El capital en el siglo XXI, el influyente ensayo del economista de la Escuela de París Thomas Piketty, argumenta que desigualdad procede del estancamiento de los salarios con respecto al coste de la vida, mientras el rendimiento del capital (empresa, finanzas) crece de manera sostenida.
Piketty no incide en el incremento del valor del suelo (rendimiento de la propiedad inmobiliaria) en lo que él denomina rendimiento del capital o “capitalismo patrimonial”.
Pero, ¿cuánto pesa el suelo sobre el PIB de los países ricos? Y: ¿por qué la clase media ha optado por invertir en ladrillo en vez de hacerlo en la economía productiva?
Sobre el “suelo” antes de la Ilustración
Universitarios de todo el mundo suelen preguntarse, al estudiar la historia de lugares como Norteamérica, por qué las potencias coloniales de la zona (Gran Bretaña en la costa, Francia en las cuencas fluviales del interior, España en Florida y el norte de Nueva España -luego México y finalmente Suroeste de Estados Unidos-) concedían relativa importancia estratégica a la zona.
La respuesta es económica: el vasto y rico territorio por explorar y desarrollar en Norteamérica no podía competir a inicios de la Ilustración con la incomparable productividad de las colonias caribeñas.
La indigofera (planta de la que surgía el índigo, omnipresente azul textil), el tabaco, el café o la caña de azúcar, entre otros cultivos, hacían de las colonias caribeñas un maná económico incomparable: en comparación, eran territorios diminutos, insulares, fáciles de controlar y defender, con poblaciones de esclavos que superaban en número a los habitantes libres.
Orígenes del desapego entre valor del suelo y fertilidad de la tierra
Entonces, a inicios de la Ilustración, el valor de la tierra en propiedad empezaba a contar gracias a su incorporación al conjunto de libertades individuales reconocidas en las constituciones de la época que desbancaban el Antiguo Régimen.
No obstante, la productividad agraria se imponía todavía a la industrial, y colonias caribeñas como Saint-Domingue (actual Haití), por ejemplo, generaban réditos económicos superiores al resto de las colonias francesas combinadas.
Después de la Guerra de los Siete Años, en la que las metrópolis europeas midieron su influencia colonial en las Américas, quedó claro que las potencias del momento, Reino Unido (ganador de la contienda) y Francia (perdedora), querían controlar las colonias del Caribe y les importaba menos asentarse en el inabarcable territorio de Norteamérica.
La propiedad tenía entonces, a inicios de la Ilustración, todavía un valor muy relativo. A la monarquía francesa anterior a la Revolución de finales del XVIII le interesaban más los réditos conseguidos en el diminuto territorio de Saint-Domingue, menos de la mitad de la isla de La Española, descubierta por Cristóbal Colón en su primer viaje.
Cuando Haití valía más que toda la cuenca del Misisipí
Café, azúcar, índigo, tabaco y algodón explicaban la riqueza de Saint-Domingue, conocida entonces como “la perla de las Antillas”: en 1780, la colonia producía el 40% de todo el azúcar y el 60% de todo el café consumidos en Europa; pese a tener el tamaño de Hawaii o Bélgica, producía más café y azúcar que todas las Antillas inglesas combinadas.
Haití, que había convertido a Francia en el país más próspero del momento, basaba su extrema productividad en la riqueza del suelo y la idoneidad del clima, así como en abundante mano de obra esclava. Los diplomáticos franceses no tuvieron reparo en ceder la Luisiana a una debilitada España.
Pronto, el muy fértil pero inabarcable e inseguro interior de Norteamérica interesó más a los “americanos”, o colonos de las Trece Colonias inglesas de la Costa Este de Norteamérica, que a los europeos.
Pioneros del concepto moderno de propiedad
La apuesta de las Trece Colonias y posteriormente de Estados Unidos por la cantidad de terreno y no su productividad agraria daría la razón a los estrategas nacidos en Norteamérica.
Más de 200 años después, el suelo y el acceso a la propiedad constituyen un valor estratégico tan elevado que, según algunos economistas, podría haberse convertido en el origen oculto de la creciente desigualdad en los países desarrollados.
(Imagen y reportaje de The Economist)
Estos autores se hacen una pregunta provocadora que los economistas mantienen alejada de sus hojas de cálculo: ¿Y si el acceso al suelo y a la propiedad explicara mejor el aumento del a desigualdad en Norteamérica y Europa en los últimos 50 años que las ganancias del capital?
En su crítica a la visión económica del economista europeo continental de moda, Thomas Piketty, el también economista Hernando de Soto Polar (no confundir con el explorador español y primer europeo en navegar el Misisipí) explica que la población mundial en realidad prefiere mayor acceso al capital que un acceso más restringido, además de preferir que su capital sea real y no ficticio, para así evitar que se evapore con inflaciones rampantes e inestabilidades políticas y económicas.
Sobre el galimatías de “capital”: entre lo real y lo ficticio
Hernando de Soto coincide con Thomas Piketty en el riesgo de tener instituciones globales y gobiernos ejecutando grandes políticas económicas sin una mínima transparencia y responsabilidad de los dirigentes.
