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Un pionero que quiere reinventar el modo en que cultivamos

¿Puede la solución para crear una agricultura sostenible y capaz de abastecer al planeta sin destruirlo partir de las grandes praderas estadounidenses, donde se concentran grandes granjas fuertemente mecanizadas, practicantes del monocultivo y grandes consumidoras tanto de agua como de fertilizantes?

Wes Jackson cree que sí. Es fundador y presidente del Land Institute (Instituto de la Tierra), una organización que se dedica desde 1976 a la búsqueda de lo que llama una “agricultura basada en sistemas naturales”, que sea positiva para la tierra, en lugar de provocar algunos problemas medioambientales que ponen en riesgo la producción de alimentos a gran escala en el futuro.

Wes Jackson nació en una granja cercana a Topeka, Kansas. Tras licenciarse en biología, profundizó sus conocimientos en botánica y genética. Tras un breve periodo como profesor universitario en California, decidió volver a su Kansas natal para ayudar a resolver uno de los mayores retos a los que se enfrenta el ser humano: crear una agricultura sostenible y que sea capaz de alimentar a toda la humanidad.

Objetivo vital: arreglar la agricultura intensiva

No es que Jackson no fuera consciente de que la empresa que lo ocupaba sería esquiva. Se le atribuye la frase: “Si puedes solventar el trabajo de tu vida en tu vida, significa que no has pensado lo suficientemente grande”.

Hasta nuestra generación, hemos creído que la tierra podría proporcionar una cantidad interminable de alimentos, suficiente para garantizar la abundancia a quienes trabajaran duro para hacerla posible.

Al fin y al cabo, el concepto moderno de “búsqueda de la felicidad” iba ligado a la capacidad de un ciudadano para buscar su máximo lucro, ya que este tesón mejoraría las condiciones de su entorno y, por tanto, a una mayor felicidad.

La propiedad privada, la mecanización y la solidez de unas instituciones estatales no intervencionistas, aunque fuertes a la hora de hacer cumplir las reglas, harían el resto para que tanto la industria como la agricultura dieran sus máximos frutos.

El modelo anglosajón de búsqueda de la felicidad pronto fue exportado al resto del mundo y se adaptó a los acentos culturales respectivos, con mayor o menor éxito.

Pero la generación de Wes Jackson, nacido en 1936 y contemporáneo de Stewart Brand (1938) o el australiano Bill Mollison (1928), fue la primera en toparse con la realidad: la fuerte mecanización, la apuesta por los monocultivos y los fertilizantes aumentarían las cosechas. Pero, ¿hasta cuándo?

La agricultura intensiva, con fecha de caducidad

Las prácticas agrarias desarrolladas en Estados Unidos al fin de la II Guerra Mundial todavía son empleadas hoy por la agricultura intensiva: labranza mecánica, fertilizantes químicos, herbicidas, fungicidas, insecticidas, reguladores del crecimiento vegetal y plaguicidas.

El uso de estas sustancias y de maquinaria cada vez más sofistica no sólo han aumentado la producción agraria mundial, sino la agresión medioambiental: erosión, presencia constante de productos químicos en el agua y destrucción de bosques para ganar superficie agrícola son las consecuencias indeseadas del aumento de las cosechas.

Mapa de situación

Si este modelo de desarrollo agrario ha favorecido la erosión de los suelos; si contamina acuíferos, ríos, estuarios y golfos debido al uso de fertilizantes ricos en nitrógeno; si aumenta de las emisiones, debido a la dependencia de la gran maquinaria agrícola con respecto del petróleo; si, además, empobrece el suelo, la diversidad genética de las plantas y los alimentos, debido a la apuesta por grandes monocultivos.

Si las grandes explotaciones agrarias de Estados Unidos y Canadá generan estas consecuencias, ¿por qué se garantiza la supervivencia de este tipo de explotación, a menudo castigada por los bajos precios del grano, con subsidios estatales?

La influencia de las grandes explotaciones agrarias sobre el resto de los agricultores es sólo indirecta, como varios granjeros que aseguran ser independientes y sólo querer lo mejor para sus familias han asegurado ante los medios de comunicación, cuando critican que intelectuales como Michael Pollan estén en contra del cultivo de grano barato, genéticamente modificado y capaz de causar efectos negativos sobre el suelo y el medio ambiente.

Dialéctica entre granjeros y “agro-intelectuales”

La emisora de radio estadounidense NPR, reconocida por su tratamiento analítico de la información, espíritu independiente y un cierto progresismo, preguntó a algunos granjeros acerca de las ideas agrarias del periodista y escritor Michael Pollan.

Pollan defiende una agricultura orgánica, que combine distintos cultivos, cercana a los consumidores, basada en pequeñas granjas que no dependan de los precios del petróleo para accionar su maquinaria, ni del uso de fertilizantes, monocultivos o subsidios federales para compensar el precio devaluado de sus abundantes cosechas.

El autor de The Omnivore’s Dilemma y el más reciente In Defense of Food asegura que no busca el desencuentro con los granjeros, sino que existe un interés para crear este estado de opinión basado en sus ideas, supuestamente quiméricas y radicales.

Blake Hurst fue uno de los agricultores que atendió a la entrevista coordinada por el periodista Neal Conan en NPR, que también incluía a Michael Pollan respondiendo a las preguntas y el careo desde San Francisco.

Hurst, cuya familia cuenta con 4.500 acres (1821 hectáreas) en Misuri, había escrito con antelación un artículo en la revista del American Enterprise Insitute, titulado “The Ommivore’s Delusion” (el engaño del omnívoro), jugando metafóricamente con el título del libro más aclamado de Pollan.

Según Hurst, su familia ha recibido subsidios federales en los últimos años, aunque éstos han representado un porcentaje relativamente reducido de sus ingresos y “no tienen casi nada que ver las decisiones que tomamos”.

