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Jardines vallados, moral de esclavo: despacho sobre Internet

Todo empezó como un relato con formato abierto y adaptable, capaz de acumular tantos versos como las sagas y epopeyas que abren las grandes tradiciones de la literatura universal. Había que contar algo grande, y para que la ensoñación funcionara, serían necesarios los mejores guionistas y ejecutivos de relaciones públicas.

Los pioneros del relato triunfante de Silicon Valley, con Steve Jobs en cabeza, entendieron que no bastaba con inventar nuevas tecnologías y ofrecerlas en el mercado como “máquinas para aumentar las capacidades humanas”.

Había que explicar un relato atrayente, con el tono de culto y maneras mesiánicas de las nuevas religiones: un “valle” donde la aburrida terminología empresarial se hacía divertida, y la vieja semántica peyorativa desaparecía por decreto de marketing.

Una industria indistinguible de un relato

Las nuevas máquinas eran sólo el principio de una nueva era del ocio y la información, pero la transformación se produciría sólo parcialmente y con lentitud si los dispositivos vendían “utilidad”.

Había que vender sueños: una especie de cuento de hadas, con pinceladas heroicas propias de novelas de caballerías y su versión moderna (individualismo de los western, hazañas de superhéroes de cómic); o bien su síntesis, apelando a la fantasía épica de los juegos de rol y la saga de El señor de los Anillos.

Así fue cómo personajes como Steve Jobs lograron que una industria técnica llegara a los hogares e impusiera una lógica más propia de los cantares de gesta de que los primeros electrodomésticos y aparatos electrónicos, concebidos para cumplir su función sin prometer más que una cierta fiabilidad y duración.

¿Premonitorio? ¿Cómo será esta imagen interpretada en el futuro? Mark Zuckerberg en el Mobile World Congress de Barcelona de 2016

Los nuevos productos informáticos y empresas de Internet, en cambio, ofrecían servicios como “soluciones”, y este “solucionismo” vende potencial, expectativas e intangibles ilusorios: ordenadores, teléfonos inteligentes, servicios web y aplicaciones inciden en la quimera caballeresca de salvar el mundo con un golpe maestro.

Simplemente, matar el dragón, o la ballena blanca, es ahora más bien convertirse en unicornio, o lograr vender con éxito a millones de usuarios la quimera de que, apretando un botón, el mundo se salva.

Ciclo de una historia que todo el mundo quería comprar

La biografía sobre Steve Jobs que el propio Jobs invitó a escribir a Walter Isaacson, desvela la historia sobre la insistencia del cofundador de Apple para enrolar a uno de los expertos en marketing relaciones públicas, Regis McKenna, una personalidad en la Costa Oeste al funcionar como puente entre la industria de los sueños del sur de California (con epicentro en el entorno cultural-industrial hollywoodiense) y el conglomerado tecnológico que tomaba forma junto a San Francisco.

Esta conexión cultural entre Hollywood y el solucionismo vendesueños de la industria tecnológica es, paradójicamente, una de las historias peor contadas desde el punto de vista periodístico: para explicar el “cuento de hadas” de Silicon Valley, precisamente se ha impuesto -por su atractivo, por algunas virtudes de la tecnología como el acceso a la información- un manido cuento de hadas, comprado sin pestañear por los ilusionados periodistas tecnológicos no sólo de Estados Unidos, sino del resto del mundo.

Pero este relato de ensueño, según el cual un grupo de idealistas ha transformado el mundo creando una nueva industria desde cero, cuyos mayores éxitos superan en valor bursátil a los antiguos gigantes energéticos y bancarios, tiene más aristas de las que la gregaria prensa tecnológica había expuesto.

Qué permitir a Silicon Valley en la era Trump

La llegada de Donald Trump al Gobierno ha acelerado el cuestionamiento de un modelo que, hasta ahora, apenas ha recibido críticas por actitudes hacia el trabajo, la sociedad y sus valores que ni prensa ni opinión pública pasarían por alto en otros sectores:

