Hay más información que nunca pero, desafiando las ideas preconcebidas, más información no ha resultado hasta el momento en individuos mejor informados, argumenta Clay Johnson en The Information Diet.
Sucede más bien lo contrario: al ser más fácil que nunca abstraerse de la información que no interesa ni atrae, los nuevos hábitos, basados en recomendaciones y en consumir información afín a ideas preconcebidas, han creado silos de información.
Algo así cavernas informativas ideales donde es fácil confundir el informarse lo mejor posible con retozar entre la información partidista, que pinte las cosas según nuestros intereses. A nadie le amarga un dulce.
Corremos el riesgo de transformar el viejo lema, ya obsoleto, de The New York Times, “All the News That’s Fit to Print” (todas las noticias dignas de ser imprimidas), en un más parcial y atomizado “todas las noticias que queremos consumir”, justo cuando la tecnología ha resuelto la limitación física, la linealidad y falta de bidireccionalidad de prensa, radio y televisión.
Fronteras desdibujadas entre creador y espectador
Leí con interés un comentario dejado en una entrada recién publicada, en la que se expone por qué la genialidad y el talento aparecen en grupos conformados por individuos que, al parecer, se retroalimentan.
Según el autor del comentario, más cantidad y mejores herramientas para producir información y entretenimiento no implica que el talento siga la misma deriva. El talento, explica el comentarista, no se ha multiplicado después de que muchos consumidores sean ahora también creadores; eso sí, lo ha hecho más bien el nivel de ruido que sorportamos.
“La digitalización -decía el comentario- lleva consigo una banalización del talento”. Nos valemos de dispositivos ajenos a nosotros que “crean la falsa ilusión de hacernos creer que tenemos ‘talento’, cuando en realidad lo único que tenemos es una competencia mínima para usar una ‘máquina de talento'”.
Riesgos de montar nuestra propia (y parcial) caverna platónica
Según Johnson, cada vez consumimos más información afín a nuestras preferencias. Y, según el comentarista de la anterior entrada en esta bitácora, más que aprovechar las herramientas digitales para aportar contenido digital, contribuimos al ruido, sin añadir valor a ninguna hipotética conversación. Reflexiones complementarias.
Clay Johnson establece en su ensayo un paralelismo entre nuestra dieta alimentaria y nuestra dieta informativa. Del mismo modo que existe la comida basura y hay empresas que abusan de azúcares, sal y otros ingredientes para vender más, también hay información poco saludable y hábitos personales que amplifican sus efectos sobre nuestra salud e interpretación de la realidad.
El caso de las afiliaciones políticas ilustra lo fácil que lo tenemos para interpretar la realidad según la información que proporcionen medios y bitácoras afines, recomienden amigos o personalidades que respetamos, etc.
OWS, Tea Party y otros productos de una dieta informativa desequilibrada
Ocurre a ambos lados del espectro político tradicional, ya que en Internet se mantienen, y a menudo polarizan, las afiliaciones entre productores de información y corrientes de pensamiento.
Consumir sólo la información recomendada por amigos y producida por personas y medios “afines” ha producido desde la última crisis financiera dos movimientos situados en extremos opuestos, presentes en las sociedades desarrolladas, países con libertad de información y población “formada”, capaz de discernir y libre de hacerlo: OWS y el Tea Party.
Occupy Wall Street (incluir aquí los demás Occupy, así como el 15M, etc.) y, en el otro extremo, el Tea Party, se atraen y repelen. Su origen es, igualmente, parecido; ambos flirtean con el populismo y la frase fácil, el pancartismo provisional y la información sesgada, basada en las teorías conspirativas. Cada grupo cuenta con sus intelectuales y legión de seguidores.
República de Weimar II: acomodarse entre teorías conspirativas
Ambos movimientos cargan contra el Demonio, el Culpable. Aseguran analizar la sociedad y lo que ocurre con conocimiento de causa y creen tener las soluciones. El Otro. No hay autocrítica.
Ambos movimientos no habrían sido posibles sin la nueva dieta informativa con epicentro en Internet: consiste en consumir la información con la que simpatizamos, ninguneando lo que nos conviene. Empacharse con las filias, enterrar las fobias.
Sin llegar a los extremos de OWS-15M y Tea Party, la sociedad en su conjunto padece de esta nueva dieta informativa, consistente en mayor cantidad, pero no acompañada por mayor calidad, que nos ha convertido en algo así como “obesos informativos”: se extiende la sobrecarga informativa.
Un consejo del economista Tyler Cowen: sospecha de los relatos sobre la realidad (y de las aparentes conspiraciones que encierran).
Más información no soluciona el partidismo
Clay Johnson sostiene con cierto éxito el paralelismo entre las dos epidemias que definen, a su parecer, la actualidad: la alimentaria y la informativa.