Su actitud defensiva contrastaba con el tono, más conciliador, de Pollan, que insistía en relacionar el sistema de incentivación de una agricultura intensiva basada en pocos cultivos que se cosechan lejos del consumidor como la raíz del problema: “en ocasiones, el agricultor sólo puede vender su producción al distribuidor de grano de su pueblo, que es quien dicta qué tipo de grano requiere cada año y cuánto pagará por él”.

Un modelo que dista mucho de ser el perfecto libre mercado, donde los productores acudirían al mejor postor (existirían varios), que ofrecería el mejor precio por su producto, en función de la calidad de éste, la demanda, etc.

Blake Hurst no es el único agricultor o ganadero que critica a los que ellos llaman “agro-intelectuales”, o personajes relevantes que critican un sistema productivo que produce, por ejemplo, maíz a tal escala que su sirope es luego empleado de forma masiva en la producción de alimentos elaborados.

En busca de nuevos modelos agrarios

El descontento de los agricultores estadounidenses no se centra en los últimos meses exclusivamente en “agro-intelectuales” como Michael Pollan, o en el hecho de que Barack Obama citara un artículo del autor en la revista dominical del New York Times donde se critican las irregularidades del sistema agrario de su país. O que Michele Obama se haya prestado a ofrecer una imagen pública relacionada con su huerto orgánico, plantado ni más ni menos que en el jardín de la Casa Blanca.

El último pulso de los agricultores estadounidenses va más allá, explica The Economist. Varias organizaciones agrarias del país se están coordinando para mostrar su total oposición a cualquier plan del gobierno federal que supusiera regular las emisiones de CO2.

El grupo de presión agrario no cede en Washington y sus simpatías están claramente alineadas con las demandas de los grandes productores, pese a que de Tom Vilsack, secretario de Agricultura de Obama, explica insistentemente que los beneficios de adoptar medidas concretas para frenar el cambio climático superarán a los inconvenientes para el sector agrario.

Policultura perenne

Nadie puede catalogar fácilmente a Wes Jackson, un granjero querido en la tradicional y agraria Kansas, aunque también un especialista en botánica y genética que cree profundamente en que es posible transformar la agricultura intensiva actual. De modo que sus propios vecinos no le pueden catalogar fácilmente de mero “agro-intelectual”, como hacen despectivamente con Pollan.

“Empezando por hacer la agricultura sostenible habremos dado el primer paso adelante para que la humanidad empiece a medir el progreso en función de su independencia con respecto de la economía extractiva”, dice Jackson.

Desde que en 1978 propusiera por primera vez el desarrollo de la policultura (o policultivo) perenne, el Land Institute que él mismo fundó ha avanzado en su labor de usar plantas y semillas que dejen el suelo intacto, prevengan la erosión y permitan mantener la relación equilibrada entre el suelo y la planta, que había perdido razón de ser en el llamado cinturón agrario de Estados Unidos con los avances de la agricultura intensiva.

La empresa acometida por el Instituto de la Tierra de Wes Jackson sólo se entenderá en su extensión cuando su esfuerzo dé frutos: se trata de criar plantas que no son usadas en la actualidad en la agricultura, que contarían con largas raíces, similares a las de las plantas silvestres de las Grandes Praderas, permanecerían durante años y ofrecerían distintos tipos de fruto, ya que parten del policultivo y de una de sus modalidades, el intercalado o “intercropping“.

El intercalado de varias plantas en una misma zona de cultivo se realiza cuidadosamente, una vez se han estudiado las condiciones ecológicas de un lugar determinado. Con el intercalado de plantas, se incrementa la biodiversidad del lugar, aumenta la cosecha, se evita la erosión y unas plantas se aprovechan de las condiciones facilitadas por otras.

El Instituto de la Tierra está haciendo progresos con sus programas de desarrollo de plantas en el marco “agricultura de sistemas naturales”: plantas de trigo, sorgo y girasol están generando líneas de cultivo que muestran tanto atributos perennes como un rendimiento sostenido de cosechas a partir de sus semillas.

Los críticos de Jackson aseguran que, tras décadas de investigación, el instituto que fundó todavía no ha generado avances que hayan sido revertidos en la agricultura comercial.

Cultura extractiva

El problema que el botánico oriundo de Kansas pretende resolver, no obstante, se originó, como él mismo recuerda, hace 10.000 años.

En la mayoría de lugares, la agricultura se basa en prácticas que usan recursos limitados sin compensarlos. Los principales granos, tales como el trigo y el maíz, son plantados de nuevo cada año.

Tras la cosecha, los campos pierden suelo, mientras que la tierra que permanece emite nitrógeno y dióxido de carbono, al haber estado en contacto permanente con fertilizantes. Con la lluvia, el nitrógeno llega a los ríos y estuarios, creando zonas muertas como la del Golfo de México.

En una entrevista y artículo que la acompaña para NPR, Wes Jackson y su equipo muestran su optimismo con respecto a los avances en la producción de trigo, sorgo y girasoles perennes, con profundas raíces, cuyas plantas viven durante años, protegen el suelo y convierten lugares como las Grandes Praderas en un territorio más parecido a como lo conocieron los primeros pioneros europeos, que contemplaron suaves e interminables colinas con prados poblados con plantas y arbustos multicolores.

Como Jackson explicaba a Richard Harris, de NPR, el cambio climático y el aumento de la población son problemas interconectados. Todos apuntan a un mundo que está viviendo por encima de sus posibilidades. De ahí el objetivo de Jackson: crear un nuevo sistema que nos permita vivir de manera sostenible.

“Se empieza por un sistema alimentario resistente. Y nosotros no tenemos uno”.