Pero De Soto cree que la solución propuesta por Piketty (crear una especie de catastro financiero paneuropeo que cuente todo el capital, incluyendo derivativos, etc.), tienen en cuenta “capital ficticio”.
Según Hernando de Soto Polar, el capital contabilizado por bancos y países ha perdido parte de su valor y, por tanto, habría que contar el valor real de cada economía.
Ello haría florecer la riqueza real que no aparece nunca en los estudios de los grandes economistas: contar la propiedad privada en manos de empresas y ciudadanos, para así conocer la riqueza real de la población.
Una solución “revolucionaria”: gravar la propiedad
La idea de Hernando de Soto no es nueva, ya que fue aplicada durante la Revolución Francesa y durante los gobiernos republicanos posteriores, incluyendo la época de Napoleón Bonaparte.
Los tecnócratas de la época consideraron que el único modo de redistribuir la riqueza real entre la población consistía en aplicar impuestos sobre la propiedad y no únicamente sobre el trabajo (las clases dirigentes del Antiguo Régimen vivían de la gestión hereditaria de rentas, mientras que las clases urbanas – menestrales y burguesas-, dependían de su talento y trabajo, no hereditarios).
Lo que sugieren economistas como Hernando de Soto, Noah Smith y el estudiante de economía en el MIT Matt Rognlie (su crítica a Piketty) es que, en las últimas décadas y sin que nadie se haya percatado ni lo haya estudiado con detenimiento, ha surgido en los países ricos una nueva sociedad que “vive de las rentas” o se comporta como la sociedad privilegiada del Antiguo Régimen, acumulando propiedad (suelo y viviendas) en lugar de réditos del trabajo.
Ganancias del capital vs. ganancias del trabajo
El capital en el siglo XXI, el muy citado ensayo de Thomas Piketty ensalzado por la socialdemocracia de los países desarrollados, expone como hallazgo académico una premisa que, según el economista francés, originaría la desigualdad intrínseca al modelo capitalista:
r > g
Donde “r” equivale a los réditos del capital y las inversiones, y “g” a las ganancias del trabajo. En otras palabras, vivir de las rentas es más rentable que hacerlo del trabajo, ya que las ganancias derivadas de inversiones se revalorizarían más que los réditos del trabajo.
Una situación similar produjo la caída del Antiguo Régimen y la inestabilidad europea durante el siglo XIX y la primera mitad del XX, cuando la fuerza económica de la burguesía, aliada con las clases urbanas, forzó nuevos sistemas políticos y jurídicos que reequilibrasen trabajo y rentas.
El capitalismo descrito por Piketty se centra más en la imagen clásica del capitalismo surgida de la interpretación marxista de la economía y menos de un estudio pormenorizado de la realidad, lo más ajeno posible de relatos ideológicos, lo que explicaría el interés del economista francés en relacionar la creciente desigualdad con las ganancias del capital de corporaciones y sector financiero, olvidando la millonaria (y muy repartida) inversión inmobiliaria en los países ricos durante las últimas décadas.
Orígenes del estancamiento industrial: fin de una cultura del riesgo
El economista Tyler Cowen y el inversor de capital riesgo Peter Thiel, entre otros autores, creen que uno de los motivos de la creciente desigualdad es la falta de innovación real en la mayoría de sectores productivos desde finales de los años 70.
Cuando no hay innovación real, arguyen estos autores, la productividad no aumenta en relación con el coste de la vida y, a la larga, los salarios se estancan; sólo grandes innovaciones (o grandes cataclismos como guerras mundiales, etc.) generan la inercia necesaria para que los salarios de la población (en terminología Piketty, “g”) crezcan por muy encima no sólo del coste de la vida, sino más que “r” (lo que Piketty llama ganancias del capital).
Pero Thomas Piketty se olvida que un porcentaje significativo de los asalariados del mundo desarrollado cuentan con suelo y propiedades inmobiliarias. En otras palabras: son más ricos de lo que dicen las teorías del economista.
Actualicemos al menos los estereotipos
La idea provocadora de Hernando de Soto o Matt Rognlie, entre otros, establece que no serían sólo las corporaciones y gran capital financiero los artífices de la desigualdad creciente, sino los propietarios de suelo edificable y propiedad inmobiliaria, tanto residencial como comercial.
Ya dispuestos a estereotipar, deberíamos, según Matt Rognlie, actualizar nuestros estereotipos sobre el capitalismo. Cuando hablemos de quienes “viven de las rentas”, no deberíamos hacerlo sólo de los grandes magnates (aspecto monstruoso, enorme puro en la quijada) caricaturizados por Charles Chaplin y sucedáneos, sino incluir a quienes invierten en propiedad inmobiliaria en lugar de arriesgar su capital en innovación.
Peter Thiel, autor del provocador ensayo sobre innovación en Silicon Valley Zero to One, identifica la actitud conservadora de la clase media en los países ricos desde la era Reagan (invertir en propiedad y no en innovación empresarial), como el principal motivo de la falta de innovación (y, por tanto, del estancamiento relativo de la productividad y los salarios ajustados al coste de la vida).
