Aunque volver a Barcelona no suele ser un suplicio, como cualquiera que haya visitado la ciudad comprenderá. Todo lo contrario.
No es cuestión de poner notas ni dedicar esta entrada a disertar sobre la cultura mediterránea bien entendida, con sus muchísimas virtudes y algún que otro molesto defecto, pero la urbanidad de la gente de Barcelona merece ser llamada así en la mayoría de las ocasiones: urbanidad. Son detalles cotidianos que sólo me planteo tras pasar una temporada en cualquier otro lugar. Y cuando uno todavía no ha puesto la radio ni ha leído la sección nacional de los diarios.
- Visita la primera entrega de la serie de artículos sobre Australia.
- Visita el segundo capítulo de la serie de artículos sobre Australia.
Habiendo vuelto a Barcelona desde Sídney el pasado 20 de enero (esta foto como prueba: nada como un paseo por la Barceloneta con un agradable sol matutino), el jet lag ya ha quedado atrás y en faircompanies ya casi no nos acordamos del verano austral.
Ya desde Barcelona, acabo con esta entrada la serie de artículos relacionados con Australia.
Novedades marsupiales
Mientras aprovechábamos, a partir de los primeros días de enero, para viajar desde Sídney hacia Melbourne y, cuatro días más tarde, hacia Tasmania, el gobierno progresista de Kevin Rudd anunciaba sus planes de abolir el uso de bolsas de plástico en los supermercados.
Según el ministro de Medio Ambiente australiano, el músico Peter Garrett, “hay sobre 4.000 millones de bolsas de plástico que flotan por cualquier sitio, acaban en vertederos o afectando la vida salvaje, o apareciendo en nuestras playas mientras estamos de vacaciones.”
En el reportaje Consejos para contaminar menos explicamos detalladamente por qué el uso masivo de bolsas de plástico es un problema mundial que mata a miles de animales marinos y provoca que millones de residuos plásticos se concentren en una isla de basura flotante estancada en el Pacífico, entre otros fenómenos.
Otros países, entre ellos China, han anunciado medidas similares. En Europa (también en España), se estudian distintos proyectos, aunque de momento no se ha llegado a prohibir el uso de las bolsas.
La población australiana se muestra especialmente sensible con la protección de la fauna marina. La Gran Barrera de Coral, visible desde la Estación Espacial Internacional, cubre sólo la zona costera del nordeste australiano, pero la preocupación australiana va más allá: tanto el gobierno como la población protestan contra la decisión de Japón de cazar ballenas en el Pacífico Sur.
Está documentado cómo miles de tortugas, ballenas y otros animales marinos mueren por la ingestión de bolsas de plástico.
A los avances legislativos que Australia anuncia estos últimos meses en la lucha contra el cambio climático, coincidiendo con la llegada al gobierno de los laboristas (firma del Tratado de Kioto, las mencionadas prohibición de las bolsas de plástico y protesta contra la caza de ballenas de Japón en el Pacífico), se suman ideas que suscitan interés en diversas áreas, desde la automoción al aprovechamiento de recursos naturales:
- Un grupo de estudiantes de la Universidad de South Australia ha presentado Trev, un vehículo eléctrico de tres ruedas que no tiene nada que envidiar al Myers Motors NmG, modelo estadounidense que ya está en las tiendas, sobre el que tenemos un vídeo (The hottest thing on 3 wheels).
- En Sídney, se instalan nuevos colectores de aguas pluviales en edificios públicos tales como un hospital, la sede del Parlamento de Nueva Gales del Sur o la mayor librería de la ciudad, para lograr almacenar, cada uno de ellos con 60.000 litros de capacidad.
En un lugar como Australia, con un clima extremo en la mayor parte del país y una zona costera que depende de las lluvias para mantener su carácter húmedo y fértil, aprovechar los recursos pluviales constituye casi un pasatiempo.
La mayoría de las viviendas y edificios, tanto públicos como privados, se proyectan con tejados cuyo desagüe desemboca en enormes tanques (tomé una foto en el barrio de Glebe, en Sydney, justo antes de que unos obreros instalaran uno de estos colectores en una vivienda privada). Una vez almacenada, el agua es empleada para el riego de jardines o incluso el uso sanitario, tras un tratamiento adecuado.
Existen varios motivos por los que tanto el gobierno como amplias capas de la población australiana se toman muy en serio el cambio climático:
- La agricultura es uno de los sectores productivos más importantes del país, pese a las inclemencias meteorológicas que provocan inundaciones en unas pocas zonas costeras y convierten en terreno semi-desértico y desértico el interior del país, con un norte poco poblado de clima tropical húmedo y cálido. La predicción meteorológica se ha convertido en una práctica entre la afición y la obsesión para muchos australianos que dependen económicamente del clima o que simplemente quieren planear unas vacaciones sin sobresaltos.