  • generalización de jornadas laborales extendidas, con el tiempo extra a menudo no remunerado; la ausencia de sindicatos y departamentos de recursos humanos no supeditados a fundadores e inversores, contribuye a perpetuar una cultura laboral que genera un puñado de ganadores estratosféricos, así como una legión de trabajadores a menudo bien remunerados que, sin embargo, pierden parte de su ventaja salarial afrontando el coste de la vida más elevado de Estados Unidos;
  • evidencia de prácticas que incentivan la contratación de un perfil concreto de trabajador, discriminando mujeres y minorías;
  • anteposición del fin a los medios: de ahí que la expresión “Paypal mafia” haya dejado de hacer gracia; o que escándalos como el de la startup biotecnológica Theranos y su secretismo recuerden que la falta de transparencia a menudo oculta algo más que el celo proteccionista de un fundador comprometido con su proyecto, recordando la delgada separación entre el pensamiento ilusorio (en terminología referida a Steve Jobs, “campo de distorsión de la realidad”) y el fraude;
  • financiación empresarial de procesos cuyo objetivo es desmantelar empleos ahora descentralizados que, si bien necesitan ser optimizados, existen todavía porque no han pasado por la batidora de Silicon Valley (Google y los clasificados, Facebook y la prensa, Uber y la industria del transporte, Amazon y la distribución minorista descentralizada, etc.).

¿A quién beneficia el desmantelamiento de servicios locales?

Hasta ahora, una de las mayores victorias en relaciones públicas del conglomerado que conocemos como Silicon Valley -que se ha armado en las dos últimas décadas con infinidad de comentaristas, medios y bitácoras de renombre-, es la alineación de intereses y opiniones entre inversores tecnológicos, fundadores (los pocos que llegan y los que se quedan por el camino), prensa en torno a estos servicios y opinión mayoritaria de usuarios pioneros (“early adopters”), individuos influyentes (“influencers”) y, a su estela, el gran público.

Inversores, fundadores, trabajadores, primeros usuarios y público en general aceptan la premisa de que de que cualquier servicio tecnológico que conecte a prestadores de servicios con clientes sin más intermediación que el software de una empresa tecnológica es intrínsecamente beneficioso, positivo o, simplemente, “el futuro”.

Y, ¿quién se arriesga a poner peros al futuro? ¿Cómo defender a empresarios y trabajadores locales perjudicados, con sus sindicatos, su papeleo y sus obligaciones fiscales, si basta con descargar una “app” para dar el servicio a una empresa que no pagará impuestos en el país donde se ofrece el servicio, ahorrándose de paso costes laborales (ya que el “prestador” del servicio no es su “empleado”, sino un empleado independiente en una economía informal).

Mitos “win win”

Los unos, abrazan el nuevo contexto que impulsan (de manera interesada y siendo tanto creadores de la tecnología como prestadores -directos o indirectos- del servicio); el resto -influencers, usuarios pioneros y público en general-, al haberse beneficiado por los nuevos servicios -a menudo, convenientes y económicamente competitivos- y/o haberse dejado seducir por relatos periodístico/epopéyicos sobre “emprendedores” a los que sólo falta el caballo, al cruzar un páramo de una película del Oeste de John Huston, que liberan al mundo de intermediarios y “apoderan” (de “empowerment”, otro eufemismo) a la gente.

He aquí el relato del siervo siendo liberado de sus cadenas…

Ocurre que no está siempre claro si se trata de una mejora para todos (de nuevo, el palabro anglosajón: “win win”) excepto para los “malvados” empresarios tradicionales, o la realidad y evolución de estos servicios sin intermediario local es más compleja de lo que explican inversores-estrella de capital riesgo, el puñado de emprendedores célebres y su séquito.

La realidad tecnológica es más compleja que el relato periodístico y de relaciones públicas hace de ella.

Con la asistencia de personalidades como Regis McKenna, el conjunto de Silicon Valley se ha beneficiado de un relato próximo a las historias mesiánicas que definen cultos y sectas. Como prueba de ello, el marketing ha llenado el sector de palabros eufemísticos: emprendedor, unicornio, salida, alunizaje (“moonshot”), expectativas, atracción (“engagement”), etc.

La jerga que transformaba átomos en bits

Los inversores han vivido, gracias a este relato, una época dorada en la que han podido hacer y deshacer a su antojo, manteniendo a la vez su secretismo y una imagen de prestigio intachable. Hasta ahora.

En un momento en que la frase del creador del navegador de Internet y ahora inversor de capital riesgo Marc Andreessen, “el software se está comiendo el mundo”, pierde sus connotaciones hiperbólicas, muchos empresarios y expertos críticos con el modelo empresarial promovido por Silicon Valley creen que ha llegado el momento de usar el mismo rasero crítico con estas empresas que con el resto.

¿Por qué el modelo laboral, empresarial y de prestación de servicios de Uber o Tesla se podría permitir el beneficio de la duda de la opinión pública y coartar, por ejemplo, derechos laborales, cuando sus competidores tradicionales no han jugado con la misma ventaja? Es 2017.

