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El arte de elegir: celebrando la vigencia del libre albedrío

Según el desaparecido periodista británico-estadounidense Christopher Hitchens, la gran herencia olvidada de la tradición grecorromana es el libre albedrío o individualismo.

De ella dependen los grandes logros humanos, según personas tan apartadas en la ideología y el tiempo como el proto-libertario chino Zhuangzi; Séneca (determinista de lo universal como todos los estoicos, pero defensor de la libre elección humana); el escéptico Michel de Montaigne; o la controvertida objetivista Ayn Randensalzadora del papel histórico de los aristotélicos.

Los defensores de un libre albedrío sin injerencias

El propio Christopher Hitchens, periodista y escritor dedicado a disertar como un socrático sobre los grandes temas (sobre todo, libertades, política y religión, pero en Vanity Fair recibió encargos de todo tipo: se sometió voluntariamente a torturas para conocer su brutalidad; o se depiló todo el cuerpo y escribió sobre ello, entre otras lindezas), y Ayn Rand (a la que detestaba públicamente cuando le preguntaban por ella) creían en un libre albedrío absoluto, ausente de toda mística exterior.

Para ambos, el ser humano debe ser fiel a su facultad para razonar, que es la que lo separa del resto de los seres vivos, y por tanto evitar la delegación de esta capacidad a terceros. De ahí que negaran el socialismo ortodoxo (aunque Hitchens, como expone en su biografía Hitch 22, se declaraba trotskista) y la religión.

Atractivos del trascendentalismo

Partiendo de la misma tradición aristotélica, otros pensadores han optado por un individualismo con una ética que tiene más en cuenta las aristas del ser humano: sus intangibles (sentimientos, alma, inconsistencia, altibajos). Ejemplos: desde el positivismo de Herbert Spencer al trascendentalismo de Henry David Thoreau.

El protestantismo trató de aunar el libre albedrío aristotélico con el cristianismo, de un modo casi siempre consistente, aunque falto de base lógica.

Ante la imposibilidad de racionalizar las sagas abrahámicas, trascendentalistas y otros filósofos protestantes optaron por una idea de Dios panteísta, dejando de lado la tradición dogmática ligada al Próximo Oriente e inspirándose, en cambio, en los estoicos (cuya visión del universo era determinista y, a la vez, creían en el libre albedrío).

Sea como fuere, todos los mencionados son individuos -a excepción de Zhuangzi, cuya influencia era Lao-Tsé– deudores de las ideas de Sócrates y Aristóteles, y tuvieron sus grandes reservas con el alumno del primero y maestro del segundo: Platón y su misticismo, tan influyente en lo más consistente del cristianismo.

El libre albedrío, a través de grandes textos como la declaración y constitución de Estados Unidos, establece la capacidad del ser humano para conocerse a sí mismo, mejorar, elegir, proyectarse en un contexto sin abandonarse a lo que dicten el hechicero o la providencia.

Herramientas para el día a día

El individualismo parte de la idea de autorrealización usando el conocimiento o razón para mejorar las decisiones cotidianas.

Según Sócrates, el conocimiento conduce a obrar “bien”, mientras la ofuscación, la visceralidad y la falta de interés en uno mismo y el mundo son la única “maldad”. Los conceptos de Sócrates son muy parecidos a los taoístas, sosteniendo que “las nociones del bien y del mal son innatas en el alma humana.”

(Imagen: Aristóteles visto por José de Ribera, 1637; parte de un encargo de 5 retratos de filósofos clásicos por el príncipe de Liechtenstein en 1636)

Partiendo del libre albedrío, lo bueno y lo malo están, por tanto, en cada individuo, una idea cultivada por Sócrates y sus discípulos, desde Aristóteles a los estoicos, más interesados en “el arte de vivir“.

La profunda huella del platonismo

Recuperado por renacentistas e ilustrados, el concepto inspiró los trabajos teóricos y experimentos prácticos, y pese a los intentos por imponer distintos tipos de determinismo (teológico o con base científica y filosófica), el concepto ha prevalecido.

Eso sí, los matices y enmiendas a la libertad individual avanzan en momentos de incertidumbre, y las teorías deterministas basan su fuerza en una base filosófica donde suelen prevalecer el “misticismo” (sea de Platón, de las distintas religiones o de construcciones semánticas como “el Pueblo”, la “dictadura del Proletariado” y similares) y las fuerzas impulsivas que convierten al ser humano en un animal impulsivo e interdependiente (basta con mencionar la contribución de Sigmund Freud).

Este determinismo institucionalizado, en el que están de acuerdo los teólogos, los místicos de distinta índole y los idealistas (nacionalistas à la Fichte y marxistas) supedita el papel del individuo a lo que otros más “autorizados” (sea por divina providencia o por un comité) decidan por él.

Hijos de la batalla del siglo XX: Sigmund Freud vs Abraham Maslow

El libre albedrío e independencia del individuo con respecto de la “providencia” o lo determinado para él (por un supuesto dios o un supuesto colectivo) es el común denominador entre la filosofía clásica, el pensamiento ilustrado y teorías psicológicas y del comportamiento humano que relacionan autorrealización y voluntad propia racional.

