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De rerum natura: el poema atomista que alumbró la modernidad

¿Puede una obra literaria recoger una visión del mundo y la existencia tan convincentes que recuperen las ideas presocráticas y, de paso, sienten las bases de la ciencia moderna

Sin el hallazgo en 1418 de una copia del siglo IX de un poema romano del siglo I aC (por casualidad y antes de que se desvaneciera), lo que conocemos como método científico habría fraguado de manera distinta, o habría tardado más en llegar.

El poema se convirtió, por azar, en el paso previo necesario (lo “adyacente posible” una teoría de Stuart Kauffman sobre el avance de la creatividad en la biología y el mundo de las ideas), para que fructificaran las ideas que liberaban al individuo y la ciencia de los dogmas y la ortodoxia religiosa.

Superando la ficción: sobre la conjunta de Lucrecio

La historia del hallazgo de este clásico olvidado a manos de un bibliófilo renacentista desengañado de las intrigas en la cúpula de la Iglesia Católica, es una aventura que empequeñece historias de ficción como El nombre de la rosa o El código Da Vinci.

Lo explica Stephen Greenblatt en el ensayo The Swerve: How the World Became Modern (premio Pulitzer de no ficción 2011), que logra algo muy difícil: argumentar con convicción la auténtica importancia de un poema escrito hace 2.000 años.

Golpe de timón: el nexo entre presocráticos y ciencia moderna

The Swerve (el viraje o golpe de timón: entrevista con el autor en PBS) cuenta el contexto en que se fraguó, se perdió y volvió a recuperarse -eso sí, 15 siglos después- De rerum natura [libro íntegro traducido por José Marchena en Wikisource], el poema de Lucrecio, para muchos la obra poética cumbre de Roma.

Cuando Tito Lucrecio Caro escribió Sobre la naturaleza de las cosas, el poeta y filósofo epicúreo desconocía la repercusión que su obra tendría en el nacimiento de la ciencia moderna 1.500 años después, cuando los humanistas italianos redescubrirían un texto con un contenido tan universal y subversivo que, desde el siglo XV y hasta inicios del XIX, hubo intentos de volver a enterrarlo en el oscurantismo.

(La imprenta hizo prácticamente imposible la desaparición de una obra, por muy polémica que resultase; edición de 1675)

Pero el redescubrimiento de Sobre la naturaleza de las cosas coincidió con el auge del interés sobre los clásicos, el coleccionismo de estatuas y otros objetos de la Antigüedad y la popularidad de obras literarias renacentistas que emulaban las antiguas.

El libro más peligroso de la historia hablaba… sobre la naturaleza de las cosas

Fue primero un proceso lento, pero Lucrecio pasó de mano en mano entre los intelectuales más influyentes de Florencia y el resto de Europa.

Los 7.400 hexámetros y 6 libros de la obra, en un exquisito latín alabado por contemporáneos de Lucrecio como Cicerón, que ordenaron su copia para sus librerías privadas -los humanistas sabían de su existencia por referencias de otros autores latinos-, recopilan las ideas de los epicúreos, mucho más sólidas, coherentes y comedidas de lo que la Iglesia contó durante siglos:

  • primer libro: invoca a la naturaleza (personalizada en el erotismo de Venus) con autoridad panteísta, relatando su fuerza germinadora y composición: átomos y vacío;
  • segundo libro: describe las propiedades de estas pequeñas partículas: se encuentran en constante movimiento y se agrupan -o disgregan- a menudo, según influencias del entorno;
  • tercer libro: se centra en la mortalidad del alma (torpedo en la línea de flotación del pensamiento místico de Platón y las religiones abrahámicas);
  • cuarto libro: trata de la sensación y de todo aquello que experimentamos, que forma parte también del mismo universo de partículas y vacío;
  • quinto libro: sobre el mundo;
  • sexto libro: fenómenos atmosféricos, enfermedades y otros acontecimientos que nos afectan.

La peligrosidad de un poema que afirmaba la mortalidad de nuestro alma

Desde sus inicios como institución heredera del Imperio Romano, la Iglesia receló de la capacidad de sugestión del epicureísmo, una filosofía de vida que negaba la vida después de la muerte, o que existiera cualquier tipo de Providencia, entre otros supuestos sacrilegios.

