en la estantería se reproduce en el resto del hogar. Niños que muestran cierto bloqueo al observar la infinidad de juguetes de todo tipo que crecen por doquier; despensas con ingentes cantidades de productos en oferta que nunca usaremos; etc.

No hay mejor modo de certificar la sobreabundancia en la que vivimos, pese a las dificultades puntuales que cada cual pueda tener, que hacer una mudanza o preparar las maletas para un viaje. Pocas actividades cotidianas son tan exigentes.

Elogio de la lectura concienzuda (incluso en verano)

Ambos acontecimientos son una oportunidad para simplificar la cotidianeidad renunciando a objetos innecesarios, que compiten por nuestra atención.

Si decidimos llevar un puñado de pesados libros sin tener la certeza de que siquiera los abriremos, quizá el ejercicio tenga más sentido que nunca.

La lectura veraniega no tiene por qué ser insípida o prescindible. Para el pasatiempo superficial, hay revistas y bitácoras donde ya se puede encontrar la dosis azucarada de entretenimiento insípido.

Sobre lo que acumulamos y por qué

El advenimiento de culturas y estilos de vida con un espíritu más nómada y frugal coincide con un mercado laboral incierto, sobre todo para los jóvenes, en el que desaparecen empleos tradicionales de larga duración y los “millenials” (los nuevos “buscavidas”) intentan a menudo crear su propio empleo.

Cambiar de barrio, ciudad, habitación o apartamento con una cierta regularidad implica enfrentarse a la nueva “abundancia material” con mayor asiduidad que en el pasado, y el peso de nuestra mochila vital puede reducirse sin por ello perder calidad de vida.

Al contrario: una nueva generación de entusiastas de la vida sencilla cree que se puede vivir mejor con menos servicios y objetos compitiendo por nuestro dinero y atención:

  • muchos servicios y productos se pueden usar bajo demanda, sin necesidad de comprarlos;
  • hay alternativas no físicas o que no demandan una nueva compra y almacenaje de productos culturales;
  • es posible optar por calidad, duración y reparabilidad, en lugar de bienes de usar y tirar: el precio inicial de los primeros es superior, pero a menudo más reducido si se tienen en cuenta condicionantes como la vida útil del producto, su valor más allá del usuario (venta o donación a terceros, etc.).

La cultura del acceso bajo demanda

Siguiendo con el símil del nomadismo, una mochila más ligera reduce el esfuerzo innecesario en todo aquello que hacemos en nuestra vida exceptuando el -creciente- tiempo buscando cosas, comprándolas, pagándolas, mateniéndolas, guardándolas una vez ha desaparecido la magia narcotizante del primer instante, según expone la teoría psicológica de la adaptación hedónica.

Una mentalidad sosegada y capaz de cultivar la introspección, que basa su autoestima en mantener la coherencia entre las acciones y el propósito último de una filosofía de vida, carece del sobrepeso en la mochila producido por compras superficiales.

A la par que reducir el peso de lo superfluo produce ahorro y sosiego, abogan seguidores de la vida sencilla como el fundador de TreeHugger.com Graham Hill (ver el último vídeo con Kirsten Dirksen, grabado en el piso de Hill en Nueva York), se redefinen conceptos tradicionales como el de estatus.

Sobre la importancia de la polimatía en un mundo cambiante

En un artículo para The New York Times, Shamus Khan (profesor en Columbia y autor de Privilege: The Making of an Adolescent Elite at St. Paul’s School) argumentaba en julio de 2012 por qué cree que, en un mundo con sobreabundancia de bienes y servicios accesibles a todos, las nuevas élites son los que él llama “omnívoros culturales“.

Cuando todos podemos comprar de todo y, por ejemplo, los garajes de las viviendas suburbiales de la clase media estadounidense sirven como despensas de productos comprados en grandes cantidades u objetos “almacenados” de todo tipo, la diferenciación entre lo homogéneo y lo fuera de serie se centra en lo intangible: el omnivorismo cultural, el conocimiento, la polimatía.

Los omnívoros culturales

La ausencia de frugalidad en un mundo material de abundancia, incluso cuando aumenta la desigualdad y el empleo no se recupera en muchos países, transforma las conquistas individuales basadas en el esfuerzo y la perseverancia que parten de objetivos marcados por uno mismo (filosofía de vida), en los bienes con más prestigio:

  • nivel educativo, polimatismo, inteligencia social y emocional, cosmopolitismo, etc.;
  • buena condición física, derivada de una buena alimentación y una cultura activa (marcadores de la existencia de una rutina alimentaria sólida y sin altibajos, así como la práctica asidua de deporte, etc.);
  • capacidad de adaptación, nomadismo, actitud y propósito vital definidos y coherentes con la trayectoria personal.

Las nuevas élites no demuestran su pertenencia acudiendo a instituciones de otras épocas, tales como los grandes teatros burgueses del siglo XIX o los selectos clubs deportivos del siglo XX.

