¿Pueden combatirse con efectividad las llamadas “enfermedades de la civilización” -diabetes, cáncer, síndromes metabólicos, alergias, transtornos del comportamiento- con un estilo y filosofía de vida anteriores a la propia civilización?
Los entusiastas del “estilo de vida paleolítico” creen que sí. La clave no está en volver a las cavernas ni fundar un falansterio en el bosque más próximo, ni acaso enfundar el iPhone 6 en piel de mamut, sino una vida “moderna” más equilibrada con actitud, alimentos, ejercicio físico y conexión con la naturaleza similares a los de unos hipotéticos cazadores-recolectores.
Inspiración y no reproducción al pie de la letra
Suponiendo que pudiéramos reproducir en nuestro entorno cotidiano el comportamiento, dieta y ejercicio equivalente de los cazadores-recolectores, algo de lo que expertos en alimentación como Michael Pollan, autor de El dilema del omnívoro, no están tan seguros.
Pollan, muy crítico con la alimentación actual y con el empobrecimiento de nutrientes en los productos agropecuarios obtenidos con monocultivos y fertilizantes químicos, no cree que sea realista emular un estilo de vida paleolítico en las sociedades industriales actuales porque, sin ir más lejos, nuestros alimentos y nutrientes tienen poco que ver con los de hace milenios.
Jo Robinson, autora de Eating on the Wild Side (2013), lo ve de otro modo. Su ensayo, en buena parte responsable del interés por los postulados de la dieta paleolítica, sugiere que se puede optar por alimentos que conservan nutrientes moleculares beneficiosos, en detrimento de los alimentos más sujetos a una domesticación de milenios.
El lado salvaje de la alimentación: sobre lo amargo y silvestre
Según la tesis de Jo Robinson, que ha dedicado una década de investigación y estudios a Eating on the Wild Side, se puede optar por una dieta similar a la paleolítica optando por variedades menos domesticadas o silvestres de granos, leguminosas, plantas de hoja, flores (por ejemplo, el diente de león, muy nutritivo), tubérculos, fruta, frutos secos o semillas.
Los alimentos menos domesticados o todavía silvestres son más pequeños y menos dulces, a menudo con sabor amargo persistente, gustos y aromas ajenos a nuestra desacostumbrada memoria olfativa y gustativa.
Eso sí, cuentan con lo que Jo Robinson llama “fitonutrientes”, o nutrientes moleculares como los polifenoles, con mayor actividad antioxidante que las versiones domesticadas de los mismos alimentos.
Lo de desconocemos los ciudadanos de sociedades especializadas
Autores como Michael Pollan y Jo Robinson nos recuerdan lo que hemos olvidado o desconocemos por “irrelevante” en nuestra cotidianidad como ciudadanos de una sociedad hiperespecializada: alimentos como la manzana o el plátano, omnipresentes y conocidos por su generoso tamaño y dulzura, son la consecuencia de una cuidadosa hibridación sucedida en los últimos ciento cincuenta años.
Michael Pollan nos explica en The Botany of Desire que la manzana, oriunda de Asia Central, era un pequeño fruto amargo dedicado a la sidra… hasta que las políticas de lucha contra los efectos de la sidra sobre la población convirtieron el fruto en el omnipresente y fotogénico alimento actual.
Ocurrió algo similar con la banana, un fruto amargo y diminuto hasta su domesticación.
No es realista cazar y recolectar los propios alimentos, pero…
Siguiendo las tesis de Eating on the Wild Side, la estrategia alimentaria del estilo de vida paleolítico, consistiría en no sólo comer variado, sino optar por alimentos cuanto más silvestres mejor, tales como plantas de hoja, leguminosas o semillas que precedan a las versiones más presentes en los supermercados (y omnipresentes en los monocultivos).
En cuanto a la proteína ingerida por nuestros antepasados remotos, resulta utópico para cualquier urbanita que dedica la mayor parte del día a trabajar en tareas muy tecnificadas (la mayoría sedentarias), lograr proteína animal “no domesticada”.
Más allá de que personalidades como Mark Zuckerberg, fundador de Facebook, hayan declarado sólo comer la carne de animales que ellos mismos cazan. Optar por proteína saludable, económica y de origen animal en lugar de buscar alternativas vegetarianas ajenas a la muy omnívora dieta de los cazadores-recolectores podría cambiar en el futuro, si la entomofagia (comer insectos) abandona el nicho y rompe tabús alimentarios, tabús culturales al fin y al cabo.
(Vídeo de Kirsten Dirksen sobre el uso de insectos como fuente proteínica saludable -con los beneficios de la carne y sin sus inconvenientes-)
Cuando cada ser humano era una enciclopedia natural andante
Habrá que esperar para comprobar si comer insectos se convierte en parte de la ecuación alimentaria de la dieta del futuro, y si la dieta del futuro se asemeja más a la paleodieta que a la actual dieta occidental.
