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Tendencias de diseño contra la obsolescencia programada

Reflexionar sobre los hábitos de compra ha abandonado el terreno minoritario. La obsolescencia programada, o planificación premeditada para limitar la vida útil de un producto o servicio y estimular una nueva compra, es un fenómeno contra el que merece la pena luchar.

The Light Bulb Conspiracy, documental franco-español de Cosima Dannoritzer, emitido en España por Televisió de Catalunya (Comprar, llençar, comprar) y, acto seguido, por Televisión Española (Comprar, tirar, comprar), ha contribuido a una mayor concienciación pública acerca de los problemas que causan los productos que pierden su utilidad en tiempos cada vez más cortos.

La conspiración de la bombilla

El documental, disponible para su visionado en Internet, también ha tenido una cierta difusión en otros países, gracias a la emisión en varios países europeos y a la cobertura de algunos medios especializados.

¿Es una moda pasajera, o una tendencia creciente que logrará que la obsolescencia programada sea combatida por consumidores más exigentes y conscientes de cómo se ha acelerado el fenómeno en sectores como el informático y electrónico?

El documental de Dannoritzer expone por qué sentimos el deseo de tener algo un poco más nuevo, más pronto y con mayores prestaciones que el anterior, y por qué este proceso es lo suficientemente sutil como para no haber despertado un rechazo generalizado durante décadas.

Por qué deberíamos saber quién fue Edward Bernays

El aspecto psicológico del consumo, expuesto en The Century of the Self, una serie de documentales dirigidos por Adam Curtis para la BBC, que explican cómo las teorías psicológicas de Sigmund Freud y su sobrino Edward Bernays influyeron en el modo de controlar tendencias políticas y de consumo, a través del uso de tácticas de relaciones públicas en las que se usaban, por primera vez, tácticas relacionadas con el estímulo del suconsciente.

La irresistible historia expuesta por Adam Curtis sitúa al olvidado Edward Bernays a la altura de los personajes más influyentes del auge del consumismo tras la II Guerra Mundial. Curtis recuerda en el documental cómo las empresas y la política (sobre todo la estadounidense), se sirvieron de campañas relaciones públicas que apelaban, a través del psicoanálisis, a los impulsos irracionales y primitivos de la población.

The Century of the Self cita a Paul Mazer, banquero de Lehman Brothers en la década de los 30 del siglo pasado, cuando intuía la tendencia que predominaría en adelante: “Debemos transformar a América desde una cultura de las necesidades a otra del deseo. La gente debe ser entrenada para desear, para querer nuevas cosas, incluso antes de que lo viejo haya sido enteramente consumido. […] Los deseos del hombre deben eclipsar sus necesidades”.

El auge de la obsolescencia programada, en la década de los 20 y los 30 del siglo XX, coincide históricamente con el esfuerzo de relaciones públicas para apelar a las emociones irracionales de la opinión pública de Estados Unidos y el resto de los países occidentales y así fomentar un consumo y un voto basado en la imagen y los impulsos, más que en la reflexión racional y la necesidad, como aventuró el ejecutivo de Lehman Brothers, una de las instituciones que financiaría la expansión corporativa estadounidense.

El cartel Phoebus y sus consecuencias

Una historia, la de la creación artificial del consumismo impulsivo, acompañado de la tendencia a reducir la vida útil de los productos adquiridos, que despierta teorías conspiratorias propias de una novela negra bien urdida. Demasiado creíble como para ser desestimada sin prestarle la debida atención.

Volviendo al documental “Comprar, tirar, comprar”: acertadamente, su directora nos conduce a Livermore, California, donde la bombilla más longeva permanece encendida, habiendo funcionado ininterrumpidamente durante los últimos 109 años, lo suficiente como para haber sobrevivido a 3 videocámaras instaladas para que cualquiera pueda comprobar en Internet que su diseño continúa, más de un siglo después, siendo infalible.

La certeza de un diseño sencillo y económico, capaz de durar ininterrumpidamente, no resultó tan atractivo en los años 20 para las principales empresas del emergente sector de la iluminación. Como prueba de ello, en 1924 se estableció el conocido como cartel Phoebus, que incluía a empresas como Osram, Philips y General Electric, interesadas en controlar la fabricación y venta de bombillas. Los ingenieros del momento recibieron instrucciones para limitar el diseño de Thomas Edison y reducir el ciclo de vida de las bombillas a 1.000 horas (en 1911, se habían vendido bombillas con una duración certificada de 2.500 horas).

