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Primero, nadie se da cuenta: inicios de los grandes inventos

No hay un campo donde la frontera entre el optimismo irredento y el embuste (o entre la interpretación favorable y el fraude) sea tan difusa como el de las invenciones, especialmente las transformadoras.

La invención y el relato de ésta no son intercambiables: a menudo, el pensamiento ilusorio se impone y la explicación supera a la realidad.

En otras ocasiones, la invención transformadora pasa desapercibida hasta que, bueno, cambia la realidad de las personas.

Distorsión de la realidad de Steve Jobs y pensamiento ilusorio de sus imitadores

A la fundadora y consejera delegada de Theranos, Elizabeth Holmes, no le bastó con rendir culto a la figura de un legendario directivo recordado por su propensión a interpretar la realidad en términos inasumibles para personas de su entorno (Steve Jobs y su legendario “campo de distorsión de la realidad”). Holmes cruzó la difusa barrera entre optimismo y falacia.

A Steve Jobs le hizo falta ingenio, experiencias entre lo ecléctico y lo traumático (incluyendo la relación entre los problemas para reconocer a su primera hija y el hecho de ser adoptado), fundar una empresa y ser despedido de ella para, en su retorno, acercarse realmente a su visión.

Steve Jobs durante su etapa en la compañía de estaciones de sobremesa para profesionales y académicos NeXT, en los años 80
Steve Jobs durante su etapa en la compañía de estaciones de sobremesa para profesionales y académicos NeXT, en los años 80

Dejaremos a los psiquiatras la interpretación de la personalidad de Jobs, pero su dedicación a la compleja idea que quería ejecutar en la compañía que había cofundado (pocos productos con diseño memorable, marketing con un impoluto relato creativo e idealista, apuesta por el despliegue de un plan a largo plazo por encima de los beneficios trimestrales -que llegarían luego-, etc.), convirtieron a Jobs en el individuo que sustituyó a los músicos de referencia en el póster preferido que estudiantes, académicos y profesionales de todo el mundo colgaron en la habitación.

Los aburridos realistas

Pasan los años desde la muerte del consejero delegado de Apple y su sustituto, Tim Cook, es tan poco propenso a dárselas de nada (cuanto más, de genio de las presentaciones de producto), que Apple ha perdido algo de brillo en marketing, pero ha ampliado su negocio hasta doblar en beneficios a la compañía que dejó su predecesor.

Cook es un experto en esas cosas aburridas en una empresa que, como recuerda Felix Salmon en Fusion, es menos una firma de aprendices de inventor con la bandera pirata en la puerta y más una nación-Estado, con 24.000 millones de dólares en obligaciones fiscales (impuestos que debe pagar por las ventas de los últimos años, en estos momentos en el limbo, al disputarse parte del importe la UE y Estados Unidos).

Cook, un tipo que se curtió ahorrando costes operativos y armando la red de proveedores y logística mejor engrasada que se recuerda (y no es que España gestionara mejor el oro de Potosí), no se las da de inventor, pero Apple -más madura, predecible, grande- mantiene una hegemonía que sí llegó con grandes transformaciones para la industria.

Distorsión de la realidad con un plan (Apple) vs. fraude (Theranos)

Steve Jobs empezó vendiendo humo (iMacs de colores con nada nuevo por dentro) y acabó atándonos a productos empezando por “i” minúscula, muchos de ellos fundadores de una nueva categoría.

Pero la credibilidad de Jobs no parte tanto de su imagen y su tozudez para “distorsionar” la realidad (e identificar a la gente clave, sacando lo mejor de ellos), sino de haber logrado situar su optimismo irredento e interpretación favorable de la realidad en el terreno de lo útil para inventar a lo grande.

La diferencia de su relato y la fanfarria de un megalomaníaco es el resultado: productos que se han integrado en nuestra vida hasta difuminarse entre lo que consideramos habitual o incluso previsible, aburrido.

