Los logros culturales y científicos que -según explican ensayistas como el físico británico David Deutsch– se han acelerado desde la Ilustración, se sostienen sobre el uso de conjeturas que mejoran con el tiempo a través de algo tan básico como el ensayo/error.
Esta teoría evolutiva del conocimiento se aplica no sólo a la ciencia, sino que el conocimiento humano en general se asienta sobre la misma premisa, exponía el filósofo y teórico de la ciencia Karl Popper.
Herramientas de ayer y hoy
En esencia, servirse de una lasca de piedra para, golpeándola sobre otro canto, producir una herramienta afilada que se adaptará a varios usos (y -gracias a la ingenuidad de quien experimenta con la técnica hallada-, gracias al ensayo y error, fomentará la especialización: varias herramientas para distintos usos), equivale al uso de técnicas que, por su sofisticación, olvidamos que se someten a las mismas premisas.
Por ejemplo:
- la automatización de operaciones aritméticas con una tabla que establece la regularidad de su progresión (funciones polinómicas), idea que sirvió a Charles Babbage para concebir la primera calculadora mecánica; o, más recientemente:
- la técnica de edición de genes CRISPR para aislar enfermedades;
- el uso de técnicas de aprendizaje de máquinas para mejorar herramientas como la conducción autónoma en automóviles;
- etc.
Los tres procesos mencionados (la máquina diferencial de Babbage a mediados del siglo XIX, y tanto la edición de genes como las técnicas más sofisticadas de aprendizaje de máquinas), exploran el mismo principio: aprovechan patrones en procesos que, una vez detectados y automatizados, aceleran tareas.
Lo que propulsa la búsqueda de mejores herramientas
Todas las herramientas surgen del mismo germen inspirador: la voluntad de mejorar, acelerar o superar alguna situación previa.
Lo que ha cambiado en todo caso, explica David Deutsch, es la aceleración que se ha producido desde la Ilustración, cuando se establecen las bases no sólo para acelerarlo, sino para hacerlo “infinito” (entendiendo que todo es mejorable con la necesaria iteración).
Más y mejores herramientas, físicas y virtuales, desde la Ilustración, no implica que todas las herramientas anteriores a este período han perdido su utilidad o vigencia.
Comprendiendo nuestra complejidad
La misma definición de “herramienta” está sujeta a interpretaciones diversas, con mayor o menor amplitud e inclusividad y, por tanto, mayor o menor precisión. El siglo XX trató de explicar el ser humano y lo que le rodea desde distintos puntos de vista, al entender que existe una compleja relación entre los componentes de cualquier “sistema” observado, sea físico, biológico, social, económico, lingüístico, cultural, etc.
Nietzsche intuyó cierto “perspectivismo” en el siglo XIX, pero fue en el siglo XX cuando la consideración presocrática de la interrelación de todo con todo inspiró, entre otras metodologías (epistemologías):
- el holismo (epistemología que trata de estudiar la relación de un todo);
- el emergentismo (corriente que destacó que muchos sistemas no son reducibles a la suma de sus partes, al tener mayores propiedades en su conjunto);
- o, siguiendo con el concepto -también holista y emergentista- de que “el todo es mayor que la suma de las partes”, la ciencia cognitiva trata de descubrir los entresijos de nuestra mente/conciencia (el ejemplo por antonomasia de emergentismo) a través de estudios interdisciplinares que consideran filosofía, psicología, antropología, lingüística, neurociencia o inteligencia artificial.
Lo que nos impulsa: mejorar conjeturas detectando errores
La interdisciplinariedad no acabó con lo que David Deutsch considera uno de los grandes mitos de la Ilustración: la idea interiorizada de que el progreso humano es impulsado por el empirismo: deducción e inducción no crean “verdades” irrefutables y, en cualquier caso, lo que realmente nos propulsa es la obsesión por probar conjeturas, detectando errores y refutando los peores modelos para -mediante el ensayo y error- seguir mejorando conceptos y herramientas siempre perfectibles.