- Los últimos años han sido especialmente secos y extremos, con inundaciones inesperadas y fuegos en importantes zonas boscosas protegidas de la costa. El fértil vale conformado por los ríos Murray y Darling, donde se concentra la mitad de la producción de fruta y cereales del país, sufrió su año más cálido de la historia en 2007, según el Instituto de Meteorología Australiano. Otras zonas del país padecieron sequías o inundaciones, siguiendo patrones que sólo se han reproducido en los últimos años.
El continente australiano está influenciado, como todo el Pacífico Sur, por el fenómeno meteorológico conocido como La Niña, que provoca un debilitamiento de las corrientes marinas en la zona y unas condiciones más secas.
La Niña, por supuesto, es el yang de El Niño. Ambos fenómenos regulan el clima de la Tierra, de modo que, en este caso, el problema de los australianos es nuestro problema.
Tren hacia Melbourne
Como ocurre en España con el Puente Aéreo entre Barcelona y Madrid, el método más usado por los australianos para viajar desde Sídney -la ciudad más grande del país- a Melbourne -la segunda urbe en población y quizá la primera en importancia cultural, con interesantes monumentos contemporáneos, algunos en plena autopista metropolitana-, es el avión.
Dos compañías ofrecen vuelos baratos entre ambas ciudades, siguiendo el modelo europeo. Conveniente para los pasajeros; no tanto para la atmósfera.
Decidimos, no obstante, cubrir en tren los 874 kilómetros que separan Glebe, nuestro barrio en Sídney, del cosmopolita distrito de Fitzroy, en Melbourne, donde nos alojaríamos durante los siguientes cuatro días.
Countrylink, que se encarga de explotar la línea (un mapa), aprovecha los meses de verano para mejorar el tramo final de la línea (entre Albury y Melbourne, la primera ciudad situada en la frontera entre Nueva Gales del Sur y Victoria).
La lentitud del tren nos permitió disfrutar de paisajes húmedos y boscosos primero, para adentrarnos a partir de Gunning en un terruño más seco, en el que el bosque se convierte en lo que en australia se conoce como “bush”, una amplia zona situada entre el árido outback y los bosques costeros, caracterizada por albergar árboles y vegetación aquí y allá, aunque sin la tupidez necesaria como para hablar de bosques.
Hemos publicado un reportaje fotográfico sobre el viaje. Desde una imagen de Sídney tomada la tarde anterior que le invita a uno a sentarse a leer, pasando por la estación de Sídney, los primeros kilómetros, los inacabables suburbios de la ciudad, la vegetación costera, la amplitud del paisaje del “bush”, y el trayecto en autobús. Tiempo total empleado: 15 horas.
A Inés le encantó descubir la casa de Tyson y Katrina en Fitzroy, donde en lugar de haber un caballito de madera para bebés que visiten la casa, se puede disfrutar de un canguro de madera (foto). Los referentes faunísticos para los más pequeños, cambian por aquí.
Melbourne, Fitzroy, Brunswick Street, Mario’s
Los habitantes de Nueva Gales del Sur, sobre todo los de su capital, Sídney, rivalizan deportiva y económicamente con sus compatriotas de Victoria, al sureste del país, cuya capital, Melbourne, fue durante décadas una de las ciudades más importantes del Imperio Británico.
A diferencia de Sídney, Hobart u otras ciudades australianas, Melbourne no fue fundada como remota cárcel para alojar a presos considerados peligrosos o “indeseables” por los colonizadores británicos, sino por colonos liberados procedentes de Van Diemen’s Land, isla que más tarde cambió su nombre por el de Tasmania para deshacerse de su escabroso pasado (la tierra de Van Diemen, por su dureza climática y aislamiento, era el lugar donde se enviaban los presos más peligrosos).
La rivalidad entre Sídney y Melbourne tiene distintas versiones. Los habitantes de Sídney se refieren despectivamente a los melburnianos como “mexicans”, por el hecho de vivir “allí abajo”. Los habitantes de Melbourne, como contrapartida, muestran su supuesta superioridad culinaria y cultural, y aseguran tener una personalidad más europea (nota: aquí, “personalidad europea” debería leerse como algo positivo).
Desprecian las maneras industriosas y poco refinadas de la gente de Sídney, un lugar donde el tradicional pub y el pescado con patatas fritas (fish & chips) sería, según la gente de Melbourne, algo más habitual.
