Nacido en 1977, el artista holandés Florentijn Hofman forma parte de la generación que transita entre las cohortes Generación X y Generación Y (millennial), familiarizadas con el plástico y la electrónica hasta el punto de no concebir una realidad sin estos productos, sin Internet y sin el teléfono inteligente.
Una de sus obras más conocidas, el patito de goma gigante, que visita lugares emblemáticos del mundo, es un recordatorio de nuestra estrecha y compleja relación con los derivados del plástico, así como nuestra dependencia de un sistema de consumo que no hemos diseñado para que se reintegre con naturalidad en el ciclo de la tierra al final su vida útil.
Si pudiéramos añadir todo el plástico mal descartado en el mundo en una única figura, ésta asumiría un tamaño y carácter simbólico sin parangón. Pero, ¿estamos condenados a ser engullidos por un patito de goma sintética?
Incontinencia plástica
Las principales ciudades de la Costa Oeste de Estados Unidos, desde Seattle hasta San Diego, lideran el mapa estadounidense en reciclaje, si bien este gesto cívico transversal se convierte en poco más que un acto simbólico dada la posición del gobierno federal en protección medioambiental, a lo que se suma ahora la imposibilidad de tratar los desechos reciclados.
Estados Unidos ha abandonado los acuerdos sobre el clima mientras los meteorólogos se preguntan sobre la virulencia y asiduidad tormentas en el Caribe o fenómenos aparentemente desvinculados como la dimensión de los fuegos en California y una temperatura cálida para diciembre, en consonancia con los cambios observados el hielo del Ártico y los fenómenos estacionales de Norteamérica.
Eso sí, la actual Administración se toma la molestia de reducir el presupuesto en la gestión de la red de parques nacionales más antigua del mundo, reduce la superficie de dos áreas protegidas de Utah y politiza la Agencia de Protección Ambiental (EPA), donde criterios de partido ganan ahora la partida a los científicos.
Casos en que ganar lentamente es perder
El experto en periodismo sobre el clima Bill McKibben argumenta que, cuando se trata de calentamiento planetario, ganar lentamente es lo mismo que perder.
Al otro lado del Atlántico, la prensa alemana, sabedora de que las dificultades de Angela Merkel para conformar una coalición de gobierno después de las elecciones dejan a Emmanuel Macron como representante actual europeo de los acuerdos del clima (y, por tanto, espada de la iniciativa mundial en la materia), exhorta al líder francés a proseguir con sus gestos para espolear acciones más concretas.
El presidente francés, que tomó la iniciativa tras el abandono de Estados Unidos de los acuerdos del clima con su irónico “make the planet great again”, demuestra que su oferta a científicos de todo el mundo, incluidos los estadounidenses, a seguir con su trabajo sobre el cambio climático en Francia no era una oferta retórica: llegan a Europa los primeros 18 expertos sobre la materia, 13 de ellos estadounidenses.
Hace poco, el flujo de científicos habría discurrido a favor de Estados Unidos, pero esta realidad asumida desde finales de la II Guerra Mundial podría cambiar con el patoso desprecio de Donald Trump por el “poder blando” y la diplomacia de valores que habían mantenido sus antecesores.
Hipocresía del reciclaje en Norteamérica y Europa
Si bien la Costa Oeste de Estados Unidos, la Unión Europea y Japón coinciden en valores medioambientales y elevado nivel de actitudes de responsabilidad como niveles de reciclaje, ambas zonas del mundo amagan su doble rasero en la materia: en Estados Unidos, varios vertederos privados acumulan basura que hasta ahora enviaban a China, pues este país ha prohibido la importación de desechos de terceros países debido a sus propios problemas medioambientales.
En la Unión Europea, mientras tanto, apenas un puñado de medios, como el semanario alemán Der Spiegel, han dedicado espacio en los últimos años a un fenómeno vergonzante en un continente que dedica medios y recursos educativos para fomentar prácticas como el reciclaje o el consumo responsable de productos finitos como el agua o la electricidad: los productos electrónicos del continente son enviados a vertederos de África, donde contaminan a población, suelo y aguas freáticas.
