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La ciencia ficción inspira a futuros inventores: 10 libros

Por fin, la ciencia ficción se convierte en herramienta de simulación de futuros inventores: el Media Lab ha creado un curso para que los “mundos” más evocadores de la ciencia ficción inspiren la realidad tecnológica del mañana.

Hasta ahora, la ciencia ficción había sido ninguneada por su supuesto carácter caprichoso, y esta crítica a todo un género se ha realizado a menudo sin distinguir los buenos libros de los malos.

Creando entornos con su propia coherencia interna

El estudio de las mejores obras de ciencia ficción contradice el estereotipo y son ejemplos de rigor interpretativo, en coherencia con los “mundos” creados por los autores.

En estos “mundos”, personajes, entorno y situaciones se comportan en consonancia con unas “leyes” consistentes que, pese a ser imaginarias, otorgan a los lectores valiosas pistas sobre la utilidad de productos, aplicaciones o ideas.

La ciencia ficción entra por fin en el laboratorio

Por primera vez, un departamento de innovación puntero reconoce la valía de estas obras literarias y las integra en un curso para inventores del futuro.

Justo cuando se constata la sobrecarga informativa de los medios electrónicos y las redes sociales, que aceleran a su vez la fragmentación del consumo de información, la literatura (que requiere una lectura sosegada y demanda esfuerzo, constancia y concentración) reivindica su insustituible valía, sea en el formato que sea.

Alimento para nuestro potencial inventivo

Escanear con la vista noticias ligeras sobre temáticas superficiales (o crispadoras-polémicas) de supuesta actualidad equivale, en términos neurológicos, a saciar nuestros impulsos con un caramelo (gratificación instantánea). Leer El Quijote o Anna Karénina, en cambio, generan beneficios cognitivos a largo plazo que sólo ahora empezamos a desentrañar.

Como las obras maestras de Cervantes y Tolstói, los mejores libros de ciencia ficción nos enriquecen de manera científicamente cuantificable. Pero, ¿y si también mejoraran nuestros inventos y, por tanto, la humanidad?

Cambiemos las novelas de caballerías por la buena ciencia ficción

La ciencia ha dado últimamente la razón a Cervantes y su metahistoria tiene más sentido que nunca. Don Quijote enloqueció por leer libros de caballerías, sí, pero no sabemos si ocurrió por la calidad de los libros de su dieta (Cervantes sólo salva un puñado de la quema simbólica) o por el efecto que la narrativa tiene sobre la conciencia del lector.

Sabemos, gracias a estudios neurológicos:

En definitiva: mejoramos nuestra empatía con la buena ficción, además de vivir lo leído como si lo hubiéramos protagonizado.

Mejorar leyendo a otros

Son las primeras muestras de constatación científica de un fenómeno explicado ya por los clásicos. 

Sócrates, como buen lector de sus predecesores, como los filósofos atomistas (que defendían que el mundo estaba compuesto por pequeñas partículas en constante movimiento que se agrupaban y desagrupaban en un proceso constante de creación y destrucción), era plenamente consciente de la limitación de la vida y la experiencia de un individuo.

Con un cuerpo y una conciencia mortales, como creía Sócrates, así como con limitaciones económicas y obligaciones que a menudo retienen a cualquiera en quehaceres poco edificantes, el filósofo clásico recomendó a sus discípulos leer las ideas e historias de ficción como método para avanzar en la sabiduría, un proceso de aprendizaje que nunca se acababa y que conducía a su idea de autorrealización.

Sócrates: “Usa tu tiempo en mejorar a través de la lectura de otros hombres, para así aprender con facilidad aquello por lo que otros han trabajado duramente”.

Prospectiva de calidad: lo que le debemos a la buena ciencia ficción

La lectura reflexiva enriquece nuestro cerebro, nos recuerda Annie Murphy Paul en The New York Times.

Pero la lectura es mucho más: las novelas de ciencia ficción de calidad, subgénero históricamente ninguneado por la crítica sesuda pero cuya talla ha sido reconocida por Jorge Luis Borges, por ejemplo, que prologó las ediciones en castellano de Ray Bradbury, no basan sus ideas y conjeturas sobre el futuro (prospectiva) sin ofrecer nada a cambio a la ciencia.

