La resistencia a la adversidad implica capacidad de adaptación, elasticidad, fortaleza; es más sencillo detectar la importancia de estas habilidades en momentos épicos. Exploramos el reto cumplir con los sueños momentos de incertidumbre “aburridos” como el actual.
Para ello, evoquemos primero aunque sea un ápice de la crudeza a la que se enfrentan algunas personas en situaciones extremas, lo que estimula algunos de los momentos de épica más recordados por todos.
Cómo dar lo mejor de nosotros mismos en lo cotidiano
Cuando percibimos el riesgo y nos salimos con la nuestra, experimentamos una sensación de invencibilidad en la que es posible lo que nos propongamos.
Pero, ¿cómo lograr la misma actitud cuando no nos jugamos la vida como el personaje encarnado por Sandra Bullock en Gravity, el recomendable filme de Alfonso Cuarón?
El velero rompehielos construido en Sandefjord, Noruega, botado en diciembre de 1912, fue bautizado con un nombre premonitorio sobre el rol que asumiría en la fallida expedición antártica de Ernest Shackleton: Endurance (“resistencia”).
La expedición fallida que superó la grandeza del objetivo preliminar
El aguante del Endurance sólo es comparable con el de la expedición de Shackleton, arquetipo de la capacidad de superación del ser humano ante la adversidad.
Una expedición fallida a la Antártida, o a cualquier lugar inhóspito, nos pone alerta; el individuo o el grupo asumen contra qué o quién luchar, acotan el peligro y se aprovisionan contra él.
Ello explicaría por qué los primeros estudios modernos sobre depresión clínica detectaron un descenso de suicidios en las dos guerras mundiales: al encontrarse ante el peligro inminente, las poblaciones de las ciudades más castigadas durante ambas contiendas relativizaron trivialidades de la existencia; les iba la supervivencia.
Cuando el horror potencial se convirtió en euforia
Malcolm Gladwell explica en su último ensaño, David and Goliath: Underdogs, Misfits, and the Art of Battling Giants, cómo los especialistas médicos y psiquiátricos fallaron en sus previsiones sobre cuál sería la reacción de los londinenses al empezar el asedio de los bombarderos nazis durante la II Guerra Mundial.
Estos expertos vaticinaron el pánico de la mayoría de la población, seguido de una huida masiva y desorganizada de la capital hacia el campo, con escenas de caos, anarquía y fallida del Estado en las calles.
No sucedió. Los londinenses permanecieron estoicos en la ciudad, pese al bombardeo incesante y a los miles de muertos que éstos causaron. El fenómeno fue estudiado por sociólogos y psiquiatras, que detectaron el abismo anímico entre los que eran afectados directamente por una bomba (con riesgo incluso para sus vidas) y aquellos que, por el contrario, se libraban de bombardeos cercanos.
Estos últimos experimentaban un estado de euforia contenida, sintiéndose no sólo afortunados: también mantenían la ilusión no racional de invulnerabilidad. Eran supervivientes, resistentes de una causa y con un enemigo acotado.
La ciudad que arde en épocas de aburrimiento, paz y prosperidad
El estoicismo de los londinenses sorprendió incluso a Winston Churchill. En cambio, dificultades económicas en época de paz y relativa prosperidad, o tiranteces de clase, étnicas, etc., producen desasosiego y revueltas.
He aquí una de las paradojas observadas por los médicos: el estado anímico de quienes se habían salvado por poco de los bombardeos era cercano a la euforia, ya que predominaba el sentimiento de tener una nueva oportunidad para vivir. Este estado de ánimo era muy superior al que tenían en un Londres en época de paz. Nos gusta la marcha.
La última rebelión ciudadana en Londres, en 2013, se convierte en la macabra gamberrada (con inocentes apaleados hasta la muerte) cuando es comparada con la reacción de ciudadanos equiparables décadas atrás, durante el inicio del peor asedio sufrido por la capital británica.
Fortaleza y capacidad de adaptación en momentos cotidianos
Los supuestos valores alabados por Churchill en sus conciudadanos son equiparables a los que Ernest Shackleton destacaría sobre su tripulación cuando el Endurance se quedó atrapado en el hielo, fue finalmente aplastado y, pese a todas las dificultades, demostró la fortaleza y capacidad de adaptación a dificultades extremas, clave de la supervivencia de todos sus miembros.