La basura acumulada en los países en desarrollo quizá no sea un problema tan acuciante como el cambio climático, pero la estrategia sobre el tratamiento de desechos en las próximas décadas afectará a la salud de los océanos (un 30% más ácidos debido al aumento del CO2 en la atmósfera, explica McKibben) debido al aumento de plástico y a sus efectos sobre la cadena trófica, pero también afectará el diseño de los productos de consumo del futuro: productos diseñados sin pensar en las consecuencias después de su vida útil no serán tan aceptables en el futuro como lo son en la actualidad.
Civilización de bolas de grasa y piedras de plástico
Fenómenos con nombres tan cómicamente sugestivos como “fatberg“, enormes bolas de grasa y desechos como toallitas que obstruyen el sistema de alcantarillado de las grandes urbes, o el surgimiento de nuevos materiales como el “plastiglomerado” (plástico descompuesto combinado con otros desechos a la deriva), son el recordatorio diario de que no estamos diseñando, usando y desechando los productos como deberíamos.
Ciudades y regiones del mundo prohiben el uso de bolsas de plástico al atestar plantas y zonas cercanas a infraestructuras: hace apenas unas décadas, otros materiales más fácilmente desechables desaparecían con mayor facilidad en el medio, retornando a éste en forma de nutriente: materiales y tejidos de origen vegetal o animal que carecían de tintes químicos y se descomponían sin más, aunque el proceso variara en función del material y el estado.
Las bolsas de plástico, por el contrario, permanecen y se expanden a merced del viento y las corrientes de agua, acabando a menudo en los océanos.
Sin embargo, la relación entre la población, incluso aquella que reside en los lugares más concienciados y con porcentajes de reciclaje más elevados, y los desechos producidos, es impersonal y está privada de cualquier reflexión más allá del acto, todavía de cariz samaritana, de separar los desechos reciclables y depositarlos en el contenedor que pertoca.
Cuando, separando contenedores, creemos que está todo hecho
La última acción de quienes, comprando sin pensarlo dos veces, se deshacen de un producto, es la primera de un largo proceso que no acaba del todo, pues el carácter no biodegradable de la mayoría de desechos que no son fácilmente transformables debe ser acumulado a cielo abierto, enterrado, transportado a otro país o incinerado. Y todas estas opciones dejan una clara traza.
Acciones anodinas, como preparar una taza de café o caer en la tentación de dar una merienda de fruta en un sobre de plástico “reciclable” a nuestros hijos, tienen consecuencias que se inmiscuyen en la geopolítica del mundo.
Así, el envoltorio de plástico de cada una de las cápsulas de café que se han convertido en el último consumible omnipresente que podría haberse evitado, al no conceder más que falsa comodidad, o el envoltorio de plástico de esos tentempiés de fruta “bio” para los niños que aportan más plástico a la basura que nutrientes al estómago del niño, son el recordatorio de que, al “hacer nuestra parte” desechando o reciclando según lo indicado, poco hay garantizado: en el mejor de los casos, un proceso que requerirá energía transformará el desecho en otros productos listos para ser usados; en el peor de los casos, su tránsito por vertederos de medio mundo dejará una traza.
Cassandra Profita escribe un artículo en NPR sobre los problemas de vertederos como Rogue Waste Systems, al sur de Oregón, para apilar desechos, pues el rechazo de China a hacerse cargo de ellos transforma la situación de varias concesionarias de desechos que exportaban la basura recolectada.
Fardos de plástico que China ya no quiere reciclar
Como consecuencia a la negativa de China para hacerse cargo de desechos reciclados, varias plantas de la Costa Oeste anuncian a los usuarios que se acercan que no aceptan más plástico, y que éste debería ir en la basura convencional.
Según Profita, Estados Unidos -que recicla el 35% de sus desechos municipales-, exporta alrededor de un tercio de su material de reciclaje, y hasta ahora cerca de la mitad de éste acababa en China, que lo había usado en los últimos años para aprovisionar la producción de manufacturas.
Este verano, y coincidiendo con un cambio de rumbo en políticas medioambientales, de urbanismo y arquitectura, China declaró que buena parte de estos “desechos foráneos” incluye demasiados materiales no reciclables, contaminantes y/o peligrosos, especificando a través de la OMC una lista con 24 sustancias prohibidas en estos desechos. Pero el último anuncio va todavía más allá: el país prohibirá este tipo de importaciones a partir del 1 de enero de 2018.
