La repentina popularidad de una destinación puede transformar la experiencia de visitarla. Hace unos días, un periodista estadounidense bromeaba:
«Yo en 2013: ‘Hola a todo el mundo, visitad Japón’; Yo, 2019: ‘mierda, Tokio está saturado de turistas, ¡ayuda!».
Muchos comprendemos la ironía tras el comentario, y dedicamos tiempo a aprender nuevos mecanismos para evitar dentro de lo posible la experiencia agotadora del viaje-relámpago al otro extremo del mundo en busca de una experiencia masificada que retenga suficientes marcadores de confort y conveniencia como para que la experiencia tome cierta perspectiva y profundidad.
Habitar y visitar las ciudades más exitosas y atrayentes se convierte en una experiencia exigente; nada mejor que evitar las mayores aglomeraciones y los lugares más populares en las redes sociales para, desprovistos dentro de lo posible de la dependencia con respecto al teléfono, recuperar el ritmo interno.
Por qué debemos seguir el ritmo de guías y alertas telefónicas, si podemos elegir al azar a qué prestar nuestra atención a lo que decidamos en función de referentes y sensaciones del momento. Si no marchamos a igual paso de quienes nos rodean o de lo que nos tratan de recomendar, puede que ello se deba a que escuchamos el son de un tambor diferente.
En Walden, Thoreau nos indica que la disonancia que en ocasiones percibimos entre nosotros y la convención (una falta de sincronía que nos evoca la falta de humanidad de las rutinas más mecánicas y anodinas), puede deberse a que queremos caminar al ritmo de una música distinta que intuimos a lo lejos, aunque en ocasiones ésta sea lenta y remota.
Objetivos comunes de visitantes y habitantes habituales
La exploración de algunas las urbes más intensas y palpitantes del mundo tanto por consideraciones geopolíticas y de seguridad personal, como por razones más prosaicas, pero cada vez más decisivas. Dejando a un lado el auténtico elefante en la cacharrería (el turismo aumenta de manera exponencial gracias a las clases medias emergentes, el transporte es la segunda fuente emisora de CO2 y viajar en avión es una actividad especialmente contaminante).
Dejando de lado la geopolítica y el impacto de los trayectos de larga distancia en el aumento de las temperaturas, otro tipo de desplazamientos, en este caso los de corta distancia en ciudades, contribuyen a un fenómeno que no podremos barrer bajo la alfombra como hacemos con las emisiones (aguardando quizá a que la geoingeniería nos asista en el futuro): la contaminación del aire que estamos obligados a respirar en algunas en las urbes más vibrantes.
El fenómeno es especialmente abrumador en India, un destino siempre interesante para quien quiera sumergirse en una civilización milenaria de cultura indoeuropea, origen de las religiones dhármicas, mayor democracia y, pronto, el país más poblado del mundo (apenas superada por China, India cuenta hoy con más de 1.300 millones de personas, población equivalente a la suma de los habitantes de los cinco países que siguen en la lista por población: Estados Unidos, Indonesia, Pakistán, Brasil y Nigeria).
Hace unos días charlaba con alguien que había visitado recientemente la India en familia; por razones familiares y profesionales, viaja al menos dos ocasiones al año a una ciudad próxima a Nueva Delhi, la capital. La contaminación atmosférica ha alcanzado tales niveles que prefiere viajar solo y cuando es estrictamente necesario, y organizar encuentros familiares lejos de la ciudad.
Asia emergente: demasiado tráfico, demasiada quema de carbón
El desarrollo industrial en India, China y la región del sudeste asiático ha sumado centenares de millones de personas a una clase media que aumenta el consumo de carne, los desplazamientos en automóvil y el uso del aire acondicionado. El aumento del tráfico, una infraestructura de generación eléctrica rudimentaria que depende del carbón y el incremento exponencial del consumo eléctrico son los factores que explican por qué India, Pakistán, Bangladesh y China albergan las 50 ciudades con el peor aire del mundo.
Otras fuentes de contaminación que empeoran la calidad del aire podrían mejorar con rapidez, de existir la urgencia política para tomar medidas: los hogares de la región dependen de combustible en estado sólido (biomasa, carbón y alternativas análogas) para cocinar y aclimatar la vivienda, y el aire acondicionado es uno de los electrodomésticos aspiracionales en las zonas más densas y contaminadas.
Un estudio publicado en Nature Sustainability identifica otra fuente de contaminación del aire en el subcontinente indio: la quema de rastrojos como preparación para la próxima cosecha, una actividad especialmente nociva en la ya de por sí saturada llanura indogangética.
China ha demostrado que las medidas paliativas pueden mejorar rápidamente la calidad del aire en los centros urbanos: las principales urbes chinas han registrado un descenso del 12% de concentración de partículas en suspensión (PM 2.5). El país cuenta todavía con 22 de las 50 ciudades más contaminadas del mundo, si bien todas sus megalópolis registraron un descenso de 13 puntos en sus niveles de partículas finas en el aire (tanto la concentración de PM 2,5 —partículas finas respirables— como de PM 10 —todo el rango de partículas en suspensión—).
El caso de la India es, de momento, diametralmente opuesto, y el nuevo programa para aplacar el fenómeno, NCAP, apenas ha empezado su andadura (las autoridades aspiran a reducir el nivel de partículas PM 2,5 y PM 10 entre el 20 y el 30 % antes de 2024.
La mayor amenaza para el desarrollo Indio
De momento, entre las diez ciudades con mayor polución atmosférica, sólo tres no son indias. Nueva Delhi es la megalópolis con el aire más irrespirable del mundo. En los días con contaminación más intensa, una ya de por sí precaria seguridad viaria alcanza niveles de peligrosidad intolerables para los estándares de la propia región.