Los productores de desechos y otras criaturas

Ya en los años 60, el periodista Vance Packard publicó The Waste Makers, en el que describía “el intento sistemático de las corporaciones de convertirnos en individuos derrochadores, adeudados, en permanente descontento”. Décadas después, las tácticas de promoción del consumismo, unidas a la instauración de la obsolescencia programada, se habían propagado con éxito en la sociedad estadounidense.

Sobre el papel, para que el mecanismo de la obsolescencia programada funcione, el mercado debe estar dominado por pocas empresas (oligopolio), lo que les garantizaría la venta de un porcentaje predecible de los nuevos modelos que sustituyen a los que quedan rápidamente obsoletos.

Son casos en que la empresa y el consumidor no disponen de la misma información, y este último se encuentra en desventaja, al adquirir un bien diseñado para funcionar en óptimas condiciones durante un período que la empresa, o el sector, han programado.

Móviles con batería blindada y otras maravillas de la técnica hechicera

La Comisión Europea, por ejemplo, ha mostrado su queja a Apple por manufacturar reproductores de música y teléfonos sin batería reemplazable ni acceso a su mecanismo interior, una política de fabricación que evita la reparación y premia el constante reemplazamiento del modelo anterior por uno nuevo. La empresa de Cupertino no es la única que ha recibido críticas en el sector informático y electrónico por el diseño blindado y la escasa duración de sus productos. No casualmente, Apple domina el mercado de reproductores multimedia, teléfonos inteligentes y tabletas electrónicas.

Del mismo modo, en un estudio en Yale Journal of Regulation, Barak Orbach expone que, cuando un mercado se hace más competitivo y no se producen acuerdos de oligopolio (como el cartel Phoebus que produjo peores bombillas para vender más), la vida de los productos tiende a incrementar.

Un ejemplo: Torry Dickinson y robert Schaeffer explican en el libro Fast Forward: Work, Gender, and Protest in a Changing World que, cuando los vehículos japoneses inundaron el mercado americano en los 60 y 70, su mayor duración obligó a los fabricantes estadounidenses a responder comercialmente construyendo productos más durables.

Siempre habrá un iPhone o teléfono Android más potente, brillante y destinado a vivir y morir rápido

No obstante, la tendencia de una industria determinada puede extenderse a otras industrias competitivas, donde no existen ni un oligopolio ni un acuerdo premeditado para reducir la vida útil de los productos, sino simplemente una inercia que incentiva a fabricantes y consumidores a reemplazar un producto cada vez con mayor rapidez.

El competitivo mercado de la telefonía móvil, en el que disminuye la fidelidad de los consumidores con las operadoras debido a legislaciones anti-monopolio y a continuas promociones, invita al usuario a cambiar constantemente de dispositivo.

Quienes pensaron que, con el iPhone 3G, muchas operadoras lo tendrían difícil para captar a los clientes cautivos con el terminal con otro aparato similar, minusvaloraron la capacidad de respuesta de las compañías que promocionan sus últimos modelos Android (Samsung Nexus S 4G, etcétera). Por no hablar, claro, del iPhone 4.

Incentivando a la gente a comprar cosas que no necesita

Hace unos meses, charlaba con un amigo que me explicaba divertido que su misma operadora le había llamado para ofrecerle el último iPhone. “Yo le expliqué, con todos mis respetos, que por mucha nueva forma y mejor pantalla que tenga el nuevo modelo, el actual me funciona a la perfección y no tiene el más mínimo rasguño”. La operadora insistía al otro lado del teléfono, extrañada ante la posición racional del interlocutor.

Al parecer, el mero hecho de haber pensado en “un modelo nuevo, mejor, con pantalla Retina, etcétera”, tendría que haber decantado la balanza. Entonces, la “cultura del deseo” a la que se refería el banquero de Wall Street Paul Mazer en los años 30, debería haber roto las defensas de la “cultura de la necesidad” de la que hacía gala mi amigo. Le recomendé que viera, a través de Internet, el documental The Century of the Self.

El modelo del año pasado todavía funciona: celebrémoslo

En 2009, el bloguero emprendedor estadounidense Anil Dash, decidió crear, en colaboración con otras personalidades de Internet y expertos en dispositivos tecnológicos (Gina Trapani, Joel Johnson, Andre Torrez), el sitio Last Year’s Model, un espartano sitio web para criticar la cultura del reemplazo constante de dispositivos.

