Por su incapacidad locomotora y estructura celular, que conforma la mayor parte de la biomasa terrestre, la flora ha sido apenas recurso, ornamento y paisaje del ser humano.
Ello podría cambiar, una vez se despeje una cuestión en el aire: ¿son sus señales químicas y eléctricas algún tipo de sistema nervioso no descifrado por la ciencia?
Un nuevo paradigma científico para las plantas
Los científicos debaten al fin sobre nuevas maneras de entender las plantas. Para muchos científicos, ya no se trata de comprobar si sus sistemas de señales tienen alguna función, sino de medir la “inteligencia” de los seres vivos fotosintéticos.
Las plantas carecen de motricidad o el equivalente al sistema nervioso central o los órganos, pero ello no anula que usen otras modalidades de proto-conciencia. Pero, si bien las plantas no “comprenden” de una manera análoga a la nuestra (algo así como un ser antropomorfo compuesto por vegetales, como los retratos del renacentista Giuseppe Arcimboldo), sí lo harían de un modo que todavía no hemos analizado en profundidad.
(Imagen: interpretación antropomórfica de la Primavera -1573- según el renacentista Giuseppe Arcimboldo)
Esforzarse por comprender la realidad sin adaptarla a nosotros
Para confirmarlo, no obstante la ciencia deberá avanzar en maneras de interpretar la realidad con unidades de medición del espacio y el tiempo adaptadas a cada organismo.
Varias teorías sobre la interrelación de la vida en la tierra son el primer pilar para el cambio de punto de vista con respecto a las plantas:
- hipótesis de Gaia (James Lovelock);
- hipótesis de la biofilia (Edward O. Wilson);
- o incluso avances en la comprensión de reinos que se asocian con las plantas de manera simbiótica, como los fungi (y sus filamentos subterráneos, extensos y complejos como estructuras neuronales: los micelios) que ha estudiado Paul Stamets, entre otros.
Interrelación entre organismos
La hipótesis de la biofilia de Edward O. Wilson expone que existe una conexión, profunda e instintiva, entre los seres humanos y otros organismos, apenas explorada por la ciencia, y bidireccional.
Desde los presocráticos, la ciencia ha dividido la realidad entre el ser humano, con conciencia y capacidad para explorar el universo usando la razón, el resto de organismos y, finalmente, los objetos inanimados.
Pese a todos los avances, este punto de vista continúa vigente y ni siquiera los animales más parecidos al ser humano tienen derechos reconocidos (que, por otra parte, ni siquiera se cumplen entre las personas en muchos lugares).
Más allá de las neuronas: sobre otros tipos de conciencia
Seguimos observando el mundo sirviéndonos de constataciones y alegorías científicas sugeridas ya por los atomistas, pero finalmente la ciencia se esfuerza por comprender otros tipos de “conciencia”, no sólo entre los mamíferos superiores, sino incluso entre los seres que menos evocarían lo que denominamos inteligencia: las plantas.
En un artículo para The New Yorker, el periodista, ensayista y autor de El dilema del omnívoro Michael Pollan explora el debate científico sobre este nuevo modo de entender a la flora.
¿La planta inteligente?
Quizá en unos años, el título de su artículo, La planta inteligente, deje de chocarnos como provocador o incluso absurdo, debido a la base científica que sustente el calificativo usado por Pollan.
(Imagen: Cleve Backster -1924-2013-, un ex-agente de la CIA que creyó en la telequinesis de las plantas)
Como ocurre a menudo, un trabajo anterior con poca rigurosidad condicionó el estudio de las plantas, hasta el punto de retraer posibles avances: en 1973 se publicaba The Secret Life of Plants, ensayo que alegaba que las plantas eran seres sensibles capaces de elaborar emociones, disfrutar de la música o incluso responder a la conciencia no hablada de los humanos.