De nuevo, la épica había facilitado la resistencia y organización del individuo y el grupo.
En lo cotidiano, es más difícil demostrar la misma resistencia, adaptabilidad y capacidad para retrasar las gratificaciones, sobre todo al comprobar que nuestro entorno se muestra ajeno a las dificultades.
La carrera de la apariencia y otros espejismos
Ello explicaría fenómenos como el del consumo conspicuo, definido por el sociólogo por Thorstein Veblen a finales del siglo XIX: nuestro bienestar psicológico depende en gran medida del comportamiento de los que nos rodean, compitiendo con vecinos y allegados, a menudo en bienes materiales.
La carrera por mantener el estatus -u ocultar las penurias- ante el entorno explicaría buena parte del consumo frívolo que contribuyó a las crisis económicas de los años 30 y de la actualidad.
En épocas de prosperidad sostenida y mantenimiento relativo de los estándares de las clases medias surgidas en Occidente después de la II Guerra Mundial (pese a todos los matices, que los hay), las luchas románticas carecen de sentido, así como la lucha racional contra la adversidad, corajuda y con visión a largo plazo.
Por el contrario, la resistencia, la elasticidad y las actitudes estoicas son sustituidas por los mensajes mesiánicos y aglutinadores en torno a soluciones-milagro y balas de plata de distinto signo. Los extremismos campan a sus anchas cuando hay dificultades y enfado generalizado.
Personajes románticos
Si leyeron Moby Dick, los hombres de Ernest Shackleton entendieron los matices e implicaciones, en toda su extensión, de este párrafo (traduzco del inglés, al no tomarlo de una edición en castellano, sino de la versión original):
“Mirándole a los ojos, uno parecía atisbar las imágenes todavía persistentes de esos peligros mil veces enfrentados con calma a lo largo de la vida. Un hombre sereno, tenaz, cuya vida era en su mayor parte una representación de la acción, y no un domesticado capítulo de sonidos.”
Se acabó la media
Simon Kuper arguye en un artículo para Financial Times que Occidente se encuentra en medio de la mayor crisis de identidad de las clases medias en las últimas décadas.
Ello es debido a que los logros de la sociedad actual se sustentan sobre décadas de vocaciones y oficios estables, a menudo para toda la vida, y eran usados por la gente para definirse a sí mismos.
En el contexto actual y hacia el que nos encaminamos, con el epicentro mundial moviéndose hacia las nuevas clases medias de los países emergentes y fenómenos como la automatización y la robotización, se acaba la sosegada y estable prosperidad “por defecto” de las clases medias en Occidente, que hasta ahora abarcaban a una aplastante mayoría de la sociedad.
Se acabó la reconfortante comodidad social de “la media” (el trabajo fácil y de por vida para las clases profesionales), expone el economista Tyler Cowen en su último ensayo.
Crisis de identidad entre las clases profesionales
Para Simon Kuper, las clases medias con oficios de “cuello blanco” (profesiones liberales, eminentemente urbanas y que atesoraban un cierto prestigio social) experimentan ahora la precariedad y ausencia de reconocimiento en su entorno que afrontan los oficios industriales (los trabajos de “cuello azul”) desde los años 70, cuando se aceleran la deslocalización y robotización (también la interdependencia económica mundial).
En el pasado, la gran diferencia entre los trabajos industriales y serviles y los oficios de “cuello blanco” o liberales consistía en su percepción por la sociedad: unos trabajos eran elegidos, mientras los otros eran una obligación surgida de la precariedad.
“Una división de clase separa a la gente que escoge su trabajo de aquellos que no lo hacen -argumenta Simon Kuper-. Los jóvenes de hoy en día en su mayoría no lo eligen. Si tienen trabajo, es a menudo servil. Ello significa que tienen que definirse sin el beneficio de la identidad profesional”.
Juego de apariencias
Y, por ende, al no poder definirse a sí mismos en función de su oficio, muchos jóvenes lo hacen en función de sus filias y fobias culturales, el consumo que realizan, su estética.
Su actitud es, en cierto modo, más próxima a la conciencia gregaria de la adolescencia, donde usar un servicio, llevar un tipo de móvil o portátil, o usar unos determinados tejanos se convierten en pistas identitarias.
