¿Qué ocurriría si, en lugar de diseñar como si el petróleo siguiera siendo barato, tuviéramos más en cuenta el comportamiento de la naturaleza?
Desde la Antigüedad, se han observado patrones naturales que aumentarían la eficiencia de nuestros diseños. Entre ellos, la proporción áurea, hasta ahora usada con más éxito por el arte que por la ciencia.
De cómo *faircompanies se reencontró con el número áureo
En el verano de 2011, Kirsten y yo concertamos una entrevista con el miembro del Post Carbon Institute y autor de The End of Growth, Richard Heinberg (vídeo de Kirsten y mi fotogalería sobre nuestra visita a su casa).
El californiano Richard Heinberg ha dedicado su carrera a estudiar la crisis de recursos finitos -petróleo, agua, alimentos, metales raros, etc.- en un mundo cada vez más poblado y con más países e individuos buscando su bienestar material, todavía relacionado con el consumo de estos recursos.
La riqueza insostenible que se separó de la naturaleza
Se discrepe o no con Heinberg sobre la gravedad de la situación, nadie le refuta la gravedad principales problemas, y retos, del nuevo siglo, cuando China y otros países emergentes aprovechan la depresión de las economías desarrolladas para aumentar sus compras de energía y alimentos en terceros países.
Y, dice Heinberg, mientras sigamos empecinados en considerar que bienestar (o felicidad) y consumo de recursos son dos conceptos indisolubles, seguiremos sin aplicar las soluciones individuales y colectivas necesarias para garantizar un buen futuro a cuanta más gente mejor.
El problema, explica Heinberg en su obra, es que el impulsor de la era de progreso que ha vivido el mundo en las últimas décadas se ha basado en la asunción de que el petróleo era barato e inacabable, dos aspectos refutados por la realidad. Por eso, el mundo debe prepararse para medir el bienestar más allá del Producto Interior Bruto.
Hablando sobre el fin del petróleo barato en un apacible huerto
Preparados para hablar sobre la naturaleza y el fin del petróleo (y el resto de recursos finitos por los que lucha cada vez más gente, según la idea del “peak everything“), acudimos en coche a la casa de Heinberg en la localidad de Santa Rosa, California, una hora y media en coche al norte de San Francisco.
Nos entrevistamos con Heinberg en el patio trasero de su casa, durante más de un par de horas. El calor ambiental, realmente elevado a primera hora de la tarde en una localidad que no recibe el influjo del océano, era atenuado por algunos árboles altos del vecindario y, sobre todo, por la abundante vegetación de su huerto.
El patio trasero de Richard Heinberg es un jardín comestible que proporciona a él y a su mujer placer, así como la mayoría de los huevos, frutas, verduras, hortalizas y hierbas aromáticas que consumen durante el año.
Desacelerar la dependencia de la cultura extractiva
Kirsten y yo tuvimos la suerte de poder hablar con Heinberg no sólo sobre el futuro energético del mundo. Hubo tiempo para la permacultura, el placer de cultivar un pequeño huerto en el patio trasero que aporta bienestar y alimentos orgánicos, así como el papel de las economías locales en el mundo del futuro.
Cuando le preguntamos acerca de cómo veía el futuro, Heinberg moduló la dureza de su mensaje y, pese a la crudeza de las investigaciones que ilustran sus libros y argumentos, su mensaje alberga esperanza: sufriremos menos cuanto más rápido nos demos cuenta de que debemos vivir de un modo más frugal y responsable con nuestro impacto individual y colectivo.
No hay tiempo, según el autor, para el buenismo tradicional en la causa ecologista, traducido en esporádicas contribuciones económicas, alguna manifestación en el lado de la justicia medioambiental y, en cambio, todo olvidado en el umbral de nuestra propia casa.
Porque, hasta ahora, incluso los defensores más recalcitrantes de la causa olvidaban la necesidad de cambiar el tren de vida propio.
“Dejemos un poco de energía fósil concentrada a nuestros descendientes”
En el futuro, dice Heinberg, tendremos que aprender a usar petróleo sólo en lo necesario (plásticos técnicos para aplicaciones médicas y tecnológicas, etc.), además de aumentar nuestra autosuficiencia: generaremos más cantidad de la energía, alimentos, ropa, recursos que consumimos.
La solución vendrá, en parte, cuando nuestro estilo de vida se parezca cada vez más al abogado por las “ciudades de transición”, decía Heinberg. Y muchas de las innovaciones tecnológicas que facilitarán el proceso de transición imitarán la naturaleza (biomímesis).
Nos faltó tiempo para profundizar con el autor sobre esta temática. Los diseños que imitan la naturaleza tienen el potencial de mejorar aplicaciones y diseños humanos en todos los sectores.