Tim Berners-Lee fotografiado en el MIT en 1991. Imagen: Ed Quinn a través de Wired Magazine (click sobre la imagen para acceder al original)

En 2017, todo es tecnológico y, por tanto, nada debería llevar la coletilla favorable de “startup tecnológica” si el resto de empresas compiten en términos similares y en el mismo contexto.

Tesla no debería ser más “tecnológica” que Daimler, del mismo modo que el apelativo de “startup” debería eternizarse en compañías con una o dos décadas de vida y una capitalización bursátil superior a la de muchos países.

Historia de un yogur helado

Al perder la inmunidad del paraguas de “startup tecnológica de Silicon Valley”, las empresas (y sus empresarios) se valorarían en función de productos, prácticas, cultura empresarial y trayectoria, y los propios ciudadanos (a menudo rebajados a “usuarios” indistinguibles) tendrían más y mejor información para premiar o penalizar a empresas y servicios.

Empieza a ocurrir: Facebook no puede transformar la información del mundo deshaciéndose del periodismo, ni Uber logrará transportar a la humanidad sin respetar los derechos de trabajadores y usuarios, ni sus prácticas agresivas, tales como obligar a sus conductores a escuchar propaganda contra la afiliación sindical, tendrán un cheque en blanco como respuesta.

Con Tesla, Elon Musk ha logrado que el coche eléctrico sea viable, atractivo y capaz de competir en los segmentos más emblemáticos (berlina de lujo, SUV y sedán). En paralelo, la firma se muestra contraria a la organización sindical de sus trabajadores.

Musk no sólo desmiente el contenido de la denuncia de un trabajador sobre posibles condiciones laborales abusivas, sino que pide a sus trabajadores que no se unan al sindicato del sector y promete, a cambio, nuevas medidas y mejoras como “yogur helado gratis” en planta.

En las empresas emblemáticas de Silicon Valley, las medidas informales pretenden quitar hierro a uno de los fenómenos que explican parte del éxito de muchas empresas de la zona: las remuneraciones indirectas, tales como retribuciones en forma de capital privado, opciones sobre acciones o fórmulas similares.

Cuando bajamos de rango sin saberlo: de ciudadano a usuario

A menudo, estas remuneraciones con equidad privada se quedan en papel mojado, pero en casos como el de Tesla aumentan el salario de todos los trabajadores de la compañía. Dada la popularidad bursátil de Tesla, compañía pública, los trabajadores de la firma dirigida por Elon Musk han ganado más que sus homólogos en otras compañías.

En otras ocasiones, las remuneraciones indirectas operan como chantaje: en ocasiones, trabajadores que se encuentran en condiciones no deseables prefieren permanecer en su trabajo para no perder la equidad que han negociado.

Tim Berners-Lee en su laboratorio del centro de investigación CERN (Organización Europea para la Investigación Nuclear) en Suiza, 1990; mostraba lo que llamó World Wide Web

Varios trabajadores de Uber han declarado en las últimas semanas encontrarse en esta situación, cuya (ausencia de) cultura laboral ha sido denunciada en repetidas ocasiones.

Cuando un “usuario” se auto-actualiza (“self-upgrade”) a “ciudadano”, se da cuenta de que dispone de un capital sin el cual los servicios basados en algoritmos son incapaces de operar: su atención, confianza, poder de compra, información personal.

Primero, utilitarismo sin ética; más tarde eugenesia tecnológica

Una imagen ha sintetizado, mejor que cualquier análisis, los riesgos que afronta la hasta ahora triunfante cultura empresarial que se había impuesto en Silicon Valley, un entorno donde se ha aplicado el darwinismo social spenceriano, es la fotografía de los ejecutivos más influyentes del sector tecnológico de Estados Unidos sentados en la mesa de trabajo con Donald Trump y su séquito contrahecho: sus hijos, su consejero Steve Bannon y, junto a Trump, la personalidad de Silicon Valley que quiere hacer de puente entre la nueva Administración y el sector, Peter Thiel.

Trabajadores y cargos medios de las empresas más exitosas del valle de Santa Clara, en su mayoría progresistas, han comprobado cómo los principales consejeros delegados guardan silencio ante políticas que dañarán la estrategia abierta y con ambiciones globales: a las medidas para vetar pasajeros de varios países de mayoría musulmana, así como la restricción de permisos de trabajo para puestos cualificados (visa H-1B), se añade el daño de imagen y credibilidad para la cultura tecnológica de la Costa Oeste estadounidense.

El progresismo de la Costa Oeste, inspirado en personalidades interesadas en su propia combinación de comunalismo y celo individual (como el escritor Jack London), debe convivir ahora con un crecimiento de las ideas supremacistas y totalitarias, en torno a personalidades del mundo tecnológico asociadas con lo que se ha denominado (eufemísticamente, claro), “derecha alternativa” (Alt-Right: utilitarismo supremacista).