Los métodos deductivo e inductivo no se ajustan a la mayoría de casos. Por ejemplo, para comprobar que todos los cisnes son blancos, tendríamos que buscar a todos los cisnes y comprobar si, en efecto, la proposición es cierta.
Es mucho más fácil concentrar esfuerzos (y estrategias) para buscar un cisne diferente con la mayor rapidez y efectividad. La buena ciencia se ha servido de esta estrategia, pese a ser ninguneada por los paladines del “método científico”.
O explicado por Karl Popper, el objetivo es mejorar detectando errores y cuestiones mejorables. Popper lo llamó “falsabilidad”, o descartar proposiciones universales (un enunciado que considerábamos verdad) cuando observamos que falla, aunque sea en una ocasión entre millones.
El progreso desde la Ilustración
Esta filosofía de la ciencia de Popper permitiría no sólo mejorar enunciados, sino concebir mejores teorías, crear mejores herramientas o, por qué no, prevenir “errores de sistema” con consecuencias desastrosas.
El optimismo de la Ilustración no se basaría tanto en la fuerza del empirismo y sus supuestas grandes verdades universales (que profetizarían el “éxito” o el “Progreso” con mayúscula) como en modos creíbles y basados en la experimentación/simulación que expliquen y descarten los errores, para así avanzar con pequeños “progresos” (en minúscula).
David Deutsch recuerda que “no existe una barrera fundamental, una ley natural o un decreto sobrenatural, que impida el progreso”, si por progreso se entiende el avance tecnológico y médico que ha aumentado dramáticamente la esperanza de vida en todo el mundo, refutando de paso predicciones reduccionistas como el malthusianismo.
La aceleración del progreso desde la Ilustración contrasta con la aspiración estática de los grupos humanos que se sirven de técnicas de subsistencia como la caza y recolección y, debido a la energía y atención que conceden a su supervivencia, coinciden mayor valor al equilibrio y la regeneración de lo ya existente (en el conocimiento, en el entorno).
Sus herramientas, por tanto, no necesitan mayor mejora que el perfeccionamiento de lo existente.
Progreso vs. stasis
A través de un diálogo imaginado entre Sócrates y su discípulo Platón, el mencionado físico y ensayista David Deutsch explica en su ensayo The Beginning of Infinity explica la diferencia entre los dos modelos humanos (progreso y estancamiento) usando dos pueblos arquetípicos, atenienses y espartanos:
Sócrates: “Las dos preocupaciones generales son las siguientes: nosotros los atenienses nos preocupamos sobre todo de la mejoría; los espartanos buscan únicamente stasis. Dos objetivos opuestos.”
Pueblos e individuos centrados en uno de estos dos ideales, progreso o “stasis”, han optado por metodologías para alcanzar sus aspiraciones tanto reduccionistas (el conocimiento de lo particular) como holistas (la generalidad, lo sistemático), sin alcanzar en ningún caso una mayor “verdad”.
La Ilustración no acabó con el reduccionismo y, según David Deutsch, muchas de sus corrientes, como el propio positivismo, se basan en la falsa idea de que se avanza por deducción e inducción, y no mediante la mejora de conjeturas.
Por qué China no conquistó el mundo
Una de las cosmogonías que desarrolló un modo de “stasis” (o aspiración a un equilibrio, en contraposición a lanzarse al progreso, o aspirar a avanzar hacia lo desconocido) más sofisticado fue el confucianismo, cuya intención es no alterar el supuesto equilibrio entre todas las cosas, lo que ha llevado a historiadores como Felipe Fernández-Armesto a conjeturar que las pequeñas potencias europeas conquistaron el mundo (y no la más unificada y desarrollada China) por la mentalidad de sus funcionarios, aspirantes a una autárquica “stasis”.
Confucio tenía su propia idea de equilibrio entre particularidades y holismo. Según el sabio chino, el hombre ideal (Ren) debía equilibrar con habilidad su existencia entre tierra y cielo:
- con la nariz próxima a la tierra para distinguir lo que tenía ante él, pero no tan cerca que le impidiera ver;
- y elevarla suficientemente al cielo para unir distintos conceptos y fenómenos.