Esta supuesta diferencia puede efectivamente palparse en el barrio de Fitzroy (reportaje fotográfico sobre el barrio), una especie de Greenwich Village del Hemisferio Sur, aunque con un ambiente más europeo.
Cafeterías con terrazas llenas de jóvenes profesionales y bohemios de distinto pelaje (entre el Born y el Raval, en Barcelona; entre La Latina y Chueca, en Madrid), tiendas de moda que parecen montadas tras una visita relámpago a la feria Bread & Butter de Barcelona, atractivas chicas que pasean descalzas en plena ciudad (no es una broma; aquí os dejo una foto que tomé en Brunswick Street, una de las arterias de Fitzroy), simplemente porque parece apetecerles.
Sin salir de Brunswick Street, uno puede ir a comer de modo informal o a tomar un café bien hecho a Mario’s, un lugar con merecida fama.
Más allá de este pequeño establecimiento, siempre lleno y con la ventaja de tener un mostrador donde sentarse a ver pasar la gente -andando, en bici, en ciclomotor, en coche, en tranvía-, es todo un deporte que no desmerece el mito de la caverna o el británico “train spotting” o el tan ibérico y propio de jubilados consistente en “ir a ver la obra”, muy practicado en lugares como Bellvitge (l’Hospitalet de Llobregat, Barcelona).
Si sentarse en el mostrador de Mario’s para disfrutar del discurrir de la gente de Fitzroy es todo un pasatiempo, sobre todo con un buen café y alguna línea de lectura del libro sobre australia de Bill Bryson, que me acompañó durante todo el viaje, hacerlo en cualquier otro establecimiento de la zona es igualmente apetecible.
Otro de los supuestos rasgos de los habitantes de Melbourne, que recuerdan que su ciudad no fue fundada como triste penal, sino como asentamiento libre, es su espíritu abierto y bon vivant, una especie de Mediterráneo austral con edificios que parecen una interpretación libre del estilo victoriano (una foto de Fitzroy Street, un mero callejón, si es comparada con Brunswick).
Una muestra: este edificio del siglo XIX, en la encrucijada entre Brunswick y Gertrude Street, coronado en la azotea con una repisa donde puede leerse “año 1881; Barcelona”; tuve tiempo de encontrar probablemente el único detalle abiertamente barcelonés de Melbourne, al azar.
Es como si Melbourne quisiera recordar que, tras descubrirse oro en la zona en 1850, se convirtió en la ciudad más rica del Imperio Británico –y del mundo– a partir de 1860, una fiebre del oro que empequeñeció a la acaecida en California. El privilegio duró pocos años, aunque la ciudad conservó su importancia y cosmopolitismo.
El Abierto de Australia de tenis (que empezaba a jugarse mientras estábamos en la ciudad, y todavía no ha acabado) o los Juegos Olímpicos de 1956 son sólo una prueba de ello. Eso sí, se reconoce menos que la pujanza económica de Sydney ha ensombrecido a la de Victoria.
De aquí surge otro estereotipo: la gente de Melbourne, según el resto de los australianos, hace mucho, “demasiado” deporte. Sin especificar qué significa “demasiado”.
Ética y sostenibilidad gastronómica: visita a Lentil as anything
Nada como tener unos familiares en Fitzroy, a cinco minutos a pie de lugares como Mario’s, ventaja que se aprovechó debidamente. Tyson, que habla sobre construcción sostenible en su blog, nos enseñó cómo ha aplicado todos los principios de sostenibilidad en la construcción que ha estado estudiando en su propia casa, como el suelo de cemento pulido del que Inés disfruta en esta foto. Para un bebé, nada como tener un amplio espacio, luminoso y fresco, para explorar a sus anchas.
Teniendo a mano Internet, un par de guías sobre Melbourne y la recomendación de melburnianos de pro, pudimos explorar con tranquilidad algunos lugares interesantes, empezando por las obligadas paradas gastronómicas.
Dicho por un familiar de Melbourne: “el tiempo es bastante melancólico e irregular por aquí abajo. Hay temporadas de lluvia y mal tiempo que uno pasa en casa o en lugares recogidos. Por eso quizá nos ha dado por cocinar.”
Sea cual fuere la razón, comprobé en la guía de bolsillo sobre la ciudad que edita Wallpaper que hay, al menos, un par de establecimientos sitos en Fitzroy y el otro suburbio de moda, St Kilda, que siguen los preceptos del movimiento Slow Food.