La ciencia, creen los investigadores del Media Lab del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT) Dan Novy y Sophia Brueckner, es la primera beneficiada de la lectura de la mejor ciencia ficción, ya que sus historias ofrecen esquemas más o menos simbólicos y plausibles sobre usos tecnológicos, además de exponer -a veces en tono utópico y en otras ocasiones en tono distópico- la interacción entre ser humano y tecnología.

Inventar conociendo los mejores “mundos” de ciencia ficción

Larry Page ha aclarado que Google tiene la capacidad y responsabilidad para experimentar con la tecnología de manera más decidida, ahora que los recortes presupuestarios en Estados Unidos reduce la capacidad de las agencias estatales de I+D+i para liderar productos y aplicaciones del futuro.

Otras compañías muestran una predisposición similar, aunque Sophia Brueckner y Dan Novy creen que las empresas con músculo tecnológico, visión a largo plazo, planes para desarrollar productos que no existen y dinero en sus arcas, como Google o Apple, deberían prestar más atención a las grandes novelas de ciencia ficción para así perfeccionar sus ideas del futuro.

Los inventores de hoy necesitan conocer obras básicas de la ciencia ficción escritas en los últimos 150 años, ya que detrás de entornos, interacciones, aparatos, estados de conciencia, o conductas de inteligencia artificial (no humanas), existen metáforas científicas que enriquecerán cualquier tipo de fabricación científica que sostenga tecnologías del futuro.

Mundos fantásticos: entornos donde se ponen a prueba ideas

Según los instructores de este curso del MIT para futuros creativos e inventores, los mundos creados por autores como Philip K. Dick o Arthur C. Clarke no sólo aportan nuevas ideas para futuros dispositivos, “sino que anticipan sus posibles consecuencias”, escribe Rebecca J. Rosen en una entrevista a los docentes para The Atlantic.

El Media Lab del MIT, laboratorio dedicado desde su creación en 1985 a experimentar con ideas donde converjan el diseño, el mundo multimedia y la tecnología, es un entorno donde la literatura de ciencia ficción siempre ha sido mejor considerada que en la sociedad en general, pero ahora se convertirá en la base académica de nuevos inventos e ideas.

Semiótica de las invenciones

Sophia Brueckner: “El Media Lab se compone de distintas áreas de investigación como Biomecatrónica, Medios Tangibles, o Interfaces Fluidas, por ejemplo. Cada uno de esos grupos tiene su correspondiente subgénero de ciencia ficción, a menudo con autores que han explorado temáticas relacionadas durante décadas”.

“Estos autores -recalca Brueckner- hacen más que meramente profetizar tecnologías modernas: también consideran las consecuencias de sus invenciones ficticias con gran detalle”.

Estas afirmaciones de la profesora del nuevo programa MAS S95: Science Fiction to Science Fabrication -or- Pulp to Prototype tienen en cuenta la profunda coherencia de los mundos creados por los autores más sólidos de obras de ciencia ficción: emplean referencias tecnológicas, técnicas de semiótica y realizan prospectiva utópica o distópica con solidez.

Lenguajes de patrones

En otras palabras, un mundo de ciencia ficción tiene su “universo” o “marco de trabajo” (“framework”), como también lo tienen patrones de lenguaje como la arquitectura, cualquier lengua oral y/o escrita, o un videojuego.

En un videojuego donde sus autores hayan creado un marco sin gravedad, todos los objetos de este universo artificial seguirán una norma básica de coherencia: respetarán las leyes de la gravedad del “marco” que habitan.

Ocurre lo mismo con los marcos de software (“frameworks”) donde se usan patrones determinados (las herramientas de un lenguaje de programación) para crear aplicaciones, sitios web o universos virtuales coherentes con el lenguaje que usan.

Christopher Alexander expone la misma idea en el mundo de la arquitectura, en su ensayo A Pattern Language.