Quién arma las relaciones públicas de Silicon Valley

Esta nueva corriente, cuyos miembros no dan la cara y prefieren intercambiar parafernalia en foros de Reddit o 4chan, no rechaza el fascismo y, gracias a la posición de Peter Thiel y Steve Bannon, se ven legitimados para reescribir tanto la historia como el futuro, dominado por el talento de su idea reduccionista de Occidente (y, de paso, suprimiendo de su cuento de hadas el papel preeminente de los inmigrantes en buena parte de las empresas más exitosas de Silicon Valley).

Esta tendencia extremista sigue siendo marginal en Silicon Valley, tal y como demuestran tanto resultados electorales como activismo e inversiones de trabajadores y personalidades de la zona.

Otros extremismos ajenos al ideológico son, sin embargo, centrales en el ascenso de Silicon Valley. Por ejemplo, la dependencia de toda una nueva generación de empresarios (en la jerga higienizada del relato techie, “emprendedores”) de un objetivo central: crecer de manera exponencial o morir.

David Heinemeier Hansson (DHH), cofundador de Basecamp y creador del lenguaje Ruby, es una de las voces críticas ante una cultura empresarial que toma dinero prestado para “crecer” (en visitas, usuarios, actividad) sin atender a pérdidas económicas y, en función de intangibles como su potencial, aguarda a una “salida” airosa (la venta, la salida a bolsa o el cierre; casi nunca la independencia económica y la mejora de su propio producto sin que éste se convierta en una trampa infestada de micropagos).

Marionetas y titiriteros

En un artículo reciente, DHH analiza y critica la ortodoxia predominante en Silicon Valley desde inicios de siglo:

“Solía ocurrir que compañías exitosas en ciernes, mostraban una prudente combinación de beneficios en el presente y perspectivas futuras, pero semejante mezcla se considera ahora pasada de moda y abandonada al olvido. Ahora todo gira en torno al potencial, en todo momento.”

La nueva cultura se sostiene sobre incentivos: las ganancias de capital (con baja fiscalidad) se imponen como retribución del talento a las ganancias salariales (con una elevada fiscalidad y, por tanto, algo sólo atractivo para trabajadores rasos).

Los inversores invierten con fruición en un contexto de tasas de interés bajas o negativas para depósitos bancarios, atrayendo fondos de Oriente Medio, China o Rusia, y quien invierte en las nuevas empresas dicta las normas. DHH:

“El verdadero titiritero detrás de esta homogeneización de las aspiraciones de las startup [crecimiento exponencial y salida, sin atender a cadáveres en el armario, beneficios o la propia utilidad real de la idea] es la teoría de la diversificación. Las decisiones no son impulsadas por lo que es bueno para una sola empresa, sus empleados, y sus clientes. No, tiene que ver con lo que es bueno para la cesta de inversiones.”

Estercolero Angry Birds

El “portfolio”. Los fondos de inversión de capital riesgo. Las empresas de los últimos años dependen de su posición en el contexto de estos fondos:

“Innovación, riesgo y moral están siendo empaquetadas con una eficiencia cada vez mayor mediante aceleradoras de startups que toman las materias primas, a poder ser copias calcadas de Zuckerberg, y las convierten en lotes asegurados de nuevas empresas”, reflexiona David Heinemeier Hansson, trazando un paralelismo con el esquema de las hipotecas subprime que originó la crisis financiera.

No todas las empresas tecnológicas siguen la evolución del juego Angry Birds (ejemplo, según DHH, del deterioro moral de un modelo de negocio que trata de sacar hasta el último rendimiento económico a un juego que ha pasado de idea más o menos refrescante a un sacadineros indistinguible de una máquina tragaperras).

Según el cofundador de Basecamp, hay soluciones a lo que él considera los excesos de una cultura utilitarista sin valores éticos de referencia, en lucha constante contra cualquier regulación (independientemente de su sentido u objetivo, tanto si se considera que es perjudicial para la sociedad como si se estima beneficiosa, tanto da).

Concibiendo y financiando herramientas para todos

Para Heinemeier Hansson, la tecnología no es el único sector con dificultades para combinar incentivos a la innovación (crecimiento, perspectivas de ganancias) y su función social.

La industria farmacéutica, por ejemplo, invierte ingentes cantidades en desarrollar nuevos medicamentos, debido a lo cual se beneficia del monopolio de la patente de un nuevo fármaco. Pero, explica DHH, este reconocimiento no es permanente, sino que tiene caducidad. A continuación, es legal desarrollar genéricos, que abaratan y extienden el uso del fármaco.