En el sitio puede leerse: “Incluso los geeks más expertos y a la última del mundo han decidido mantener con sus teléfonos o sus iPod que todavía funcionan simplemente bien”. No sólo se trata de la obsolescencia programada, promovida conscientemente o no por los fabricantes, sino por la cultura del cambio constante de bienes de consumo, en un comportamiento que se adentra en el terreno de lo psicológico. De estar vivo, Edward Bernays, sobrino de Sigmund Freud, nos explicaría un par de cosas sobre ello.

El mencionado proyecto de Anil Dash, Lastyearsmodel.org, propone un sencillo juego: nos invita a elegir alguno de los dispositivos que tengamos por casa y tratemos de mantenerlo tanto tiempo como sea posible, en lugar de comprar uno nuevo.

Aprender a producir, pero también a consumir

Iniciativas como Lastyearsmodel.org recuerdan que, incluso cuando la situación de obsolescencia programada no causa conflictos aparentes entre empresa y consumidor, el fenómeno causa un daño innegable en la sociedad, debido a las externalidades negativas de un sistema de producción y comercio que fomenta el reemplazo constante de dispositivos confeccionados con materiales a menudo valiosos, en ocasiones tóxicos, desechados cada vez más rápidos.

Reemplazar constantemente productos, en lugar de repararlos, produce más residuos y contaminación, además de usar más recursos naturales y obligar al consumidor a un esfuerzo económico constante para mantener su hipotético estatus. Ello ocurre porque los productos no han sido diseñados para que vuelvan a la tierra sin causar daño (biodegradables, a la manera Cradle to Cradle), o para ser utilizados indefinidamente en nuevos productos sin usar nueva energía para ello.

En la actualidad, no obstante, se suceden las campañas de información y proyectos independientes que alertan a empresas y ciudadanos sobre los riesgos de un modelo de consumo basado en el reemplazo constante de productos y servicios, sin que ello mejore sustancialmente la calidad de vida del comprador ni su felicidad, y aumente peligrosamente su impacto ecológico, sin que el individuo sea siquiera consciente de ello.

Además de los mencionados documentales The Light Bulb Conspiracy y The Century of the Self, Anne Leonard logró una gran repercusión con su vídeo viral The Story of Stuff, que ahonda en los riesgos de la obsolescencia programada. Leonard dedica ahora sus esfuerzos a producir nuevas historias relacionadas, a través de la productora independiente Free Range Studios.

El manifiesto de la auto-reparación

Otras iniciativas llevada a cabo en Internet reivindican el derecho a poder comprar productos de calidad, que duren y que puedan ser reparados por facilidad por el usuario. En noviembre de 2010, el emprendedor Kyle Wiens, de iFixit, un sitio que se auto-define como el manual de reparaciones gratuito que cualquiera puede editar, publicaba el que llamó Self-Repair Manifesto.

El manifiesto de la auto-reparación de iFixit no tiene desperdicio. Lo reproduzco a continuación:

  • Reparar es mejor que reciclar. Hacer que nuestras cosas duren más es tanto más eficiente como menos costoso que seguir la carrera por más materias primas.
  • Reparar salva al Planeta. La Tierra tiene recursos limitados y no podemos mantener un proceso de manufactura lineal para siempre. El mejor modo de ser eficientes es reusar lo que ya tenemos.
  • Reparar ahorra dinero. Arreglar las cosas es a menudo gratuito, y  por lo general más barato que reemplazarlas. Hacer la reparación por ti mismo ahorra serias cantidades.
  • Reparar enseña ingeniería. El mejor modo de saber cómo funciona algo es desmontarlo.
  • Si no puedes arreglarlo, no lo posees. Las reparaciones conectan a la gente con sus dispositivos, creando vínculos que trascienden el consumo. La auto-reparación es sostenible.

Kyle Wiens defiende que todos los utensilios que nos rodean, sencillos y sofisticados, deberían haber sido diseñados para poder ser desensamblados y reparados por cualquier persona dispuesta a hacerlo. O, al menos, deberían hacer rentable cualquier reparación para evitar un fenómeno creciente entre los dispositivos contemporáneos: en muchas ocasiones, deshacerse de un producto en mal funcionamiento y comprar un modelo nuevo es más económico, rápido y viable que repararlo.