Guste o no, muchos oficios liberales relacionados con la gestión dejan de ser estratégicos o se convierten directamente en obsoletos, mientras otros -los relacionados con las habilidades concretas más demandadas como la programación, o con el consejo experto como el marketing, etc.- a duras penas encuentran el perfil idóneo para cubrir puestos bien remunerados.
Trabajar las defensas de nuestra conciencia
Los “millenials” son los “nuevos buscavidas” y ello revaloriza actitudes en retroceso durante la prolongada época de bonanza de las clases medias, al tratarse de habilidades que surgen de situaciones y acontecimientos duros o incluso extremos: fuerza de voluntad, capacidad de adaptación, poder de recuperación, resistencia, tesón, etc.
El escritor y filósofo existencialista Ralph Waldo Emerson escribía en uno de sus ensayos acerca de la importancia de trabajar la fortaleza personal incluso en momentos de sosiego, para que los acontecimientos desagradables y las zozobras -individuales y colectivas- no nos pillen con una conciencia baja de defensas o proclive a comprar los argumentos tendenciosos del primer demagogo que capte nuestra atención:
“Aderezamos nuestro jardín, comemos nuestras cenas, discutimos cuestiones del hogar con nuestro cónyuge, y estas cosas no dejan huella, son olvidadas a la siguiente semana; pero en la soledad a la que todo individuo siempre retorna, él mantiene su cordura y revelaciones, que son su pasaje a nuevos mundos que llevará consigo. No importan el ridículo ni la derrota: ¡de pie de nuevo, viejo corazón! -parece decir-, que ya llegará la victoria para toda la justicia; y que el verdadero romance por desentrañar por el que el mundo existe, será la transformación del ingenio en poder práctico.”
Celebrando la existencia
Para Emerson o su amigo Thoreau, autor del ensayo Walden y también filósofo trascendentalista, una de las mayores luchas de la existencia consistían en apreciar el instante y aprovechar cada momento, para evitar arrepentimientos en una edad avanzada.
Esta celebración de la existencia era complicado debido a las cuestiones cotidianas que enredaban la vida cotidiana de sus conciudadanos. Como si el ser humano estuviera condenado a apreciar la grandiosidad de cada pequeñez vital y cada acto original propulsado por la propia conciencia, en momentos de épica como los mencionados en la entrada: el bombardeo, el velero Endurance atrapado sin remedio en el hielo antártico…
Steven Snyder se pregunta en Harvard Business Review por qué la fortaleza y capacidad de resistencia son actitudes tan difíciles de cultivar y mantener. Él recomienda, para conseguirlo:
- no perderse en los prolegómenos y las minucias de lo diario, sino adoptar una actitud positiva, en la que la mejora personal es posible;
- dedicar tiempo a notar nuestra existencia y su carácter transitorio practicando la introspección (el consejo de los filósofos clásicos occidentales y orientales): centrar la mente, cuerpo y conciencia;
- buscar fuentes de apoyo para no sentirse sólo en ningún esforzado tránsito entre objetivos.
Sobre perspectivas de la realidad y coyunturas inducidas
Hay maneras más o menos empíricas de usar nuestra ansiedad para lograr resultados positivos y avanzar en épocas de incertidumbre, incluso cuando lo que Cruyff llamaría “el entorno” (los amigos, la familia, la prensa) insiste en pintarlo todo con las tonalidades de las pinturas negras de Goya.
Es una cuestión de pasos. Dar pasos uno mismo, de la manera más racional, corajuda y preparada posible. Sin olvidar que el paso más importante es quizá reconocer que hay que dar un primer paso, y hacerlo con la mentalidad adecuada cuando ello no sea popular y todo el mundo se desgañite por las esquinas gritando “fuego”.
Guerra y paz
En Guerra y paz, obra de Lev Tolstói que sólo puede apreciarse en toda su profundidad leyéndola (no hay otra, y eso está bien), ofrece una pista que parece obvia sobre el proceso, pero que a menudo olvidamos:
“Un hombre a punto de emprender una caminata de mil millas tiene que olvidar su objetivo y decirse a sí mismo cada mañana: ‘Hoy voy a cubrir veinticinco millas y luego descansar y dormir.'”