La orografía tentacular del sur de los Balcanes, con su miríada de islas y bahías, así como los fuertes vientos estacionales de la zona, influyeron sobre el carácter guerrero y viajero de las polis griegas.
También lo hicieron sobre su ideal de excelencia, o “areté”.
Para los ciudadanos de las principales polis, las ciudades-estado griegas, era más fácil comerciar o guerrear con otras ciudades navegando que desplazándose por una accidentada orografía de desfiladeros y pasos proclives a las emboscadas.
Ello explicaría por qué en localizaciones como el istmo de Corinto o el desfiladero de las Termópilas, se acumulan los acontecimientos históricos.
Convirtiendo carencias en ventaja competitiva
Las polis al sur de la península de los Balcanes (de norte a sur: Macedonia, Tesalia, Beocia, Ática y Peloponeso), así como las situadas en torno a la costa occidental de Anatolia, y las diseminadas por las innumerables islas entre ambas, florecieron comerciando y guerreando entre ellas, condenadas a relacionarse en un entorno que penalizaba las comunicaciones internas y, a la vez, favorecía la navegación.
Pese a su beligerancia y autonomía (cada ciudad contaba con sus formas de gobierno y su aristocracia, que promovía objetivos e ideales distintos), las polis griegas compartían su veneración por un floreciente pasado remoto (la civilización micénica y minoica) que recordar en rapsodias transmitidas oralmente hasta ser transcritas por el autor o autores que conocemos por Homero, así como lengua, mitología y enemigos.
El mundo descrito en las epopeyas de Homero es compartido por la aristocracia de las polis griegas de inicios de la época clásica (todos los hombres libres con linaje guerrero se definían como descendientes de uno u otro héroe homérico); también compartían una lírica que cantaba la pérdida de ese mundo del pasado en la edad oscura (desde 1.100 a.C. hasta el siglo VIII a.C.).
Lo que transmitieron los bardos durante la Edad Oscura
En los siglos oscuros, se redujo el comercio y la cultura minoica dio paso a la agricultura, ganadería y pesca de subsistencia, con un aumento del nomadismo. Pero la mitología y lírica mantuvieron viva una idea de cultura, con objetivos tanto para la polis como para el individuo:
- una relación pragmática con dioses que permitían la autonomía y el florecimiento;
- y el cultivo tanto de la moderación (con la máxima inscrita en el templo de Apolo en Delfos de “nada en exceso”, o “meden agan”) y la aspiración -individual y de la polis- a la excelencia, a través del cultivo de cuantas más disciplinas físicas y mentales mejor.
Los griegos asociarían esta aspiración a ejercitar cuerpo y mente con la “areté”, ideal de virtud personificado en una diosa con el mismo nombre (hermana de Homonoia -deidad de la concordia- e hija de Praxídice, deidad asociada con la justicia).
El arte de convencer razonando
La asociación del cultivo personal con valores como la concordia y la justicia resalta el anhelo griego por luchar con la vista más puesta en los valores y en la eternidad que en la ganancia inmediata: el saqueo de Troya había empezado con una simple afrenta marital que Menelao, rey espartano, podría haber despachado a solas con su esposa Helena.
Pero entonces, nos habríamos perdido a Homero, y ni la literatura ni la historia de Occidente serían iguales. Tampoco sus arquetipos, que todavía hoy resuenan en nuestro subconsciente.
Las polis de la época arcaica, en el siglo VIII, importaron una innovación que transformaría la economía y la cultura, permitiendo el registro y la transmisión de conocimiento: el alfabeto. En ese momento, dos modelos de ciudad empezaban a imponerse al resto:
- convencer razonando (germen de la democracia): Atenas, que creía en el progreso a partir del razonamiento, tal y como sofistas y, luego, filósofos, sugerirían (socratismo);
- coartar, imponer por la fuerza (germen del despotismo ilustrado): Esparta, una sociedad guerrera que aspiraba al equilibrio de su sociedad o “stasis”, en contraposición con la idea ateniense de progreso.
El principio de un progreso desvinculado del terruño
Las nuevas ciudades florecían, fuera cual fuese la evolución de su modelo de gobernación, a menudo más próximo al militarismo aristocrático de Esparta que al cultivo de la sabiduría de los atenienses.
