Cuando el editor y organizador de eventos Tim O’Reilly, uno de los referentes de Silicon Valley -se le ha llamado El Oráculo-, exhortó a los emprendedores a “trabajar en cosas que merezcan la pena“, se refería a crear productos y servicios que, en lugar de mejorar una anodina funcionalidad de Twitter o Facebook, intenten solventar los grandes problemas a los que se enfrenta el mundo.
Hay grandes retos, decía O’Reilly, para los que serán necesarias grandes soluciones. Las empresas que den respuesta a las principales encrucijadas actuales, sobre todo medioambientales, tienen el potencial de generar negocios multimillonarios.
Partiendo del objetivo de crear negocios y cosas “que merezcan la pena”, existen oportunidades de negocio en múltiples sectores tecnológicos, y el de las tecnologías verdes se convierte en el más prometedor. Desde ideas que hagan frente a la problemática del acceso y potabilización del agua, a la movilidad sostenible, o la creación de nuevos materiales y polímeros que no requieran fósiles y sean beneficiosos en lugar de dañinos, etcétera.
En relación con el último campo mencionado, Eben Bayer ha co-inventado un material con todas las ventajas del plástico y sin sus inconvenientes. La capacidad disruptora de su tecnología, totalmente orgánica, encaja entre los proyectos “que importan” a la humanidad, según la abierta definición de Tim O’Reilly.
MycoBond: hongos y cáscaras vegetales como sustituto del poliestireno
El emprendedor verde Eben Bayer, co-inventor de una tecnología para crear sustitutivos biodegradables del plástico con hongos, MycoBond, y consejero delegado de la empresa neoyorquina que comercializa productos basados en ésta, Ecovative Design, es el paradigma de lo que muchos lugares del mundo soñarían como empresarios para el futuro, capaces de acelerar la transición desde economías basadas en sectores y servicios tradicionales y poco especializados, hasta economías más diversificadas.
Eben Bayer presentó recientemente su proyecto en el ciclo de conferencias TED Talks, en las que personalidades de todos los ámbitos exponen sus propuestas, siempre que, según la organización sin ánimo de lucro que las gestiona, sean “ideas que vale la pena difundir”.
En la charla, que ha tenido una difusión notable en Internet, Bayer se preguntó si los hongos pueden convertirse en el nuevo plástico, con muchos más beneficios y pocos inconvenientes a la vista, a diferencia de los polímeros tradicionales, confeccionados con petróleo y en su mayoría no biodegradables, lo que genera problemas medioambientales, en ocasiones con repercusión planetaria.
El residuo que verdaderamente equivale a alimento
Eben Bayer asegura que la tecnología MycoBond produce materiales sin necesidad de petróleo ni grandes cantidades de energía, ya estos sustitutivos de los polímeros de plástico sólo incluyen los restos vegetales propios de cualquier entorno local (“gasto” o “desechos”), que son transformados en cuestión de días por micelios (“raíces” de hongos).
En términos no científicos, el proceso bautizado como MycoBond consistiría consiste en triturar cáscaras de semillas y otros productos vegetales, que conforman un nuevo material consolidado por el propio hongo, al generar una tupida malla compuesta por millones de filamentos microscópicos. La malla de micelios serviría como material adhesivo para crear el nuevo polímero, orgánico y totalmente biodegradable.
El residuo se convierte en alimento para los hongos que, como consecuencia de su alimentación, generan un material capaz de competir con el plástico.
La parte oculta de los hongos
Los micelios ya se encargan en la naturaleza, en simbiosis con los árboles y plantas, de crear una laberíntica red de filamentos microscópicos que esponja el suelo sobre el que se asienta el sotobosque.
Son la parte “oculta” de los hongos, colchones conformados por filamentos enmarañados e interconectados que se extienden cientos de kilómetros en la superficie equivalente a un pie cuadrado, y conectan los bosques del mundo con los nutrientes del suelo. Sólo se intuye su presencia cuando surge uno de sus “frutos”, o setas. Y estudiarlos es un reto, ya que no se han hallado técnicas capaces de extraer de la tierra esta red sin dañarla fatalmente.
Su estructura filamentosa, que ha sido descrita como el sistema nervioso (o las neuronas) de los bosques, se encarga de convertir los desechos biológicos del bosque en nutrientes para las plantas, que intercambian con los micelios, a cambio de su trabajo, azúcares y otros nutrientes.
El inacabable potencial científico del reino de los fungi
Las intrincadas estructuras subterráneas de los hongos descomponen compuestos orgánicos, incluyendo a petróleo y pesticidas, por lo que autores como Paul Stamets han propuesto el uso de micelios a gran escala para procesos de restauración ecológica, a través de un proceso conocido como bioremediación.
Los hongos pueden, por ejemplo, alimentarse de petróleo, ya se presente en forma de vertido de crudo, asfalto en mal estado, etcétera. Algunas de las propiedades de los micelios tienen el potencial, según Stamets y otros micólogos, para ayudar a la raza humana a salir de la encrucijada medioambiental actual.
El reino de los fungi engloba a seres vivos con una estructura celular más parecida a la del reino animal que al de las plantas. Es el gran grupo de seres vivos más desconocido por la ciencia y, pese a ello, se han empleado hongos para producir antibióticos a escala industrial desde 1940.
La idea de Eben Bayer tiene el potencial de dar la razón a Stamets. El uso de un adhesivo de micelios para convertir desechos vegetales en un material con propiedades similares a los plásticos (polímeros orgánicos producidos con petróleo) ofrecería una alternativa al poliestireno, un material usado en la industria del embalaje, en aparatos electrónicos y electrodomésticos, en la industria automovilística y del transporte, o en materiales de construcción, entre otras aplicaciones. Sólo en Estados Unidos, es un negocio que mueve 20.000 millones de dólares y ocupa en volumen un 25% de los vertederos del país.
