El Proyecto Genoma Humano debía demostrar la “fatalidad” de nuestra genética, su determinismo. Algo así como: nacemos con una “combinación” propensa a comportarse de una manera.
Ha sucedido lo contrario, cuando su estudio ha descubierto la importancia de los impulsos químicos que promueven o frenan la producción de proteínas en las células.
Estos impulsos (grupos metilos), se reordenan según nuestra actitud, manera de comer o de ejercitarnos. De modo que la voluntad se impone al determinismo genético.
Voluntad vs. determinismo genético
El determinismo genético, debido a la metilación, no sería tal.
El estilo de vida de cada uno de nuestros progenitores al concebirnos, expone la epigenética, sería casi tan importante como la combinación genética aportada.
Nuevos estudios refrendan esta teoría.
Beneficios en nuestra “esencia”: ejercicio y epigenética
El ejercicio ha formado parte de la educación humana desde las escuelas filosóficas griegas, cuando la materia más preciada por familias y pupilos, la que enseñaba a vivir (una filosofía de vida), recomendaba ejercitar razón y físico.
Sócrates consideraba una catástrofe que los jóvenes, en la cúspide de su energía, no se ejercitaran ni comprobaran su resistencia o superación personal.
Según Sócrates, nadie “tiene el derecho de ser un aficionado en materia de entrenamiento físico. Es una vergüenza que un hombre madure ajeno a la belleza y fortaleza de la que su cuerpo es capaz”.
Fronteras provisionales de rendimiento
Sin probarse a uno mismo, sin conocer las fronteras provisionales de rendimiento mental y físico, un individuo es incapaz de superar los límites que su conciencia ha establecido para él mismo.
El rendimiento físico y el mental, reconocieron los filósofos clásicos, se comportan de manera análoga: lo que en un momento determinado parece un límite insuperable, se convierte, con entrenamiento, en una cota dejada atrás.
El nuevo límite es siempre provisional, siempre y cuando la voluntad del individuo así lo considere. Desconocemos dónde está el límite, pero sí sabemos dónde no está: en las cotas ya superadas, los anteriores “límites”, antes “barreras infranqueables” y ahora parte de la experiencia.
Ejercitarnos para aumentar nuestro potencial… genético
Sócrates y sus discípulos no pudieron observar, usando principios del propio método socrático, pruebas empíricas que corroboran el profundo cambio que experimentan nuestro cuerpo y mente cuando nos ejercitamos de manera regular.
La última sorpresa tiene implicaciones hasta hace poco impensables: nuevos estudios afirman que el ejercicio puede alterar cómo los genes -el propio núcleo de nuestro ser- operan.
En otras palabras, el estilo de vida afecta a lo esencial de nuestro ser: la manera de operar de nuestra propia composición genética.
Salud, esperanza de vida, legado epigenético
Nuestra actitud y nivel de ejercicio en una época de nuestra vida se trasladarían a la manera de actuar de nuestra herencia genética, que hasta ahora considerábamos una combinación monolítica, ajena a experiencias y vaivenes.
Los estudios citados por Gretchen Reynolds en The New York Times corroboran que nuestra composición genérica, idéntica a la que tenemos al ser concebidos, también “aprende de la experiencia”.
¿Cómo logran nuestros genes adaptarse y cuáles son las implicaciones sobre nuestra salud, esperanza de vida y legado a nuestros descendientes?
Sobre un Yo atrofiado o un Yo con ganas de superarse
Si el ejercicio y otras acciones influyen sobre el núcleo de nuestro ser, “ejercitarse” pasa de ser una mera acción para tonificar nuestro cuerpo y sentirnos mejor, a una manera de mejorar cómo actúan nuestros genes, y de legar una composición genética en apariencia similar, pero “tonificada”.
Los avances científicos en las últimas décadas permiten a la neurociencia detectar minúsculos impulsos relacionados con nuestra conducta en distintos lugares del cerebro, así como experimentar en animales maneras de regeneración parcial de zonas dañadas o propensas a desarrollar enfermedades neurodegenerativas.
Hasta ahora, no obstante, la relación precisa entre tonificación física y beneficios físicos o mentales, entre ejercicio y conciencia resulta tan misteriosa como en la época de Sócrates.
Los efectos beneficiosos de la actividad física ya fueron descritos por los filósofos clásicos, pero seguimos indando en el funcionamiento del proceso a nivel celular.
Compuestos que estimulan combinaciones “buenas” y bloquean las “malas”
Sabemos poco más. El ejercicio -como la alimentación y tantos otros factores como relaciones sociales, etc.-, promueve la salud, reduciendo los peores efectos de un proceso natural que nos une al resto de organismos: nuestro envejecimiento. O la oxidación celular, si se prefiere.
Asimismo, cuando nos ejercitamos prevenimos obesidad, sobrepeso, enfermedades cardiovasculares, diabetes, y la medicina moderna ha logrado establecer sólidas relaciones de causa y efecto.
