Años de documentación y conversaciones con amigos, algunos de ellos directamente involucrados en el fenómeno, nos permiten atestiguar la popularidad del fenómeno de las casas pequeñas y el grupo de aficionados en torno a esta aproximación alternativa a la vivienda.
Pero la épica de las casas pequeñas no es una historia de éxito sin aristas; más bien, el autoproclamado “tiny house movement” es una respuesta descentralizada y orgánica a la suma de varias problemáticas, cuyas características varían en función del lugar y los protagonistas.
En el movimiento de las casas pequeñas hay jóvenes urbanos atraídos por el sueño de diseñar su propia vivienda a una escala suficientemente reducida como para combinar servicios esenciales, buenos materiales y autosuficiencia, tanto económica como espiritual y geográfica: a menudo sobre ruedas o transportables en un camión, se han convertido en la puerta de entrada simbólica a modos de vida alternativos.
Otras realidades menos fotogénicas, sin embargo, carecen del interés mediático de cariz positivo y ocupan la información de sucesos en prensa local y redes sociales.
Clasismo y viviendas alternativas
Los “otros” habitantes de casas pequeñas no se han convertido en iconos de quienes quieren simplificar su vida y afrontar sus hechos esenciales, como recomendara el filósofo trascendentalista Henry David Thoreau -uno de los referentes de la corriente-, usando una casa pequeña (o en su defecto una autocaravana apetecible) como puerta de entrada simbólica a un nuevo País de las Maravillas. Sirven más bien como estereotipo de la miseria enquistada en el país más rico del mundo.
En esta ocasión, la madriguera del conejo no es inclusiva y sólo quienes eligen viviendas pequeñas y alternativas como opción vital logran popularidad en redes sociales e incluso canales de vídeo y televisión dedicados al fenómeno, desde el canal en YouTube de Kirsten Dirksen a HGTV, pasando por nuevos nómadas que documentan la vida de otros en casas pequeñas y autocaravanas y la publican, algo idealizada, en su perfil social.
El fenómeno #vanlife, palabra clave o hashtag usado en Instagram para referirse a quienes han decidido vivir sobre ruedas con un vehículo-vivienda, un estilo de vida al aire libre, carretera por delante para experimentar y capacidad para recibir réditos por publicitarse como “influencers” de un nuevo estilo de vida, ha levantado alguna ampolla por su tendencia a idealizar la realidad.
Casas pequeñas glamurosas vs. “trailer parks”
Rachel Monroe escribía en el New Yorker la inautenticidad de ir a buscar la imagen -una puesta de sol con una chica, a poder ser rubia, sonriendo desde el interior de alguna autocaravana en boga, desde las Volkswagen Vanagon/California a las Mercedes Sprinter convertidas por sus propios moradores-.
Las historias más numerosas en torno a habitaciones mínimas no hacen referencia a las icónicas casas pequeñas y autocaravanas, reconocidas como herederas de la autosuficiencia de surferos y hippies recorriendo la Costa Oeste a bordo de una “Westy”, o al purismo connaisseur de intelectuales pretéritos como los estadounidenses del XIX Thoreau y Emerson, que se esforzaron -como Walt Whitman, Mark Twain o Jack London- por sintetizar el carácter individualista, panteísta y de Frontera de la cultura estadounidense construyendo su pequeña choza para escribir (el caso de Twain), o para habitar una temporada en el bosque (Thoreau, London).
En efecto: millones de estadounidenses viven en autocaravanas y casas prefabricadas aparcadas en campamentos para tal efecto, los “trailer parks”, o campamentos de viviendas reducidas para acoger a poblaciones a menudo estigmatizadas e incapaces de resarcirse de una situación de precariedad a la que no asocian ideales de vida sencilla, transcendentalismo o autosuficiencia de nuevos nómadas “millennial”.