La prohibición china obliga a reinventarse a las concesionarias de desechos que dependen de terceros países. Scott Fowler, operario de Rogue Waste Systems en Oregón, explica que en los montones apilados de material reciclable aparecen siempre otros productos no reciclables comprimidos con el resto de la bala, desde restos textiles y de linóleo a latas de gas o bolsas no reciclables (las bolsas de plástico convencionales no son reciclables ni biodegradables, a menos que lo especifiquen).
Los desechos son también un problema de diseño industrial y consumo
Para compañías como Rogue Waste, poco o nada a cambiado de este tipo de procesos, pero China considera que cuenta con más riesgos que beneficios. Desde la decisión del país asiático, el plástico para reciclar acumulado en plantas como la del sur de Oregón es un desecho más, al carecer de demanda para transformar el material.
Hay otros países que aceptan plástico reciclable apilado, pero el negocio se hace inviable al existir mayores existencias -que aumentan con rapidez- que demanda. Adina Adler, directora de la asociación comercial estadounidense Instituto de Industrias de Reciclaje de Desechos (ISRI), cree que la decisión del principal importador de materias primas del mundo de bloquear la importación de plástico inicia una “nueva era del reciclado”.
Empresas de robótica y plantas de reciclaje que reduzcan el riesgo medioambiental del proceso prometen solventar, en parte, el problema actual, pero el problema de acumulación de desechos no sólo depende de su gestión y reciclaje, sino también del propio diseño de los productos. Nuevos polímeros de plástico podrían acelerar la descomposición.
Vertederos electrónicos de África y doble moral europea
Cruzamos de nuevo el Atlántico. Pese a contar con una legislación sobre uso de derivados químicos y tratamiento de desechos más estricta que la estadounidense, la Unión Europea contribuye a que la chatarra electrónica, o restos tóxicos para personas y medio ambiente procedentes de viejos ordenadores y aparatos electrónicos (“e-waste”), acaben en vertederos no controlados de África.
Der Spiegel ha cubierto el círculo cerrado de vertederos tóxicos rebosantes de e-waste en varios reportajes.
Sobre el papel, existe un tratado internacional ratificado por 172 países, que prohíbe a los países desarrollados enviar desechos informáticos a países menos desarrollados: la Convención de Basilea (en efecto de 1989) no fue nunca ratificada por tres países: Haití, Afganistán y Estados Unidos. Según estimaciones de la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos (EPA), sólo Estados Unidos desecha alrededor de 40 millones de ordenadores al año.
La legislación de la Unión Europea sobre la materia, WEEE (Directiva de Residuos de Aparatos Eléctricos y Electrónicos) y RoHS (Directiva de Restricción de ciertas Sustancias Peligrosas en aparatos eléctricos y electrónicos), es concisa y estricta, y países como Alemania el envío de desechos electrónicos a África puede acarrear con condena de prisión.
Siete pirámides de Giza
La realidad es mucho menos respetuosa con el medio ambiente. Der Spiegel cita un estudio de la Agencia Medioambiental Federal alemana, las firmas del país exportan 100.000 toneladas de aparatos electrónicos desechados a África por año. El dato es muy superior, si sumamos exportaciones desde otros países de la UE.
Jacopo Ottaviani evoca al inicio de su reportaje sobre desechos electrónicos la irresponsabilidad de nuestro sistema de consumo, que se desentiende de productos incapaces de desaparecer del mundo una vez finaliza su vida útil:
“Más de 40 millones de toneladas de desechos eléctricos y electrónicos (…) se producen en el mundo anualmente. Es una cantidad ilimitada de refrigeradores, ordenadores, televisores, hornos, teléfonos, aparatos de aire acondicionado, lámparas, tostadoras y otros dispositivos eléctricos y electrónicos, con un peso total equivalente a siete veces el de la Gran Pirámide de Giza.”
Hablamos de los desechos anuales. Los mayores productores de esta basura electrónica peligrosa para personas y medio ambiente son Norteamérica y Europa, pero pronto China e India igualarán e incluso superarán a los primeros. Sólo una fracción de estos desechos, el 15,5% en 2014, se recicla con métodos eficientes y respetuosos con el medio ambiente.