Finalmente, nuevos estudios exponen que los genes no son estáticos, un detalle en apariencia nimio, pero que implica que los millones de impulsos bioquímicos que el cerebro recibe de distintas localizaciones del cuerpo son alterables en función de nuestra actividad física o actitud.
Actitudes que se heredan
Si los impulsos enviados por el cuerpo influyen sobre la actividad genética, actividades como la introspección o la meditación -al fin y al cabo, asomarnos a nuestro interior- lograrían efectos similares.
Cuando se activan, los genes producen proteínas que, a su vez, desencadenan acciones fisiológicas. Uno de los modos conocidos en que las señales enviadas al cerebro afectan la actividad genética es la metilación del ADN.
Durante este proceso, grupos metilos (sustituyentes orgánicos), una combinación de átomos de hidrógeno y carbono, se adhieren al exterior de un gen, facilitando o complicando la tarea del gen determinado al recibir y responder a los mensajes que llegan del organismo.
(Imagen: un individuo que destacó por su fuerza de voluntad y su aversión al determinismo, T.E. Lawrence)
Los grupos metilos, por tanto, se recombinan para modificar el comportamiento de los genes, sin alterar su estructura fundamental. La tarea de estos sustituyentes orgánicos no es sólo crucial, sino que puede heredarse.
Epigenética y “autoactualización”
Si los patrones metilos pasan de padres a hijos, como sugieren los nuevos estudios citados por Gretchen Reynolds, nuestro estilo de vida durante la concepción influirá sobre la predisposición de los genes de nuestros hijos a comportarse de un modo determinado.
Esta teoría, conocida como epigenética era una hipótesis sólida a raíz de los hallazgos acumulados desde que en 2001 se culminara la secuenciación del genoma humano, ahora refrendada al hallar las relaciones entre la combinación de bases moleculares y el funcionamiento celular.
Algo en apariencia tan insignificante como el modo particular que átomos de hidrógeno y carbono se adhieren a nuestos genes juega un papel crucial en nuestro Yo en permanente actualización; algo así como una versión orgánica del concepto de “autoactualización” de las necesidades humanas concebido por el psicólogo humanista Abraham Maslow.
Orígenes de la psicología humanista
En consonancia con las filosofías de vida clásicas que relacionaban el uso de la razón, el dominio de los impulsos y la vida acorde con la naturaleza como bases del bienestar duradero (socratismo, eudemonismo de Aristóteles, estoicismo, etc.), que influyeron sobre el pensamiento ilustrado, Abraham Maslow recuperó para la psicología la relación entre voluntad racional y autorrealización.
Para los psicólogos humanistas, en desacuerdo con el determinismo de los impulsos impuesto por Sigmund Freud, el gran antagonista de Maslow, el individuo puede lograr todo su potencial, su “autoactualización”, un Yo aspiracional al que se llega con determinación, esfuerzo, usando estrategias racionales. Nada de loterías.
Maslow era consciente de la influencia del pensamiento de Freud en el siglo XX, desde el mundo empresarial al empresarial, pasando por el cine y la política. Su sobrino, Edward Bernays, concibió el marketing moderno apelando a los impulsos a los que nuestro cerebro es propenso por motivos evolutivos.
Entendiendo la “mitad sana” de la psicología del siglo XX
Maslow: “Debido a que Freud proporcionó la mitad enferma de la psicología, nosotros debemos completarla con la mitad sana”.
La hipótesis de Maslow sobre la “mitad sana”, que entronca con las filosofías de vida y, a través de su éstas, con el pensamiento de la Ilustración, relaciona nuestra voluntad o “virtud” (afrontar con regularidad ejercicio, uso de la razón, meditación o introspección), con una mejor versión de nosotros mismos.
La epigenética es para la genética lo que la autoactualización para la psicología.
Nuestro estilo de vida activa desbloquea o activa combinaciones orgánicas que no sólo promueven la actividad genética que se acerca al “ideal saludable” de nuestra inalterable secuencia genética, sino que la transmiten a nuestros descendientes.
Implicaciones de la comprensión de nuestro organismo
Hace unos días, durante una conversación con unos amigos en casa de unos familiares en Seattle (Washington, Estados Unidos), surgió la epigenética como temática. En la conversación, mantenida entre varios padres jóvenes, surgió una pregunta peliaguda.
Si, en la época de concepción de nuestro hijo, uno de los padres -o ambos- está sometido a la tensión de un estilo de vida incierto y poco saludable, ¿se puede transmitir esta huida hacia adelante al comportamiento de nuestro futuro hijo?
La hipótesis de este padre en la cuarentena era más concreto: durante el nacimiento de su primer hijo, comía y bebía de manera desordenada y padecía sobrepeso. El nacimiento de su segunda y tercera hijas, años después, acaeció en una época más tranquila, sin atracones de comida o cerveza.
Es seguramente una coincidencia sin base científica, pero él se pregunta si el sobrepeso de su primer hijo, que contrasta con la delgadez de su segunda y tercera hijas, está relacionado con la epigenética.