Las casas reducidas que no atraen en Instagram
A diferencia de Europa Occidental y Japón, donde el tamaño a menudo reducido de apartamentos y casas -corriente en las mayores ciudades y zonas metropolitanas-, responde a esquemas convencionales de vivienda social -planificación centralizada del acceso a la vivienda- o adaptación del mercado al poder adquisitivo de jóvenes y colectivos más desfavorecidos, Estados Unidos cuenta con una tipología de vivienda pequeña inexistente en sociedades con modelos más estatistas e igualitarios: las caravanas estáticas o “mobile homes”, pequeñas casas prefabricadas que emulan el diseño de una caravana recreativa, prescindiendo de sus ruedas y abaratando materiales y estética para, sobre el papel, reducir su precio.
Las caravanas estáticas son el tipo de habitación preeminente en los campamentos de viviendas prefabricadas más estigmatizados de Estados Unidos, cuyos habitantes se llevan a menudo apelativos tan difíciles de superar en en olvidadas biografías personales como las diferencias raciales, entre ellos “trailer park trash” (Curtis Hanson trató la temática, infamante para muchos, en 8 Mile, la película autobiográfica protagonizada por Eminem).
Las “mobile homes” supeditan su diseño a la limitación de presupuesto de su público objetivo y transportabilidad por carretera a bordo de un camión con remolque para evitar sobrecostes en el transporte, pues los principales modelos se fabrican y ensamblan en origen (característica que acerca a estas viviendas a “casas pequeñas” y autocaravanas más apetecibles, sobre todo a raíz de los fenómenos #tinyhouse y #vanlife).
Matrix era el show de Truman: viviendas de cartón piedra
Poco tienen que ver las viviendas prefabricadas más populares, construidas sobre chasis que, si bien son fáciles de transportar sobre el papel, a menudo permanecen “ancladas” en la misma parcela de parque recreativo, tan estáticas como la imposibilidad de sus residentes para mejorar sus condiciones de vida y permitir a sus descendientes escapar del estigma social.
El ascensor social ha dejado también de funcionar en los suburbios estadounidenses con casas las unifamiliares más económicas (“tract housing”), cuya fragilidad estructural -estructura de paneles prefabricados y madera de contrachapado, altamente inflamables y poco resistentes a altas temperaturas- ha quedado patente en los últimos fuegos que han devastado varias localidades en el norte metropolitano de San Francisco.
Las imágenes a vista de dron de los suburbios de Santa Rosa muestran descampados carbonizados donde nada queda en pie y sólo se reconocen el trazado asfaltado de las calles y el perímetro de los cimientos de cada vivienda cuyo aspecto original parece sacado del mismo molde de decorado de cartón piedra presente en la telerrealidad de El show de Truman (Peter Weir, 1998), o cuando las economías de escala y la reducción de costes convierten el sueño de Pleasantville en suburbios que ya no garantizan la movilidad social.
Riesgos de confundir experimentación y dificultades sociales
Fenómenos como la adicción a medicamentos opioides alcanzan cifras de epidemia en suburbios desfavorecidos y de clase media, hasta ahora sólo preeminentes en “barrios móviles” que el grueso de la sociedad estadounidense no visita, donde la supuesta ventaja de la autosuficiencia, la sencillez y la movilidad no funcionan como reclamo para millennials de clase media.
Lejos de hashtags populares en redes sociales, canales de YouTube y programas de casas pequeñas más populares, como Tiny House Hunters, las casas móviles -que suelen permanecer estáticas, dispuestas sin ruedas en la parcela alquilada de algún “trailer park”- permanecen como el tipo no subsidiado de “casa barata” más preeminente en Estados Unidos: hay 8,5 millones de unidades, o el 6% del parque de viviendas en el país, con un coste medio de 37.100 dólares (32.000 euros).
Sobre el papel, esta inversión reducida que proporciona un techo a 20 millones de estadounidenses, permitiría el ahorro para acceder a viviendas convencionales o de protección, pero la realidad es más compleja: además de quienes optan voluntariamente por la opción menos glamurosa y más estigmatizada de casas reducidas para simplificar el día a día, los parques cuentan biografías novelescas: desde quienes perdieron su vivienda en alguna catástrofe a estudiantes pagando su deuda universitaria, parados de larga duración malviviendo con asistencia alimentaria y mayores que sustituyen mayor espacio por una vida más simplificada y comunitaria, sin olvidar a la comunidad de veteranos de guerra.