Si la educación, el propósito y la filosofía de vida son tan importantes, ¿por qué la cultura popular sigue mostrando la ostentosidad material como la gran conquista del individuo supuestamente autorrealizado? Nos encontramos en una profunda transición entre modelos y valores, exponen autores como el propio Shamus Khan.

Kit de supervivencia para polímatas

Las herramientas de los nuevos nómadas son, al menos desde el punto de vista conceptual, similares a las herramientas con que los pioneros del Oeste estadounidense se abrieron camino en el nuevo territorio. 

Eran herramientas escasas, resistentes, reparables (y fáciles de sustituir), versátiles, potenciadoras de una destreza, industriosidad y propósito definidos. Un puñado de artilugios que debían hacer posible lo que el filósofo trascendentalista Ralph Waldo Emerson definió como autosuficiencia, en un ensayo homónimo.

Emerson, sobre la autosuficiencia:

“Lo que debo hacer es todo lo que me atañe, no lo que la gente piensa. Este valor, tan arduo en la vida real como en la intelectual, puede servir como distingo fundamental entre grandeza y mezquindad”.

“Es el [valor] más arduo porque siempre encontrarás aquellos que piensen que saben cuál es tu deber mejor que tú mismo”. 

“Es fácil vivir en el mundo según la opinión corriente; es sencillo, en la soledad, vivir según la propia opinión; pero el gran hombre es aquél que en medio de la multitud mantiene la perfecta condición lograda en la independencia de la soledad”.

Self-made person

Cuando bienes materiales, servicios y medios culturales destacan más por su abundancia que por su exigencia y personalidad propias, valores como el cultivo personal y la coherencia aumentan su prestigio. Los omnívoros culturales más influyentes de la actualidad actúan con la autosuficiencia de propósito descrita por Emerson en la Nueva Inglaterra de la primera mitad del siglo XIX.

El individualismo trascendentalista cree que la peor influencia social es la homogeneizadora, la que diluye el propósito interior y la capacidad de introspección.

Cada persona tiene, según Emerson, el potencial de convertirse en alguien hecho a sí mismo: “Creer en el pensamiento de uno mismo, creer que lo que es verdadero para tí en tu privacidad es verdadero para todos los hombres: eso es la genialidad”.

Como el también filósofo trascendentalista Henry David Thoreau, Emerson creía que el cultivo intelectual era tan importante como el trabajo manual, una actitud vital en la que era fundamental perseverar, como habían recomendado los filósofos clásicos.

Nuestro cerebro “vive” lo que leemos

Los estudios dan la razón a Thoreau y Emerson. Ahora sabemos que nuestro cerebro procesa las historias que leemos en los libros con una intensidad similar a lo que nos ocurre en realidad. 

En síntesis, dice la neurociencia, vivimos” lo acaecido en los libros, como ha explicado Annie Murphy Paul en The New York Times.

Refrendando las tesis de Sócrates, leer nos hace más inteligentes, al influir sobre nuestra inteligencia verbal, o nuestra capacidad para el pensamiento abstracto.

Asimismo, y mientras la BBC se pregunta adónde han ido a parar todos los nonagenarios que han desaparecido del censo del Reino Unido en los últimos años (¿se repetirán en el futuro las ganancias en esperanza de vida?), también sabemos que leer retarda el envejecimiento cognitivo.

Indivisibilidad de físico e intelecto

Varias escuelas socráticas, desde las más radicales (cínicos) a las que abogaban por cultivar la virtud usando la razón y viviendo de acuerdo con la naturaleza sin caer en extremismos (sobre todo, eudemonismo aristotélico y estoicismo), creían en un cultivo íntegro del individuo, físico e intelectual.

El último estudio en relacionar el hábito de la lectura reflexiva con una vida plena ha sido publicado en Neurology.

El estudio siguió los hábitos de lectura de 294 individuos a lo largo de toda su vida, desde la infancia y adolescencia a la edad adulta y, finalmente, la madurez. Los investigadores anotaron la edad en que murieron los participantes, con una media de 89 años.

Tras analizar los cerebros en busca de signos físicos de demencia, tales como lesiones u obturaciones y anormalidades de distinto signo (como las que desarrolla el cerebro de alguien con Alzheimer), se comprobó que cualquier actividad mental reducía el declive de la memoria en un 15%. Los lectores asiduos redujeron un 32% de media el deterioro de su memoria.

Sobre libros -y herramientas en general- que valen su peso

Los buenos libros son aquellos que se convierten en una herramienta esencial, los que un pionero no dejaría atrás cuando tuviera que trasladarse a un lugar desconocido. Los que valen su peso y se ganan su lugar en la estantería. Aquellos que merecen nuestra atención.

Los libros que uno considera memorables son herramientas imprescindibles, a las que se recurre a menudo. Reparables, versátiles, intemporales. La navaja suiza de nuestra filosofía de vida.

Para Emerson, “uno debe ser un inventor para leer bien. Existe entonces la lectura creativa, así como la escritura creativa”.

Y Thoreau: “un libro verdaderamente bueno me enseña más allá de su lectura. Tan pronto como lo deposito, empiezo a vivir tras su pista. Lo que empecé con la lectura, debo acabarlo actuando”.