Pero, más allá de su capacidad de sugestión, De rerum natura albergaba una peligrosa enseñanza: el germen de la emancipación del individuo con respecto de la supuesta infalibilidad de la religión dominante.

La gente podía sublevarse, evitar el pago de impuestos y dedicarse al disfrute contemplativo si tenían la convicción de que su alma era tan mortal como su cuerpo, como habían sugerido los “paganos” epicúreos. Eso pensaron en la curia romana y también en los estamentos políticos (el propio Maquiavelo recelaba de tanta “libertad” de conciencia).

El poema que liberaba al lector del miedo a los dioses y a la muerte

La Iglesia había comprendido que el poema de Lucrecio tenía unas implicaciones peligrosas para una institución que quería gobernar en nombre de la Providencia y de la diseminación entre la población -no educada, supersticiosa- un miedo antiguo, oscuro y visceral a las represalias eternas.

Si se perdía el miedo a la muerte y al castigo eterno, la infelicidad humana podía convertirse en lo que luego, ya en plena Ilustración, el preámbulo de la Declaración de Independencia de Estados Unidos expuso por primera vez con solemnidad: el derecho de las personas a buscar su propia felicidad, así como a asegurar los derechos humanos fundamentales sin la interferencia ni dependencia religiosas.

Lucrecio explicaba el atomismo en un latín exquisito, alabado por sus contemporáneos y quizá disfrutado en secreto por algún irredento copista anónimo no conformado con reproducir de manera mecánica el contenido pagano de un viejo códice en mal estado. Se considera el mejor exponente de la poesía de Roma.

Más allá de su belleza formal y erudición, algo preciado en una época en que el latín de las elites se había empobrecido, De rerum natura daba pistas al lector para perder el miedo a los dioses y a la muerte.

La supervivencia de un manuscrito del siglo IX en una abadía aislada

Desacreditado racionalmente el misticismo, que causaba la infelicidad humana según los epicúreos, se derrumbaba la base argumental sobre la que los teólogos habían asegurado el control institucional desde el derrumbe del Imperio Romano.

Las ideas del poema de Lucrecio lograron superar el oscurantismo de la Edad Media por pura casualidad: la recuperación in extremis de un códice olvidado con la copia completa de la obra, justo en un momento en que los costosos códices con escritos “paganos” eran rascados para albergar nuevas obras copiadas en los escriptorium, la mayoría teológicas.

Su belleza formal fue reconocida al instante, pero sus ideas fueron todavía ridiculizadas durante décadas, y no sólo por la Iglesia, sino también por los humanistas que copiaban el clásico de su puño y letra y destacaban la belleza del latín de Lucrecio. Poco a poco, no obstante, las ideas atomistas se abrieron paso.

El atomismo de Epicuro

El motivo: su irresistible coherencia. Según Lucrecio -y los atomistas epicúreos anteriores y posteriores al poeta romano-, la naturaleza se encuentra en un proceso permanente de creación y destrucción, y todo lo que vemos, desde las estrellas más lejanas a los objetos que nos circundan y nuestra propia persona, está conformado por átomos en constante movimiento y vacío.

El atomismo mecanicista de Leucipo y Demócrito (maestro y alumno, siglos V y IV aC), fue ridiculizado ya en la época de ambos presocráticos, y sus postuladores más influyentes padecieron desde burlas hasta rechazo frontal y prohibición por herejía en función de la época.

Las ideas de Demócrito, base de la ciencia moderna desde de la recuperación del poema de Lucrecio en el siglo XV, habrían caído en el olvido de no ser porque, todavía en el siglo IV aC, Epicuro fundó su propia escuela filosófica a partir del atomismo.

(Imagen: “Ejemplar de Burdeos”; copia de los Ensayos de Michel de Montaigne anotada por él mismo -1588-)

Para Epicuro, todo eran pequeñas partículas en movimiento y vacío, y la mejor manera de celebrar este proceso natural universal era siendo conscientes de nuestra mortalidad y disfrutando de la vida.