No es tan fácil comer como lo haríamos en un grupo de cazadores y recolectores. Tampoco emular su “experiencia”: somos la última muestra de las sociedades especializadas y, como tal, hemos delegado desde hace milenios buena parte de lo que los cazadores y recolectores necesitan saber para sobrevivir.
Auténticas enciclopedias botánicas con un sentido hiperdesarrollado de la orientación y una resistencia física de practicantes de ultramaratón, los esbeltos cazadores y recolectores podían distinguir entre lo que les alimentaría, protegería o curaría de lo potencialmente mortífero. Nosotros no.
Sobre actuar como un cazador-recolector sin sus conocimientos sobre el entorno
Prueba de ello: el joven buscavidas Christopher McCandless, cuyas aventuras recrearon Jon Krakauer y Sean Penn en un libro y una película, respectivamente, murió envenenado al confundir una planta comestible (la “patata de esquimal“) con otra de alcaloides venenosos.
Si bien existe literatura y listados (en Norteamérica, Survival) de alimentos silvestres comestibles, desde frutos a plantas, setas, etc., desconocemos qué constituiría, según el lugar y el contexto socio-cultural, el equivalente a una dieta de cazadores-recolectores, recuerda Michael Pollan.
Pero el estilo de vida paleolítico se extiende más allá de la alimentación e interesa, paradójicamente, a algunos de los individuos más tecnificados: urbanitas con empleos altamente tecnificados que, quizá por su inmersión en una vida dominada por la abundancia de estímulos cerebrales, el sedentarismo y la alimentación poco saludable, explora “el otro extremo”.
Cuando el paleo-estilo de vida se discute entre urbanitas
La subcultura inspirada en la Edad de Piedra toma forma entre los omnívoros culturales, una tendencia entre los mejor informados que emergen como élites (o referentes) no por sus posesiones materiales, sino por su filosofía y estilo de vida.
Omnívoros culturales adoptando un estilo de vida más activo, sano y atento a la naturaleza, inspirado en cazadores-recolectores y en filósofos clásicos. El paleo-estilo de vida se abre paso entre algunos de los urbanitas mejor informados del mundo, sugiere un artículo de Alex Williams para The New York Times.
¿Moda pasajera o cambio tectónico? Si, como las élites precedentes, los omnívoros culturales se diferencian del resto por la manera de emplear su tiempo, el paleo-estilo de vida es el nuevo símbolo de estatus.
El estilo de vida paleolítico se inspira en la actitud adoptada por el ser humano con el entorno hasta la llegada de la especialización y el sedentarismo de las sociedades agrarias durante el neolítico. No implica comportarse como un hombre de cromañón, sino optar por la esencia de hábitos de cazadores y recolectores para mejorar la salud y el estado de ánimo.
Mayor movilidad contacto con la naturaleza + alimentación menos domesticada
El paleo-estilo de vida es el contexto o filosofía de vida relacionado por quienes se han interesado en los últimos años por la llamada paleodieta, una alimentación omnívora inspirada en la de los pueblos cazadores y recolectores (vegetales y proteína orgánica, fruta, plantas, frutos secos y semillas), sujeta a las particularidades locales y relacionada con unos hábitos de mayor movilidad y contacto con la naturaleza.
En Armas, gérmenes y acero, Jared Diamond evoca brevemente la dieta y hábitos de los cazadores y recolectores, más altos y sanos que los habitantes de los primeros asentamientos agrarios. Su ensayo The World Until Yesterday establece tesis sobre el estilo de vida paleolítico, concordantes con quienes lo reivindican en la actualidad.
Según la hipótesis antropológica con más consenso, estos grupos empleaban un tercio de su ingestión calórica diaria en actividades físicas (sobre todo, en recolectar alimentos silvestres y practicar la caza por persistencia).
Procurarse una alimentación silvestre implicó, durante centenares de miles de años, formar parte de culturas no especializadas en las que cada persona debía conocer cuanto más mejor sobre su entorno, cultura y tradiciones.
En las sociedades de cazadores y recolectores, cada individuo es instruido en conocimientos culturales, alimentarios, medicinales, metafísicos. Los pueblos cazadores y recolectores evitaron las enfermedades presentes desde el neolítico, la mayoría endémicas sólo en los últimos 200 años (una vez consolidadas las sociedades industriales).
Reconexión con nuestra herencia genética
Se cree que lo lograron siguiendo una estrategia de la que tratan de aprender entusiastas e interesados en el estilo de vida paleolítico:
- un mayor conocimiento y relación con el entorno;
- un aprendizaje puesto a prueba a diario (peligros como el veneno de animales o alimentos y medicinas potenciales podían matar a diario, por no hablar del riesgo a guerras endémicas con tribus aledañas);
- y el mayor ejercicio para procurarse alimentos y seguridad permitió a cazadores y recolectores evitar enfermedades propias de una alimentación menos variada y más pobre en ricos antioxidantes, así como de estilos de vida con menor actividad física al aire libre y mayor desapego entre los impulsos recibidos por el cerebro y la inactividad corporal.