Hay alternativas al modelo actual, todavía beneficiosas desde el punto de vista empresarial y con mayor respeto por productos y servicios cuya utilidad no esté únicamente supeditada al beneficio económico a corto plazo (y la presión de inversores, accionistas, resultados trimestrales):

“¿Y si pensáramos en cómo aplicar algo similar [se refiere a la transformación farmacéutica desde fármacos patentados a genéricos] al mundo del software? ¿Cómo podemos convertir más Twitters y Facebooks y Googles en genéricos? ¿Qué transformaciones en la tecnología estructural y el coste necesitamos tocar para que sea viable operar algo como Twitter con el presupuesto de Wikipedia (financiándolo con donaciones en vez de con publicidad)? ¿Y si la próxima Gran Idea se pareciera más al correo electrónico [una función sin dueño, accesible a cualquiera y sin restricciones tecnológicas o de explotación] y menos a los jardines vallados de la actualidad?”

Apuntes de epistemología

Son cuestiones que, dada la deriva de la lógica utilitarista e insensible a consideraciones éticas de los inversores de Silicon Valley (y su “valleycentrismo”), así como a la presión totalitaria y aislacionista que impuesta por las políticas de Donald Trump, merece la pena preguntarse.

Los principales inversores de capital riesgo de Silicon Valley prefieren diversificar lo suficiente para que la relación entre riesgo y oportunidades potenciales logre el máximo rédito.

Los ciudadanos que confían en la vertiente positiva de Internet y el software que propulsa cada vez más facetas del mundo, deberían operar de manera similar y diversificar: invirtiendo o apostando por ideas y empresas que no surjan de la misma ideología utilitarista y los mismos inversores.

Nuevas ideas que devuelvan los servicios de Internet a los “usuarios” que, de este modo (controlando su información, decidiendo qué comparten y venden y qué no están dispuestos a vender o “ceder”, que puede ser perder a la larga), se convierten de nuevo en “ciudadanos”.

La estación de trabajo usada por Tim Berners-Lee para crear la convención de la WWW, que identificamos con Internet (aunque sólo sea una parte, la más visible, de ésta), era el cubo NeXT concebido por… Steve Jobs

Cada cual decidiría si esta transformación desde “usuario” a “ciudadano” es una “actualización” o una “reversión” (en jerga de mantenimiento de software, “rollback”).

En cualquier caso, un avance ético, un reconocimiento de la individualidad y el carácter humano (único, intransferible) de cada persona. Un “usuario” puede ser un “bot”. Una persona no es, por definición epistemológica, un robot.

Persona

De ahí que el último artículo firmado por el creador de la World Wide Web, Tim Berners-Lee, tenga la importancia de los manifiestos que aguantan bien el tiempo, levantándose sobre el páramo de ruido y troleo del día a día y observando lo que nos ha traído y nos puede traer Internet en el futuro: las oportunidades… y los riesgos (que son distópicos, deshumanizadores, capaces de convertirnos para siempre en “usuarios” indistinguibles de un “bot” en la mayoría de acciones cotidianas).

Para Berners-Lee, Internet puede contribuir al progreso abierto de la humanidad, con sus beneficios e imperfecciones, si somos capaces de analizar los principales riesgos a los que nos enfrentamos:

  • hemos perdido el control de nuestra información personal en servicios que actúan como opacos jardines vallados;
  • es demasiado fácil difundir desinformación en la Web, intoxicando el diálogo libre y perjudicando la salud de las opiniones públicas, más interconectadas y proclives a desestabilizaciones que nunca antes en la historia de la humanidad (somos un superorganismo y actuamos como tal, con el potencial dañino que afrontaríamos si no atajamos los peores ataques);
  • la información política debe ser más transparente y auténtica, abandonando el tono tóxico, confrontacional y propagandístico que adquiere en información sesgada (tendenciosa o falsa) y/o falsa.

Inicio

El creador de la WWW acaba su artículo recordando el papel de todos para construir la herramienta que tenemos en nuestras manos. Está en nuestras manos recordar nuestra parte de responsabilidad, reconociendo (y denunciando) el uso con mala fe y el abuso utilitarista.

Empezando por conocer cómo se usa nuestra información y qué motivaciones empresariales y éticas llevan a los prestadores del servicio a usar nuestra información en su jardín vallado y cediéndola a terceros.

No hay mejor modo de abandonar la moral de esclavo que reconocer primero su existencia.