Jobs, en uno de sus numerosos momentos de "distorsión de la realidad": en este caso, quería asegurarse de que el cubo de magnesio que debía alojar los componentes de la estación de trabajo de NeXT lograba las características deseadas
Jobs, en uno de sus numerosos momentos de “distorsión de la realidad”: en este caso, quería asegurarse de que el cubo de magnesio que debía alojar los componentes de la estación de trabajo de NeXT lograba las características deseadas

Elizabeth Holmes, en cambio, confundió la visión arriesgada y potencialmente transformadora de un sector con el pensamiento ilusorio: al abandonar Stanford para fundar Theranos, Holmes convenció a inversores de peso de que su concepto “cambiará el mundo”, abaratando las pruebas sanguíneas con un simple pinchazo en la falange del dedo.

Vistiendo un fraude

Con un atuendo sencillo y oscuro y un tan impecable como elocuente relato de marketing (ambos rasgos inspirados en su ídolo Jobs), Holmes convenció a expertos, profesores, inversores y personalidades del peso de Henry Kissinger (que sería invitado a conformar el consejo de dirección de la firma), de que crearía un económico detector de todo tipo de enfermedades y propensiones al que le bastaba un sencillo pinchazo.

Un extenso reportaje de Nick Bilton para Vanity Fair expone la personalidad de la emprendedora y las dimensiones de un fraude digno de la buena literatura “hardboiled”.

Hicieron falta algún profesor curioso con la información compartida por la impenetrable Holmes, que mantiene un secretismo castrense en la compañía (a base de personas de confianza, departamentos que actúan como silos independientes, contratos de confidencialidad y amenazas legales), así como un periodista -relativamente curioso, relativamente bien pagado y con libertad para investigar-, para tirar del hilo y comprobar si la promesa de Theranos tenía base científica.

El papel del periodismo de investigación

En 2015, el periodista John Carreyrou (dos veces premio Pulitzer) publicó una serie de artículos que explicaban lo que había averiguado, y la evidencia empezaba a apilarse: la tecnología de Theranos para revolucionar las pruebas sanguíneas era un fraude, hasta el punto de que muchos tests se habían realizado con dispositivos de la competencia camuflados.

Holmes quería cambiar el mundo y pensó que la mejor manera de ganar tiempo y ejecutar su idea de acuerdo con las ambiciosas promesas era algo más de tiempo e investigación. De modo que negó la mayor, blindó su empresa, depositó todavía más presión sobre sus científicos (que derivaría en un suicidio) y siguió afirmando que la empresa iba por el buen camino.

1987: Steve Jobs muestra buen humor con sus empleados al volver en autobús de una visita a la factoría de Fremont donde se construirán los ordenadores NeXT (Imagen: Doug Menuez).
1987: Steve Jobs muestra buen humor con sus empleados al volver en autobús de una visita a la factoría de Fremont donde se construirán los ordenadores NeXT (Imagen: Doug Menuez).

La explicación de expertos, exponiendo que un pinchazo en el dedo no podía conducir a resultados creíbles que clarificaran tantas cosas como Theranos sostenía, no sirvió para que Holmes tirara la toalla… hasta que el gobierno de Estados Unidos inició una investigación y presentó cargos contra la empresa.

A diferencia del pensamiento ilusorio en tecnología, distorsionar la realidad en un campo como la medicina es peligroso para la integridad de los usuarios, además de tratarse de un sector regulado, repleto de historias sórdidas que seguramente darían carnaza para un puñado de buenas series televisivas.

Inventar a lo grande vs. explicar la invención

No es lo mismo inventar para cambiar el mundo que, simplemente, ejecutar una impecable y costosa campaña de marketing asegurando que uno está a punto de revolucionar los tests médicos, cuando a lo sumo lo único que existe es una startup bien financiada y evaluada al alza a partir de promesas vagas… y un puñado de artilugios creados a partir de instrumentos (no revolucionarios) de la competencia.

La propensión al relato de empresarios como Steve Jobs (quien sí transformó su industria) y Elizabeth Holmes (quien sólo dijo que la iba a transformar y falló en el intento, metiéndose en un lío penal) nos recuerda que, a menudo, el potencial de los grandes inventos pasa desapercibido incluso para sus inventores, a veces durante años.

El único antídoto mostrado por los grandes inventores para combatir este fenómeno, que hace que la gente no preste atención a lo que poco a poco cambiará su visión de la realidad, su manera de viajar, trabajar, divertirse o comunicarse, es la perseverancia: insistir en un plan en el que otros no creen, pero que uno es capaz de interpretar en su debida extensión (total o parcial).