El extraordinario empeoramiento del aire en las ciudades medias y grandes de la India, Pakistán y Bangladesh es en parte fruto del aumento del nivel de vida de un porcentaje no desdeñable de la población, así como de la elevada densidad de población.
El gobierno de Narendra Modi, que hasta ahora había priorizado el crecimiento económico ante cualquier medida medioambiental, deberá analizar si las pérdidas económicas y sanitarias derivadas de la calidad del aire superan las supuestas ganancias del crecimiento de la actividad económica (asociadas al consumo de fósiles en industria, transporte y hogares):
- según un informe del Health Effects Institute (State of Global Air, Boston, Massachusetts, 2019) la escasa calidad del aire en India es hoy un riesgo para la salud pública superior al que presentan el tabaquismo, la presión arterial, la malnutrición materna e infantil, y la diabetes;
- al menos 140 millones de personas (más del 10% de la población) respira de manera cotidiana un aire cuyos límites en partículas nocivas para la salud y el medio ambiente es 10 veces superior a los límites establecidos por la OMS;
- la muerte prematura por causas derivadas de la polución atmosférica afecta a 2 millones de indios al año.
En el resto del mundo, las noticias tampoco son halagüeñas para la población urbanita más vulnerable. Japón, Corea del Sur, Europa o Norteamérica los índices de polución urbana son muy inferiores; no obstante, el aumento de las temperaturas y de las situaciones atmosféricas proclives al estancamiento del aire en los valles y zonas costeras donde se sitúan muchas urbes, repercute sobre índices de partículas en suspensión superiores a las prescripciones consideradas como inocuas por la OMS.
Otro reto global que añadir a la lista en la era del nativismo anti-ciencia
Un informe publicado en Lancet Planetary Health pone números a los efectos reales de la polución ambiental en la salud humana: las partículas procedentes de la congestión del tráfico son la causa de 4 millones de casos de asma nuevos al año en todo el mundo.
Las ciudades que más aumentan el número de casos de asma infantil en la infancia son, por este orden: Lima (Perú), Shanghái (China), Bogotá (Colombia), Pekín (China), Tianjin (China), Toronto (Canadá), Shenyang (China), Los Ángeles (Estados Unidos), Nueva York (Estados Unidos) y Manila (Filipinas).
Europa, que padece un índice de partículas en suspensión en las ciudades superior a los registrados en Norteamérica (debido a la apuesta histórica europea por el motor diésel en automóviles, mientras esta tecnología se circunscribió en Norteamérica a vehículos comerciales), no empeora su situación, lo que no implica que la haya superado.
El estudio asocia por primera vez de manera inequívoca la contaminación del tráfico con el asma infantil, el primer paso para establecer regulaciones proporcionadas que plaquen un aumento de las incidencias de asma entre la población infantil que, según Rajen Naidoo, de la Universidad de KwaZulu-Natal en Sudáfrica, alcanza niveles de epidemia.
Con más de la mitad de la población habitando en zonas urbanas, la mala calidad del aire se convierte en una de las mayores amenazas mundiales para la salud pública.
La OMS estima que las partículas en suspensión son la causa o el agravante de distintas dolencias: de mayor a menor incidencia, el asma y otras dolencias respiratorias, la infección pulmonar, problemas de salud generales, infección cutánea, infección ocular y tipos de cáncer asociados con el empeoramiento de algunas o varias de estas dolencias.
Contaminación del aire y demencia
A los motivos ya conocidos se suman ahora los preocupantes resultados de otros estudios que confirman el vínculo entre contaminación por partículas, demencia y trastornos del comportamiento.
Hicieron falta décadas para que comunidad científica y reguladores reconocieran la exposición a entornos contaminados con plomo (a través de la corrosión de viejas tuberías fabricadas en este material, o debido a un uso industrial descontrolado en zonas próximas a la población) y el desarrollo de trastornos mentales en los niños: aumentos en agresiones, impulsividad e hipersensibilidad.
Pronto podría pasar algo parecido con la inhalación cotidiana de partículas en suspensión. De momento, se ha confirmado la exposición al aire saturado de partículas como causa de demencia, desde trastornos del comportamiento a Alzheimer.
Un estudio publicado en The Lancet en 2017 atestaba ya la relación entre polución del tráfico y Alzheimer: un seguimiento de la población de Ontario, Canadá (6,5 millones de personas) durante 10 años estipuló que la población próxima a zonas de congestión del tráfico habituales, multiplicaban la posibilidad de desarrollar la enfermedad.
Primeros pasos para descolonizar el futuro
Sobran los motivos para establecer límites al tráfico urbano, tanto medioambientales como relacionados con la salud de los habitantes habituales y ocasionales, así como con su bienestar.
Falta saber si seremos capaces de actuar en consecuencia o, como ocurre con el calentamiento del planeta, lo fiaremos todo a un futuro que los adolescentes de hoy empiezan a percibir como «espacio colonizado por adultos insensatos».
Lanzar balones al futuro (ya se trate de deuda económica, problemas climáticos y medioambientales, tensiones sociales) resta credibilidad a nuestro estatuto de adultos. Quizá —argumenta el filósofo Roman Krznaric— el mayor reto del presente sea descolonizar el futuro.
Cuando ni siquiera somos capaces de garantizar la pureza del aire en el interior de la vivienda (que concentra a menudo un aire más contaminado que el existente en el exterior) o en los parques naturales, existe una oportunidad regulatoria… y comercial: ¿cómo mejorar los purificadores, tanto domésticos como personales o a escala industrial?