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Alargar el "Ahora" y mejorar la salud con "baños forestales"

Apreciar un paseo por el bosque requiere un esfuerzo más cognitivo y de actitud que físico, pero sus beneficios -físicos, espirituales- aumentan en la era de la vida urbana y la interrupción constante.

Pasear por la naturaleza no equivale a perder el tiempo, vagar sin rumbo, mirar a las musarañas. Es una aspiración de ocio activo y enriquecedor, el “otium ruris” que reivindicaban poetas y filósofos de la Antigüedad.

El lujo asequible (pero despreciado) de pasear por el bosque

Ahora, la ciencia hace lo propio para combatir dolencias físicas y mentales. Existe un escollo: para apreciar la experiencia sensorial de algo en apariencia tan mundano como un paseo por la naturaleza en toda su dimensión, se requiere una cierta mentalidad

Esta mentalidad o iniciación al paseo virgiliano, sea en un parque urbano o en medio de la naturaleza, se adquiere cuando existe una idea cognitiva anterior: la apreciación del momento

Introspección, el germen de los parques naturales

Es la apreciación de los pequeños placeres rurales presente en Horacio, Virgilio y Lucrecio, recuperada en el Renacimiento y adaptada a la inabarcable Norteamérica del siglo XIX por los trascendentalistas: Walt Whitman y su colección de poemas Hojas de hierba, por ejemplo. 

O el ecologismo precursor de John Muir, inspirador del concepto moderno de parques naturales como espacio de conservación y disfrute espiritual, evocador.

(Imagen: Walt Whitman -37 años- en el frontispicio de la primera edición de su poema Hojas de hierba)

Hemos usado técnicas para rememorar experiencias inventadas, vividas por otros o por nosotros mismos en el pasado, reproduciéndolas en una historia. 

Nadie puede dar (o interpretar) el paseo por nosotros

La naturaleza ha estado siempre presente; desde la Antigüedad, no obstante, filosofía y literatura han reconocido que el mejor modo de disfrutar del ideal arcadiano es perderse uno mismo por el bosque. De lo contrario, caemos en la tentación de encerrar la experiencia en una idea.

Y en eso nos hemos empecinado. Hay estrategias narrativas básicas que la humanidad ha compartido desde sus orígenes y seguimos usando en la oralidad y narrativa actuales.

La fabulación evoca y rememora, no experimenta el Ahora

Compartimos la capacidad de transmitir conocimientos entre generaciones, así como experimentar lo vivido por otros, a través de historias transmitidas oralmente y, con la especialización de tareas del neolítico, a través de obras escritas. 

Los aborígenes australianos, por ejemplo, lucharon contra la pérdida de mitología, historias y experiencias pasadas pintando símbolos, convertidos en marcadores que les recordaran al menos los principales hitos de cada rapsodia.

El arte surgió en parte para evocar la riqueza de matices de lo fabulado, inspirado o no en la realidad de algún momento y lugar. Y, tras los medios de masas, Internet y tecnologías como las imágenes 3D o incluso los hologramas avanzan hacia una realidad fabulada más rica.

Sobre caminar en los zapatos de otro: el ejemplo de “Avatar”

Pero la realidad virtual no podrá sustituir a la física, no sólo por la complejidad cognitiva del ser humano, que modula todo su organismo para interactuar con el entorno en que se desenvuelve, más allá del uso de los sentidos. La narrativa del confort no sustituye la propia experiencia.

Destacamos por nuestro bipedismo -el equilibrio humano implica incluso al oído interno, como han aprendido quienes padecen de vértigo- y capacidad de transpiración: al caminar o correr por entornos como la playa o el bosque, usamos no sólo los cinco sentidos, sino todo el organismo, para sentir e interaccionar con la luz, las rachas de viento, la textura del suelo, la temperatura, los posibles peligros, etc.

Queda muy lejos, por tanto, la futurista inmersión cognitiva y psicomotriz en un cuerpo “portador” a través del que podamos movernos, comunicarnos, sentir. La realidad aumentada explorada por James Cameron en su película Avatar queda lejos.