Perseverar en una idea grande, aunque no suscite interés inmediato

El editor y conferenciante californiano Tim O’Reilly comparte el último artículo de Morgan Housel (antes columnista de información económica en The Motley Fool, y ahora encargado de contenido en una firma de capital riesgo), que empieza -bromea O’Reilly- como una pieza de clickbait, pero acaba como la pieza incisiva que es.

El artículo, “Cuando cambias el mundo y nadie se entera”, da un repaso al complejo proceso de concepción, mejora y efectos de una invención transformadora.

Elizabeth Holmes: fundadora, consejera delegada y miembro del consejo de dirección de Theranos, empresa investigada por fraude, al supuestamente inventar capacidades de su nuevo método de examen sanguíneo
Elizabeth Holmes: fundadora, consejera delegada y miembro del consejo de dirección de Theranos, empresa investigada por fraude, al supuestamente inventar capacidades de su nuevo método de examen sanguíneo

La primera imagen sintetiza lo que Housel tilda de “uno de los eventos más importantes de la historia humana”: contra la incredulidad de vecinos, familiares, compatriotas y el mundo entero, los hermanos Wright conquistaron por primera vez el cielo con una nave sin motor el 17 de diciembre de 1903:

“Pocas invenciones fueron tan transformacionales en el siglo que empezaba. Se tardaba 4 días en viajar desde Nueva York hasta Los Ángeles en 1900, en tren. En los años 30, se podía cubrir en 17 horas. En 1950, 6 horas.”

Una invención legendaria contra el relato colectivo

A diferencia de otras grandes invenciones con un efecto decisivo más abstracto (por ejemplo, la secuenciación del genoma humano y la edición de genes con CRISPR), una persona de a pie podía maravillarse al instante ante las posibilidades de viajar por el aire.

Pero, para el imaginario colectivo, volar era imposible. Morgan Housel escribe:

“Pero días, meses, incluso años después del primer vuelo de los hermanos Wright, casi nadie se enteró.”

Housel reproduce a continuación la portada de The New York Times de los días siguientes a la efeméride. Ni una mención. La primera mención -de pasada y sin apenas detalles- de la hazaña de los Wright se publicó en el NYT en 1906, 3 años después.

Pero la historia roza el absurdo cuando un reportero del NYT preguntaba en 1904 (un año después del vuelo exitoso de los Wright) a un empresario especializado en globos de aire caliente si el ser humano sería capaz de volar algún día. El empresario bromeó:

“En el muy, muy, muy, muy [4 veces] distante futuro.”

Cambiar el mundo… y explicarlo con éxito

En una recolección de los primeros pasos de la aviación moderna (1952), Frederick Lewis escribía en un libro de historia estadounidense que pasarían varios años hasta que la gente entendiera el potencial de lo que los Wright estaban perfeccionando con la técnica más efectiva del progreso humano desde la Ilustración: la mejora, refutación o ratificación de conjeturas experimentando (ensayo y error).

La historia de los hermanos Wright, expone Morgan Housel, muestra algo más común de lo que percibimos: hay a menudo una enorme distancia entre “cambiar el mundo” y convencer a la gente de que uno está, en efecto, “cambiando el mundo”.

La fundadora de Theranos, Elizabeth Holmes (Imagen de Ethan Pines/The Forbes Collection)
La fundadora de Theranos, Elizabeth Holmes (Imagen de Ethan Pines/The Forbes Collection)

Lo que nos llevaría a poder recopilar todos los artículos periodísticos (y alguno científico) que, con sorna, descartarían la teoría de la relatividad general de Albert Einstein por su dificultad de comprensión. ¿Qué es eso del espacio-tiempo? ¿Y en qué mundo vivimos si el tiempo y el espacio son relativos?

Durante el despliegue del sistema GPS para uso militar, los ingenieros prepararon dos operativas, que cambiaban con un simple botón: relatividad “on” o relatividad “off”. Lo que implica que incluso los constructores del sistema de geolocalización por satélite no las tenían todas consigo. Pronto constatarían que, sin las correcciones de la teoría de Einstein, el sistema de triangulación de datos geodésicos por satélite simplemente no funcionaba.