Según el autor, se necesita algo más que productividad y eficiencia para establecer hábitos saludables de consumo de información. Si la comida basura puede conducir a la obesidad, la información basura alumbraría nuevas formas de ignorancia difíciles de detectar por el propio individuo, que se considera a sí mismo “informado”.
El ensayo es el resultado de más de una década de trabajo de trinchera procesando información pública y tratando de convertir grandes cantidades de datos en herramientas que mejoraran la vida cotidiana de ciudadanos cada vez más informados.
Johnson trabajó 10 años en Sunlight Foundation, una organización con sede en Washington con la premisa que mayor acceso a información gubernamental conduciría a los ciudadanos a tomar mejores decisiones.
Tiempo de mejorar los hábitos en el consumo informativo
No pensaba lo mismo cuando dejó el lugar: dada la cantidad de información, es fácil ingeniárselas para destacar sólo lo nos conviene en cada momento y, así, argumentar nuestro punto de vista de manera impecable y siguiendo un método aparentemente empírico.
El autor es un activista y ha tratado de promover el cambio de hábitos en Washington, pero su ensayo constituye la expiación de sus ideas preconcebidas y un intento serio de argumentar ideas de un modo equilibrado y no partidista.
El libro reivindica la importancia de rendir cuentas con nuestras ideas preconcebidas y visión del mundo, una invitación para que todos, progresistas y conservadores, libertarios y extrema izquierda, abandonen su ideario de cartón piedra y, una vez fuera de la zona de confort, se enfrenten a sus “desequilibrios” informativos.
Clay Johnson: “uno no puede simplemente inundar el mercado con brócoli y tener la esperanza de que la gente dejará de comer patatas fritas. Si una gran mayoría de gente sólo busca información que confirme sus creencias (…), la información acaba siendo tergiversada por las máquinas de ruido de la izquierda y la derecha…”.
Sobre la necesidad de ser críticos con las teorías conspirativas
El autor recoge la misma idea en la cita de Steve Jobs con que abre la introducción del ensayo, una cruda constatación de que no sólo es necesario disponer de información libre y de calidad, sino tener la determinación de consumirla con capacidad crítica.
La cita de Steve Jobs: “Cuando eres joven, miras la televisión y piensas: existe una conspiración. Las cadenas conspiran para atontarnos. Pero cuando te haces mayor, te das cuenta de que eso no es verdad. Las cadenas permanecen en el negocio para dar a la gente exactamente lo que la gente quiere”.
“Y esa es una reflexión mucho más deprimente -proseguía Jobs-. ¡La conspiración es mucho más optimista! ¡Puedes disparar a esos bastardos! ¡Podemos tener una revolución! Pero las cadenas permanecen en el negocio para dar a la gente lo que quiere. Es la verdad”.
Consecuencias sociales de los hábitos informativos
Pero las consecuencias de ofrecer a la mayoría únicamente lo que quiere, ahora a través de canales personalizados y por el móvil, la tableta electrónica o el ordenador, son dramáticas, en opinión de Johnson, más incluso que la obesidad física: “Nuestros hábitos informativos van más allá de afectar al individuo. Tienen serias consecuencias sociales”.
“Así como una dieta pobre causa varias enfermedades, una dieta informativa pobre inocula nuevas formas de ignorancia. Una ignorancia que no procede de la ausencia de información, sino de su consumo excesivo, dolencias e ilusiones que no afectan a los desinformados, sino a los hiperinformados y educados”.
A raíz de su experiencia procesando ingentes cantidades de datos, Johnson se preguntó si es posible establecer un marco para consumir información de un modo sano en la era de las redes sociales; la última parte del libro expone qué constituye, según él, la información saludable, y cómo el individuo puede identificarla, consumirla con equilibrio y beneficiarse de ella.
Y, siempre que reconozcamos la validez del paralelismo entre obesidad y sobrecarga informativa (ruido, información de mala calidad, insistencia en un sólo punto de vista para observar la realidad), The Information Diet consigue su cometido.
El oficio de productor de información
Tanto el productor como el consumidor están en el epicentro del cambio profundo; a menudo se funden, confunden, intercambian sus papeles.
El oficio de crear información se confunde con la afición: productores que son consumidores y a la inversa, mientras ciudadanos anónimos publican información en tiempo real sobre acontecimientos a los que asisten.
Existen, además, eternos debates sobre la diferencia entre profesional y amateur, periodista y bloguero, documental y vídeo casero, etc.
PressPausePlay (y el riesgo de que se convierta en un bucle infinito)
Ocurre con la industria de la información y el entretenimiento en general, como explora el documental PressPausePlay. En éste se exponen las posibilidades y riesgos de una cultura fragmentada, con herramientas para crear y publicar al alcance de todos, pero más expuesta que nunca al ruido.