Más dinero para recursos finitos cada vez más caros deja menos disponible
Paradójicamente, decía Heinberg, el aumento del precio de los recursos finitos sobre los que se fundamentan nuestra economía y transacciones deja menos dinero disponible para invertir, ahora sí, en energías renovables y tecnologías que nos permitan hacer más, durante más tiempo, con menos recursos.
Imitar la naturaleza nos puede sacar a largo plazo del atolladero. Por ejemplo, los primeros abrigos humanos eran similares al ideal de vivienda esencial y originaria de Vitruvio, la “cabaña primitiva”: frugales, efímeros, transportables, protectores, con impacto mínimo. Las casas-cueva también ofrecen lecciones de bioclimatismo y adaptación a entornos extremos y cambiantes.
Muchos de los diseños y materiales biomiméticos parten del estudio pormenorizado de los recursos disponibles en un entorno local durante generaciones, un mecanismo de acceso ancestral al conocimiento desechado definitivamente tras la Revolución Industrial.
Reaprender observando la naturaleza: biomimética
Ahora, nos dicen expertos como Heinberg, hay que reaprender, más que aprender desde cero: varias técnicas y enseñanzas ancestrales, mejoradas con tecnología actual, crearían productos y aplicaciones más eficientes y respetuosos con el medio ambiente.
Según la experta en biomimética Janine Benyus, o el naturalista Edward O. Wilson, no sólo merece la pena proteger la mayor biodiversidad posible por cuestiones climáticas o éticas, sino que las soluciones a los mayores problemas a los que se enfrenta la humanidad vendrán de sustancias y diseños extraídos de la naturaleza.
Bacterias, hongos, plantas o animales son fuentes potenciales de tecnología punta, con sus ventajas evolutivas al servicio de diseños humanos que no sólo reducirían el impacto ecológico de diseños concebidos en la época del petróleo barato y la ausencia de conciencia medioambiental, sino cuya huella ecológica sería a menudo positiva.
Los diseños de la naturaleza son biodegradables, más durables y eficientes
Vehículos, tejidos, materiales de construcción aportarían oxígeno, facilitarían nutrientes, se fundirían con el entorno trabajando como una pieza más del engranaje natural, tal y como propone la permacultura.
Recientemente, la Universidad de Kiel, en Alemania, presentaba un adhesivo con tecnología prensil que imita la estrategia de adherencia de los lagartos de la familia gekkonidae, un gramaje microscópico de almohadillas.
El adhesivo geco es una humilde meta en la carrera de la biomimética, cuyos inicios se remontan a la legendaria voluntad humana por unir pensamiento lógico y naturaleza, ya presente en el cálculo del número áureo.
El número de la naturaleza: la proporción áurea
El número áureo (también llamado sección áurea, razón áurea, proporción áurea, etc.) se ha relacionado con las proporciones de la naturaleza.
Euclides ya lo describía en la Grecia Clásica: “Se dice que una línea recta está dividida entre el extremo y su proporcional cuando la línea entera es al segmento mayor como el mayor es al menor”.
Su definición básica y esencia no ha variado, ni tampoco su influencia en el arte clásico y occidental a partir de su redescubrimiento en el Renacimiento como ideal de belleza de las proporciones. Leonardo de Pisa, Fibonacci, explicó las propiedades del número áureo a través de la sucesión que lleva su nombre: 1, 1, 2, 3, 5, 8, 13, 21, etc.
Configuraciones de la naturaleza
En la sucesión de Fibonacci, cada elemento es la suma de los dos anteriores. Tanto el mismo Leonardo de Pisa como artistas del Renacimiento y, posteriormente, naturalistas, observaron que la sucesión servía también para constatar configuraciones de la naturaleza, tales como la disposición de las ramas del árbol, o de las hojas en el tallo.
Desde la Antigüedad, la relación de proporción entre segmentos y rectas no sólo ha servido para calcular ideales estéticos para la pintura o la arquitectura, ejemplificado en el Hombre de Vitruvio de Leonardo da Vinci, apasionado tanto del número áureo como de la obra del arquitecto, escritor, ingeniero y tratadista romano.
El número de Fibonacci es una curiosidad durmiente, el tipo de conocimiento que un adulto que no se ha dedicado al arte o la biología guarda en la recámara del saber medio olvidado, con el resto de materias y curiosidades de la vida educativa pasada.
Una cabaña de retiro en el patio trasero de casa
Durante nuestra visita al patio trasero de la casa de Richard Heinberg, desempolvé de nuevo la sección áurea, en forma de la sucesión de Fibonacci. Fue una manera inmejorable de rendir homenaje a todas las disciplinas que deberán sacarnos del atolladero en las próximas décadas, a camino entre el saber técnico y las soluciones sugeridas por la naturaleza, como el propio número áureo: parte observación, parte constatación y aceptación del potencial de las reglas de la naturaleza.