El daño de “La vida secreta de las plantas”
El ensayo, firmado por Peter Tompkins y Christopher Bird, se convirtió en superventas y obra de culto “new age”, pero su influencia popular no contrarrestó su efecto devastador sobre el estudio alternativo de las plantas: en los años siguientes, varios estudios refutaron, una por una, las principales hipótesis expuestas por infundadas.
Uno de los experimentos en los que Tompkins y a Bird se habían basado para afirmar que las plantas tienen sentimientos e incluso perciben e interpretan la conciencia humana, fue realizado por Cleve Backster (muerto en 2013 y presente en el especial The lifes they lived de The New York Times), un antiguo trabajador de la CIA que comprobó el cambio de la actividad eléctrica de plantas usando un galvanómetro, y lo relacionó con el entorno de la planta, incluyendo la incidencia de la conciencia humana presente en la habitación.
Leyendas del polígrafo de Backster
En su primer experimento de 1966, Backster conectó un galvanómetro a la hoja de una dracaena, y observó un aumento radical de la actividad eléctrica registrada por el polígrafo cuando él imaginaba que la planta se quemaba.
Las conclusiones de Backster, después de supuestamente comprobar que otras plantas reaccionaban de manera similar al interaccionar con humanos y otros seres, le llevaron a afirmar que “las plantas pueden pensar” en un artículo de 1968 para International Journal of Parapsychology.
Desde entonces, el trabajo de Backster y la mayor parte de afirmaciones que sustentan “La vida secreta de las plantas”, pero ello no ha evitado sus efectos e influencia en la cultura popular.
(Imagen: interpretación antropomórfica del Verano -1573- según el renacentista Giuseppe Arcimboldo)
¿Paralelismos entre neurobiología y fitobiología?
En su artículo para The New Yorker, Michael Pollan cita, entre otros, al biólogo israelí Daniel Chamovitz, autor del reciente ensayo What a Plant Knows, que constata el daño que el ensayo de Tompkins y Bird causó a la botánica, retrayendo incluso avances posteriores.
Hay botanistas, explica Pollan, que han optado por una cierta autocensura entre los botanistas que exploran “los posibles paralelismos entre la neurobiología y la fitobiología”.
Este conservadurismo entre los estudios botanistas más avanzados ha frenado las hipótesis acerca de si las plantas son más como nosotros de lo que pensamos: capaces de algún tipo de cognición, comunicación, proceso de información, computación, aprendizaje o incluso memoria.
Sobre las complejas respuestas de las plantas
El primer intento serio de abandonar este conservadurismo entre botanistas fue un artículo publicado en Trends in Plant Science, en el que sus autores (Eric D. Brenner, Stefano Mancuso, František Baluška y Elizabeth Van Volkenburgh, entre otros) exponían que el sofisticado comportamiento de las plantas no podía ser explicado por completo recurriendo a mecanismos biomecánicos genéticos conocidos.
En efecto, las plantas “sienten” si por ello se entiende su respuesta a innumerables variables ambientales: luz, agua, gravedad, temperatura, patrones climáticos, estructura del suelo, nutrientes, toxinas, microbios, presencia de herbívoros, señales químicas de otras plantas.
Los autores del artículo de 2006 citado por Pollan en The New Yorker concluían que, debido a esta respuesta orquestada a innumerables variables (algunas apenas exploradas por la ciencia y otras -como la simbiosis con determinadas especies de hongos y sus micelios- estudiadas de manera aislada), las plantas tendrían algún sistema de proceso de información análogo a un “cerebro” para integrar la información y coordinar su acción.
Más allá de la fotosíntesis: las plantas no son autómatas
Las plantas tienen una estructura rígida y paredes celulares compuestas por celulosa, así como incapacidad motora: son los únicos organismos capaces de convertir, usando el sol, sustancias simples e inorgánicas en sustancias orgánicas complejas.