El documental trata de responder si los avances digitales de la última década y el abaratamiento de la producción de contenidos inician nueva era de creatividad o, por el contrario, multiplican el ruido y la repetición, replicando, más que aumentando, el talento existente.
Todos formamos parte de la nueva conversación, tal y como nos recordó la revista Time en diciembre de 2006, cuando convirtió los usuarios de Internet en su Personaje del Año. Muchos de nosotros producimos y consumimos parte de este contenido durante horas. A todos nos interesa su calidad y deriva.
Breve historia de un antiguo estudiante de periodismo
Pese a haber estudiado periodismo (en la UAB, Universitat Autònoma de Barcelona, en la segunda mitad de los 90), me cuesta describir qué ha ocurrido con el oficio en los últimos años, como a cualquier otra persona familiarizada con Internet y la creación de contenidos.
La Internet social y móvil ha acelerado muchos cambios y ha dejado cortas las tesis expuestas por Jeremy Rifkin en un libro que constata su tesis en el título: El fin del trabajo.
Algunos periodistas de la vieja escuela tienen la sensación de que su oficio es tan obsoleto como el de operador de telefonía; no hablo de las compañías, sino del oficio, ya olvidado, asumido por individuos que conectaban físicamente las localizaciones telefónicas de dos interlocutores.
Recibir y copiar teletipos y, a menudo, leer el periódico, es hoy tan obsoleto como conectar a dos conferenciantes telefónicos con clavijas en una centralita de llamadas.
Quién mató a la prensa diaria
Por eso, los medios de comunicación tratan de adaptarse con más análisis, cuando no pueden competir en frescura. En 2006, The Economist se preguntaba quién había matado a la prensa diaria, mientras las compañías tradicionales no afectadas seguían mirando hacia otro lado.
Entre la sociedad de la información y el protagonismo productivo de los países emergentes, hay trabajos que se han transformado radicalmente, mientras otros han dejado de tener sentido.
La información y, en concreto, la transparencia informativa, son más necesarias que nunca, pero ni los antiguos profesionales ni los nuevos productores, entre los considerados profesionales y los amateurs, conocen cómo será el modelo en apenas unos años.
La transparencia no es la respuesta universal
Porque, como expone Clay Johnson en The Information Diet, “la transparencia no es la respuesta universal”, sino que el propio individuo debe prepararse para discernir qué contenidos pueden enriquecer su visión de la realidad y cuáles inciden, por el contrario, en una polarización partidista.
Un dato anecdótico que confirma el cambio de modelo, que confirma que las antiguas casas de noticias no sólo han dejado de monopolizar la información, sino también parte de la credibilidad e innovación: la bitácora The Huffington Post, sobre cuyas prácticas como agresivo agregador de noticias se bromea, ha ganado su primer premio Pulitzer.
El periodismo ha cambiado. El próximo paso es un premio Pulitzer a algún reportero considerado amateur, aunque las fronteras y etiquetaje entre profesional y amateur se desvanecen.
Sobre el oficio de concentrarse, contemplar, pensar
El ensayo The Information Diet, el comentario de un lector en la anterior entrada de este blog y el documental PressPausePlay constatan una misma realidad. Hay ruido, sobrecarga informativa, estrés, desorientación, transición desde una realidad con modelos claros a otra en constante cambio.
La sobrecarga informativa afecta a nuestra habilidad para meditar, relajarnos, articular discursos creativos y de calidad. Hay estudios que exponen que la interrupción constante y la multitarea empobrecen nuestra reflexión.
Demasiada información también conduce a posponer tareas. Hemos perdido incluso la habilidad para contemplar, escrutar nuestro interior, justo cuando los estudios relacionan reflexión interna y capacidad de concentración con los mecanismos para innovar y ser productivos.
Invitando al individuo a que piense por sí mismo
La solución, argumenta Clay Johnson en The Information Diet, reside en nosotros mismos. En nuestra capacidad crítica y de aprendizaje para evitar una dieta informativa basada exclusivamente en pequeños retazos de entretenimiento y visiones amenas de lo que queremos leer, ver o escuchar de antemano.
Johnson: “Como cualquier buena dieta, la dieta informativa funciona mejor si piensas en ella no como un modo de negarte información, sino de consumir más la información apropiada y desarrollar hábitos saludables”.
El resultado que el autor desea para el lector es el que muchos escrutamos de manera consciente, sobre todo en momentos económicos y sociales especialmente complicados: “un estilo de vida más saludable y feliz”.
No hay dietas (informativas) milagro
No hay dietas milagro. La transparencia informativa de algunos medios a los que cualquiera puede acceder tampoco ha conformado una opinión pública más madura, menos polarizada.
Es tiempo de mantener los ojos abiertos y, dentro de nuestras posibilidades, contribuir a la información saludable, más que apuntarnos al torrente de ruido, por muy fuerte que baje.
Y evitar los cantos de sirena del populismo.