Con Atenas y Esparta debilitadas por guerras contra los persas y entre ellas por la hegemonía en el Egeo, un siglo después de que Pericles (Atenas) y Leónidas (Esparta) aspiraran a la “areté” de los dos modelos de civilización griega que representaban, la Macedonia de Alejandro Magno (alumno de Aristóteles, un ateniense) trató de combinar ambos modelos de polis, llevando el ideal de excelencia hasta sus últimas consecuencias físicas y geográficas.
La época clásica pasó pronto de cantar las cotas de civilización perdidas en el pasado remoto narrado en las epopeyas homéricas a lograr sus propias cotas de excelencia en arte y tecnología para la batalla, retórica, filosofía y las artes, con la escultura y el teatro como principales referentes.
El sur de la península de los Balcanes, incapaz de crear una sociedad centralizada en torno a grandes explotaciones agrarias bajo el mandato de algún déspota (modelo del Creciente Fértil, atravesado por dos grandes ríos y un valle de fácil defensa y cultivo) había desarrollado, como contrapartida, el ingenio para crear riqueza y progreso con el desarrollo de conjeturas: el ingenio (y no el entorno) como única ventaja competitiva.
Valores griegos: el cultivo de la excelencia multidisciplinar
En apenas cuatro generaciones, el teatro concatenó a Esquilo, Sófocles y Eurípides, mientras el que fuera quizá último sofista de altura (Sócrates, que la posteridad encasillaría como filósofo, dada la caída en desgracia de los sofistas) fue maestro de Platón, y Platón lo fue de Aristóteles.
Pericles promovió artes e ingeniería civil hasta nuevas cotas, con el complejo arquitectónico y escultórico del Partenón, entre otras actuaciones en una ciudad relativamente pequeña para estándares posteriores.
A diferencia de sus vecinos más poderosos, como los persas, que encomendaban sociedades arcaicas aglutinadas en torno a un tirano o a una dinastía, incapaces de asentarse sobre ideales culturales y filosóficos, las polis griegas profundizaron en el concepto de “areté”, al que podían aspirar tanto hombres libres (los únicos “ciudadanos”) como mujeres (Homero otorga a Penélope atributos propios de esta sabiduría y fidelidad a su potencial).
El ciudadano griego de la polis en la época clásica conocía y era partícipe de este cultivo de cuantas más disciplinas mejor, en función de las cualidades intrínsecas de cada uno, pero la “areté” nunca fue descrita como receta inequívoca compuesta por determinados estudios, fórmulas retóricas, o rutinas de ejercicio físico, sino que el concepto fue interpretado como aspiración flexible a las características y cualidades de un individuo o polis.
Areté: explorando el potencial de cada joven
Cada persona se acercaba a esta noción de excelencia consciente de su potencial o propósito: el comerciante, el orador, el escultor o el guerrero se servían del resto de disciplinas para reforzar sus propias intuiciones y conocimiento sobre la tarea que les ocupaba.
El guerrero homérico destaca a menudo por una “areté” imprescindible en el campo de batalla: la efectividad, la sensatez, la fortaleza, la rapidez de ejecución, etc. Pero, si bien estas cualidades respondían al potencial del individuo, éstas debían ser aprendidas y cultivadas. El propio concepto de educación, “paideia”, en el que se inspiraría la educación reglada posterior, consistía en profundizar sobre la “areté”.
¿De qué manera se enseñaba y aprendía “areté”? Antes del surgimiento de las escuelas filosóficas (con sus lugares de estudio: Liceo, Academia, etc.) y la institución para ejercitarse físicamente, el gimnasio, los sofistas -sabios por los que las familias pudientes competían para educar a sus hijos, lo que luego daría pie a una falacia que calaría en la posteridad, tildándolos de avariciosos- se centraron en el arte de la retórica, o convencer con elocuencia y razonamiento.
El entrenamiento físico, mental y espiritual de los griegos
Además de la mente, la educación en “areté” requería ejercitar cuerpo, ingenio y espíritu (entendido como repositorio de los valores y la moralidad: honra, heroísmo, integridad, etc.), por lo que el entrenamiento para la batalla y el deporte tomaron importancia.
