El fraude fiscal varía entre países y regiones del mundo y, desde que Max Weber escribiera La ética protestante y el espíritu del capitalismo, en Europa se han relacionado estas diferencias con convicciones presentes en las sociedades sin que los individuos las perciban.
Otro modo más crudo y directo de explicarlo consiste en recurrir a expresiones: “los peces no saben que están dentro del agua”. De un modo u otro, en un entorno en que el propio individuo debe a menudo decidir por sí mismo si contabiliza o no el IVA en una factura, si trabaja en negro o no, si declara o no dinero, etc., el contexto influye sobre la decisión individual.
Indignación ante los poderosos (y 2)
En su etapa de presidente italiano, Silvio Berlusconi mantuvo una ambigüedad pública acerca del pago de impuestos sobre la actividad económica. El país transalpino, y ahora España, pretenden aflorar parte del dinero no declarado proclamando una amnistía fiscal.
Algo así como incentivar a quienes han trampeado impuestos, aprovechándose de que, hasta a hora, las haciendas estatales han sido únicamente implacables con quienes no pueden escaparse de ninguna de las maneras de sus obligaciones tributarias: los asalariados.
Dicen los expertos que, para que funcionen, las polémicas amnistías fiscales deben ser una medida extraordinaria, para así evitar un incentivo perverso que haría más daño a medio y largo plazo que el supuesto bien de la medida: que los evasores fiscales piensen que habrán amnistías periódicas, lo que les permitiría tributar siempre muy por debajo de sus obligaciones reales.
La evasión fiscal, un fenómeno global
Por mucho que se tenga en cuenta a Max Weber y al poso cultural, la evasión fiscal no es un problema circunscrito al sur europeo; ni siquiera los países centroeuropeos y nórdicos, renombrados por el funcionamiento de su sistema impositivo, son ajenos al problema.
Alemania destapó una red de evasión a través de Liechtenstein, mientras Francia hizo lo propio con sus ciudadanos con cuentas no declaradas en Suiza.
También se conocen experimentos a largo plazo, en Europa y el resto del mundo, acerca de incentivar el pago de impuestos entre los principales evasores, desde los trabajadores que no declaran su actividad ni facturas a las grandes fortunas.
Pese a que este dato será obviado por un político que debe mantener sus opciones en elecciones futuras, reducir la evasión fiscal hasta el 0% saldría tanto o más caro que tolerar un pequeño porcentaje de fraude.
El objetivo debería ser, en todo caso, reducir tanto como sea posible el fraude mediante incentivos positivos y negativos, logrando el menor coste posible de estas medidas para las arcas públicas.
La historia sobre Suecia que nunca se explica en Europa
En Suecia, por ejemplo, sólo se logró que las grandes fortunas del país reinvirtieran su patrimonio cuando, en lugar de penalizarles, se bajaron los impuestos en el tramo más alto, una medida que no da votos y, en estos momentos, puede quitarlos.
Rememorando una portada de The Economist (ver portada del 24 de septiembre de 2011, donde se lee Cazando a los ricos), nada da más réditos en los países desarrollados, con sus malogradas cuentas públicas y necesidad de duros ajustes fiscales, que perseguir a las caras visibles de la sociedad que no se hayan comportado de manera impecable.
Qué más da que la sociedad que les vapulea cometa pecadillos inconfesables en su vida cotidiana: los chorizos y evasores siempre son los otros, los “poderosos”. Con tantos nervios y tan poco dinero en la caja, es tiempo de populismos y caza de brujas.
Los “ricos” y el resto deberán trabajar juntos
Pero “los ricos y el resto” (según el movimiento OWS, todos somos el 99%, aunque uno no quiera permanecer al margen de rencillas electorales) deberán contribuir conjuntamente a la salida de la crisis. Lo explicamos en el artículo Neo-capitalismo: Gandhi, Adam Smith y “los mercados”.
Los pequeños y grandes evasores fiscales existen, más allá de los grandes titulares. En ocasiones, en forma de una reforma en casa, la limpieza de la escalera o una cuenta en una empresa pantalla en un paraíso fiscal.