¿Cuánto hay de fenómeno mediático y cuánto de profunda toma de conciencia sobre las consecuencias para el estado anímico y la salud de la sobrealimentada, sedentaria e hiperestimulada cultura preponderante? Alex Williams aporta en The New York Times la opinión de expertos y practicantes del supuesto estilo de vida paleolítico.
El paleo-mercado
Williams cree que ya ha pasado bastante tiempo, desde la publicación de Eating on the Wild Side, para descartar que se trate de una muestra de lo último en esnobismo, algo así como lo último en estilo de vida y alimentación para barbudos luditas y neorrurales viviendo mayoritariamente en la ciudad y enfundando su iPhone en la antes comentada piel de mamut imaginaria.
Pruebas de ello, además de la aparición de “paleodieta” entre los términos más populares de 2013, según la lista Zeitgeist de Google Trends: conferencias y retiros vacacionales que se inspiran en el fenómeno, además de libros, cosmética, licores o máscaras para dormir.
También se relaciona con el estilo de vida paleolítico la corriente de calzado minimalista, usado por corredores y presente en grandes marcas, así como ropa atenta a fibras orgánicas y tintes naturales y locales.
Contradicción de tesis: ¿resistencia física o potencia?
El libro Nacidos para correr de Christopher McDougall, es asociado a la “nueva cultura paleolítica”, al abogar por la celebración de una actividad que garantizó la ingesta de proteína antes del nacimiento de las herramientas de caza modernas (nuestra extraordinaria transpiración, grandes glúteos y talón de Aquiles facilitaron la caza por persistencia).
La hipótesis antropológica de que el ser humano moderno evolucionó practicando la carrera de resistencia para hacerse con grandes presas por extenuación de éstas justifica, para muchos entusiastas del estilo de vida paleolítico, la importancia de usar nuestro cuerpo para lo que fue diseñado: el ejercicio físico diario.
Otro ensayo que relaciona la actividad física de nuestros ancestros con nuestra salud es The Paleo Manifesto: Ancient Wisdom for Lifelong Health (2013), de John Durant, donde se expone que, del mismo modo que otros vertebrados superiores nadan, corren o vuelan porque es lo requerido para sobrevivir, hace 10.000 años el ser humano se comportaba según la misma tesis survivalista: escalar, correr, defender su territorio.
A diferencia de Chistopher McDougall, Durant no relaciona la actividad física ancestral con la caza por persistencia, sino con un comportamiento errático y de fuerza bruta para sortear obstáculos, levantar cosas, etc. Esta idea ha impulsado la popularidad del CrossFit, un modo de ejercitarse de manera muy intensa durante un breve período de tiempo.
Cambios coherentes, más allá de afiliaciones a ideas concretas
La tesis de Durant no parece tan sólida como la de McDougall, pero ello no le ha impedido ganar crédito entre los entusiastas del supuesto estilo de vida paleolítico.
Ningún defensor del “paleo-lifestyle” dedicaría un tercio de sus calorías a procurarse alimentos, como se cree que ocurría con los cazadores-recolectores, pero sí se aspira a realizar una actividad física que gaste un tercio de la alimentación diaria (1.000 calorías/día de un total de 3.000 calorías/día).
Estudios refrendan la teoría de que el ser humano gastó grandes cantidades de energía durante la mayor parte de su historia y ello se tradujo en su herencia genética. El sedentarismo produciría una disfunción entre expectativas de los genes y ejercicio realizado.
El estilo de vida paleolítico logra resultados, según quienes lo practican. Alex Williams cita en The New York Times a Karen Phelps, una escritora freelance de Ashland, Oregón, que describe la inmersión en la paleo-cultura como “decidir entre tomarte la pastilla roja o la azul en The Matrix; una vez has optado por la pastilla roja, no hay marcha atrás”.
No es sólo la dieta, sino todo lo que hacemos
Karen Phelps describe su compromiso como una filosofía de vida con el efecto “de una madriguera de conejo. Empiezas pensando: ‘Un momento, si puedo mejorar mi dieta a partir de principios ancestrales, qué más puedo solucionar principios de salud ancestrales? La lista es interminable”.
Lo que reconforta a quienes abogan por una filosofía de vida atenta a la dieta con alimentos poco domesticados por el ser humano, ejercicio físico diario y contacto con la naturaleza, es la tanto la consistencia de la receta como sus resultados.
No se trata de probar experimentos proteínicos como reacción a un estudio determinado o convencimiento repentino, sino en adoptar métodos de protección contra los extremos de la vida contemporánea (además de la alimentación, el sedentarismo extremo, el uso excesivo de pantallas electrónicas, etc.).