Además, los materiales compuestos MycoBond usan desechos agrarios locales que sean abundantes en cada zona, para que sirvan como base de sus materiales compuestos. Según Eben Bayer, la idea de Ecovative Design es compatible con la producción local a partir de materiales abundantes en cada lugar, siguiendo el esquema de movimientos como el de la alimentación local.
Qué hacer con materiales a base de hongos y desechos vegetales
Un material compuesto con micelios y restos vegetales (en España, podría usarse la bellota u orujillo -hueso, piel y rabos de este fruto- de aceituna) tendría tantas aplicaciones como el polímero plástico que plantea sustituir, el poliestireno extruido (“styrofoam”).
La acción de los micelios sobre los desechos vegetales logra polímeros con múltiples cualidades aunque, a diferencia del poliestireno y otros plásticos, se evita usar grandes cantidades de petróleo y desaparecen los riesgos para la salud y el medio ambiente.
El poliestireno usado en los envoltorios de productos, platos y vasos de usar y tirar o materiales aislantes e impermeabilizantes, podría ser sustituido por un material con ventajas y aplicaciones similares, que requiere menos energía para ser producido, y es tan biodegradable como los desechos vegetales y filamentos de hongos que lo componen.
Una vez usado un baso, un plato, un cubierto o envoltorio MycoBond, estos utensilios se transformarían en abono para las plantas y nunca crearían problemas permanentes en el paisaje, en vertederos, o en los océanos.
Reemplazar poliestireno con materiales formados por hongos
Los materiales compuestos con hongos y materia vegetal de MycoBond siguen los preceptos que William McDonough y Michael Braungart bautizaron como C2C (“Cradle to Cradle” o “de la cuna a la cuna“), o diseños y materiales que se comporten como lo hace la propia naturaleza, en la que el gasto equivale a alimento.
Las hojas de un árbol, o su fruta que no es aprovechada por el campesino, los pájaros o los insectos, acaba en el suelo, enriqueciendo la turba y actuando como fertilizante. El gasto se convierte en alimento. Partiendo de estas mismas leyes, hay profesionales y emprendedores que, como Ebert, creen que se pueden sustituir productos que suponen un problema por otros beneficiosos, que actúan como fertilizantes o pueden ser usados de manera indefinida sin perder sus propiedades.
Los materiales compuestos producidos con adhesivo de micelios y materia vegetal mediante el procedimiento MycoBond tienen tantas aplicaciones como el propio poliestireno, pero Ecovative Design ha preferido empezar comercializando dos productos con aplicaciones concretas, capaces de solucionar problemas actuales, EcoCradle y Greensulate.
EcoCradle y Greensulate
EcoCradle es un material de embalaje confeccionado con desechos vegetales (cascarilla de algodón, trigo sarraceno) y adhesivo compuesto por hongos, según las especificaciones de MycoBond. Ebert asegura que el material, además de totalmente biodegradable, es tan asequible y moldeable como el poliestireno expandido (EPS) y el polipropileno (EPP), aunque carece de sus inconvenientes medioambientales.
EcoCradle, explica la empresa Ecovative Design, es un material de embalaje moldeable y con la misma capacidad de protección que los poliestirenos desarrollados para este uso, aunque en este caso el material es “cultivado” (ver vídeo), en lugar de producido.
La ventaja competitiva de EcoCradle consiste en proporcionar la misma protección para el embalaje que los derivados del petróleo a un precio que la empresa cataloga de competitivo en un momento en que muchas empresas e usuarios anteponen el precio y el rendimiento de un producto determinado a su supuesto respeto medioambiental.
Greensulate, material producido con la misma técnica que EcoCradle, es un panel rígido para su uso como aislante en el sector de la construcción. El sector de la construcción residencial depende en Norteamérica y el norte de Europa del uso de paneles aislantes modulares.
La mayoría de materiales aislantes en la construcción están fabricado con polímeros derivados del petróleo, y Ecovative Design cree que Greensulate garantiza el rendimiento de los paneles de poliestireno, sin sus riesgos medioambientales o para la salud.
Greensulate deberá competir en el creciente mercado de materiales aislantes usados en el pujante sector de la construcción sostenible, tales como la paja, el corcho y los compuestos de arcilla y materia vegetal (adobe, cob, etcétera).
El potencial de una idea
Ambos productos requieren menos energía para ser producidos que sus alternativas sintéticas, las cuales, además, requieren el uso de petróleo, no son biodegradables e implican un riesgo para la vida humana y animal.
Eben Bayer demuestra, con las expectativas generadas tras la presentación de la tecnología para crear sustitutivos del plástico con adhesivo de micelios y restos vegetales, MycoBond, que un creciente número de clientes (empresas de informática, electrónica y línea blanca, así como consumidores finales; arquitectos y constructores) elegirán productos con el mejor rendimiento medioambiental, siempre que éstos ofrezcan un rendimiento equivalente a los productos que sustituyen, a un precio similar.
Habrá que estar atentos a Ecovative Design. Quizá se trate de una buena idea que genere un nicho de mercado. Quizá vaya todavía más allá.
¿De qué polímeros de plástico está hecho mi ordenador portátil, mi teléfono móvil, mi sofá, o el interior del avión que uso un par de veces al año? ¿Por qué las botellas de champú no son biodegradables? Hay campos en el sector de los materiales industriales “de la cuna a la cuna” (Cradle to Cradle, C2C) que merece la pena investigar.