Explica la anécdota Anthony Aguirre, profesor de física de la Universidad de California en Santa Cruz, en una entrevista de Robert Pollie para The 7th Avenue Project.

Saber aguantar cuando merece la pena

Jeff Bezos, que aguantó una década la presión de inversores, medios y colegas del mundo tecnológico, debido a los pobres resultados que Amazon mostraba trimestre tras trimestre, expresa el fenómeno en los siguientes términos:

“La invención requiere una voluntad a largo plazo para gestionar la incomprensión. Uno hace algo en lo que genuinamente cree, en lo que uno tiene convicción, pero durante un largo período, la gente bienintencionada quizá critique ese esfuerzo… si uno tiene realmente la convicción de que ellos no tienen la razón, uno debe conservar una voluntad a largo plazo para ser mal comprendido. Es una parte fundamental de la invención.”

Inventar es también saber aguantar si uno cree que lleva un triunfo, y hacerlo genera tensiones, enemistades o incluso biografías rotas. Sólo el tiempo -y algún torpe ensayista de segunda división, pasados los años- reconocerán al inventor que aguanta lo que es del inventor.

16 de noviembre de 1904: vuelo 85 de la segunda aeronave de los hermanos Wright (Flyer II). La nave ascendió a 536 metros, manteniéndose en el aire más de 40 segundos. La prensa todavía no había publicado nada de la invención
16 de noviembre de 1904: vuelo 85 de la segunda aeronave de los hermanos Wright (Flyer II). La nave ascendió a 536 metros, manteniéndose en el aire más de 40 segundos. La prensa todavía no había publicado nada de la invención

Grandes ideas y su aceptación cultural

Invenciones como el teléfono (rechazado por Western Union, “porque nadie quiere un juguete eléctrico”) o el ordenador personal (ninguneado por DEC e IBM, y luego regalado por Xerox al compartir su trabajo en interfaz de usuario gráfica y otras metáforas todavía usadas, a través de la disposición de los ingenieros del centro PARC de Xerox en Palo Alto para invitar a buscavidas como Steve Jobs o Bill Gates) fueron rechazadas antes de imponerse.

Había llegado su momento y, como el agua que encuentra su camino entre los cantos rodados de un riachuelo seco con las primeras lluvias (imagen algo taoísta, pero ya se entiende), se impondrían de un modo u otro.

Una invención llega. El proceso de asimilación y comprensión en sentido amplio por parte de la gente a pie puede tardar décadas. Parece estar ocurriendo con supuestos “fracasos” como la impresión 3D… hasta que nos inunde.

Entrada del diario de Orville Wright fechada el 17 de diciembre de 1903. Los hermanos Wright siguieron perfeccionando sus vuelos, pese a pasar desapercibidos
Entrada del diario de Orville Wright fechada el 17 de diciembre de 1903. Los hermanos Wright siguieron perfeccionando sus vuelos, pese a pasar desapercibidos

La invención, al fin y al cabo, es apenas el primer paso de la innovación. Según Paul Saffo, profesor en Stanford:

“Se tarda 30 años para que una nueva idea se filtre entre la cultura. La tecnología no produce el cambio. Es nuestra respuesta colectiva a las opciones y oportunidades presentadas por la tecnología lo que produce el cambio.”

Los oficios de inventar y narrar

Qué menos que acabar con una anécdota de Steve Jobs. Durante su periplo en NeXT, un día se acercó meditativo a la cafetería. Se empieza a hacer un bagel.

Luego, pregunta a los dos empleados: ¿quén es la persona más poderosa del mundo?

Los empleados no aciertan. Meditan mucho y lanzan los sospechosos habituales: Mandela, etc.

Jobs:

“¡No! Los dos estáis equivocados… La persona más poderosa del mundo es quien narra el relato (…). El narrador establece la visión, los valores y la agenda de una generación entera que está por llegar y Disney tiene un monopolio del negocio de cuentacuentos”

Y mientras se alejaba con su bagel, según los dos testigos de la interacción, Jobs musitó:

“¿Sabéis qué? Estoy cansado de esa mierda, yo voy a ser el próximo narrador.”

Eso sí, al final, Jobs no iba de farol y tras el relato había algo parecido a la materialización de lo relatado.

Esa es la parte que la fundadora de Theranos no entendió. O no quiso entender.