Aunque otros proyectos gastronómicos no necesitan miran hacia la visión crítica europea que reacciona contra la cultura de la rapidez, sino que exploran fórmulas propias. El restaurante Lentil as anything, situado en las instalaciones de un antiguo convento (Abbotsford Convent, que también da nombre a una fundación dedicada a actividades artísticas y culturales en la zona), rodeado por un apacible parque junto al río Yarra, funciona como una cooperativa sin ánimo de lucro que cocina y presenta espectáculos artísticos y revierte todos sus ingresos en ayudar a refugiados políticos y económicos que llegan a Melbourne.
También se dedican recursos a mantener la calidad gastronómica del establecimiento. Lentil as anything es un lugar informal, con camareros voluntarios que provienen de distintas partes del mundo y que deciden dar su tiempo al restaurante para, a cambio, integrarse rápidamente en la cultura de Victoria. El trato es cálido y amable. Con respecto a la comida, digamos que no tuve suerte ese día.
Al recién llegado se le ofrece comida, alojamiento, ayuda para formalizar la residencia legal en el país, cobertura médica y asesoramiento informal (desde cómo abrir una cuenta bancaria a conocer la ciudad). Sentido de la hospitalidad.
La filosofía del restaurante, con una oferta gastronómica vegetariana, orgánica y cultivada localmente, está publicada en su sitio web (en inglés). También aparece en el reverso de la carta del menú, cuando se visita el establecimiento.
El Slow Food fue inventado hace milenios: charla con un chef aborígen
Habíamos tenido oportunidad de charlar sobre la tradición gastronómica desarrollada por los aborígenes australianos en las tierras más duras del continente, en el árido interior (Outback), en un conocido restaurante de Coogee, la zona playera de Sídney (ver anterior entrada del blog).
El restaurante Deep Blue Bistro de Coogee, regentado por el chef Jean-Paul Bruneteau y con el joven británico Wayne Farmer encargado actualmente de la cocina, presenta con un estilo gastronómico contemporáneo productos que hasta hace una década eran solo usados en la cocina por los pueblos aborígenes del interior de Australia.
En Melbourne, tuvimos oportunidad de visitar al cocinero Mark Olive, conocido como Black Olive, el primer chef aborigen (pertenece a la nación indígena Bundjalung, de la región de Wollongong, en Nueva Gales del Sur), que cuenta con su propio programa televisivo sobre comida tradicional y del outback.
Mark Olive nos recibió en el centro cultural indígena de Melbourne, donde cocinó una ensalada para nosotros con productos y especias procedentes de Australia (reportaje fotográfico sobre nuestra visita a Black Olive).
Una interesante velada. Mientras nos hablaba sobre la riqueza culinaria y cultural de los distintos pueblos koorie (originarios de Australia), mostraba su preocupación sobre la situación actual de la población aborigen, especialmente castigada por el paro, el alcoholismo y otros problemas considerados ya endémicos por muchos compatriotas australianos. Los agravios entre los colonos europeos y las naciones koorie tienen profundas heridas.
Para Mark Olive, es sorprendente que él mismo sea el primer cocinero aborigen de la historia en tener un cierto prestigio y difusión mediática.
Pese a la falta de sensibilidad histórica con los aborígenes, Olive reconoce que la cocina del outback gana adeptos, sobre todo entre las clases profesionales urbanas, al tratarse de platos simples, sanos y más exóticos para la mayoría de los australianos que la cocina tailandesa o vietnamita. Sorprendente.
Históricamente, la cocina del outback ha estado condicionada por la escasez, lo que generó platos ligeros y -no es una sorpresa- muy saludables.
La pobreza de la tierra y la escasez de recursos obligó a los aborígenes a recolectar frutos y cazar animales de un modo respetuoso con lugar en que vivían, como único modo de garantizar que una sobreexplotación del entorno no pusiera en riesgo el futuro del grupo.
Tasmania: una visita a Van Diemen’s Land
Antes de partir hacia Tasmania, tuvimos oportunidad de salir de Melbourne y acercarnos a Healesville Animal Sancturary, una reserva que funciona como clínica veterinaria y centro de estudio de las numerosas especies animales endémicas de Australia.
Tras esta interesante visita, reitero mis primeras impresiones infantiles, formuladas hace ya más de 20 años (!), y sigo pensando que el ornitorrinco es un animal difícil de batir para un niño de cualquier edad.
Sin apenas tiempo para saludar a la familia de diablos de Tasmania que gruñían apaciblemente en Healesville, el 10 de enero partíamos hacia Tasmania. La isla debe su nombre al primer explorador europeo que la divisó, el holandés Abel Tasman, que denominó el nuevo territorio como Tierra de Van Diemen, en honor a uno de sus superiores.