Ejercicios para apreciar lo cotidiano: el ejemplo de “Gravity”

Nuestra percepción de algo tan mundano como un paseo por el bosque es en realidad tan complejo que ni siquiera la mejor simulación se le acerca; de ahí que la filosofía y el arte se hayan dedicado a interpretar la interacción entre el ser humano y el entorno, así como nuestra transitoriedad en el espacio y el tiempo. 

Volviendo a la tierra, y nunca mejor dicho: uno de los grandes aciertos sensoriales de una buena simulación evocadora de esta realidad, la película Gravity de Alfonso Cuarón, es el atropellado retorno de la protagonista a la tierra.

Esa frágil esfera de mármol azul

Sin en la destartalada cápsula china, que logra reentrar en la atmósfera con problemas, abre su paracaídas y cae en un remoto lago de la esfera de “mármol azul” (descripción de la icónica imagen de la tierra tomada por el Apollo 17 el 7 de diciembre de 1972), esa anomalía cromática en un fondo inerte.

(Imagen: Portada de la primera edición -Brooklyn, Nueva York, 1855- de Hojas de hierba)

La imagen en alta resolución del Apollo 17 contribuyó -más que cualquier texto, libro filosófico o relato- a que la humanidad tomara conciencia de la magnanimidad, y a la vez fragilidad, de ese oasis esférico en el universo conocido.

Cinco días después, el 12 de diciembre de 1972, el Apollo 17 se convirtió en la última misión Apollo en alunizar.

El fanzine contracultural californiano Whole Earth Catalog había usado una imagen similar para ilustrar la portada minimalista del número de otoño de 1969, en el que sólo acompañan a la fotografía de la frágil e insignificante tierra y su desproporcionado satélite el título de la cabecera y, bajo él, un mensaje: “acceso a herramientas”.

Retorno -físico y sensorial- a la tierra

Volviendo al aterrizaje de la cápsula en la que la protagonista de Gravity, Ryan Stone, la depresiva científica en misión de astronauta encarnada por Sandra Bullock, se salva por los pelos de llegar viva a la superficie terrestre y morir asfixiada por una combinación del humo de la chamuscada circuitería del aparato, o bien ahogada, tras abrir la escotilla.

Tras una frenética lucha final por su vida, la astronauta se desprende del pesado traje en el fondo del lago y sube hasta la superficie en busca de un aliento de oxígeno, celebrando el instinto de supervivencia de hasta la última célula de su organismo.

Como un buen mamífero superior, la astronauta asoma la cabeza en la superficie y toma una enorme bocanada de aire a pulmón abierto: un pedazo insignificante de la frágil y anómalamente amable atmósfera terrestre.

Cuando hasta lo minúsculo es un festín para los sentidos

Y es aquí cuando ocurre el festín para los sentidos, y el espectador, sin necesidad de procesarlo intelectualmente, ya que lo “siente” en calidad de un miembro de la especie y de un habitante del mismo astro, es lo que ha dejado de percibir por estar demasiado ocupado para apreciar el momento: suenan insectos, brisa, pájaros, agua. Vida y realidad compleja percibidas con todos los sentidos.

Esta remarcable apreciación de lo minúsculo de la existencia, lo que tenemos ante nosotros o -mejor dicho- nos rodea en el “aquí y ahora”, convierte a la única escena en la tierra de toda la película en una delicia para los sentidos, la alegoría que no puede reproducirse en toda su riqueza, sino sólo apreciarse, evocarse.

El arte y las culturas humanas en general han tratado de evocar el tránsito de la existencia en el presente, el esquivo “aquí y ahora” que suele diluirse entre lo ya pasado -y que, por tanto, no podemos cambiar- y la esperanza del porvenir.