A saber quién está preparado para reparar un iPhone

Reparar cualquier cosa por uno mismo, asegura el manifiesto de iFixit, nos conecta con nuestras cosas, refuerza nuestra autoestima y aumenta el valor de cualquier objeto, además de convertir a cualquier objeto en único. Por no hablar de que reparar requiere creatividad y tiene el potencial de convertirse en una afición.

El manifiesto de iFixit, sin embargo, va en contra de las condiciones de uso y garantía de prácticamente la totalidad de dispositivos electrónicos e informáticos actuales, que advierten al usuario de que los productos cuyo mecanismo sea manipulado pierden automáticamente su garantía. Esta política ha sido llevada al extremo por Apple, compañía que promueve la sustitución de cualquier dispositivo con un problema considerado “grave”.

El motivo: buena parte de los aparatos de la compañía son en realidad producidos íntegramente por Foxconn un proveedor tecnológico taiwanés, cuya factoría china es un campus empresarial fuertemente vigilado con más de medio millón de trabajadores.

Elogio de la arquitectura de los ordenadores Thinkpad

La compañía china Lenovo, sin embargo, podría haber realizado una de las mejores compras estratégicas del mercado informático y electrónico cuando decidió adquirir la división de ordenadores de IBM, incluida la gama de portátiles Thinkpad.

Los veteranos Thinkpad son diseñados por partes, que pueden ser desmontadas y cambiadas por el propio usuario, que a su vez cuenta con centros de compra de piezas oficiales a través de Internet y extensos manuales de reparación. Lenovo tiraría por la borda uno de los planes estratégicos más sólidos del mercado informático si decidiera revertir el trabajo de IBM en sus antiguos Thinkpad. Lo que convierte a un Thinkpad en un portátil solvente es la posibilidad de reemplazar cualquiera de sus piezas, con la simple ayuda de un manual y la pieza nueva.

Un nuevo concepto de diseño industrial se abre paso en los manuales, el repair-ware, un nuevo tipo de bien de consumo (“hardware”) diseñado específicamente para durar indefinidamente, ya cuentan con un diseño sencillo, fácilmente manipulable por técnicos e incluso usuarios.

Repair-ware: hardware que podemos reparar

El “repair-ware” ya ha llegado al mundo de los electrodomésticos, donde utensilios como los del diseñador industrial Samuel James Davies, básicos, de buena calidad y con una elegancia sobria, atemporal, han logrado atención.

Davies ha diseñado la serie de electrodomésticos Repair-Ware, tales como una plancha a vapor ensamblada en simples estratos desmontables, sujetos por dos tornillos de fácil acceso, que pueden accionarse con una moneda.

El diseño sostenible, augura Justin McGuirk, será capaz de imponerse a los fenómenos de la obsolescencia planificada y el consumo impulsivo cuando los diseñadores industriales rediseñen, en primer lugar, su modo de pensar. Los productos del futuro no serán como los actuales.

Los mejores productos duran más, tienen menos piezas, están hechos por buenas empresas

Como sostiene Yvon Chouinard, fundador de la firma de ropa técnica californiana Patagonia, en su biografía Let My People Go Surfing, los mejores productos son aquellos que tienen menos piezas y están confeccionados para durar, teniendo en cuenta las necesidades reales del usuario.

Los mejores productos, dice Chouinard, están confeccionados por compañías que centran toda su atención en hacer muy bien un pequeño grupo de productos, en lugar de destinar sus esfuerzos a lanzar nuevos productos cada pocas semanas.

En el mundo de Yvon Chouinard, la solución a la obsolescencia programada y la cultura del impulso consiste en ofrecer al consumidor, a veces en contra de su opinión superficial (el cliente, según él, no siempre tiene la razón), un producto que se adapte a sus necesidades, que sepa envejecer, que mejore con las arrugas y los remiendos, que tenga personalidad propia, que responda a una filosofía basada en el conocimiento acumulado, la tradición, la innovación que no contamina.

Quienes hemos visto a nuestros mayores afeitarse con la misma navaja durante toda su vida, llevar el mismo tipo de ropa, usar la misma taza, llevar al hombro la misma faltriquera, intuimos que buena parte de la innovación en productos de consumo del futuro deberá reconocer que muchos diseños del pasado son superiores, más saludables para la gente y el planeta, que los actuales.

Innovación no puede equivaler a usar y tirar, a carrera por los nuevos colores o funcionalidades, o a sofisticación ensamblada sobre un diseño tóxico.

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