Mientras charlábamos, literalmente, entre los surcos de hortalizas de su huerto, buscando cuando podíamos la sombra de algún pequeño frutal, Kirsten preguntó a Richard Heinberg acerca de una pequeña cabaña de ladrillo y adobe situada en la parte trasera del jardín, junto al gallinero.
“Ah, nuestra cabaña. Es una pequeña casa que mi mujer y yo usamos para alojar a algún huésped, meditar, estudiar o trabajar. Algo así como un pequeño retiro, un espacio de recogimiento”.
Sorpresa panteísta en la cabaña de escritor
Le preguntamos si conocía la presencia de varios emprendedores y artesanos que, al norte de San Francisco y en su mismo condado, el de Sonoma, que impulsaban el llamado “movimiento de las casas pequeñas” (small house movement), a través del que tratan de recuperar los valores de la vida sencilla por los que abogaron Henry David Thoreau y otros.
“He seguido con interés el esfuerzo de personas de los alrededores por construir su propia pequeña cabaña. De hecho, la mía se inspira en el trabajo de este movimiento”.
Tras conocer que había renacido el interés por las cabañas de estudio, como la que había habitado Thoreau, las de escritores o las de personas que optan por vivir una vida austera, “decidí involucrar a mis alumnos de la Universidad de Santa Rosa en este proyecto”.
Heinberg construyó la pequeña cabaña con ayuda de sus alumnos, siguiendo los preceptos de la arquitectura sostenible y bioclimática, tanto en materiales como en orientación y disposición de la estructura con respecto al entorno, como recomienda la permacultura.
Sucesión de Fibonacci en ladrillos de cristal
Richard Heinberg nos invitó a entrar en la cabaña, de adobe lucido con yeso de color tierra y tejado de madera. En la pared del fondo de la pequeña planta rectangular, unos ladrillos cuadrados de cristal pavés dejaban entrar la fuerte luz del exterior, manteniendo la privacidad.
No fue los ladrillos de cristal lo que llamó mi atención, sino su disposición. Era una hilera de cuatro aperturas que, aparentemente, no seguía ningún orden. La hilera empezaba a la derecha con un único ladrillo de cristal; a su izquierda, le seguía también un solo ladrillo; la tercera posición, sin embargo, la ocupaban dos ladrillos pavés; finalmente, una cuarta posición contaba con tres la drillos.
Un momento. Volví a mirar y, efectivamente, recordé allí mismo las propiedades de la sucesión de Fibonacci, donde cada elemento es la sucesión de los dos anteriores. Dudé un instante si preguntar a Heinberg, que seguía explicándonos características técnicas relacionadas con la cabaña.
Finalmente, intuyendo mi interés, explicó que los ladrillos de cristal de la pared eran un pequeño homenaje al número de Fibonacci, tan presente en la naturaleza, las matemáticas, las ciencias de la computación o las ciencias sociales.
La intuición de Ptolomeo, Arquímedes, Fibonacci, Da Vinci
La sucesión de Fibonacci, una representación numérica del número áureo, ha sido observada insistentemente en la naturaleza y muchos ven en ella la clave para desentrañar la lógica organizativa de la naturaleza, cuyo desentrañamiento propulsaría las soluciones biomiméticas (las que imitan la vida) a la crisis actual.
Se ha observado que el número áureo y sus distintas representaciones se repiten en varios elementos de la naturaleza: la sucesión de Fibonacci, el teorema de Ptolomeo, la espiral logarítmica, observada ya por Arquímedes y presente en tantas formas naturales (desde la disposición de una galaxia al avance de una borrasca, o la forma de la concha de las caracolas).
Tejiendo puentes entre número áureo y biomimética
El número áureo está encastado en la naturaleza, aunque la ciencia desconoce hasta qué punto. De momento, las interpretaciones artísticas de la “razón extrema y media”, como también se conoce a la “divina proporción”, intuyen tanto o más que la ciencia.
De vuelta a la casa de mis suegros en San Francisco con Kirsten, agradecí a Richard Heinberg el haber refrescado la sucesión de Fibonacci en mi memoria.
Por qué no escribir una entrada del blog animando a diseñadores industriales y científicos a usar más el número áureo en sus creaciones artísticas e investigaciones.
En el artículo Biomimética: 10 diseños que imitan la naturaleza, destacamos avances que podrían se la norma, y no la excepción, si pusiéramos la tecnología actual al servicio de patrones naturales como la sección áurea.