El peso de la inversión inmobiliaria desde 1950
La estrategia de la clase media en los últimos 40 años, priorizando la inversión en propiedad inmobiliaria por encima de inversiones de riesgo e innovación, explicaría buena parte del incremento de la desigualdad en los países desarrollados.
Desde mediados del siglo pasado, cada vez se dedica más inversión a sectores que aportan un crecimiento privado sin riesgos o con riesgos relativos (ejemplo: sector inmobiliario), en comparación con apostar por nuevas ideas.
Un reportaje de The Economist muestra cómo el aumento del valor de la propiedad residencial en relación con el PIB se ha disparado en Europa desde 1950.
El calificador que recalifique…
Noah Smith expone en Bloomberg por qué una mayor inversión en capital inmobiliario es malo para la economía a largo plazo.
Durante la mayor parte de la historia humana, el valor de la tierra procedía de su fertilidad (capacidad de producción natural); desde la Ilustración, el valor de la tierra depende de su atractivo inmobiliario: la gente quiere vivir cerca de los centros de trabajo, culturales y de toma de decisiones, las tiendas y empresas quieren estar cerca de sus clientes y trabajadores, etc.
Noa Smith: “A medida que nuestras economías se hacen más complejas, hay más tipos de tienda, más actividades culturales y más industrias que crecen en una zona. Por lo tanto, el valor de la localización aumenta, lo que repercute a su vez sobre el valor del terreno”.
En países como España, la capacidad legislativa de la política local para recalificar suelo desde rústico (con valor sólo agrario) hasta urbanizable ha propulsado fenómenos de corrupción y clientelismo, atrayendo inversiones que podrían haberse destinado a sectores económicos más productivos.
Efectos secundarios de una excesiva inversión privada en suelo
El aumento del valor del suelo y la inversión inmobiliaria en porcentaje del PIB es, no obstante, un fenómeno que se adscribe a todo el mundo desarrollado en las últimas décadas.
A medida que el interés económico en una zona aumenta, el precio del suelo y la propiedad residencial y comercial se encarece en relación con la demanda y la escasez. A la larga, el mayor precio destinado a inversiones no productivas reduce la capacidad de inversión en otros sectores y, al final, en crecimiento real.
Esta escasez de suelo barato, según The Economist, ha reducido el potencial de crecimiento del PIB de Estados Unidos en un 13% desde los años 60.
En ciudades y regiones especialmente productivas, como la bahía de San Francisco, Singapur, Nueva York o Londres, la densidad de grandes empresas y talento es tan grande que el aumento espectacular de la productividad repercute sobre la escasez de suelo barato, lo que -explica Noah Smith- acaba generando una “externalidad” que frena otras inversiones, ya que se paga más en inversiones inmobiliarias que el retorno obtenido por el uso de la propiedad (se trate de alquiler o compra).
La incapacidad para acceder a la vivienda en estas zonas podría impulsar innovaciones en urbanismo y vivienda… siempre y cuando los códigos de edificación lo permitan, adaptándose a la nueva realidad.
Jóvenes europeos viviendo con sus padres
Entre los efectos ocultos relacionados con el aumento de la inversión global en suelo y propiedad inmobiliaria, destacan el estancamiento de la innovación y su repercusión sobre las perspectivas de una región a largo plazo.
A la Unión Europea deberían preocuparle gráficos como el porcentaje de jóvenes de 25 a 34 años todavía viviendo con sus padres en el sur y este europeos.
A mayor inversión no productiva en relación con el PIB, menor cultura del riesgo, así como menor inversión en sectores productivos e innovación; este estancamiento económico repercute, a la larga, en la falta de oportunidades para jóvenes, lo que solidifica la rigidez social, como ocurría en la Edad Media, cuando los propietarios y clases privilegiadas “vivían de las rentas”.
Desde 1950, cada vez más familias de clase media y acomodadas prefieren “vivir de las rentas” (invertir en propiedad) que crear su propio negocio. Arriesgar.
Siempre es El Otro
Le Capital au xxie siècle, el mencionado ensayo de Thomas Piketty, se olvida de la cultura del riesgo y opta por la caricatura para referirse a quienes obtienen “réditos del capital”: malvados industriales con estómago y apetito elefantiásicos, a poder ser explotando a un puñado de desharrapados trabajadores.
El populismo se alimenta del estancamiento a largo plazo. Y esta depresión económica en las economías maduras no tiene sólo que ver con la crisis financiera y de la deuda de hace unos años, sino con un cambio de mentalidad con respecto a nuestros mayores: la generalizada aversión al riesgo.
El populismo se ocupa del resto, profundizando en la caricatura y señalando a un supuesto puñado de explotadores que retienen a la sociedad como rehenes.
La sociedad olvida que, entre los explotados, abundan quienes acumulan propiedad inmobiliaria y otros réditos del capital. Pero claro, lo que es de uno no es percibido como problema.
De lo contrario, caerían demasiados castillos de naipes ideológicos.