El vertedero de e-chatarra de Accra
En África, la importación de chatarra electrónica se concentra alrededor de Accra, capital de Ghana, lugar de un gigantesco vertedero de basura electrónica con altos índices de contaminación, donde trabajan miles de personas (incluyendo legiones de niños) sin más protección que su sentido común, instinto y desconocimiento de los riesgos para la salud de los productos que manipulan a diario como estrategia de sustento.
A juzgar por el aumento anual sostenido de chatarra electrónica acumulada en el mundo, diseñadores y compañías carecen de los incentivos necesarios para crear aparatos fáciles de tratar cuando acaba su vida útil.
En 2010, en plena crisis económica en muchos países desarrollados, el mundo produjo 33,8 millones de toneladas de desechos electrónicos, que ascendieron a 35,8 millones en 2011 y 43,8 millones en 2015; 2017 cerrará con 47,8 millones de toneladas en los vertederos, y las previsiones para 2018 sitúan la cifra en 49,8 millones.
Jacopo Ottaviani se hace eco de un estudio de la Universidad de Ghana que expone la dinámica del comercio mundial de chatarra electrónica:
“El tratamiento de desechos electrónicos en pleno respeto de las leyes medioambientales de los países desarrollados incrementa su coste, y procedimientos altamente contaminantes tenderán a migrar hacia países en desarrollo, donde no existen esas leyes.”
Revalorizar lo que en Europa no servía
Mientras tanto, bandas de adultos y niños se agolpan en Agbogbloshie, suburbio de Accra, para inspeccionar la última chatarra en llegar y extraer de ella lo que pueda reportarles un sustento: cobre, aluminio y otros materiales que podrán revender a peso, sirviéndose de métodos peligrosos para su salud y potencialmente contaminante.
Una vez extraído en condiciones deplorables, el material recuperado se envía de nuevo a factorías y refinerías de países desarrollados, sin asumir el coste de una recuperación responsable de estos componentes en plantas cercanas adonde han sido descartadas.
Las vías y suburbios de Accra concentran tiendas de aparatos electrónicos de segunda mano: televisores con tubo catódico, impresoras, planchas eléctricas, teléfonos móviles de penúltima generación, refrigeradores. Martin Oteng-Abaio, profesor de Geografía de la Universidad de Ghana, cree que este comercio ha beneficiado a la población local:
“Muchos de los estudiantes en Ghana con ordenador tienen un aparato de segunda mano. Es sólo gracias al mercado de segunda mano que parte de la población puede acceder a la tecnología, conocimiento y experiencia técnica que de otro modo habría sido difícil de obtener.”
Un solo mundo
La otra cara de este mercado no es tan amable: el crecimiento y falta de control de las sustancias tóxicas en el vertedero de Agbogbloshie, o la escasa vida útil que resta a los aparatos que todavía funcionan, muchos de los cuales han sido utilizados de manera extensiva y cuentan con algún defecto de funcionamiento.
En Agbogbloshie, el mayor vertedero de chatarra electrónica de África, se suceden los fuegos de desechos, que levantan nubes tóxicas en contacto con la población, el ganado y las cosechas de autosuficiencia aledañas. Un paisaje que quienes lo han visitado describen como siempre humeante, con un fuerte olor a plástico requemado y con un flujo permanente de gente y mercancías al arrabal de chabolas aledaño, uno de los más peligrosos de la capital de Ghana, conocido como Sodom and Gomorra.
Antes una zona de cultivos para abastecer la capital, hoy los lugareños concienciados con el problema, como el activista Mike Anane, describen el lugar como “un cementerio de plásticos y esqueletos de aparatos abandonados”.
Sea en los vertederos controlados del mundo desarrollado donde se agolpa un plástico que China ya no quiere por el impacto medioambiental de su tratamiento y reciclaje efectivo, sea en vertederos informales de África y otras zonas en desarrollo, donde sustancias tóxicas se cruzan en el trasiego de la gente y acaban en contacto con el suelo y el agua, ha llegado el momento de que el mundo asuma el problema de los desechos no biodegradables, tanto el plástico que acaba en los océanos como los productos, todavía útiles, de viejos aparatos que las compañías no recuperan en origen para ahorrar dinero.
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