En una formulación sencilla, es el “sé como deseas ser” de Sócrates.

En términos psicológicos, las dos grandes teorías del siglo XX, el psicoanálisis de Sigmund Freud y la psicología humanista (de la que parte la psicología positiva) de Abraham Maslow, representan esta dicotomía filosófica:

  • el psicoanálisis es determinista y describe la injerencia de lo impulsivo y lo místico; Platonismo, en definitiva.
  • la psicología humanista no niega el papel de los impulsos, pero destaca (a través de conceptos como la “autoactualización” o la “pirámide de las necesidades“) la capacidad de un individuo para lograr bienestar incluso en las situaciones más adversas, sirviéndose de rutinas y razón. Aristotelismo, en definitiva.

El libre albedrío, que permitiría a cada individuo buscar -de manera legítima y sin dañar a terceros- procurar su propio bienestar/felicidad, sin importar las condiciones objetivas de las que parte (desde lo más determinista, como la herencia genética, a lo más arbitrario), cuenta más que nunca.

Pirámide de las necesidades

La psicología humanista recalca que la voluntad, entendida como capacidad para desarrollar rutinas cotidianas que nos mantengan en un comportamiento racional y enriquecedor, puede surgir hasta en las condiciones más desfavorables.

Eso sí, la autorrealización, siempre más intelectual y abstracta, surge cuando el individuo ha asegurado lo básico; pero el libre albedrío está presente en entornos distópicos, como las sociedades menos prósperas o las dictaduras más implacables con lo que se aleja de la ortodoxia.

En la actualidad, nuevos ensayos y estudios secundan las intuiciones de los filósofos clásicos (sobre todo, la tradición socrática que derivaría en la ética racional dominante después de Aristóteles, el estoicismo): el cultivo interior y de la razón como mecanismos para mejorar se traduce en bienestar duradero y a menudo atrae, aunque no sea el objetivo único, bienestar material.

Tú decides a qué prestas atención

En su ensayo Rapt: Attention and the Focused Life, Winifred Gallagher nos recuerda que nuestro acierto a la hora de elegir -desde las decisiones más sencillas y rutinarias a los planes maestros a largo plazo- determinará nuestro bienestar.

“Pocas cosas son tan importantes para tu calidad de vida como tus decisiones sobre cómo gastar el precioso recurso de tu tiempo libre”, expone Gallagher.

“Cuando te centras en una señal de Stop o un soneto, una ráfaga de perfume o un valor bursátil -prosigue Gallagher-, tu cerebro registra ese ‘objetivo’ y lo activa para influir en tu comportamiento. En contraste, las cosas en que no te fijas de algún modo no existen, al menos para ti”.

Más allá de los extremos de la saturación cognitiva y el pasotismo

Nos ocurre todo el día. Prestamos atención selectiva a algo y no a otras cosas, mientras nuestro cerebro usa mecanismos para prescindir de información que no considera relevante, para evitar una saturación cognitiva que nos llevaría a la demencia.

Nuestra habilidad para fijarnos en lo más adecuado según nuestra elección racional influirá sobre nuestra experiencia y, a largo plazo, sobre nuestras posibilidades de autorrealizarnos.

Las ideas de Gallagher sobre la influencia de la atención en nuestra vida, el modo en que podemos mirar atrás para aprender y proyectar nuestros objetivos en el futuro, son muy parecidas a los preceptos del estoicismo para vivir mejor.

Rutinas, concentración, práctica, ejercicio, descanso

Cualquiera que crea en su libre albedrío sin la intermediación-injerencia de alguien supuestamente más preparado que nosotros para decidir sobre nuestro futuro (sea supuestamente “providencial” e “infalible” o de carne y hueso), puede tomar sus propias decisiones según intereses racionales empezando desde ya.

Abundan los estudios y literatura sobre la importancia para autorrealizarnos de:

  • la voluntad y las rutinas;
  • la capacidad de concentración;
  • la práctica (sean 10.000 horas lo necesario para alcanzar el grado de experto en alguna actividad, como argumenta Malcolm Gladwell, o dependa más de una conjunción de situaciones sobre las que podemos influir) y el tesón;
  • el ejercicio;
  • el descanso “productivo” (saber divagar, desconectar, meditar, etc.).

Haz la prueba

Aristóteles y Platón. Libre albedrío y determinismo.

Nuestra opinión, por muy tosca que sea, sobre la filosofía, la metafísica y lo que los clásicos llamaron “filosofía de vida” (o cómo vivir), afectará nuestras decisiones cotidianas, y la vida está compuesta de la acumulación de éstas.

En Guerra y paz, una de esas novelas para entender el mundo, Lev Tolstói sentencia:

“Tú afirmas: No soy libre. Pero yo he alzado y bajado mi brazo. Todo el mundo entiende que esta respuesta ilógica es una prueba irrefutable de libertad.”