Los que viven en casas pequeñas sin haberlo elegido
Para Katherine MacTavish, profesora en la Universidad Estatal de Oregón y coautora de un ensayo sobre “trailer parks” publicado este mes (Singlewide: Chasing the American Dream in a Rural Trailer Park), las casas-remolque, con su característica estética prefabricada, planta baja y rectangular, materiales poco resistentes al paso del tiempo como el vinilo, ofrecen pocas ventajas a largo plazo a la mayoría de sus residentes, la mayor de las cuales es evitar que muchos estadounidenses acaben viviendo en un automóvil, en alguna autocaravana poco apetecible o en la calle.
El libro (Sonya Salamon y Katherine MacTavish, Cornell University Press), compila la experiencia de 240 residentes permanentes en campamentos de caravanas estáticas, muestra la dificultad de sus habitantes de abandonar el ciclo de la pobreza y proporcionar a sus descendientes estabilidad, educación y oportunidades para ascender socialmente.
Abundan individuos, parejas, familias monoparentales y retirados que poseen la caravana estática en propiedad, la parcela donde se asienta la vivienda suele permanecer en régimen de alquiler, sometiendo a los residentes a modificaciones del contrato de arrendamiento, sobre todo a medida que los “trailer parks” de propiedad familiar pasan a manos corporativas, un fenómeno de concentración que empezó en los 90.
El precio mensual medio de estas parcelas es de 250 dólares, y cualquier incremento del alquiler repercute sobre la economía de individuos y familias con ingresos reducidos, que a su vez han comprado su “mobile home” recurriendo a un problema de deuda al que se enfrenta cualquier interesado en financiar viviendas alternativas que no son consideradas como tal por las entidades de crédito.
El complejo industrial de las caravanas estáticas
Comprar este tipo de vivienda, explica Mimi Kirk en CityLab,
“significa a menudo aceptar un préstamo similar al que le dan a uno para comprar un coche, ya que las caravanas estáticas son generalmente clasificadas como bien mueble -propiedad personal, en contraposición a la propiedad inmobiliaria”.
El interés de los préstamos personales es consistentemente superior a cualquier préstamo hipotecario, lo que implica, incluso en un contexto de bajos tipos de interés, asumir tipos de interés del 13,5% o más por una propiedad que pierde cerca de la mitad de su valor de mercado en 3 años, como ocurre como un automóvil o una autocaravana compacta.
“Este esquema forma parte de lo que las autoras [en referencia al mencionado ensayo de Katherine MacTavish y Sonya Salamon] califican como ‘el complejo industrial de las caravanas estáticas’, y es lo que impide a los propietarios de casas móviles aprovechar el capital invertido en su compra para adquirir posteriormente un hogar convencional.”
Un diseño a menudo frágil y poco atractivo, los estigmas sociales asociados al código postal perteneciente a un campamento de caravanas y la ausencia de rendimiento inmobiliario convierten a las casas móviles actuales en un candidato poco probable a los valores con que se han asociado los fenómenos #tinyhouse y #vanlife, tan populares en las redes sociales que han adquirido una aureola aspiracional entre jóvenes urbanitas.
Aparcados frente a la Universidad de Stanford
En la intersección entre las dificultades de los habitantes de parcela de parque de caravanas y jóvenes nómadas en busca de su experiencia contracultural a bordo de una autocaravana Volkswagen Transporter o, últimamente, Mercedes Sprinter reconvertida, los diseñadores de casas pequeñas tratan de aportar calidad de vida y atractivo estético a viviendas reducidas que, como las “mobile homes” prefabricadas, son consideradas bienes muebles y tienen cerrado el acceso a créditos inmobiliarios con bajos tipos de interés.
Los vehículos recreativos más icónicos, desde la VW Westy a las metálicas y aerodinámicas caravanas Airstream, comparten a menudo parcela y calle en parques de uso mixto -tanto ocasional y recreativo como a tiempo completo-, y escapan a menudo del estereotipo “trailer trash” al que la cultura popular estadounidense somete las caravanas sin ruedas más baratas.