Comunicaciones por satélites, armas de electrochoque, radar

Los universos semióticos ideados por los mejores escritores de ciencia ficción cuentan en ocasiones con una coherencia crucial para los inventores que quieran imaginar cómo se comportaría la población de una megaciudad donde conviven ciudadanos que pueden moverse libremente por aire, tierra y subsuelo, qué ocurriría si un androide aspirara a lograr una conciencia humana, o innumerables ejemplos.

Pese a esta utilidad, la idea de relacionar obras literarias de ciencia ficción con el proceso de innovación tecnológica no había fructificado ni siquiera en el Laboratorio de Medios del MIT, reconocido desde su fundación por la experimentación sin cortapisas tradicionales.

Aunque sin reconocimiento ni cátedra, la mejor ciencia ficción ha originado grandes avances durante los últimos 150 años: 

  • en 1945, Arthur C. Clarke describió el concepto de Comunicaciones por Satélite Geoestacionario;
  • las armas de electrochoque Taser para inmovilizar a personas a través de una incapacitación neuromuscular momentánea se inspiran en el “rifle eléctrico” imaginado por Thomas A. Swift (TASER es acrónimo de “Thomas A. Swift’s Electric Rifle”;
  • Winston Churchill trató de crear un “rayo de la muerte” a partir de una serie por entregas de horror ficción de los años 20 y 30, que no culminó en un arma capaz de derribar aviones enemigos, pero sí al RADAR, invención en la que se involucró el propio MIT y crucial para ganar la Batalla de Inglaterra

Si una empresa puede hacerlo, no estás siendo suficientemente ambicioso

El objetivo de la nueva clase del Media Lab del MIT sobre ciencia ficción e invenciones es experimentar con usos y aplicaciones alejados del presente o el futuro próximo. 

Sophia Brueckner y Dan Novy creen que una inmersión en la lectura de los clásicos de ciencia ficción influirá en la manera de pensar y crear de los alumnos, y repercutirá en su ambición. 

El fundador y ex director del Media Lab, Nicholas Negroponte, explica la importancia de adelantarse con invenciones al futuro: si cualquier compañía puede fabricar alguna de las ideas en las que estás trabajando, entonces no estás siendo demasiado ambicioso y deberías dejarlo.

Esculturas de sonido y otros experimentos

Ya hay algunos proyectos en el Laboratorio de Medios inspirados en relatos de ciencia ficción:

  • Narratarium, un entorno inmersivo sensible al entorno, una versión de los entornos de The Veldt (relato corto de Ray Bradbury);
  • escultura de sonido cinético inspirada en un relato corto de J.G. Ballard, The Singing Statues (1971).  

No se trata de una copia al pie de la letra de la descripción del autor, sino de una interpretación, ya que cualquier relato deja en manos del lector parte del trabajo de conformar un entorno imaginario, según las leyes de la semiótica.

Sobre cajas de empatía

Dan Novy explica a The Atlantic que, por ejemplo, nadie sabe exactamente cómo opera la “caja de empatía” descrita por Philip K. Dick en ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, novela en la que se inspira Blade Runner.

La novela cuenta con numerosos instrumentos que pueden inspirar artilugios, algunos tan humorísticos como el “Órgano de Ánimos Penfield”, bautizado en homenaje al neurólogo Wilder Penfield, capaz de inducir emociones en el usuario.

Dan Novy nos recuerda que la ficción, y en concreto la ciencia ficción, es una manera de ver, como diría Cervantes, la vida como podría ser, y no sólo tal y como es: “La narrativa es el modo en que el cerebro humano entiende la realidad, comparando el estímulo que siente con las historias que ha vivido u oído antes”.

Y, como nos recuerda la neurociencia, la conciencia no distingue entre las experiencias que hemos tenido y las vividas por los personajes de los relatos con los que hemos disfrutado.

Lo contado y lo vivido

Esta profunda conexión entre lo contado y lo vivido explica la importancia que el ser humano otorga a explicar, recopilar e interpretar historias, no importa la época o el tipo de sociedad, desde los grupos de cazadores y recolectores con cultura oral a la sociedad de la información.