Finalmente, las escuelas filosóficas impartieron esta especie de educación total, combinando en su fórmula de “paideia” un cultivo exhaustivo de disciplinas que, creían, asistían al potencial de cuerpo, mente y alma:
- entrenamiento físico: batalla, deporte (juego con la pelota, así como las disciplinas que conformarían luego la olimpiada: carrera de distintas distancias; salto; lanzamiento de disco; lanzamiento de jabalina; lucha cuerpo a cuerpo; pugilato -una versión arcaica de boxeo-; y un tipo de lucha que combinaba el cuerpo a cuerpo con boxeo y sin reglas aparentes, denominada pancracio, “pankration”), navegación, equitación…
- entrenamiento mental: oratoria, retórica, filosofía (física, filosofías de vida -o reflexiones teóricas y prácticas sobre cómo vivir una existencia plena-, geometría, etc.);
- entrenamiento espiritual: música, teatro, etc.
Un paseo hasta el bosque de las afueras
Todas las polis que se preciaran de serlo construyeron un gimnasio a las afueras, a menudo situado en un bosque, para que los alumnos se ejercitaran ajenos al público o a distracciones que debilitaran su exploración mental, física y espiritual.
Atenas se preciaba de tener varios, entre ellos la mencionada Academia platónica, el Liceo de Aristóteles y el Cinosargo (con el nombre de la colina donde había sido erigido).
Durante la época clásica, momento histórico en que el enfrentamiento entre polis por la hegemonía cultural y comercial, así como la amenaza de potencias exteriores como la Persia que conquistaría Alejandro Magno, la práctica de deporte alcanzó su punto culminante.
Abundan las menciones al entrenamiento y práctica de los deportes olímpicos, cada uno de los cuales ejercitaba distintos potenciales: una manera, por tanto, de que cada joven explorara sus fortalezas y debilidades, desde la resistencia requerida en las carreras de mayor distancia al nervio aguerrido requerido en la lucha cuerpo a cuerpo, etc.
El club de la lucha: alumnos poniéndose a prueba 25 siglos atrás
La habilidad requerida por el pancracio, una lucha libre mixta, implicaba genio, fortaleza, técnica, estrategia: en ocasiones, los luchadores potentes se hacían con el trofeo, pero luchadores con mayor resistencia, experiencia y sangre fría alargaban la batalla hasta desbancar a sus adversarios. El pugilato, por el contrario, priorizaba la potencia y los reflejos, dadas sus reglas, similares al boxeo moderno.
En cuanto a los alumnos potencialmente más rápidos, se entrenaban para “diaulos”, una carrera equivalente a los actuales 400 metros de atletismo; los que aspiraban a combinar potencia y resistencia, optaban por la cursa “dolichos”, similar a la carrera de 5.000 metros actual; mientras el pentatlón representaba la versatilidad, al combinar cinco eventos: cursa a pie, salto, disco, jabalina y lucha cuerpo a cuerpo (modalidad de la que deriva la que hoy denominamos grecorromana).
Los juegos de pelota, populares en muchas polis, combinaban pericia, agilidad y estrategia de un modo similar a los deportes modernos con balón. Stephen G. Miller dedica un capítulo a las descripciones y menciones clásicas de distintos juegos de pelota en su ensayo Arete: Greek Sports from Ancient Sources.
Areté: en busca de la autenticidad que reside en uno mismo
La educación o “paideia” en “areté” permitía a cualquiera no sólo ser fiel a su propia naturaleza (lo que la filosofía moderna denominaría “autenticidad” desde el uso y explicación del término por los existencialistas Martin Heidegger y Jean-Paul Sartre: comportarse con fidelidad a la propia personalidad, espíritu, carácter), sino convertirse en un ciudadano digno de la polis.
De ahí que la educación tuviera un fin práctico, basado tanto en experimentar como en el aprendizaje de conocimientos (retórica, gramática, aritmética, medicina), pero también tuviera en cuenta las disciplinas que podían ensanchar el espíritu y la capacidad de discernimiento en un ciudadano cultivado: música, poesía, teatro, filosofía.