Un fenómeno ajeno a los parques de remolques se extiende por ciudades que combinan trabajo abundante en el sector servicios y acceso difícil a vivienda asequible de compra o alquiler: frente al campus de la Universidad de Stanford en Palo Alto, en pleno Silicon Valley, varias autocaravanas aparcan de forma permanente, ante la imposibilidad de sus moradores de alquilar una vivienda en la zona.
Muchos de estos vehículos recreativos, explica Alastair Gee en The Guardian, albergan a familias de inmigrantes que se ocupan de trabajos peor remunerados que las ocupaciones tecnológicas asociadas con la zona.
Nómadas en busca de un paraíso de montaña
Pero trabajadores de servicios en firmas como Facebook no son los únicos en optar por autocaravanas y otras soluciones para reducir costes: la movilidad y complejidad reducida de las autocaravanas ha estimulado su uso entre programadores, estudiantes y personas de paso que optan por mayor flexibilidad y renuncian a alquilar o comprar un apartamento o vivienda en la zona residencial más cara de Estados Unidos.
John Clary Davis ilustra en un reportaje para Outside Magazine el nuevo fenómeno del estacionamiento estacional en campamentos informales de autocaravanas en torno a localidades asociadas con deportes de invierno y actividades al aire libre: jóvenes nómadas atraídos por ofertas de empleo en el sector servicios de Localidades como Jackson Hole (Wyoming).
El fenómeno, extensible a otras pequeñas localidades que atraen de momento a más entusiastas de deportes al aire libre que a trabajadores (la tasa de paro en Jackson Hole es del 2,6%), tales como Winthrop, en el interior del Estado de Washington, ha originado escenas locales de entusiastas de vida nómada (autocaravanas), casas pequeñas (estáticas o sobre ruedas) y otras viviendas alternativas, tales como contenedores logísticos.
El pasado verano, nos desplazamos por el interior de Washington y entrevistamos a algunos entusiastas locales de casas pequeñas; ha pasado una década desde que pioneros como Jay Shafer pasearan por primera vez sus casas pequeñas de madera erigidas sobre remolques, y el fenómeno de los vehículos recreativos y las casas pequeñas se ha popularizado hasta consolidarse como nicho de mercado con miles de entusiastas y “moradores” en Estados Unidos y el resto del mundo.
¿Campings permanentes prósperos?
Mientras tanto, en el mundo menos glamuroso de los parques de remolques convencionales, varias iniciativas tratan de acabar con el estigma de los parques de caravanas estáticas, ofreciendo a sus residentes la posibilidad de compra de su parcela; cuando los propietarios quieren deshacerse del negocio, los residentes de estas comunidades pueden asociarse para comprar comunidades y gestionarlas en régimen de cooperativa residencial, evitando fenómenos recurrentes tras la renuncia de viejos gestores familiares:
- aumentos de precio injustificados aplicados por propietarios corporativos ajenos al día a día;
- recalificación del terreno para construir vivienda (lo que implica la expulsión de los ocupantes de parcelas);
- etc.
Leyes e iniciativas no gubernamentales intentan transformar el círculo de precariedad en que se hallan inmersos los habitantes de estos barrios de caravanas: Estados como Nuevo Hampshire y Vermont obligan a ofrecer la prioridad de compra de la parcela a sus inquilinos, mientras fundaciones caritativas en Oregón compran decadentes parques de casas móviles para reconvertirlos en comunidades de viviendas asequibles.
Por su clima, vulnerabilidad ante tormentas tropicales y elevado porcentaje de retirados, Florida es el Estado con más casas móviles estacionadas en parques de caravanas con residentes permanentes: 850.000 unidades, o el 11,6% de un total que supera los 7 millones de viviendas.
Caravanas estáticas y tormentas tropicales
Los cambios promovidos administración local y aseguradoras a raíz del huracán Andrew, que devastó el sur del Estado en 1992, han aumentado la resiliencia de caravanas estáticas y parques de caravanas ante tormentas tropicales, explica Joseph B. Treaster en The New York Times.
Gracias a una regulación sensible al clima extremo, el parque de casas móviles no sufrió daños significativos durante el reciente paso de Irma, que entró por el sureste de Florida en categoría 4 (vientos a 130 millas por hora, o 209 km/h) y llegó a Naples, en el suroeste del Estado, en categoría 2 y vientos a 25 mph (40 km/h).