El editor de la revista Paleo Magazine, Cain Credicott, engloba el creciente interés por la paleo-cultura en el campo de las filosofías de vida, y no en el de las modas nutricionales.
“Cualquiera reconoce ahora -dice Credicott- que, si te alimentas con una dieta intachable pero sigues yendo a la cama a la 1 am tras ver la TV, te levantas a las 6 am con una alarma y te embadurnas con crema solar [en relación a su concentración de sustancias tóxicas], no importa lo buena que sea tu dieta, no vas a mantenerte saludable”.
¿Ritmos circadianos?
Otra paleo-entusiasta, la bloguera y escritora Michelle Tam, ha adoptado lo que ella considera un estilo de vida que ha mejorado su existencia.
Ahora asegura sentirse mejor al adaptar sus ritmos circadianos a los de nuestros ancestros, que se levantaban al alba e iban a dormir al anochecer.
Tam mitiga la intensidad de la luz artificial con unas gafas de ámbar que bloquean la luz azul (con una longitud de onda inferior), que ella cree que inteferiría con su descanso. Explica la hipótesis en su ensayo The Primal Blueprint (2009). Su modo de hacerlo es evitar el uso de dispositivos con pantallas iluminadas un rato antes de ir a dormir, para así relajarse.
Asimismo, reconoce no tener ningún dispositivo electrónico en el dormitorio, además de evitar que entre por la ventana luz artificial desde la calle.
El estilo de vida paleolítico tampoco se olvida de la vida en familia. En lugar de abogar por una educación basada en interminables horarios y actividades extraescolares, los “padres ancestrales” (“primal parents”) abogan por dejar libertad a sus hijos para jugar y experimentar en entornos preferiblemente naturales.
Sobre nosotros mismos, antes y ahora
Por ejemplo, Karen Phelps prefiere no cargar a su hija de cinco años con clases estructuradas y horarios maratonianos, dejándola en cambio jugar en un arroyo cercano a casa. “Ama los insectos. Le encanta la tierra. Creo que será entomóloga”.
Más allá de etiquetas, anécdotas y opiniones, el estilo de vida paleolítico recupera, con la intensidad de los años de la contracultura, el debate sobre si es posible contrarrestar los peores efectos de la vida urbana y acelerada con una filosofía de vida más saludable, meditativa, activa, acorde con la naturaleza… y con, al parecer, nuestra auténtica naturaleza.
Recomendaciones
Varios autores, entre ellos los mencionados, recomiendan una docena de directrices para adoptar lo que denominan un estilo de vida “paleolítico”, cuyas tesis están ya presentes en el ideal de excelencia de la Grecia clásica (en su vertiente de cultivo físico y natural) y en la hipótesis de la biofilia:
- adoptar una dieta omnívora a base de alimentos poco domesticados y ricos en fitonutrientes (antioxidantes);
- ejercitarse con frecuencia, aunque con variedad en la duración y frecuencia (imitando así el esfuerzo de caza-recolección de nuestros antepasados, con días más extenuantes que otros);
- realizar movimientos complejos que imiten el esfuerzo y versatilidad de nuestros antepasados (una idea similar a la maestría física del ideal griego de “areté”): caminar, correr, saltar, arrastrarse, escalar, acarrear, lanzar, nadar, desplazarse con juegos de coordinación, etc.;
- reforzar el contacto con la naturaleza: jardinería, animales, paseo por bosques y parques, escalar árboles, etc.);
- usar ropa cómoda y ligera y, cuando sea posible, caminar descalzo, puesto que la exposición a variaciones ambientales (calor, frío, presión atmosférica, etc.) fortalece el cuerpo y el sistema inmunitario;
- exposición regular a la luz natural para, aumentando la vitamina D, prevenir dolencias como la depresión;
- sueño regular, preferiblemente de 8 horas diarias y que respete si es posible el ciclo solar;
- ser consciente de la realidad que nos rodea, con tiempo para relajarse, jugar, o practicar la introspección en el presente;
- reducir preocupaciones y rutinas que aumenten la ansiedad; favorecer cuando sea posible la vida sencilla;
- fomentar el contacto con la tierra (con bacterias beneficiosas que refuerzan el sistema inmunitario), comer alimentos fermentados (con bacterias y fungi beneficiosos); el contacto con microorganismos beneficiosos previene alergias y dolencias autoinmunes (según la hipótesis de la higiene);
- cuidar a los niños al modo de los cazadores-recolectores: lactancia materna, uso de portabebés de ropa para llevarlos encima, fomento de la autonomía;
- descansar de cuclillas, como hacen los pueblos ancestrales;
- fomentar el contacto humano real y ajeno al ajetreo impersonal de aglomeraciones y redes virtuales.