Experiencias

A menudo, se celebra la transitoriedad recurriendo a abstracciones para celebrar su riqueza, si se realiza el esfuerzo de apreciar el Ahora: una pintura o escultura, un poema -gigantesco o condensado en un haiku-, un texto… 

A veces, basta con el difícil esfuerzo cognitivo de prestar atención a lo que está ocurriendo:

  • la concentración inmersiva del trabajo manual e intelectual en ese momento especial en que todo fluye y perdemos incluso la conciencia de individualidad;
  • o la celebración de lo mundano: la ceremonia del té, por ejemplo, invita a observar los pequeños matices sensoriales que distinguirían el té de este preciso instante del de ayer y el de mañana. “Este preciso instante”, expresa la ceremonia del té japonesa, “ya no volverá a suceder”. Aprende a apreciarlo.

Todo lo que requiere esfuerzo… cae de la lista de “actividades populares”

La apreciación del momento requiere esfuerzo consciente; ello explicaría su desaparición de la cultura popular, en la que el Ahora es ese pesar existencial del que hay que huir con interrupciones impulsivas.

Cuando la inmersión introspectiva se une al paseo por el bosque, cualquier individuo se convierte en un buscavidas momentáneo, un rapsoda merodeador de la naturaleza, que retornará a su cotidianeidad con el premio de un momento ascético desprovisto de pretensiones.

Así lo atestiguaron los escritores y filósofos trascendentalistas Henry David Thoreau (en su ensayo Walking) y su amigo Ralph Waldo Emerson (en el ensayo Nature, entre otros).

Sobre “saunterers” y demás buscavidas panteístas

En Walking, Thoreau se refiere a los caminantes de la Edad Media que se quedaban en el bosque y vivían de la caridad cuando era necesario, con el pretexto de que se encaminaban a Tierra Santa.

De esta invención de buscavidas se deriva el término anglosajón “saunterer”, explica Thoreau, pues aquellos merodeadores con aspecto ascético y curtidos por la vida al aire libre decían que iban a la “Sainte Terre”, hasta que los niños empezaron a exclamar: “¡Por ahí va un Sainte-Terrer”, y de “Sainte Terrer” a “saunterer”, la evolución.

Walking y Nature afrontan la vocación panteísta e introspectiva de los autores estadounidenses del siglo XIX influidos por el idealismo alemán, que a menudo merodeaban por un país nuevo en un continente inabarcable en continua exploración de su “Oeste” geográfico e imaginario.

El Huckleberry Finn que todos llevamos dentro

Thoreau, Emerson, Walt Whitman, Mark Twain, Jack London o, últimamente, Christopher McCandless, son los herederos intelectuales de los cazadores de pieles, buhoneros, buscadores de oro y buscavidas como Johnny Appleseed, que plantó árboles a lo largo del río Ohio; o los personajes, reales y de ficción que cruzan el país de costa a costa o de norte a sur, usando el Ohio y el Misisipí.

El Huckleberry Finn que todos llevamos dentro es ahora reivindicado no sólo por quienes aprecian los consejos contemplativos y espirituales de Thoreau y Emerson, defensores de la vida sencilla: desde las tradiciones orientales a la psicología y la ciencia, ahora sabemos que pasear por el bosque mejora nuestra salud y nuestro estado de ánimo.

Sobre “baños forestales”

La revista Outside Magazine dedicaba recientemente un reportaje a los paseos por el bosque como método con sorprendentes beneficios para la salud.

Son los “baños forestales“, hasta hace poco apenas una tradición para sibaritas de la naturaleza en Japón y Corea del Sur, y ahora una actividad que se populariza en Norteamérica y Europa.

Los “baños forestales” (“shinrin-yoku” en japonés; “samrimyok” en coreano) son el equivalente tradicional de la aromaterapia; ahora sabemos que los supuestos beneficios de estos paseos, que comparten la aspiración panteísta y contemplativa de los paseos comentados por Thoreau y Emerson, tienen base científica.

Caminando por el bosque

Al pasear por el bosque, combinamos la experiencia relajante de percibir el contraste de luz, fricción del viento, aromas, formas, etc. en el dosel, los troncos, el sotobosque y nuestro organismo; los olores y composición química de las sustancias volátiles se transforman con las estaciones, de modo que ningún paseo es igual, aunque lo realicemos siempre en el mismo entorno.