(Imagen: tomatera dibujada durante uno de los numerosos viajes “ilustrados” de exploración comercial y científica)
Pero las plantas no obtienen todos los nutrientes de la fotosíntesis, sino que exploran el medio (usando raíces y porosidades en tronco, tallo y ojas) y se alían con otras especies para intercambiar nutrientes (es el caso de la simbiosis entre las hifas de los micelios y las raíces de una planta, o micorriza) y expandir su herencia genética.
Se sabe que el extremo de las raíces de una planta, además de percibir gravedad, nivel de humedad, presión y dureza, puede también “sentir” volumen del medio; así como los niveles de nitrógeno, fósforo, sal, numerosas toxínas, microbios y señales químicas de plantas adyacentes.
Los micelios amplifican esta capacidad y la podrían transportar a grandes distancias, debido a la extensión de estos organismos de la familia de los fungi.
Sobre los impulsos eléctricos y químicos en las plantas
Los autores del artículo publicado por Trends in Plant Science en 2006 afirmaban que los sistemas de transmisión de impulsos eléctricos y químicos identificados en las plantas equivaldrían al sistema nervioso de los animales; además, se han hallado neurotransmisores como serotonina, dopamina y glutamato en las plantas, aunque de momento no haya quedado claro su papel.
Por este motivo, botanistas y biólogos demandan ya un nuevo campo exploratorio, a medio camino entre la botánica tradicional y la neurociencia: la neurobiología aplicada a las plantas, “centrado en entender cómo las plantas perciben sus circunstancias y responden a estímulos ambientales de manera integrada”.
Según los defensores de esta nueva disciplina, las plantas muestran “inteligencia”, si ésta es definida como “la habilidad intrínseca para procesar información de estímulos tanto abióticos como bióticos y permitir decisiones óptimas sobre actividades futuras en un entorno dado”.
Neurobiología de las plantas
En 2005, un año antes de que se publicara el artículo de Brenner, Mancuso, František y Van Volkenburgh, la Sociedad para la Neurobiología de las Plantas celebraba en Florencia su primer encuentro.
Desde entonces, la sociedad ha preferido evitar la palabra “inteligencia” y usar términos menos tendenciosos, como “percepción de las plantas“, o “señales y comportamiento de las plantas”.
En busca de un estudio holístico
Más allá de la polémica relacionada con su terminología, o del daño causado por la adaptación “new age” de las viejas hipótesis recogidas por The Secret Life of Plants, la neurobiología de las plantas deberá ser interdisciplinar, si quiere ganarse el respeto de los botanistas más reticentes:
- citología y anatomía de las plantas;
- comportamientos adaptativos de los organismos de este reino;
- simbiosis de señales y comunicación, mediante mecanismos químicos (neurotransmisores) análogos a los de los animales (y, por tanto, conocidos) o por descubrir;
- patogénesis (origen y evolución de dolencias y sus factores desencadenantes);
- o disciplinas noveles como las referidas al aprendizaje y memoria de las plantas, la comunicación de planta a planta, y la polémica hipotética inteligencia de los organismos fotosintéticos.
¿Meras estructuras vivas o seres que responden y se adaptan?
Los fundadores de la Sociedad para la Neurobiología de las Plantas constatan que, para conocer mejor el mundo que nos rodea, “es primordial que desarrollemos y compartamos la creciente comprensión de las plantas como organismos dinámicos y sensibles”.
En definitiva, la botánica ha llegado sin proponérselo a la encrucijada de negar los nuevos datos para mantener la ortodoxia de la disciplina, o reconocer que las plantas ya no pueden ser descritas como entidades pasivas sólo sujetas a fuerzas ambientales, como organismos autómatas que se guiaran por reflejos, centrados exclusivamente en acumular clorofila.