Del mismo modo, un joven ciudadano formado con las imprescindibles materias prácticas y espirituales era incapacidad de lograr la anhelada “areté” si se desdecía de su faceta física y su valor en la lucha, aspectos que requerían agilidad, fortaleza, resistencia, capacidad de ejecución. Había entonces que practicar gimnasia y lucha (pancracio o pugilato, según la preferencia).
El sutil equilibrio entre lo bello y lo bueno
Al cultivar lo práctico, lo espiritual y lo físico, los jóvenes exploraban sus límites teniendo en cuenta la imagen de excelencia a la que aspiraba la polis, soñando con ser admirados por su saber estar: “kalos kagathos” -kalos kai agathos-, adjetivo compuesto conformado por “lo bello” y “lo bueno”, para alcanzar un significado que se eleva de lo puramente cotidiano: implica conducta personal adecuada para estar a la altura tanto en la batalla como en casa, en el ágora o en el mercado.
Esta relación entre el bien y la belleza, que debía ser cultivada (y, por tanto, podía potenciarse o atrofiarse por la falta de modelos inspiradores y práctica), inspiraría tanto a ciudadanos que lograrían la única inmortalidad reconocida a los suyos por los griegos, la de la posteridad: sobresalir en la batalla, la filosofía o las artes.
Para lograr la “areté” y la templanza caballeresca (“kalos kagathos”), no hacía falta ganar una batalla, o lograr una gran fortuna, o ser aclamado como autor de una gran tragedia: Homero se centra en el heroísmo cargado de “areté” de los perdedores y sufridores de la Ilíada.
Integridad y fidelidad a uno mismo por encima de el resultado
No importa el resultado, sino mostrar todo el potencial que uno ha cultivado en las propias acciones. Los griegos valoraban más que sus conciudadanos ejemplares se comportaran de acuerdo con su propia naturaleza, dejando en segundo plano el resultado de acciones o situaciones.
La integridad recomendada por la educación griega se contrapone a la filosofía pragmática impuesta en la Ilustración por pensadores como Jeremy Bentham, interesados en maximizar el placer y los beneficios para el individuo, sin importar tanto cómo llegar a ellos (utilitarismo).
Pese a los lazos entre el utilitarismo y escuelas de pensamiento griegas (hedonismo), para la cultura clásica, la enseñanza de las formas y el proceso eran tan o más importantes que el propio resultado.
El posterior ideal caballeresco europeo se inspira en parte en la virtud clásica, tomando el ejemplo multidisciplinar de la “areté”, aunque edulcorándolo y cargándolo del inescapable mensaje cristiano del medievo europeo.
Escuela de la vida
Cuando llegaba la edad adulta, los ciudadanos de la polis aspiraban no sólo a haber probado su destreza en la carrera, la lucha, el pugilato, el pancracio, el pentatlón, las carreras a caballo, la lírica, la composición de prosa y la representación teatral: esta exposición les habría enfrentado a los mejores de su ciudad y, llegado el caso, a otros jóvenes del resto de Grecia cada cuatro años.
Luego llegaba la auténtica competición: la batalla diaria de vivir de acuerdo con los principios de la virtud clásica (razonando, actuando según el propio potencial), de ser consistente en el reto de demostrar en lo cotidiano las pinceladas de grandeza a las que se habrían enfrentado.
Virtud, habilidad, destreza, orgullo, excelencia, valor, nobleza… Todas estas cualidades forman parte de la “areté”, pero, como ocurre con los sistemas emergentes (donde el resultado del conjunto es superior a la mera suma de las partes), el significado de “areté” desborda la mera concatenación de estos atributos, que deben aplicarse con el equilibrado saber estar del “kalos kagathos”.
Más que la combinación de lo bello y lo bueno, el respeto por lo moralmente heroico, o por lo heroicamente racional.
Virgilio, en la Eneida (inicio de El Pugilato, Libro V):
“Ahora -prorrumpe Eneas- si a alguien le queda valor y coraje en el pecho, que se enfunde los guantes y se adelante hasta aquí con los brazos en alto.”
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