Epicúreos y estoicos

Partiendo de esta visión del universo, Epicuro recomendaba disfrutar de la existencia usando la razón (hedonismo racional) en un mundo donde todas las cosas estaban conformadas por las mismas partículas esenciales (atomismo), una especie de celebración de la mortalidad de la existencia humana.

La filosofía de vida de Epicuro no estaba alejada y era incluso compatible con el estoicismo, más sobrio e introspectivo. Pero el estoicismo no suscitó el mismo rechazo frontal tras la ascensión del cristianismo.

Lucrecio supo expresar los matices del atomismo, evitando el determinismo de Demócrito y decantándose por las teorías de Epicuro, que creía que los átomos se ensamblan o disgregan en el vacío en función de una serie de fuerzas (la primera aproximación a lo que culminaría en el siglo XX con la teoría de la relatividad de Einstein).

(Imagen: dibujo sobre las fases lunares de Galileo Galilei -1616-)

Pero las ideas expresadas por Lucrecio no lo tuvieron fácil con la consolidación de la ortodoxia en las religiones abrahámicas.

Los detractores de una filosofía de vida que rechazaba las principales ideas platonistas (inmortalidad del alma humana, existencia de la Providencia, etc.), se mofarían durante siglos de las ideas que, gracias a un hallazgo fortuito de un humanista italiano del siglo XV, recuperaron su influencia en el Renacimiento y sentaron las bases de la ciencia moderna.

Salvadores de los últimos libros perdidos: los bibliófilos humanistas

The Swerve convierte la búsqueda del funcionario papal y aficionado a descubrir códices en oscuras abadías en una auténtica aventura. Conocemos gracias a este ensayo la compleja existencia de Poggio Bracciolini, el funcionario papal que copiaría en 1418 un códice con el poema en una abadía del sur de Alemania (probablemente Fulda, especula Stephen Greenblatt en The Swerve).

Los libros de la Antigüedad habían dejado de copiarse en el siglo IX, y los últimos códices conservados en buen estado eran rascados y reutilizados. Otras copias se desintegraban total o parcialmente, salvo las que contenían algún clásico reconocido y aceptado.

Los buscadores de libros del Renacimiento, como el propio Poggio, evitaron que algunas obras griegas y romanas se perdieran para siempre.

Eran tiempos convulsos en la Iglesia, con el Cisma de Occidente y sus consecuencias todavía candentes: las principales potencias europeas habían elegido a distintos candidatos al puesto supremo de la Iglesia (el antipapa Juan XXIII, Benedicto XIII -el Papa Luna- y Gregorio XII eran considerados pontífices por sus respectivos aliados internacionales).

El camino de la razón: cuando “De rerum natura” empezó a ser leído

La crisis de morales en la Iglesia y las consecuencias impositivas de su control por potencias extranjeras acabarían impulsando las ideas reformistas del protestantismo. 

De rerum natura caló entre reformistas de la Iglesia y científicos al principio tolerados por Roma, y más tarde perseguidos. El panteísmo reformador y con vocación empirista de Giordano Bruno hundía sus raíces en el poema de Lucrecio y las ideas allí recuperadas. Bruno fue quemado en la hoguera.

El atomismo siguió su curso y la imprenta acercó a Lucrecio incluso a España, potencia de la Contrarreforma y la Inquisición (tierra de insignes panteístas perseguidos, como Miguel Servet y de Francisco Sánchez el Escéptico; no es casual que Giordano Bruno, Miguel Servet y Francisco Sánchez hubieran pasado por la Facultad de Medicina de Toulouse).

Stephen Greenblatt recuerda en The Swerve los casos del doctor Alonso de Olivera, que poseía en el siglo XVII una edición francesa de De rerum natura de 1565; Francisco de Quevedo compró en 1625 una copia por un real; mientras el anticuario sevillano Rodrigo Caro guardaba en su librería del siglo XVII dos copias impresas en Antwerp en 1566.

Un caso más curioso: un tal padre Zamora guardaba celosamente en su celda una bella edición de De rerum natura impresa en Ámsterdam.