Guardianes de su territorio
A medida que avanza la interpretación de las señales y comunicación en el interior de las plantas y entre plantas diferentes, se consolidan varias hipótesis sobre estos organismos biológicos sensibles. Las plantas:
- buscan y compiten por recursos finitos, tanto sobre el suelo como bajo tierra;
- analizan su estado con precisión y usan un sofisticado análisis coste-beneficios, a partir de cuyos resultados reaccionan para mitigar y controlar factores de estrés ambiental;
- discriminan experiencias positivas y negativas, y “aprenden” de sus experiencias del pasado;
- usan esta información cognitiva para actualizar su comportamiento y así aumentar las posibilidades de sobrevivir a cambios ambientales;
- son capaces de reconocer lo que constituye su organismo y lo ajeno a éste, y su comportamiento es territorial.
La mata que planificaba el futuro
La nueva visión científica de las plantas reconoce, por tanto, una vertiente neurobiológica que todavía no comprendemos del todo, pese a haber detectado y analizado sus principales características.
(Imagen: interpretación antropomórfica del Otoño -1573- según el renacentista Giuseppe Arcimboldo)
El reino plantae está compuesto por organismos capaces de procesar información y transmitirla a través del propio organismo (además de a organismos simbióticos como micorriza, miembros de la misma especie e incluso otros seres).
“Lo que necesitamos conocer -expone la Sociedad para la Neurobiología de las Plantas- es cómo esta información es recolectada y procesada, qué rutas sigue la información -si no se realiza a través de “nervios” en sentido estricto-, y cómo se coordinan e integran las respuestas adaptativas, cómo estos eventos son “recordados” para permitir predicciones realistas del futuro usando experiencias del pasado”.
Un comportamiento tan sofisticado como el de los animales
La afirmación más controvertida de esta organización que pretende instaurar una nueva disciplina sobre neurobiología de las plantas se refiere precisamente a su posible “conciencia”.
Las plantas tienen un comportamiento tan sofisticado como los animales, aseguran, pero este potencial ha permanecido oculto porque opera en una escala temporal mucho más lenta que la de cualquier animal.
Esta lentitud, no obstante, ayudará a botanistas y biólogos a descifrar los misterios de la función neurobiológica de las plantas, así como las respuestas adaptativas que, en el mundo animal, conocemos como “comportamiento“.
Opinión de los guardianes de la ortodoxia
Los críticos de la nueva disciplina creen que hablar de neurología en botánica es volver al universo “new age” inspirado en “La vida secreta de las plantas”.
Por ejemplo, 36 científicos prominentes (Alpi et al.) han publicado un artículo en Trends in Plant Science donde afirman que “no hay evidencia de estructuras como neuronas, sinapsis o un cerebro en las plantas”.
El grupo de críticos no consideran que la nueva disciplina, pese a usar el término “neurobiología”, habla de “estructuras homólogas”, y no de un sistema nervioso como el conocido y estudiado por la ciencia.
Ningún botanista espera encontrar un cerebro animal en una planta. Michael Pollan ha interpelado al grupo interdisciplinar de científicos que trabaja en inteligencia de las plantas y ninguno de ellos busca atributos como la telequinesis o emociones complejas análogas a mamíferos superiores.
Paralelismos entre plantas, insectos sociales y computación distribuida
Más bien, se trabaja con la hipótesis de que la inteligencia de las plantas es más próxima a la mostrada por colonias de insectos, donde se cree -en buena parte gracias al trabajo del propio Edward O. Wilson, experto en insectos sociales o eusocialidad– que muchos miembros del colectivo carecen o supeditan su limitada conducta individual a la red de la que forman parte.
Buena parte de la investigación sobre inteligencia de las plantas se inspira en la nueva ciencia de las redes, computación distribuida y comportamiento en enjambre, que ha demostrado algunas de las maneras en las que puede emerger un comportamiento inteligente sin que exista un “cerebro” o sistema nervioso central per se.
La intuición de Charles Darwin
Charles Darwin dedicó los últimos años productivos de su vida a investigar con su hijo sobre plantas, constatando sus apreciaciones en el libro de 1880 El poder del movimiento en las plantas.