Otro tipo de lenguaje de patrones
Coincidencia o no, lo cierto es que el proceso de metilación del ADN está íntimamente relacionado con la dieta y la actividad física y, si la manera en que ocurre esta combinación se adapta a nuestro estilo de vida en un momento determinado y a su vez es transmitido a nuestros vástagos, el resto está sometido a nuestra interpretación.
Para comprender hasta qué punto el ejercicio repercute en cómo producimos proteínas, el Centro de Diabetes de la Universidad de Lund, en Suecia, ha publicado en PLoS One los hallazgos en un grupo de adultos suecos predominantemente sanos, aunque sedentarios.
El estudio mapeó los patrones de metilación del ADN previos en las células de cada participante, así como su composición corporal, capacidad aeróbica, cintura, presión sanguínea, niveles de colesterol y marcadores similares de salud y estado físico.
De “virtud” a “bienestar duradero”
A continuación se instó a los participantes a ejercitarse, guiados por un entrenador, dos veces a la semana durante 6 meses.
A los 6 meses, no sólo habían cambiado los indicadores de salud y condición física. Todos los participantes habían alterado los patrones de metilación de muchos de los genes en sus células.
Su estilo de vida activo, en definitiva, se transmitió al modo en que sus células producen proteínas. En términos de filosofía de vida clásica, la “virtud” cotidiana se había convertido en “bienestar duradero”.
Maslow y Freud
Para demostrar que el ser humano es capaz de actuar de manera racional, movido por la virtud o la recompensa a largo plazo, en lugar de someterse al dictado de los impulsos (gratificación instantánea), Maslow estudió a individuos mentalmente saludables.
(Freud hizo lo contrario, centrándose en un universo de individuos con vivencias que habían dejado profundas consecuencias psicológicas).
El universo de personas estudiado por Maslow, comprendido por individuos que se podían “autoactualizar”, persiguiendo su potencial.
Detectó que las personas experimentan “experiencias cumbre“, momentos álgidos en los que éstas se sienten en armonía con ellas mismas y lo que les rodea.
La antítesis del trauma
Algo así como un bienestar interior que, a través del comportamiento, se proyecta hacia el exterior, que minimizaría los pequeños sinsabores, convertiría cada escollo en una oportunidad, etc. La antítesis racional, en definitiva, del “trauma”, entronizado por Freud.
Asimismo, Abraham Maslow identificó los que él creía eran los principales rasgos de personas capaces de “autoactualizarse”:
- todas eran honestas con su propia conciencia;
- centradas en solucionar problemas;
- claro sentido de lo verdadero y lo falso;
- espontáneas y creativas;
- no siguen de manera estricta las convenciones sociales;
- comparten los siguientes atributos: verdad, bondad, belleza, integridad, dicotomía-trascendencia (pensamiento abstracto), vitalidad, originalidad, perfección (cualidad para encontrar lo idóneo), necesidad (tiene que ser de una manera precisa, y no de otra), capacidad para completar (finalizar), justicia, orden, sencillez, riqueza, capacidad para actuar sin esfuerzo, actitud positiva, autosuficiencia (independencia, autonomía: aunque sea impopular).
De haber conocido los detalles de la epigenética, Maslow habría sabido integrarlos al concepto de autorrealización usando razón y perseverancia, conceptos que parten del socratismo, eudemonismo, estoicismo, etc.
Sobre legados
Qué mejor herencia, habrían coincidido Sócrates, Séneca, Baruch Spinoza o Abraham Maslow (todos eudemonistas, al fin y al cabo) que un estilo de vida saludable. Una propensión a comportamientos racionales, a usar la fuerza de voluntad, a acercarnos, con cada detalle, a un bienestar duradero posible, real, de este mundo.
No el deseo concedido por un genio aparecido en una lámpara, ni el pelotazo de la lotería, ni el milagro aparecido de la nada.
Más bien, se trata del producto cuantificable de bienestar logrado con cada actitud, cada esfuerzo, cada pequeña superación que sitúa a lo que era imposible ayer en un antiguo límite inalcanzable.
Ahora, ese límite queda atrás, ha dejado de serlo. Seguimos sin saber hasta dónde podemos llegar.
Creatividad orgánica
Mientras tanto, los grupos metilos siguen combinándose en su fabulosa complejidad que apenas hemos empezado a comprender, facilitando la tarea a los genes que celebran nuestro potencial, y complicándola a aquellos que nos hacen enfermar, o complicarían la existencia a nuestros hijos.
La ciencia da la razón, de nuevo a quienes promovieron el “arte de vivir”: filosofías de vida realistas, sin pelotazo, que celebraban lo cotidiano, la introspección. Ser mejores en cada momento, para proyectarlo incluso a nuestros descendientes.
Qué mejor herencia. En cualquier caso, será la voluntad de cada individuo la que forje el comportamiento de sus genes.
T.E. Lawrence: “Todos los hombres sueñan, pero no de la misma manera. Los que sueñan de noche, en los polvorientos recovecos de su conciencia, se despiertan y descubren que era vanidad. Pero los soñadores diurnos son peligrosos, porque experimentan sus sueños con los ojos abiertos, para hacerlos posible”.