Entre equilibrio entre la observación individual de los árboles y el estudio del bosque no alentó, sin embargo, una aspiración a avanzar, a crear mejorías que no existen, un empeño que sí germinó en Occidente.
En busca de la “autenticidad” de organismos, sistemas, objetos
La Ilustración, sin embargo, puso más énfasis en el avance reduccionista que en el progreso más equilibrado, o holista, hasta que corrientes filosóficas críticas con las tendencias imperantes (dualismo cuerpo-mente, idealismo hegeliano), denunciaron la artificiosidad de muchas concepciones con estatus de “verdad”, abogando por una reconexión entre cuerpo y mente, entre individuo y naturaleza.
Schopenhauer, Nietzsche y Kierkegaard fueron precursores de la nueva corriente, que se consolidaría en el siglo XX con metodologías multidisciplinares y técnicas de florecimiento personal que partían de la idea nietzscheana de cultivar y potenciar las propias aptitudes, en lugar de adaptarse a rígidas ideas preexistentes de persona y sociedad.
La cultura pop se fusionó con estas nuevas corrientes de filosofía y cultivo personal cuando los existencialistas instigaron nuevos métodos de expresión artística que experimentaban con múltiples perspectivas y con la subjetividad, dando voz a lo “auténtico”.
Influido por su lectura de Martin Heidegger, Jean-Paul Sartre creyó que el jazz era una metáfora de autenticidad, al dejarse llevar según las necesidades expresivas del momento, mientras pintores, escultores, poetas o novelistas exploraron su propio concepto de lo auténtico.
Autenticidad, holismo y cultura pop
Un antropólogo y semiótico inglés afincado en Estados Unidos, Gregory Bateson, acercaría el pensamiento interdisciplinar a nuevos campos, como la cibernética y la cultura de masas.
Su obra “Pasos hacia una ecología de la mente”, un ensayo en forma de conversaciones con su hija, exploraba aspectos de la filosofía de la mente olvidados por la ciencia hasta entonces, como la interrelación entre cualquier pensamiento y su contexto y la evolución de la cibernética, que a medida que aumentara su complejidad se comportaría de un modo cada vez más similar a la mente humana.
La influencia de Gregoy Bateson fue crucial para que uno de sus alumnos, Stewart Brand, fundara una revista contracultural con eclécticos textos y artículos a la venta para realizar todo tipo de tareas con el objetivo de aumentar el conocimiento y las capacidades humanas: The Whole Earth Catalog. Su lema “access to tools”. Acceso a herramientas.
Simbiosis informática + módem
Décadas después, Steve Jobs recordaría la impresión que le causaría el fanzine durante su adolescencia: era, según él, el Google de su época, un índice con contenido generado por colaboradores y lectores, que se adelantaba al espíritu del hipertexto y varias herramientas la informática personal sólo lograría al combinar sus capacidades con el módem.
Sin el módem, los primeros ordenadores personales apenas aceleraban tareas de cómputo, mientras el módem convertía esa herramienta aislada en una puerta de acceso a todo tipo de conocimiento remoto.
El trabajo previo de Gregory Bateson y Stewart Brand inspiraría a un joven entusiasta y colaborador de Whole Earth Catalog, Kevin Kelly, que había desarrollado un interés temprano en el entonces oscuro campo de la cibernética (más por la lectura de ciencia ficción que por lo observado en las ferias de informática a las que acudía con su padre, un experto en análisis de sistemas que trabajaba para la revista Time).
Las buenas herramientas
Además de colaborar con Brand, Kelly escribió en varias publicaciones y fue el primer director ejecutivo de Wired, mientras a la par creó una bitácora que seguía el espíritu de Whole Earth Catalog, recopilando todo tipo de herramientas en función de su calidad y utilidad, sin importar ámbito o época. En 2003, Kevin Kelly recopilaría parte de este compendio en un libro-catálogo, “Cool Tools”. Para Kelly,
“Las buenas herramientas siempre funcionan. Una herramienta interesante puede referirse a cualquier libro, aparato, software, vídeo, mapa, hardware, material o sitio web que ha sido probado y es auténtico.”