Un aliado de Lucrecio y el atomismo: la imprenta

Stephen Greenblatt explica la irresistible diseminación de De rerum natura gracias a la imprenta: “Como Tomás Moro descubrió al intentar quemar traducciones protestantes de la Biblia, la imprenta hizo exasperadamente difícil matar a un libro”.

Por muy subversivo para la Iglesia y los creyentes más dogmáticos el contenido de un poema escrito por un poeta epicúreo romano en el siglo I aC, su contenido se había popularizado y era recomendado entre eruditos, así como legado a hurtadillas en universidades y librerías privadas.

La muerte de Giordano Bruno en la hoguera no había parado la diseminación de un conjunto de ideas de origen presocrático con una importancia vital para el inicio de avances en física y astronomía. Siguieron a Giordano Bruno Nicolás Copérnico, Michel de Montaigne, Galileo Galilei e incluso Isaac Newton. La influencia de Lucrecio fue crucial para que Galileo Galilei y Francis Bacon establecieran las bases del método científico.

Algo pasó desde el Renacimiento gracias al redescubrimiento de clásicos olvidados como Sobre la naturaleza de las cosas. “Algo que se impuso a las limitaciones construidas durante siglos en torno a la curiosidad, el deseo, el individualismo, la curiosidad genuina en el mundo material, las demandas del cuerpo”, explica Stephen Greenblatt.

Panteísmo, razón y pensamiento moderno

En Inglaterra y la Europa protestante, el materialismo de Lucrecio logró notoriedad gracias a la influencia de Giordano Bruno, que había residido en el país antes de volver a Italia y ser ejecutado por la Iglesia.

Shakespeare, entre otros, se vio influido por el atomismo a través de los Ensayos de Michel de Montaigne, publicados primero en francés en 1580; la obra contiene cerca de 100 citas directas de De rerum natura y es una de las obras fundacionales del panteísmo racional sobre el que se sustentaría el pensamiento científico de la Ilustración.

Para Montaigne, Lucrecio se convirtió en una sobria guía para entender la naturaleza de las cosas y tener una filosofía de vida que, más allá de las etiquetas, le permitiera vivir una existencia placentera y morir con dignidad.

Contraataque de los paramilitares del celo religioso

El 1 de agosto de 1632, la Sociedad de Jesús prohibió y condenó estrictamente la doctrina de los átomos, que atentaba contra la Providencia y “verdades” de la Iglesia como la teoría que había llevado a Tomás de Aquino a teorizar en el siglo XIII sobre la transubstanciación (metamorfosis de agua y vino consagrados en cuerpo y sangre de Cristo).

El atomismo y panteísmo de Bruno, Copérnico o Galilei, entre otros, inspirado directamente en la lectura del poema de Lucrecio, atentaba contra los dogmas eclesiásticos del Concilio de Trento y la Iglesia no estaba preparada para reconocer las ideas de un pagano romano y un grupo de herejes.

Era demasiado tarde. El materialismo ya había entrado en las librerías de los académicos protestantes. Ni siquiera las advertencias que las sucesivas copias impresas de la obra de Lucrecio habían incluido desde su reintroducción lograron que las ideas se impusieran incluso a la belleza poética de la obra.

Cartas a Lucilio

Lucrecio no sólo expresó con maestría que nosotros y nuestras almas se componen de lo mismo que todo lo que nos rodea, y son tan mortales como cualquier otro organismo. Ello no debe causarnos pesar, sino liberarnos del miedo atávico y centrarnos en los placeres de la vida.

Los retractores de las ideas de los epicúreos tenían interés en desprestigiarlas tergiversando las ideas epicúreas acerca del disfrute de la existencia. La búsqueda del placer proclamada por Epicuro y Lucrecio era consciente, concienzuda, frugal, lejos de la atribuida lujuria bacanal que el propio Poggio, recuperador de De rerum natura, había observado en el entorno del Papa.

El propio Séneca, uno de los estoicos más influyentes, reconoció en su Cartas a Lucilio la sensatez de los consejos de Epicuro.

Séneca citó ampliamente a Epicuro para expresar que no había filosofía de vida coherente que permitiera a los desequilibrados encontrar justificación del mal se hacían a sí mismo ni a otros.