El puñado de euros de la chapuza cotidiana no es comparable con la evasión de guante blanco, pero no hace falta recurrir a ningún estudio para concluir que ambos tipos están tan extendidos en la sociedad que, más que simplemente perseguir el delito (el incentivo negativo es siempre caro, quizá casi tanto como lo que se recaudaría), hay que preguntarse cómo podemos asumir todos nuestra parte de responsabilidad.
El secreto de la ética conciudadana
En ocasiones, visitando otros entornos culturales, comprobamos cómo, por ejemplo, hay ciudades, regiones y países que han conseguido ir a dormir sin necesidad de cerrar con llave la puerta de casa; o colocan productos a la venta fuera del supermercado o la tienda, sin que nadie vigile: confían en la ética del conciudadano. En estos entornos, se entiende que un pequeño engaño individual supone la primera piedra para un gran engaño colectivo.
Merece la pena leer, para relajarse y echar una carcajada velada, esta entrada de la bitácora Marginal Revolution, del economista Tyler Cowen, donde se explican las diferencias culturales entre países de Europa del Norte supuestamente responsables con la cosa pública, y Estados Unidos.
Una amiga noruega de Joseph Burke visitando Estados Unidos se sorprende de que:
- “Todo el mundo se queja amargamente de lo pésimo que es el gobierno y sospecha de su actuación, pero todos siguen las normas en cualquier caso, incluso cuando nadie está mirando”.
- “Los supermercados no te dejarán alejarte con el carro de la compra después de pagar, pero sitúan expositores de madera para chimenea, plantas, calabazas, etc., afuera sin que nadie vigile y confían en que traerás adentro lo que cojas para pagarlo”.
La desobediencia civil más necesaria: evitar la evasión fiscal cotidiana
Yo mismo podría elaborar un largo listado con comportamientos similares que he visto en Estados Unidos. Tampoco hablamos de un paraíso, dados los elevados índices de población reclusa, sobre todo entre las minorías, la mayor desigualdad y otros tantos indicadores enarbolados por quienes se escudan en los errores de otros y, de paso, evitan aprender de sus aciertos, perjudicándonos de paso al resto.
En efecto, como explica esta entrada, yo mismo he comprobado una y otra vez cómo los supermercados de las zonas más humildes de Estados Unidos colocan productos fuera del alcance de la vigilancia del establecimiento.
A continuación, uno comprueba cómo ni siquiera el sin techo más necesitado cogerá nada sin que le sea ofrecido. También recuerdo haber pasado unos días en la casa de un familiar en Seattle, sorprendido porque nadie cerraba la puerta en toda la ciudad cuando iba a dormir. “¿Por qué? -explicó un familiar cuando pregunté acerca del fenómeno-; nadie va a entrar sin un motivo”.
¿Estamos dispuestos a creer en los incentivos positivos?
El incentivo positivo: ofrecer al conciudadano el beneficio de la duda, la mayor y más preciada responsabilidad. Algo así como decirle: “Aquí está mi vida, lo más preciado. Confío en que no quebrarás la confianza que he depositado en ti”.
Se requieren profundos cambios culturales para fomentar este tipo de comportamiento. Me pregunto si la recaudación fiscal podría aprender de los cambios sociales relacionados con la responsabilidad individual, a la sazón colectiva.
Por eso me ha interesado un artículo de The Economist sobre la psicología de la moralidad y su importancia en estos momentos de dificultad, cuando muchos deberemos aprender de la manera más dura posible los beneficios de la gratificación aplazada.
Hacer los deberes en fiscalidad, aunque doloroso, son los mejores cimientos para el futuro, y los países europeos que mejor han evitado la crisis lo han logrado al recoger los frutos de las reformas impopulares que realizaron en época de vacas gordas.
Es el caso de los socialdemócratas y verdes alemanes de la coalición que sostenía el gobierno de Gerhard Schröder en Alemania y las medidas de su Agenda 2010.
La otra cara del milagro alemán
Por no hablar de la otra cara del milagro laboral alemán: mientras en España nos rasgamos las vestiduras por la reforma laboral, en Alemania hay 7 millones de minijobs. Y sí, los sueldos de los funcionarios se han elevado en la última revisión, tras permanecer virtualmente congelados durante años.