Como ya recordaba Sócrates a sus discípulos (entre ellos Platón, cuyas “historias” inspiraron la interpretación “mística” del espíritu humano y la realidad), conocer las obras de otros nos permite vivir más vidas en una sola existencia.

Asimismo, los relatos de ficción sintetizan las ventajas de iniciar una simulación (la acción del relato se desarrolla en un “universo” fantástico coherente) sin exponerse a los costes de experimentarlo uno mismo o conducir experimentos análogos.

Sobre la realidad

Dan Novy, cocreador y profesor del curso MAS S65: Science Fiction to Science Fabrication cita también al dibujante de cómics Alan Moore y a Picasso, cuya opinión sobre la realidad es similar. Para Picasso, lo mágico es real, “pero sólo en el sentido de que la mente humana puede concebir algo que no existía con antelación y luego hacerlo”.

La ciencia ficción es una expresión de esta magia acaecida en la conciencia creativa humana, al sugerir soluciones a problemas, o herramientas para ampliar nuestras capacidades, estimular nuestra capacidad de sugestión.

Al fin y al cabo, la ciencia ficción está atenta a los acontecimientos y tendencias del presente, los extrapola al futuro y realiza una simulación -utópica o distópica- de las consecuencias causadas por las tendencias en acción.

Mi entrañable señor Cervantes

Lo creado en un relato puede verse como uno de los innumerables experimentos sobre la existencia ideados por alguien para otorgarnos la capacidad de experimentar lo acaecido. 

Los mejores relatos de Ray Bradbury, Isaac Asimov, Robert A. Heinlein o Arthur C. Clarke tienen tanto de universal como los novelistas que, en vez de decantarse por el futuro más o menos lejano y fantástico, sitúan su obra en presente, pasado o un tiempo imaginario.

En Mi entrañable señor Cervantes, Jorge Luis Borges sentenciaba:

“Cervantes era un hombre demasiado sabio como para no saber que, aún cuando opusiera los sueños y la realidad, la realidad no era, digamos, la verdadera realidad, o la monótona realidad común. Era una realidad creada por él; es decir, la gente que representa la realidad en Don Quijote forma parte del sueño de Cervantes tanto como Don Quijote y sus infladas ideas de la caballerosidad, de defender a los inocentes y demás. Y a lo largo de todo el libro hay una suerte de mezcla de los sueños y la realidad.”

10 libros de ciencia ficción que inspirarán a los nuevos inventores

En el listado, muy discutible y ampliable, excluyo las obras maestras distópicas que inspirarían algunos de los instrumentos de espionaje, tortura y control de la opinión y las conciencias de la humanidad más peligrosos para la propia supervivencia de la individualidad humana: 1984 de George Orwell, Un mundo feliz de Aldus Huxley, Fahrenheit 451 de Ray Bradbury; o la novela corta Himno, de Ayn Rand, o Earth Abides pot George R. Stewart, estas dos últimas prácticamente desconocidas en España.

1. La rebelión de Atlas (1957, Ayn Rand) 

Novela filosófica con ideas como el “metal Rearden”, una aleación más ligera, barata de producir y resistente que el acero ideada por Hank Rearden. 

La novela acaba describiendo una aldea secreta habitada por inventores, industriales y creadores en general, que prosiguen con su propósito industrioso apartados del mundo hasta que éste es liberado del régimen que ha acabado con sus negocios y creaciones.

2. Crónicas marcianas (1950, Ray Bradbury)

Serie de relatos sobre la colonización de Marte por los humanos, que sirve de escenario para hablar de las grandes cuestiones universales. Fuente de inspiración inabarcable.

3. El hombre demolido (1952, Alfred Bester)

Un tratado sobre el potencial de la telepatía y sus implicaciones. Importante para los inventores del futuro.

4. Dune (1965, Frank Herbert)

5. ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (1968, Philip K. Dick)

6. Forastero en tierra extraña (1961, Robert A. Heinlein)

7. Trilogía marciana (1993-1999, Kim Stanley Robinson)

8. Saga de la Fundación (1942-1957 y 1982-1992, Isaac Asimov)

9. Neuromante (1984, William Gibson)

10. El mundo de cristal (1966, J.G. Ballard)