Darwin no consideraba exagerado “decir que la punta de la radícula… teniendo el poder de dirigir los movimientos de las partes adyacentes, actúe como el cerebro de los animales más simples”, en los que un sistema nervioso primigenio obtiene las impresiones de los órganos sensoriales que actúan de avanzadilla, adaptando su acción en consecuencia.
Apenas conocemos los “conocimientos” evolutivos de bioquímica de las plantas y biólogos como Edward O. Wilson claman contra la destrucción de ecosistemas, pues la mayor parte de medicamentos conocidos derivan de un pequeño porcentaje del reino vegetal, mientras desaparecen especies que nunca han sido debidamente clasificadas e investigadas.
Sobre la riqueza de organismos percibidos sólo como recurso
Compuestos diseñados por plantas son la base de sustancias como el principio activo de la aspirina o los opiáceos: al ser incapaces de moverse, las plantas desarrollan un complejo vocabulario molecular para mostrar incomodidad, ahuyentar enemigos y atraer a animales para animales para que hagan por ellas numerosas tareas (entre ellas la polinización):
- hay plantas que incluyen cafeína en su néctar para que los insectos recuerden la cantidad de esta sustancia en la planta como marcador;
- mientras otras plantas (desde el maíz a la lima) emiten señales químicas de estrés cuando son atacadas por orugas: la misma señal atrae a especies de araña que se alimentan de las orugas, liberando a la planta de la plaga.
Plantas adaptadas a nuestro espacio-tiempo
Hay plantas que se han adaptado para que su comportamiento tenga un lapso de tiempo tan corto como el de los organismos con los que interaccionan, hasta el punto de sorprender (atrayendo o asustando, según la estrategia) a insectos, reptiles, aves y mamíferos.
La mimosa pudica (también “mimosa sensitiva” o “no me toques”, “moriviví” y otros tantos términos ingeniosos) es una planta de la América tropical que reacciona al tacto, cuidándose así de los predadores.
La planta del semáforo y la dionea atrapamoscas también se han adaptado para que sus rápidos movimientos sean percibidos por organismos que consideramos más inteligentes.
¿Desarrollando adaptaciones o “aprendiendo”?
Científicos como Fred Sack, botanista de la Universidad de British Columbia crítico con la visión de que sea necesaria una disciplina como la neurobiología de las plantas, afirma que “los animales exhiben aprendizaje, pero las plantas desarrollan adaptaciones”.
(Imagen: interpretación antropomórfica del Invierno -1573- según el renacentista Giuseppe Arcimboldo)
La “neurobiología de las plantas” es una metáfora; Michael Pollan cita a otro botanista, el británico Anthony Trewavas, que explica la importancia de estas alegorías: “las metáforas ayudan a estimular la imaginación investigadora de los buenos científicos”.
Stefano Mancuso, uno de los autores del artículo publicado en Trends in Plant Science en 2006 que confirmaron el interés por la “inteligencia de las plantas”, es considerado el poeta-filósofo de la disciplina.
Sobre la “habilidad para resolver problemas”
Mancuso recuerda desde su Laboratorio Internacional de Neurobiología de las Plantas en Florencia que las plantas cuentan en su “vocabulario” con 3.000 sustancias químicas distintas.
De manera provocadora, Mancuso expuso a Michael Pollan que, en comparación, “el estudiante promedio dispone de sólo 700 palabras”.
El botanista italiano responde a la pregunta de qué es en su opinión la inteligencia. En lugar de perderse en debates científico-filosóficos, apelando incluso a campos como el de la inteligencia artificial o incluso la ética, Mancuso lo tiene claro:
“Yo la defino de manera simple: la inteligencia es la habilidad para resolver problemas”.
Una murmuración de la ciencia, un gran cambio en el futuro
“Lo que estoy buscando es una especie distribuida de inteligencia, como la que vemos en una bandada de pájaros”.
En efecto, la reacción orquestada de miles de estorninos describiendo en el firmamento una murmuración (lo más parecido a un poema visual), requiere una coordinación que va más allá de un puro reflejo.