Epicureísmo vs. insaciabilidad a lo Calígula o a lo Borgia

Quienes buscaban un reconocimiento del hedonismo desenfrenado y autodestructivo en el epicureísmo, encontraban una filosofía de vida más cercana de lo esperado al estoicismo y el eudemonismo.

El hedonismo racional era igual de difícil de integrar en la existencia de uno con coherencia, y el desenfreno era más propio de la locura y el histrionismo, como el propio Séneca pudo comprobar en la figura de Calígula, que se mofó de él por su influencia oratoria en el Senado y ordenó su ejecución, que finalmente no se produjo.

Lucrecio: “Es edificante, como contemplar el inmenso mar alborotado por el viento desde la orilla, observar las tribulaciones de otro: no porque los problemas de cualquiera supongan una alegría deliciosa, sino porque es agradable observar de qué tormentos uno mismo es libre”.

Epicuro era el primero en recordar que, para disfrutar de los placeres de la vida y evitar el dolor, había que superar la prueba más exigente de la existencia, conocerse y ejercer autocontrol sobre uno mismo.

La emancipación del individuo

Más de 15 siglos después, Giordano Bruno, Michel de Montaigne o Nicolás Copérnico, entre otros, reconocerían el valor de De rerum natura al exponer con maestría el significado más profundo de la emancipación humana con respecto del misticismo religioso, así como el peso de esta responsabilidad:

  • un hombre con alma mortal en un universo compuesto por las mismas partículas de su propia sustancia, liberado del miedos atávicos y complejos de culpa transmitidos de generación en generación, con el destino en sus propias manos, capaz de tener un propósito autónomo y autosuficiente;
  • más que autodestructivo, como creía Nicolás Maquiavelo que podía ser un individuo consciente de su mortalidad (y liberado del miedo a Dios y a la muerte), un ser humano racional y con alma mortal estaba más preparado para lograr una felicidad en su cotidianeidad, tal y como habían defendido las filosofías de vida clásicas;
  • si la realidad, el universo y el propio ser humano estaban conformados por lo mismo: átomos en constante movimiento agrupándose y desagregándose en el vacío, se abrían nuevos caminos teóricos para la ciencia, ahora integrados con naturalidad en el mundo moderno (en la época de Bruno, suficientemente sacrílegos como para quemar a alguien en la hoguera).

El sentido de la vida

Como los estoicos, los epicúreos tampoco se olvidaban de la muerte y del difícil trasiego del ser humano para aceptarla de manera racional.

Michel de Montaigne recurrió de nuevo a Lucrecio en sus últimos años, cuando le invadían las dudas y veía a gente moribunda arrepintiéndose de no haber hecho ésto o aquéllo.

Lucrecio le reconfortaba en estos momentos: “Pero esto fallan en añadir: que después de que mueras / Ninguna de esas cosas colmarán tus deseos”. Montaigne quería que la muerte le fuera a encontrar trabajando en su jardín inacabado, “ya que filosofar es aprender a morir”.

Historia del hallazgo de un Lucrecio anotado

Sabemos mucho más acerca de la intimidad espiritual que unió a Michel de Montaigne con De rerum natura, gracias a un hallazgo fortuito que podría constituir la base de una novela o ensayo al estilo de El nombre de la Rosa, El código Da Vinci o The Swerve: How the World Became Modern.

Este último título explica cómo, en 1989, Paul Quarrie, entonces bibliotecario de Eton College, compró una copia anotada de la edición de 1563 de De rerum natura, editada por Denys Lambin. Pagó 250 libras por ella.

Las notas, en latín y francés, fueron revisadas por Quarrie y pronto se confirmaron sus sospechas: había comprado la copia de Sobre la naturaleza de las cosas del propio Michel de Montaigne, anotada de su puño y letra.

Una de las anotaciones decía:

“Debido a que los movimientos de los átomos son tan variados, no es inconcebible que los átomos se hubieran reunido una vez de esta manera, o que en el futuro se vuelvan a reunir de nuevo, alumbrando otro Montaigne”.