A través del olfato y la piel, mediante la transpiración, nos embebemos de sustancias como los fitoncides, aceites esenciales de la madera que refuerzan nuestro sistema inmunitario, tal y como escribía Anahad O’Connor en un artículo para The New York Times y, recientemente, Florence Williams en el mencionado reportaje para Outside Magazine.

Florence Williams decidió probar uno de los “baños forestales” tradicionales japoneses, concretamente en el Parque Nacional Chichibu-Tama-Kai, 75 minutos en tren al noroeste de Tokio, para comprobar sus efectos en primera persona. No son espectaculares, pero la ciencia confirma su existencia.

Cuando el bosque es más una alegoría

Anímicamente los paseos por la naturaleza nos inspiran y nos permiten apreciar el Ahora. Hay también cambios cuantificables en el organismo: reducen nuestra presión sanguínea, ayudan a combatir la depresión y convierten el estrés que bloquea en motivación que podemos regular.

El término japonés “shinrin-yoku” fue acuñado en los ochenta para denominar una actividad que ya se practicaba en Japón de manera tradicional, inspirada en valores sobre la introspección y la apreciación de la naturaleza presentes en el sintoísmo y el budismo, fuertemente arraigados en la cultura japonesa.

(Imagen: Gravity -Alfonso Cuarón- nos recuerda la excepcionalidad de la tierra -y nuestra percepción de ella-)

Pero Japón no es un paraíso de “baños forestales” y población libre de estrés. Al contrario: el gobierno japonés promovió los paseos por la naturaleza para afrontar los elevados niveles de estrés en una de las sociedades más densas y urbanizadas del mundo, donde el 10% de los 128 millones de habitantes viven en la conurbación de la capital, Tokio.

La cura más poderosa contra los excesos de la interrupción constante

Japón ha servido como banco de pruebas para detectar y combatir dolencias modernas, la mayoría relacionadas con el estilo de vida: la expresión “tsukin-jigoku” designa el “infierno de los viajes metropolitanos” para acudir al trabajo, mientras la depresión, las dolencias obsesivo-compulsivas y la tasa de suicidios se encuentran entre las más altas de la OCDE.

En un mundo con mayor población urbana que rural por primera vez en la historia, crecen los incentivos para comprobar científicamente lo que intuyeron filósofos y ascetas: cuáles son y cómo se manifiestan los beneficios sobre la salud de actividades como una caminata al aire libre.

Los científicos japoneses están en la vanguardia de los nuevos estudios que cuantifican los efectos de los espacios verdes sobre el cuerpo y la mente, más allá de las investigaciones psicológicas que en las últimas décadas sugieren pasar tiempo en la naturaleza mejora el rendimiento cognitivo, reduce la ansiedad y combate la depresión, además de estimular la capacidad empática.

Biofilia

Florence Williams expone que las nuevas evidencias aparecen en un momento propicio para que se cree la tormenta perfecta: la mayor distracción tecnológica ha convertido atributos que carecían de prestigio social, como la paciencia, en una ventaja competitiva

En este contexto, el panteísmo de Thoreau y Emerson, o el concepto de biofilia reivindicado por el entomólogo y naturalista Edward O. Wilson (y a su vez admirador de los anteriores), inspiran lo que Florence Williams llama un “movimiento de la naturaleza lenta”.

La capacidad para disfrutar del Ahora y salir de él con cuerpo y mente reforzados alargaría nuestra percepción de la vida, de manera alegórica… y real.

El “Largo Ahora”

Es lo que Stewart Brand, fundador de Whole Earth Catalog, llama el “largo ahora“.

El poeta, ensayista y filósofo trascendentalista Ralph Waldo Emerson escribía en su ensayo Nature, difuminando las fronteras entre espíritu y percepción del entorno:

“El mundo es emblemático. Las partes del habla son metáforas, porque toda la naturaleza es una metáfora de la mente humana.”

En su ensayo Walden, su amigo Henry David Thoreau explica que fue a los bosques “porque quería vivir deliberadamente; enfrentar sólo los hechos esenciales de la vida y ver si podía aprender lo que ella tenía que enseñar. Quise vivir profundamente y desechar todo aquello que no fuera vida… para no darme cuenta, en el momento de morir, que no había vivido.”