Los estándares mejorados, que requieren una estructura más resistente y mejores anclajes, dejan patente en cada desastre la diferencia entre las caravanas ensambladas antes de 1992, más débiles, y las posteriores, que apenas sufren desperfectos incluso durante el paso de huracanes. Irma pasó con violencia por Old Bridge Village, un parque con 500 casas móviles estacionadas en North Fort Myers, pero causó desperfectos menores y ningún siniestro irrecuperable.
Stephen Braun, de la firma de gestión de caravanas estáticas Home Town America, cree que las regulaciones específicas funcionan para reducir el impacto de eventos de clima extremo: de las 2.800 viviendas móviles que visitó después del paso de Irma, sólo 40 presentaban daños severos.
Si bien el precio medio de una caravana de 980 pies cuadrados (91 metros cuadrados) anclada a una parcela es de 37.100 dólares, los modelos más sofisticados alcanzan el medio millón, mientras los más asequibles se adquieren por el precio equivalente a un automóvil usado.
Bienes muebles sin préstamo hipotecario
Tradicionalmente erigidas en una estructura de madera similar a la usada en las populares “tiny homes”, las caravanas estáticas prefabricadas actuales incluyen refuerzos que facilitan tanto la vida útil (incluyendo el transporte por carretera en más de una ocasión) como la resistencia a fenómenos meteorológicos.
John Clary Davies se atreve afirma con cierta ironía en el título de su reportaje para Outside Magazine que, quizá, “el nuevo sueño americano es una plaza de aparcamiento”, en referencia a la nueva cultura, a medio camino entre la necesidad y la autosuficiencia de raigambre contracultural, del nomadismo en autocaravana apetecible para los entusiastas #vanlife.
La creativa intersección entre viviendas humildes y estilos de vida alternativos, tan ligada a la cultura de Frontera en Estados Unidos y a comunidades nómadas y seminómadas de todo el mundo, no nació con las “mobile homes” prefabricadas (recuerda Sarah Baird en Curbed) y los parques de remolques que surgieron en zonas deprimidas de Estados Unidos, ni mucho menos del fenómeno -ampliamente ilustrado en este sitio- de las casas pequeñas, autocaravanas y otras moradas alternativas.
Hasta ahora asociadas con circunstancias poco apetecibles o alejadas de lo socialmente aspiracional, las casas pequeñas se popularizan tanto por necesidad como por elección personal, si bien parte de lo que prometen (autosuficiencia económica, libertad) requiere un análisis contextual: mientras la mayoría de casas pequeñas sean consideradas bienes muebles por la legislación tradicional, requerirán una financiación con altos tipos de interés y no servirán para financiar una vivienda convencional.
No es precariedad si se elige
Un lustro después de que Kirsten Dirksen acabara la edición y producción del documental de *faircompanies sobre el casas pequeñas, We the Tiny House People, la popularidad de estas moradas sigue en aumento, como demuestra el contenido relacionado en redes sociales y televisión especializada.
En todo el tiempo transcurrido desde que, hace ya cerca de 15 años, Jay Shafer -oriundo de Iowa- fundara en Sonoma, en el norte de California, la firma (que después vendería) Tumbleweed, un factor decisivo ha distinguido la precariedad de gran parte de las “mobile homes” del fenómeno aspiracional -y popular entre el público urbanita más desencantado con estilos de vida más convencionales- de las casas pequeñas: la libertad para elegir.
En efecto, vivir por necesidad en un espacio reducido, sin apreciar sus ventajas ni mejorar sus inconvenientes, forma parte de la realidad precaria de muchos habitantes de “trailer parks”, en una lucha por alejarse de la vida en la calle y ascender -o volver- a la clase media.
Por el contrario, crear, modificar o restaurar una vivienda pequeña para adaptarla a las expectativas de uno, forma parte de la cultura del conocido como movimiento de las casas pequeñas.
La diferencia fundamental, nos recordaba Jay Shafer en una ocasión durante una visita a su casa en Sebastopol, al norte de San Francisco, es la actitud ante la vida.