Sus pobladores cambiarían más tarde este nombre, debido a sus connotaciones negativas: si Australia fue hasta la segunda mitad del XIX una prisión británica, Tasmania constituía la zona de castigos especiales para los reos más indeseables.
Tasmania tiene el dudoso honor de haber sido el lugar donde se extinguiera el tigre de Tasmania, un carnívoro marsupial que pasó de poblar la isla a estar presente, a triste modo simbólico, en el escudo de armas del Estado y en el logotipo de una de las cervezas australianas más populares, la tasmana Cascade. Sigue habiendo conjeturas sobre su total desaparición en la isla, como si se tratara de una curiosa -y triste- versión de Elvis.
Otro dudoso honor: la exterminación de los pueblos aborígenes de la isla, tras su persecución por los colonos blancos y las políticas erróneas que intentaron, en un último momento, para salvar a los últimos indígenas, que se extinguieron en 1876 con la muerte de Truganini, la última mujer con sangre íntegramente tasmana.
Mientras se sobrevuelva el estrecho de Bass, que separa Australia de Tasmania, no hay triste reminiscencia que valga. Incluso en verano, Tasmania aparece como una tierra fértil y predominantemente verde incluso en pleno verano, aunque más moldeada por el hombre de lo que uno imagina.
Al este de la isla, la zona más poblada y urbanizada, se concentra la mayoría de los cerca de medio millón de habitantes censados, en su mayoría descendientes de los cerca de 70.000 presos liberados hace ya varias generaciones, sus carceleros y miles de ciudadanos que han ido llegando desde otras partes de Australia. También existe una significativa población aborigen, aunque no es originaria de la isla, al menos en su totalidad.
Llegábamos a Launceston sin una ruta estricta que seguir, aunque sí con unos objetivos mínimos (ver reportaje fotográfico sobre nuestra primera jornada en Tasmania).
Uno era la visita a la reserva de Cradle Mountain-Lake St Clair, al noroeste de Tasmania. Desde este parque y prácticamente hasta el extremo sureste de la isla, se sucede una cadena de reservas naturales declaradas Patrimonio de la Humanidad.
Tras visitar Cradle Valley, que debe su nombre a una peculiar montaña en forma de herradura -o regazo-, tan similar al Pedraforca catalán que algún despistado las confundiría en una foto, se puede entender por qué la Unesco ha decidido proteger este lugar.
- Aprovechamos nuestra visita, con una caminata alrededor del lago Dove incluida, para grabar un videoblog (arriba) sobre la dialéctica existente actualmente en Tasmania: conservacionistas que creen que la mayor riqueza de la isla es su herencia natural y quienes, por el contrario, quieren explotar su riqueza maderera y convertir el mayor número de hectáreas posible en pastos para el ganado bovino y ovino.
Tampoco nos podíamos ir de la isla sin echar un vistazo a la reserva forestal de Evercreech, donde sobreviven algunos los eucaliptos más grandes del mundo, algunos de los cuales rozan los 100 metros de altura.
Tuve la oportunidad de situarme en la base de uno de estos gigantes, derrotado por las inclemencias del tiempo y la inestabilidad del terreno. El diámetro de algunos troncos supera los dos metros al nivel del suelo.
Lo más triste de la reserva forestal Evercreech, situada en la -más poblada y explotada- zona oriental de la isla: hay que pasar por una zona de explotación maderera, donde se observan collados recién talados.
Como ocurre con los bosques de sequoia californiana, uno siente respeto al pasear bajo estos gigantes (una foto ante los eucaliptos blancos de Evercreech, en Tasmania; y otra de la espectacular base de una sequoia, en California).
Tras la visita a Cradle Mountain y Evercreech, nuestro viaje por Tasmania, Melbourne y, finalmente, de nuevo Sídney, prosiguió hasta el 19 de enero. Por el camino, tuvimos oportunidad de visitar Ceres, un centro a las afueras de Melbourne que se define como un lugar “para la educación e investigación de estrategias medioambientales”.
En nuestro paseo por el recinto (reportaje fotográfico), donde se practica la permacultura, pudimos charlar ni más ni menos que con Bill Mollison… Él acuñó el término “permacultura“.
Una charla interesante en la que Mollison tuvo la deferencia de llevar la conversación hacia derroteros tan familiares como la Cataluña medieval o la política estadounidense. A ver si podemos preparar un vídeo sobre la charla.
Hubo más momentos fructíferos para faircompanies, que ya estamos compartiendo con vosotros. Entre ellos, la visita al Solar Sailor, un barco que realiza cruceros por el puerto de Sídney propulsado con energía solar, o una mañana en un centro de gestión de residuos. Como suena. Ahora, proseguimos con la conversación desde Barcelona.