Bajo el título Es hora de ser honestos, The Economist expone los resultados de un experimento que da pistas sobre cómo un gobierno podría fomentar el comportamiento fiscal honesto entre sus conciudadanos.
El estudio en cuestión, conducido por el psicólogo de la Universidad de Ámsterdam Shaul Shalvi con los colaboradores Ori Eldar y Yoella Bereby-Meyer, de la Universidad Ben-Gurion, trata de responder a la pregunta de si el pecado es original (instintivo) o, por el contrario, engañamos más cuando tenemos más tiempo para pensar y no somos presionados (es decir, reflexivo y, por tanto, una cuestión racional, relacionada con la ética, los valores sociales, etc.).
Estudios sobre trampas y tramposos
Los investigadores querían saber si el impulso de hacer trampas crece o se reduce cuando el tramposo potencial tiene tiempo para reflexionar sobre sus acciones. De este modo, se puede concluir si hacer trampas es instintivo o calculado entre la mayoría de la población.
Para llevar a cabo su experimento, los investigadores recurrieron a uno de los símbolos sociales de actividad oscura y adictiva: las apuestas con dados. Estudiaron si la gente tendía a mentir más sobre el resultado de unos dados justo después de tirarlos o, por el contrario, cuando se les daba tiempo para reflexionar.
Los investigadores hallaron consistencia en los resultados: se dividió a los 76 participantes en 2 grupos que debían tirar los dados en 3 ocasiones y recordar el resultado de la primera ronda. A un grupo se le concedía sólo 20 segundos para tirar los dados 3 veces y pensar sobre el primer dado, mientras se concedió al segundo grupo el tiempo que cada voluntario considerara oportuno.
Enséñame los dados
Si bien se mintió en ambos grupos, la media de los dados participantes sin tiempo para reflexionar era superior 4,6, a la de los participantes que tuvieron tiempo para pensar (3,6). Los investigadores sabían de antemano que, de haber expuesto sus números con total honestidad, ambos grupos habrían permanecido en una media de 3,5.
Un segundo experimento confirmó el resultado, explica The Economist. Se explicó a otros voluntarios que lanzaran los dados sólo una vez. Un primer grupo tenía 8 segundos para tirar los dados e informar sobre el número. De nuevo, el segundo grupo tuvo el tiempo que cada individuo deseara.
En este segundo experimento, el primer grupo dio una tirada media de 4,4. Los que carecieron de limitación temporal para pensar sobre ello dieron de media 3,4. En otras palabras: el segundo grupo explicó la verdad.
El engaño llega con la ausencia de reflexión
La conclusión del estudio: al menos en lo que respecta a hacer trampas en los dados, el engaño es impulsivo, superior cuando hay ausencia de reflexión.
La vertiente esperanzadora del estudio del psicólogo Shaul Shalvi: cuando concedemos a un individuo tiempo para reflexionar, a menudo hará lo correcto. Si queremos que alguien sea honesto, no deberíamos presionarle todo lo fuerte que podamos para que nos ofrezca una decisión inmediata.
En otras palabras: consideremos la autocrítica. Sepamos que hay que hacer sacrificios e intentemos que sean lo más justos posible, sabiendo que nunca habrá fórmula fácil, cuando se trata del futuro de millones de personas.
Dejemos reflexionar
Todos podríamos ser los ciudadanos ejemplares (a veces muy humildes e inmigrantes) que devuelven miles de euros cuando los encuentran en la calle. O convertirnos en un malandro de guante blanco sin escrúpulos. Si ni siquiera somos capaces de reconocer este axioma, vamos mal.
Hemos caído demasiadas veces en la tentación populista de poner a parir a la personalidad pública de turno que cazamos en el ajo y, a la vez, hemos mirado para otro lado cuando hemos detectado anomalías fiscales en nuestro entorno. Nadie se cree que el problema esté sólo entre los “poderosos”.
Es el momento de conceder tiempo a quien ha hecho las cosas mal. Esperamos que la oportunidad sirva para que todo el mundo ponga lo mejor de su parte.