En referencia a las reseñas que aparecen en su colección de herramientas dignas de mención:
“Todas las evaluaciones de este sitio han sido escritas por lectores que han usado la herramienta mencionada y otras similares. Los artículos pueden ser tanto viejos como nuevos siempre y cuando sean maravillosos.”
El tejido que “cognifica” el mundo
La definición de “herramienta” realizada por Kevin Kelly es tan inclusiva y multidisciplinar que podría haber sido formulada por Gregory Bateson o por Stewart Brand.
Kelly, entusiasta de la fotografía, las culturas asiáticas y la cibernética, viajó en largos períodos a Asia durante su juventud, convirtiéndose en un viajero nómada -con pocas posesiones en su haber, todas ellas esenciales para sus aventuras, entre ellas una cámara de fotos y decenas de carretes de película-, explorando culturas y observando el germen de lo que hoy damos por hecho, el mundo interconectado.
En su ensayo What Technology Wants, Kelly define cómo una fuerza imparable ha empequeñecido el mundo y nos ha convertido en parte de un mismo tejido, que llama “techium”:
“el mayor, global, masivamente interconectado sistema tecnológico vibrando en torno a nosotros.”
Su último ensayo, The Inevitable, es una continuación de esta tesis, exponiendo las fuerzas tecnológicas que emergerán en el mundo en las próximas décadas, a medida que las cosas pasan de objetos estáticos (de nuevo, el fin de la “stasis” de espartanos y confucianistas) a “acciones”, o elementos que se convierten en servicios y están en permanente estado de evolución, “convirtiéndose” en algo nuevo a cada instante, a medida que el entorno cambia con ellos.
De productos estáticos a procesos dinámicos
Nos adentramos, sin reflexionar demasiado sobre ello, en un mundo que abandona la fabricación de productos para crear “procesos” en los que no sólo se implican diseñadores y productores, sino usuarios y entorno en el que estos procesos se desenvuelven.
Al abandonar el mundo de los nombres fijos y estáticos, adentrándonos en un sistema interconectado dominado por verbos fluidos que denotan acción (el “convertirse” desde la potencialidad al uso preciso que intuyeran tanto Aristóteles como los existencialistas, o la física moderna -como el fenómeno cuántico-), las cosas sólidas de antes, productos estancados en un momento histórico, se convertirán en servicios que evolucionan con nosotros.
Automóviles, calzado, ropa o determinadas viviendas seguirán la misma evolución semiótica, pasando de nombre concreto y sólido a verbo intangible, con más valor (servicio, inteligencia, adaptabilidad) y menos material.
De automóvil a servicio de transporte
El automóvil se convierte poco a poco en un sistema de transporte, según Kelly:
“una secuencia de materiales actualizados constantemente que se adapta rápidamente al uso del cliente, retroalimentación, competición, innovación y desgaste.”
Tanto si es un vehículo autónomo como si el usuario lo conduce,
“este servicio de transporte integra flexibilidad, personalización, actualizaciones, conexiones y nuevos beneficios.”
Ocurrirá lo mismo con infinidad de sectores existentes y otros que todavía no hemos concebido. En el poco innovador sector de la construcción residencial, por ejemplo, sus dos extremos -el de las viviendas de lujo y el de las microcasas más asequibles- explorarán nuevos “servicios de habitación” más versátiles, adaptables, actualizables en función de demanda y necesidades, móviles, sujetos o no a las normas tradicionales de propiedad y uso de suelo residencial, etc.
Todo por crear/mejorar
Kevin Kelly recuerda que las fuerzas que mueven al mundo hacia un estado de mayor interconexión y uso de servicios fluidos son demasiado fuertes para oponerse a ellas.
Inspirándose quizá en los consejos de la filosofía oriental, siempre atenta a la importancia de sincronizar a individuo y flujos de la naturaleza, Kelly nos recomienda comprender en qué momento nos encontramos, analizar qué procesos nos implican de manera más directa y sacar partido a las oportunidades que se presenten.
Porque, pese a la insistencia de pesimistas y malthusianistas, casi todo está por hacer.
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